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Entre dos - Capítulo 3

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1Entre dos - Capítulo 3 Empty Entre dos - Capítulo 3 Dom Ago 01, 2021 9:31 pm

Ceshire

Ceshire
Niño/a del Hogar de Pony
Niño/a del Hogar de Pony

Capítulo 3

Algo me decía que esta escapada una semana antes de la boda no sería buena idea. Y no me equivocaba.

Han pasado cuatro años desde mi separación con Terry y tres desde la primera y única vez que me acosté con Albert. Él pudo recuperar sus recuerdos y volver a su vida. Ahora, tanto Albert como yo estábamos a nada de casarnos con dos maravillosas personas que han logrado enamorarnos.

Que Emma no es la boba anoréxica y atormentada mujer de clase alta lo he tenido claro desde que supe que mi mejor amigo había empezado a cortejarla. A pesar de lo que muchos pueden pensar, Albert tiene la cabeza bien puesta y si él ha dejado todo el pasado y sus sueños de libertad es porque tiene buenas y cuantiosas razones.

Albert y yo seguimos saliendo, a pesar del compromiso. Peleamos muchas batallas para enlazarnos entre nosotros como algo conveniente, pero nadie lo aprobó y las consecuencias de ir contra corriente eran perjudiciales, especialmente para él. Así que tomamos la costumbre de salir y ahogar nuestras penas en viajes que disfrutábamos entre amigos. Él y yo. Porque, no es fácil casarse, y menos cuando se es un Andley, eso lo hace todo mucho peor. Todo era un problema y nosotros estábamos simplemente hartos.

- ¿Cómo está Frank? – me pregunta Albert mientras esperamos la cena en la terraza del restaurante dentro del hotel.

Sonrío en respuesta. Frank es mi prometido y parece que él solo tiene ojos para mí. Toda duda que hubiese albergado sobre su amor muere cuando recuerdo cómo se pierde en mis pupilas y me besa.

- Bien, está arreglando los últimos casos para disfrutar la luna de miel sin interrupciones.

- En la vida hubiera imaginado ver al educadísimo y altanero Frank Davenport derretido por completo por una mujer, sonrojado mientras te murmura quién sabe qué al oído, Candy.

- Él es muy tierno – respondo ruborizada y mi amigo finge que no me ve. Frank tiene casi la misma edad que Albert, es abogado en la firma de su padre, su porte a veces me recuerda un poco a George, pero Frank no tiene reparo en las demostraciones en público.

Un ramalazo de un sentimiento hermano a la añoranza me recorre al ojear a mi amigo. Frank es alto, pero no tanto como Albert, tiene cabellos espesos de un profundo negro. Le quiero, he aprendido a hacerlo este último año y medio. No tengo duda de eso, solo que… la nostalgia a veces me invade, Terry y Albert, éramos jóvenes y vivimos tanto en tan poco tiempo. Ahora, siento que de volver atrás en el tiempo hubiese actuado diferente. Quedarme con uno de ellos. No es que no quiera a Frank, es que me quitaron el derecho de elección entre los dos hombres que hubiese querido para mí.

Intento concentrarme en la copa, que ya solo está llena a medias, siento en la boca el aroma a caña de azúcar, a fruta y a ron.

La noche cae mientras cenamos aposentados alrededor de una mesa vestida de lino blanco. Estamos absortos en nuestros pensamientos cuando alguien se para delante de nuestra mesa, con los brazos cruzados, levanto la vista y lo veo a los ojos. Y creo que justo en ese segundo fue que todo comenzó a pervertirse entre nosotros tres.

- ¡Vaya, vaya! ¿A quién tenemos aquí? – podría jurar que en todas las ocasiones que me vi reflejada en esos profundos ojos azulados, jamás había despertado en mí instintos tan bajos. Ni siquiera esa primera vez.

Terry nos ve de una forma depredadora, seductora e íntima que me devora de arriba abajo lentamente, saboreando, al parecer, cada pauta del recorrido.

- ¿Terry? – pregunta Albert y casi siento que está usando el mismo tono seductor que Terry ha usado al anunciar su presencia - ¡Cuánto tiempo sin verte! – le dice mi amigo y Terry alza su vaso en señal de brindis hacía nosotros.

- Bastante, te ha sentado bien la vida, Albert y el dinero – dice él con una extraña mezcla de burla y halago que Albert se toma con una risa fresca.

- A ti también, mi buen amigo.

- Candy, ¿cómo has estado? – me pregunta con una extraña familiaridad que me desconcierta - ¿vas a casarte, cierto?

- Sí, en una semana – contesto con un pique de rebeldía - ¿cómo está tu prometida?

- Invalida – si he preguntado, ha sido mera cortesía, pero no esperaba esa respuesta tan cruda. Terry bebe de su vaso y creo que ha escondido una sonrisa detrás de esa respuesta.

- ¿Y qué te trae al este de Virginia?

- Sirven buen coñac – dice con sinceridad – y puedo pasar más inadvertido que en Nueva York.

Terry se sienta con nosotros y lo que pasa luego está en mi mente como una extraña nebulosa.

Brindamos con burbujeante champán helado y, ahítos, disfrutamos de la vivida bruma marina, cargada con el aroma del salitre, de las hogueras acá y allá que señalan puntos de la cercana costa y el perfume dulzón de las flores nocturnas de los jardines del hotel que inundan el ambiente.

Pasan las horas y sé que los tres estamos ebrios, pero no nos importa. Hemos comido demasiado, hemos reído y nos hemos prometido volver a encontrarnos alguna vez.

Recordamos viejos tiempos en el San Pablo, las escapadas al zoológico Blue River, las partidas de cada uno de Londres. Terry menciona nuestra separación sin amargura ni culpa. Albert confiesa que a veces le pesa tener recuerdos de dos vidas.

También descubro que Terry ha aprendido a cocinar, que Albert detesta las juntas administrativas, pero siente cómo le recorre la adrenalina cuando hace una nueva inversión. También que hace un año, casi hubiéramos coincidido con Terry en París y que los tres amamos esa ciudad, que ninguno hacemos planes los domingos si no son necesarios. Y mientras hablamos el ambiente es distendido y, por momentos, siento que lo que está pasando es más bien un sueño.

Los camareros nos avisan que se avecina una tormenta y nos vemos obligados a subir a las habitaciones, estamos disfrutando tanto este reencuentro que no nos oponemos a entrar todos en la habitación de Albert, que tiene una sala de estar. En cuanto entramos, no sin tambalearnos un poco, Albert pone música en el tocadiscos.

- Vamos a bailar – propongo, estoy un poco ebria, pero no me importa, rio mientras ellos se miran y se acercan a mí. La música invade la habitación.

Nos movemos en lentos círculos y, por un instante, recuerdo aquella vez, en el festival de mayo cuando Terry y yo bailamos en la segunda colina de Pony, llenos de sentimientos que nos negábamos a aceptar y la mirada de Terry me dice que él está rememorando ese mismo momento.

Bailamos juntos por lo que parece media hora, hasta que Albert se deja caer en uno de los sillones de forma poco elegante y yo le sigo, pero Terry no.

- Albert – la voz de Terry se arrastra, con un deje aristocrático, eco de su niñez y parte de su juventud - ¿me concederías la mano de Candy para un baile?

- Claro, si ella quiere – accede mi amigo.

Acepto y una melodía nos acuna mientras Terry me guía. Su mano me arde, posada unos centímetros debajo de mi cintura. Sus dedos, largos y elegantes se enredan en los míos. Huele a madera y a coñac. Y eso me abruma. No quiero verle, pero su mirada opalescente me atrae. Intuyo que Terry puede leer en mis más íntimos anhelos, me lo dicen sus ojos llenos de libidinosa satisfacción.

- Te has convertido en una mujer muy hermosa, Candy – me susurra, su palma roza mis omóplatos y baja hasta mi cadera. Me lleva con facilidad y elegancia innatas, como si hubiese nacido para eso. Quizá así es.

- Gracias, Terry, tú también eres muy apuesto – sonrió, sintiéndome perdida, la boca seca, el corazón palpitante. Y el olor de Albert flotando en la habitación como una presencia más.

Trastabillo y pierdo un poco el ritmo. La letra de la canción me marea, las notas reverberan dentro de mi pecho. Terry me contempla. Sus labios gruesos en una mueca casi dulce, piel dorada y el inconfundible perfume del deseo. Feroz, inesperado, inapropiado y exquisito.

La canción languidece y nos miramos, embebidos en una silenciosa lucha de voluntades. Hay calor y un hambre que empapa todo mi cuerpo.

- No puedo permitir que se diviertan sin mí – los ojos verdiazules de Terry estudian a Albert, lo leen y lo entienden. Terry es casi tan alto como Albert y, a mi espalda, apoya la boca cerca de mi cuello y desliza sus labios.

Terry sonríe y no quita los ojos de Albert. Él sabe, no me quedan dudas. Seguimos moviéndonos al ritmo de una música que ya no suena. Siento la piel erizada y se me seca más la boca. Las palmas de Terry me sostienen por las caderas. Estamos tan juntos que percibo sus durezas clavándose contra mi vientre y mi espalda y contener un gemido se convierte en una empresa imposible. Me mojo los labios y me dejo someter. Unos dedos tan conocidos como propios, acunan uno de mis glúteos. Terry me observa mientras me acerca más y el contacto quema y arde, pero es tan delicioso que quiero gemir con fuerza. Los pezones se me erizan contra su pecho, mientras Albert me provoca estremecimientos en cada centímetro de piel que va besando.

Trago con fuerza. Estoy mojada. Quiero esas manos en mi cuerpo, despertando deseos que han estado ocultos demasiado tiempo.

- Nunca lo haríamos – respondo. Soy osada, pero siempre me limito cuando se trata de mi felicidad. Esta vez no. No quiero ni le temeré a los apetitos de mi cuerpo.

- Bien – lo conozco, a pesar de no verlo, sé que sonríe pícaramente. Y esa mano aprieta y promete, pero se va.

Los dos lo hacen.

- Creo que deberíamos irnos a dormir.

Ninguno quiere escuchar esa frase, pero sabemos que debemos parar. Necesitamos hacerlo.

Salgo de la habitación y de reojo veo la mirada azul fija en la verdiazulada y luego ambas se giran hacía mí. Me muerdo el labio. Las implicaciones de eso me marean más y aparto la idea, relegándola al fondo de mi cerebro. De nuevo.

Nos despedimos.

◦•●◉●•◦ ◦•●◉●•◦

En la oscuridad, me dejo arrullar por el sonido del mar. Tumbada en la cama con sabanas de hilo, frescas y con olor a jabón de jazmín, rememoro ese instante, esas manos… gimo contra la almohada… si tan solo… ¡Dios, necesito tanto esas manos!

Quisiera pensar que la soledad me devora la cordura, mientras noto mi corazón irse a mil con tozudez. Jamás hubiera creído que, de entre tantas cosas, entre tantas situaciones posibles, la única más descabellada conseguiría colarse bajo mi piel hasta llenar todos mis pensamientos.

Pero la realidad es que no puedo dejar de pensar en ello.

Una noche. Dos en realidad, una con cada uno. A veces, las revivo en mi mente y soy incapaz de contener lo que bulle en mi pecho y en este momento, con los dos a metros de mí, sé que en algún momento lo que vibra entre los tres va a explotar y todo podría salirse de control, porque ahora nada, nada, me importa tanto como ellos.

Respiro y con cada inspiración, paladeo las palabras que conforman los nombres de cada uno y agradezco estar sola, convirtiendo ese espacio en mi refugio, con las cortinas cerradas, entre tibias y suaves sábanas y una puerta con seguro que me permite suspirar y sentirme libre para desgranar las sílabas, las letras, cuento las vocales y las dejo rodar una y otra vez por mi lengua, convirtiéndolas en un cántico que escapa de mis labios.

Y esos fonemas se me antojan eróticos y tempestuosos y se arremolinan creando la única imagen que ansío.

Cierro los ojos, obligándome a dormir, no puedo pensar más.

Dormito, inquieta durante un rato hasta que algo me sobresalta, sacándome del letargo. Desorientada, me siento sin saber bien dónde me encuentro. Por un segundo desconozco todo el lugar. Tengo sed, demasiada comida y demasiado alcohol en muy pocas horas. Me levanto y voy hacia la mesa que esta frente a la puerta, hay una jarra llena de agua y un vaso.

Afuera, la tormenta se descarga con fuerza y escucho pasos fuera de mi puerta. Lo pienso mucho antes de sucumbir a la curiosidad.

Terry se pasea en el pasillo y cuando nos vemos, es inevitable.

El beso, llega como una necesidad, es algo que sé que no puedo impedir, lo mismo que no podría detener la llegada del invierno o el paso del tiempo. Es irremediable. No hay nada en el mundo que impida que mi boca se cierre en torno a los generosos labios de mi ex y, hambrienta, me hundo en la calidez de su boca. Por un momento es como si el mundo hubiese dejando de girar en torno a nosotros mientras entierro mis dedos en los mechones sedosos de Terry. Y me entrego a su voluntad. A su presencia masculina y enorme que me sacude de tantas formas que podría pasar una vida enumerándolas. Desearía ser capaz de poner en palabras lo que estoy experimentando en este momento, pero no puedo, gimo dentro de su boca, ronca y desconocida.

Y de pronto estamos sudando y retorciéndonos mientras nos besábamos, nos mordíamos y nos chupábamos.

Y quizá es un cliché, pero nunca había conocido lo que era el verdadero deseo hasta que Terry me tomo por las caderas y me cargo y esa parece ser la única forma de detener el calor que me pulveriza la carne, enredo mis piernas en torno suyo. Sus intensos ojos brillan en la penumbra, pidiéndome, exigiéndome más y más. Y lo siento buscar a tientas la perilla de la puerta, soy consciente de que no es su habitación la que busca y comprendo al instante que él tampoco había sentido nunca una necesidad similar.

Me estremezco, sintiendo las manos de Terry, que recorren mi cuerpo por encima del camisón. Me mojo los labios y poso los pies en el suelo. Albert nos contempla sentado en uno de los sillones y percibo que algo ha cambiado y la expectación se mezcla a partes iguales con la frustración. Aunque me avergüence, ansío con fuerza saber a dónde nos conducirá este juego. Mañana por la tarde todos partimos lejos de ese lugar, e intuyo que las reglas validas aquí no lo serán en el regreso a la cotidianidad. Allá los tres estaremos comprometidos y volveremos a ser las tres personas que siempre hemos sido y las fantasías deberán ser relegadas de nuevo al fondo de mi mente. Sin embargo, aún queda tiempo, me digo hedonista e irracionalmente a mí misma, esa Candy que hasta ahora desconocía, esa que quiere liberarse y alcanzar la pronta satisfacción para volver a dormir en las recónditas profundidades de mi alma.

Le sostengo la mirada a Albert. Ojos azul cielo e incitantes, que recorren mi cuerpo con un pronunciado apetito. Los miro y me pregunto con cuántas mujeres han estado después de mí y me permito sentir celos. Corrosivos e inapropiados. Porque esta noche seré yo quien les enloquezca, quien… este entre ellos dos, siendo parte vital de la diversión.

Albert apenas me tuvo al alcancé me guió para sentarme sobre sus piernas, con mi espalda pegada a su pecho. Albert me toma de la cintura, acariciándome mientras Terry lleva sus manos a mis pechos cubiertos. Y entonces me vi completamente dividida entre dos placeres que luchaban por entremezclarse en mi cuerpo. Deje que el deseo me obnubilara y me sumergí entre las caricias de ambos hombres que parecían dispuestos a hacerme alucinar con sus prodigas manos, enloqueciéndome de a poco.

Terry me devora la boca con abandono. Gemidos llenos de húmeda succión. Cierro los ojos, en un vano intento por relajarme. Incipientes aguijonazos de placer se extienden por todo mi cuerpo.

Afuera, ha dejado de llover y el olor a tierra mojada se mezcla con el perfume de las flores del jardín, inundando poco a poco el ambiente de la habitación. Siento cómo una palma se apoya en mi rodilla y trepa lentamente por mi muslo. Abro los ojos y observo la mano de Terry. Respiro despacio, con contención, mis pupilas clavadas en el baile de esos dedos ascendiendo, tan despacio que son una tortura. Mi cuerpo deja de obedecer los mandatos de mi cerebro que me ordena desesperado que salga de ahí y vuelta a mi refugio, pero otra parte de mí me tiene abrumada y una inquietante sumisión me mantiene pasiva ante el avance. Esa mano sube y baja por debajo del camisón y ese primer contacto me quema, me enardece. Me cotoneo contra esa palma mientras Terry me mira en silencio.

Sus labios y manos están por todos lados y se me dificulta distinguir cuál pertenece a Albert y cuál a Terry. Me muerden, masajean y desnudan y yo me muero de placer, ellos me están matando.

Estoy sentada en el sillón, con Albert a mi lado, giro el rostro que he apoyado en el respaldo y le observo. Esta tan cerca que su aliento me roza. Se inclina y me besa. Es lento, suave, casi tímido, pero no dura mucho y de pronto muerte mi labio y chupa. Gimo y tiemblo. Abro los ojos y me pierdo en el océano profundo e intenso de Terry antes de sentir su calor junto a mi otro costado. Su cabello castaño esta revuelto y tiene las mejillas encendidas. Sus dedos se deslizan por mi garganta desnuda, suben y se frotan, piel caliente y mojada, su lengua ansiosa, deja un rastro de saliva en mi piel. Albert reclama mi atención. Gustosa, abro la boca y nos enredamos en un baile lento y erótico, él es sutil y sosegado, se adueña de mi boca con el mismo aplomo elegante con que se conduce en la vida, arrancándome temblorosos suspiros que me roban la respiración.

Terry sigue besando mi garganta y sé que ha percibido el sabor de Albert y ese conocimiento me enloquece. Y ya no es solo mi boca la que besan, hay labios rojos, calientes y apasionados. Se observan besarme y me deleito en el ardor, en el sabor combinado de ambos y la sensación me hace sentir vulnerada y dispuesta. Y hay manos que pujan, dedos que exploran, dos bocas que me acarician, me muerden y enajenan. Me abalanzo sobre Terry como una naufraga hambrienta en una isla desierta, probando el salado sabor de su cuerpo sudoroso. Albert, a mi espalda, tantea y logra hacerme jadear en el proceso. Me pone en cuatro y él se coloca de pie mientras sigo recorriendo la piel de Terry, besa mi espalda y acaricia mi cintura y de a poco siento sus manos despojándome de mis bragas, jugueteando en mi sexo, introduciendo un dedo largo en mi interior que logra estremecerme de arriba abajo. Albert tienta cada entrada, cada lugar y pronto comienzo a gemir fuerte, agasajada perfectamente por las manos de mi mejor amigo que sabe con exactitud dónde y cómo tocar. Hay una lánguida succión sobre uno de mis pezones, enredo los dedos en el cabello de Terry y le sujeto contra mi seno. Me expongo. Las manos de Albert recorren mis piernas, las de Terry mi vientre, es como si estuviéramos fundidos. Carezco de voluntad para oponerme. No quiero oponerme. Gimo más alto y un beso me acalla con eficiencia. Sabor a menta, ojos azules que me escrutan con encendido anhelo.

- Eres hermosa, Candy… tan hermosa – susurra Albert – abre más las piernas quiero probarte.

Es escandaloso e inapropiado. Ambos nos casamos en una semana, Terry está comprometido… Y con un quejido, reconozco que la idea me excita con más fuerza en lugar de intimidarme.

- Estás tan mojada – unos dedos juegan con mis pechos, con mi vientre y una lengua se pierde dentro de mí - ¡Dios, estás tan dispuesta para nosotros! Lo necesitas tanto como nosotros, ¿cierto?

- Por favor – lloriqueo. Los espasmos crecen. Estamos sudando y noto el calor empapado de los cuerpos que me atan al sofá y que al mismo tiempo yo ato.

Es sofocante, delirante, lascivia pura. Nunca había vivido algo tan liberador. Dejo de lado mi voluntad y me abandono, confiando plenamente en ellos, ya con ellos solo hay lugar para el deseo.

- Por favor – repito incapaz de decir algo más, me exhibo, impúdica y les dejo hacer. Los dedos largos de Albert se hunden en mi húmedo interior. Giran y giran y giran y el placer me marea, respondo al beso de Terry, sus manos me sostienen y me exponen para Albert quien juega, casi cruel, al negarme el clímax.

Quiero gritar, pero Terry se bebe todos y cada uno de los lamentos que me desgarran y cuando no, sus labios se unen a mis pechos. El deleite me inunda en lentas oleadas, siento los dedos de Albert empapados por mi propia excitación rozando y frotando mis glúteos.

Terry se desliza debajo de mí mientras Albert encuentra mi entrada prohibida. Es brusco, hiere y produce escozor y, a la vez, es inconcebiblemente placentero, esos dedos me llenan y sollozo, suplicando una conclusión. El dolor es una cuchilla caliente, rítmica y gozosa. Quiero más, necesito más de esos dedos, quiero más de Albert, quiero más de Terry. Lo quiero todo.

Terry saborea mi ombligo mientras sigue bajando, sin dejar de excitar uno de mis pezones. Su boca se encuentra con los dedos de Albert y con mi esencia. Sollozo al sentir la lengua de Terry perdiéndose lentamente entre los pliegues de mi vulva y me estremezco con violencia.

La lengua de Terry me penetra con la exacta cadencia de los dedos de Albert en mi entrada posterior y me cimbreo buscando hacer más profundo ese trepidante contacto. Sonrío, casi diabólica, contemplando en mi posición, que ambos penes enrojecidos, brillantes y hermosos palpitan entre ellos. Casi rozándose. Cierro los ojos y entierro las uñas en el posa brazos, incapaz de soportar el placer que pulsa, poseyéndome, consiguiendo que me olvide de todo. La mera idea de estar ahí con ellos, en esa habitación, en esa posición es lo bastante poderosa para hacerme alcanzar el orgasmo. Balanceo las caderas y abro las piernas, pidiendo más.

Me dejo caer sobre Terry, cuyo cuerpo tiene una postura y ángulos que para nada deben ser cómodos, pero no me levantó porque no soy capaz de moverme estoy demasiado perdida en el explosivo orgasmo que aún me aturde.

Albert me carga y de nuevo estoy de pie. La vulva me palpita ante la visión que se muestra ante mí. Albert y Terry de pie y desnudos, piel cremosa, miembros largos y equilibrados, exquisitos hasta la extenuación. Debería sentir vergüenza o turbación, pero, aunque busco ese sentimiento en mi interior, solo soy capaz de experimentar una profunda anticipación. Juntos son pura tentación. El perfume de las flores es sustituido por almizcle del apetito sexual. El alcohol y el deseo aún insatisfecho recorren nuestras venas.

Albert nuevamente toma asiento y Terry me empuja lentamente de nuevo de espaldas a Albert y puedo sentir el electrizante choque entre su piel y la mía cuando su erección se empuja dentro de mí, llenándome hasta el fondo. Jadeo con fuerza mientras Albert me toma de la cintura, empujándose lo más profundo que puede. Terry, frente a nosotros disfruta el espectáculo visual. Albert lanza la cabeza hacía el respaldo del sillón y yo decido tomar las riendas y comienzo a moverme sobre él, haciendo círculos con mis caderas. Acercó a Terry y él sube un pie en el sillón, lo tomo entre mis labios, haciendo que él gruña de alivio y placer juntos, mientras saboreo su piel tersa en mi boca, llevando su miembro dentro y fuera con facilidad. Jadeo al contemplar su miembro dorado entre mis labios. Uso mi lengua, recorriendo el falo y gimo al presenciar el delicado modo en que Terry se arquea bajo mis caricias. Terry me toma del cabello y me guía delicadamente. Albert sigue empujándose dentro de mí, haciendo palpitar mis entrañas. Es demasiado, siento cómo mi sexo empapa el suyo. Respiro con agitación mientras agasajo a Terry, quien jadea con fuerza. Sé que, después de esto, la barrera entre locura y cordura se ha desdibujado por completo, sé que he roto el velo que me separa de la realidad. La carne de Terry, inequívocamente viril, se yergue entre mis labios y contra mi lengua. Abro los ojos y quedo prendada ante la imagen de mi amigo penetrándome mientras yo beso y rozo toda la tenue piel de Terry, me entrego al deleite y adoro todo cuanto soy capaz de alcanzar. Terry abre más las piernas, expuesto, sin falsos pudores. Sabe que es espléndido y no le avergüenza explotarlo. Mi lengua ondula, mimo sus testículos y dejo rodar su miembro dentro de mi hambriento paladar, tanto como nunca antes. Las caderas de Terry se impulsan de adelante hacía atrás, libres, llenándome la boca con su sexo enhiesto, que derrama su salado néctar, empapándome la lengua.

Siento que soy capaz de llegar al clímax solo con estar aquí.

Terry no resiste y me obliga a parar. Muerdo mi labio y me pongo de pie. Albert gruñe detrás de mí mientras empujo a Terry lentamente hasta que sus piernas se encuentran con la cama y cae sentado. Sigo empujándolo hasta recostarlo completamente, dejando el esplendor de su ser dispuesto para mí. Con una lentitud increíble para mi grado de necesidad, me siento sobre él, saboreando la expresión en su rostro. Terry desnudo y excitado bajo mi poder. Me coloco sobre él y lo posiciono en mi entrada que palpita ansiosa. Luego, sin previo aviso lo hundo dentro de mí, enterrando cada trozo de su piel en mi cuerpo. Su carne caliente, gruesa y satisfactoriamente turgente, me llena. Terry gruñe de satisfacción, alzando su rostro, dejando ver su cuello y tomando mi cintura para guiarme, pero no lo dejo. Tomo sus muñecas y las llevo por sobre su cabeza antes de empezar a moverme sobre él, dejándolo entrar y salir a mi propio ritmo. Estoy tan enardecida haciendo a Terry mío que las manos de Albert sobre mis pechos me sobresaltan. Comienza a masajearlos y agitarlos, toma mis pezones con la punta de sus dedos y los deja erectos. Albert baja una de sus manos por mi espalda, pegando su cuerpo desnudo al mío, siento su pecho sudoroso y su erección punzando en mi baja espalda. Un escalofrío me recorre la espina dorsal y me eriza la piel cuando sus manos se posan en mis glúteos y los separa. Nuevamente juguetea con sus dedos, aflojando, esta vez, con delicadeza el apretado anillo de músculos, preparándome para algo mejor que sus dedos. Sigo moviéndome sobre Terry que mantiene una constante de gruñidos y jadeos, con su mirada vidriosa fija en Albert.

- ¿Quieres que lo haga, Candy? – pregunta Albert, su voz es poder y sensualidad.

- Sí… lo quiero… te quiero… - accedo entre entrecortadas respiraciones. Esos dedos me están matando, tengo el irrefrenable deseo de sentirme colmada y lo odio por hacerme suplicar y a la vez le adoro por ello – Te quiero dentro de mí…

Siento cómo mi amigo se posiciona para entrar en mí con cuidado extremo, deteniendo mis movimientos y pegándome a él, su aliento suave roza mi oído y me estremezco.

- Relájate… – me susurra con cariño y es obvio que la diferencia entre sus dedos y su miembro es abismal.

Suelto las manos de Terry y él y Albert se dedican a acariciarme, relajándome. Cierro los ojos y dejo salir un profundo suspiro, dejándome invadir totalmente por Albert. Gimo al sentirle, al sentirlos.

Es demasiado para procesarlo. Me arrojo al vacío sintiéndome plena, el dolor de ambos hombres dentro de mí se mezcla con un placer inconmensurable que colma cada poro de mi ser. Tomo una bocana de aire y me dejo caer sobre Terry, Albert aprovecha y comienza a moverse, anclándose a mis caderas, va lentamente y yo enloquezco con el ritmo cadencioso y los jadeos que escapaban de nuestros labios. Me adapto a su forma dentro de mi cuerpo y poco a poco lucho por recuperar el control, me levanto un poco y muevo mis caderas todo lo que puedo, combinando mis movimientos con los de Albert que va aumentando la velocidad, en un giro inesperado, Albert toma mis brazos y los alza por sobre su cabeza, ofreciéndole a Terry una vista de mi cabalgándolo. Mis pechos tiemblan, más pesados y sensibles, ansiosos… con hambre lamo, beso y chupo la lengua de Albert, mordisqueo sus labios. Lloriqueo al notar el suave tirón en mis pezones, que me provocan que miríadas de estremecimientos viajen raudas, erizándome de pies a cabeza. Terry sigue paseando sus manos por mi cuerpo llegando a mi sexo y hundiendo su pulgar en mis pliegues, acariciando frenéticamente ese punto y se dedica a hostigarlo, inmisericorde. Albert ríe y pellizca mi pezón, justo lo bastante para hacerme gozar, en la tenue frontera del dolor y el placer. Saberme allí, con ellos, es un pensamiento enloquecedor, que por un instante, pierdo el aliento.

Siento cómo mi cuerpo entero convulsiona, como mi vientre vibra y lleva a cada rincón de mí ser una sensación de placer extremo. Sé que pronto terminarán, que será duro y exquisito. Me sigo meciendo, dirigida por Albert y solo puedo pensar que nada me ha preparado para semejante tortura llena de sensualidad.

Terry jadea, respirando con fuerza. Su pelvis repercute y el calor crece mientras el tiempo pierde su significado. Latigazos de placer me recorren, una y otra vez. Y de nuevo. Nada más nos importa. Gimo en voz alta, notando los latidos del orgasmo de Albert y siento el modo en que Terry convulsiona, enterrándose una última vez de modo casi salvaje y saberlos en pleno éxtasis me lleva al borde.

Cálidas descargas me inundan y las acepto, todas y cada una de ellas me producen un goce que va más allá de lo físico. Invadida por ambos, grito y dejo que la ardiente oleada de poder me arrastre a donde sea que quiera llevarme.

Exhausta, quedo laxa en los brazos de mis amantes.

◦•●◉●•◦ ◦•●◉●•◦

La mañana me sorprende aún despierta. Siento el cuerpo gratamente dolorido en sitios que ni siquiera hubiese imagino que podían doler. Estoy enredada entre sábanas blancas, piel bronceada, cabello chocolate y dorado. Labios rojos que se hunden a ambos lados de mi cuello. Dedos largos y elegantes que me han llevado al éxtasis más veces de las que puedo recordar, y que ahora descansan sobre mi vientre. Y, de pronto siento el urgente deseo de regresar a mi cuarto. No hay pesar ni remordimientos. He vivido unas horas que no pertenecen a ninguna realidad conocida. Como cerrar los ojos y permitir que las fantasías más recónditas se conviertan en algo palpable. Me ven tomar el camisón y el modo en que me miran, sigue siendo el mismo con el que me desearon, entregándonos al placer.

Después de una larga ducha, Terry y yo regresamos a nuestras habitaciones. Ahora lo sé, comprendo y acepto. Los he probado a ambos, separados y juntos. Y no hay dudas ni pesares.

Voy a casarme con Frank y quién sabe, quizá Terry quiera venir a la boda en Lakewood y Albert y yo podamos mostrarle la cabaña del bosque.

FIN

A Sofia Saldaña, Barbrv, Evelyn Rivera Strubbe, Parisa21, susysen, Mi_aria, Jennyellizu y a Susana Ibarra les gusta esta publicaciòn

2Entre dos - Capítulo 3 Empty Re: Entre dos - Capítulo 3 Dom Ago 01, 2021 10:25 pm

Parisa21

Parisa21
Niño/a del Hogar de Pony
Niño/a del Hogar de Pony

Uff pero que trío tan apasionado!! 🔥🔥🔥 👏👏👏

3Entre dos - Capítulo 3 Empty Re: Entre dos - Capítulo 3 Vie Ago 06, 2021 12:40 pm

Mi_aria

Mi_aria
Niño/a del Hogar de Pony
Niño/a del Hogar de Pony

🔥🔥🔥

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