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Entre dos - Capítulo 2

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1Entre dos - Capítulo 2 Empty Entre dos - Capítulo 2 Dom Ago 01, 2021 9:30 pm

Ceshire

Ceshire
Niño/a del Hogar de Pony
Niño/a del Hogar de Pony

Capítulo 2

El primer recuerdo que tengo no es del frente, ni de los médicos que me atendieron. No, mi primer recuerdo es aquel cuarto oscuro, la luna brillando a través de la ventana y lo perdido que me sentía al no saber nada. Mi primer recuerdo es una joven vestida de enfermera, cabellera rubia, ojos verdes y una sonrisa llena de vida. Es mi nombre escapando de sus labios aunque yo no supiera que era mío.

Mi primer recuerdo es Candy. Mi enfermera, la jovencita que se preocupó por mí, que me siguió toda la noche y me rogo que no me fuera de su lado hasta recuperarme. Mi compañera, esa que busco un lugar donde pudiéramos vivir a pesar de todas las cosas en su contra. Mi amiga, con la que compartí cuarto y vida hogareña. Y sin darme cuenta deje de verla como todo eso para ver a la mujer de piel cremosa, labios delgados y apetecibles y ojos esmeralda. A ella. A Candy a quien miraba como si no existiese nadie más en el mundo. Candy que me escuchaba, que me sonreía. Candy, la mujer fuerte, cariñosa y hermosa en la que se estaba convirtiendo frente a mis ojos.

Candy que regresó totalmente destrozada de un viaje que debía cambiar no solo su vida, sino la mía. A la que vi anegada de lágrimas de dolor y que solo un año después encontré ahogada en alcohol y extrañando un amor que no podía ser. Candy, que con el corazón aún roto y la mente obnubilada por los rastro del alcohol de la noche anterior, me beso, me beso a pesar que estaba temblando tanto que casi no se sostenía sobre sus piernas. Ella cuyos labios calientes me arrancaron un jadeo de pura necesidad. Candy, que me susurró que me quería antes de salir corriendo a esconderse en el baño aún con las lágrimas saldas que caían por sus mejillas y que me empaparon la boca, mezclándose con la saliva y la sorpresa.

◦•●◉●•◦ ◦•●◉●•◦

La luz del amanecer se derrama sobre mí. Inspiro hondo y me desperezo, bajo de la litera y estiro los brazos mientras le miro de reojo. Desde hace meses no soy capaz de evitar ese leve cosquilleo en la boca del estómago cuando le tengo cerca. Lo he intentado todo, desde ignorarlo hasta romperme la cabeza pensando en qué es eso que me provoca. Tan sólo es él, el mismo de siempre. Me muerdo el labio y dejo vagar mis ojos por su cuerpo, los suyos están cerrados, una mano detrás de la nuca y la otra en el vientre, allí donde los pantalones de la pijama acaban, revelando una cremosa porción de piel. A través de los dedos relajados distingo esa línea de vello dorado que me ha obsesionado desde que la descubrí hace tiempo. El ceñido tejido es liviano, estrechando sus caderas y enmarcando el incitante bulto de la entrepierna, la forma elástica de los muslos bronceados y las pantorrillas cubiertas de crespo vello casi invisible. Mis pupilas regresan de nuevo por donde han venido, ansió más. La insana urgencia de inclinarme y apartar el estorbo de camisa del pijama es dolorosa, como luchar con la necesidad de respirar, es irresistible, me tiemblan las manos. Abre los ojos y me agito, jadeando con fuerza, estoy entre el pánico y esa claridad que al fin me hace aceptarlo todo. Quiero escapar, la vergüenza se mezcla con el anhelo y con la más pura de las angustias. Es él y soy yo, el aire arde en mis pulmones. Se acerca y no puedo seguir negándolo, engañarme ha dejado de ser una opción. Somos nosotros, pero ya nada parecer ser igual. Se acerca para constatar que este en mis sentidos después de ayer y mi exceso de alcohol. Me observa en silencio, su nuez oscila, arriba y abajo, suspira de alivio y quedo hipnotizada. La luz resbala tiñendo su piel. Mis latidos duelen, mientras le mido. Alza una mano y sus dedos acarician mi mejilla, gimo bajito, tiemblo y noto el modo en que su mirada me apresa. Me habla en silencio.

Lo beso y su boca esta tibia, sabe a libertad, a verano. Albert es caos y paz.

- Te quiero – susurro y escapo de sus brazos antes de que note mis lágrimas.

◦•●◉●•◦ ◦•●◉●•◦

- Candy… ¿estás bien? – estoy preocupado por ella, quería darle su espacio, pero llevaba toda la mañana encerrada en aquel cuarto. Sus ojos están hinchados a causa de las lágrimas, le tiembla la barbilla. Aquello tenía que ser grave.

- Lo siento, Albert – me dijo con voz rota, no solo por la resaca, sino por el llanto que no se ha molestado en esconderme más.

- No, no lo sient… - sus pupilas oscuras me hacen callar de golpe, hay tanta tristeza en ellas que mis palabras mueren sin ser pronunciadas.

Me acerco, rozando su tersa mejilla. Ella sorbe de modo cómico y se aparta un mechón húmedo del cuello pálido y delgado. Y yo soy incapaz de apartar los ojos de aquellos labios, Dios mío, están rojos e irritados, como si se los hubiese estado mordisqueando, como si se los hubiesen besado a conciencia. La imagen de esos dulces labios bajo los míos me causa un aguijonazo de sorprendente deseo.

No sé qué me incita a sujetarla de la mano y hacerla ponerse de pie. Quizá es el modo en que ella me mira, como si esperara algo de mí. A pesar de saber que Candy me gusta fui consciente en ese momento de lo jodidamente atractiva que era y ella me desarma por completo.

Con cautela, trace la suave curva de su barbilla y con el pulgar delinee el labio inferior, que se me antojo extremadamente excitante. Escuché el débil gemido que escapo de sus labios y sin pensarlo, la acerqué más, hasta que nos rozamos. Es bastante más pequeña que yo, así que levanto su rostro para que siga encarándome. Aparto un rizo de su frente y éste desprende una fragancia ligeramente especiada, exótica, nada que ver con esos olores dulzones de antaño. Me mojo los labios sintiendo el golpeteo acelerado de mi corazón, deslizo los dedos hasta llegar a su cintura, indeciso, deseoso de ir más abajo. Candy se siente cálida bajo mi palma, la fina tela de su camisón, que era lo único que evito que la noche anterior pudiera admirar su desnudez mientras la colocaba sobre la cama, me permite apreciar la firmeza de su curvilíneo y proporcionado cuerpo.

- Candy… - musito antes de ceñirla, sus senos turgentes se apretaron contra mi pecho y su espesa mata de cabello dorado me cosquillea la nariz mientras rozo sus labios. Jadee al sentir la lengua de Candy uniéndose a la mía, sus uñas erizándome la sensible piel de la nuca. Con gula, abro la boca, dispuesto a devorarla, a volverla loca de deseo, a hacerla olvidar.

Candy no habla, pero no hace falta, sus manos, que tiran de los botones de la camisa con decisión, me dieron la respuesta que necesitaba.

◦•●◉●•◦ ◦•●◉●•◦

- Candy – me susurra algo más ronco de lo que esperaba. No respondo, demasiado ofuscada por la situación.

¿Qué esperamos de esto? Por un momento siento que no conozco a este Albert, que es un extraño que me sopesa, serio e ilegible. Ojos azules, claros como el cielo. Labios sensuales. Una vena late en su cuello y, por primera vez en mucho tiempo, quiero dejar atrás toda la cautela. Se inclina y besa mis labios.

Llevo meses ignorando ese sentimiento, que me avergüenza, porque no es algo romántico o dulce, es crudo deseo por mi mejor amigo. Pura y simple atracción, animal, incorrecta, pero que me ahoga por las ganas de hacer realidad cada fantasía que he ocultado, incluso a mí misma. Es un caudal que se escapa sin contención posible.

Gimo cuando los dedos de Albert se curvan contra mi nuca, acunándome y me guía, abriendo su boca. Su lengua es dócil al principio. Empezamos a luchar con violento anhelo, meses de miedos, de amistad borrados en un plumazo por el ímpetu del beso que compartimos. Ya no hay suavidad, ni cautela, nos oprimimos, jadeando dentro de la boca del otro.

- Albert… - gimo al apartarme. Estoy espantada del placer que recorre mis venas con un impulso enloquecido.

- Candy… - responde con una sonrisa. Dedos bronceados en mi mejilla - ¿qué quieres de mí, Candy, qué deseas? – tomo distancia y me apoyo en el umbral de la puerta del baño, de espaldas a Albert y siento su mirada. Tiemblo porque no sé qué responder. Porque temo hacerlo. Sin embargo, él no está dispuesto a dejarme pensar. Se acerca en dos zancadas y siento su calor corporal abrasándome la espalda.

Siento sus manos en mi cintura, reptando sinuosas mientras me empuja tiernamente hacía la habitación. Los músculos tensos del vientre de Albert se frotan contra mi espalda y resuello en voz alta al sentir sus palmas abiertas amasando mis pechos, pesándome contra la incipiente erección que se aloja en mi espalda baja.

- ¡Dios! – juro con ahogo. La lengua juguetona de él me recorre el cuello, trepando hasta alcanza el lóbulo de mi oreja. Me erizo entera, oleadas ardientes que me impulsan a buscar más de esa lengua.

Una mano aferra mis caderas, otra desciende hasta el vórtice entre mis muslos. Hay labios rojos devorando toda la piel que encuentra a su paso y quiero llorar, porque el goce es tan esplendoroso que no puedo contenerlo o evitarlo, mucho menos, apartarme de él.

- Albert… esto… es un error, una locura… - me lamento, aferrándome a la brizna de cordura – eres mi paciente, mi mejor amigo – murmuro. Sus labios me humedecen el cuello, subiendo y bajando y sé que me volveré loca si él no hace algo, lo que sea.

- Esto no cambiará nada, Candy – dedos en mi vientre trazándome las caderas, desquiciantes, lascivos y perfectos. Apoyo la nuca en el hombro de Albert e inspiro hondo el aroma masculino que me enardece. Lentas oleadas de magia como tibias favilas, rebasando despacio por mi anotomía, prometiéndome la gloria.

- Dios… - lloriqueo, antes de rendirme. No puedo evitarlo. Hay demasiadas ansias en mí, demasiada hambre por aquella boca, por aquellas manos, por aquel aroma. Musito una plegaria mientras me dejo hacer, mientras siento cómo las prendas que cubre mi pubis desaparecen y esos dedos me tocan.

Se hunden entre mis pliegues, incitantes, me abren y me exponen. Me llevan al borde. Labios suaves en mi cuello, una boca que me decora mientras me murmura palabras provocativas, bebiéndose mi aliento a largos sorbos.

- Te deseo, Candy – lame mi garganta con glotonería. Los parpados pesados ocultan el fulgor azul - ¿me deseas tú? – gritó, me muerdo los labios mientras una de mis manos busca a tientas el cuerpo de Albert, tiro y le acercó. Hundo las uñas en su carne que esta satisfactoriamente vigorosa. Noto los latidos de la erección que se clava en mis caderas - Dímelo, Candy – me ordena con rudeza – dime que me deseas.

- Sí… te deseo, te deseo mucho, Albert – admito y el orgasmo me arrolla, noto que le mundo desaparece y no hay nada salvo el goce, caliente y líquido, que me deja laxa dentro de esos brazos, entregada a esa boca, dispuesta y totalmente rendida. Saciada, pero aún insatisfecha.

Jadeamos juntos y nos besamos una y otra vez. Aunque intento esconder la duda, mi mente esta escindida, arrastrada, en ella solo hay lugar para sentir el supremo placer de saberme deseada. Rozo con las yemas el contorno de su pene, más grueso y caliente de lo que me había imaginado. Y la anticipación, me hace temblar. Mientras noto como la candencia de Albert me recorre, me insta y me pide.

El juego solo acaba de volverse aún más apasionante.

◦•●◉●•◦ ◦•●◉●•◦

No sé cómo, ni cuándo fue que termine sentado y, a horcajadas, Candy me monta. No llevo camisa. Mis dedos se pierden debajo de ella mientras murmuro entre caricias y besos lo hermosa que es. Mis muslos se abre y Candy me susurra algo que no logro escuchar nada que no sea el retumbar de mi corazón, solo hasta que se desliza de mi regazo comprendo. Ronronea contra mi vientre, que se ha arqueado bajo sus atenciones. Echo la cabeza hacía atrás, gimo y me muerdo los labios.

Candy sostiene mi sexo un instante, lo mira con hambre manifiesta, pero aún está musitándome algo que sigo sin comprender mientras rebullo inquieto bajos sus caricias. La lengua de Candy circula el glande, lento, tan despacio que quisiera gritar y pedirle que lo tome en su boca y termine con mi tortura. Ella adopta una postura entre mis muslos.

- Candy… - ruego y de nuevo, ella usa su lengua. Cierro los ojos mientras los húmedos sonidos de succión inundan la habitación.

Ella devora sin compasión mi miembro y me lamento en voz alta cuando Candy me lleva tan profundo que su nariz se hunde en mi pubis.

- Dios, Candy – y el ruego hace eco en mi mente y de nuevo ella usa su lengua, más succión, más repeticiones y yo jadeo sin resuello, mientras siento sus pechos a través de la liviana tela que se adhiere a sus erizados pezones. Y estoy por dejarme ir, pero no quiero, me resisto como puedo.

◦•●◉●•◦ ◦•●◉●•◦

Mi boca acaricia la erección pulsante de Albert que derrama una considerable cantidad de fluido transparente, tan apetecible que mi lengua saborea. Nunca antes había hecho esto, ya ni decir el crecente deseo de seguir de rodillas y dejar que él me llene la boca con su esperma. Aprieto mis muslos y percibo la humedad que se desborda de mí. El deseo de hundir mis dedos en mi sexo se vuelve intolerable.

◦•●◉●•◦ ◦•●◉●•◦

La tomó entre mis brazos y la desnudo mientras la conduzco a la cama de abajo. Esta vez soy yo quien toma la iniciativa. Mis dedos índices y corazón suben desde su sexo mojado, surcando su vientre, notando cómo los oblicuos palpitan. Mis yemas ascienden hasta frotar un pezón, y luego recorro su cuello. Encuentro mi destino entre los tiernos labios de Candy. Están húmedos e inflamados y un gemido complaciente acompaña el baile erótico de su lengua que empapa mis dedos. La saliva fluye, espesa y abundante.

◦•●◉●•◦ ◦•●◉●•◦

El lento ronroneo contra mi garganta me estremece. Las manos de Albert me recorren, y me dejo hacer al sentir sus dedos largos y elegantes liberándome de la ropa, desnudándome con pericia

Cada beso más ardiente, más demandante que el anterior, robándome la cordura con rapidez. Apenas soy capaz de articular queja testimonial antes de caer rendida entre las sábanas, estrechándole con más fuerza, buscando todo el contacto posible con el cuerpo ágil que me domina con su peso, manteniéndome presa y ansiosa.

Le deseo, le necesito. Aquel fino hilo que une sus dedos y mi boca se deshace. Albert me devora la boca mientras baja la mano. Casi puedo entrever lo que hará, bajando lentamente me enloquece y me lamento insatisfecha mientras me tortura con la parsimonia de sus movimientos.

Escucho un sonido gutural llenando la habitación y sé que es mío al sentir mis caderas, creando lentos círculos, círculos que ondulan. Mis muslos tensos se elevan y bajan, jadeo más alto y pronuncio su nombre, una y otra vez, más fuerte, mucho más con cada movimiento.

Albert se yergue y se une a mí con una fluidez que me hace querer llorar por el apasionado desenfreno que me llena. Alzo las caderas, buscando más contacto, más fricción, más de aquel goce que hace que me falte el aire, que me tiemblen las manos, ansiando sentir su carne, su virilidad y dejarme arrastrar por el torbellino de sensualidad que derrocha mi amigo, mi amante.

Ruedo las palmas por los planos ondulantes de su espalda, maravillada de la fuerza oculta de esos músculos elásticos.

- Candy – gruñe con la voz ronca, mordiéndome el cuello antes de volver a devorar mi boca – me tienes loco – no puedo responderle, cada una de sus embestidas es como rozar el cielo con las manos. Gimoteo, abriéndome aún más. La sangre la siento hervir en mis venas, mientras me pierdo en aquellos ojos azules, insondables, que me desgarran y me arrastran más allá.

◦•●◉●•◦ ◦•●◉●•◦

El cabello de Candy esta empapado de sudor, al igual que el mío, una pátina viva la cubre y hace que brille, haciéndola parecer casi irreal, me mesó cada vez con más ímpetu contra ella que me devora. Apenas hablamos, demasiado ocupados en devorarnos con las manos, la boca, los dientes y con el cuerpo entero. Me levanto un poco y muerdo el cuello expuesto de Candy. Gruñimos entre besos cada vez más agresivos. Entierro mis dedos en sus caderas, y ella me abraza con sus piernas por la espalda impulsando el envite. Mis manos erizan sus pezones y luego mis labios hambrientos se encargan de martirizarlos. Suspiros vehementes salen de ella.

- Más, dame más, más rápido, más fuerte. Oh, Albert - seguimos repartiendo besos, lamentos, promesas hasta que el orgasmo la hace presa.

A Sofia Saldaña, Barbrv, Evelyn Rivera Strubbe, susysen, Mi_aria, Jennyellizu y a Susana Ibarra les gusta esta publicaciòn

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