Capítulo Uno
Nuevamente leo la nota que ella me ha dejado en el parabrisas de mi vehículo y la molestia se apodera de mi. Mi mano se cierra y arrugo con todas mi fuerzas sus letras queriendo que se haga trizas lo que ahí está escrito.
—¡Maldita sea mi suerte! ¿Por qué carajos tuve que regresar?
Comienzo a farfullar un montón de improperios donde ella y mi supuesto amigo son los protagonistas principales.
Arrugo al máximo la nota entre mis manos y la lanzo lejos de mi. Prendo el vehículo y aplasto el acelerador haciendo un sonido infernal…pero…algo me impide poner en marcha el maldito auto. Mis pies y mis manos sencillamente se han negado a dar marcha al carro y hago lo que es inevitable. Apago el vehículo y me desplomo sobre el volante a maldecir mi destino.
—Imbécil…eso es lo que eres, Granchester —me repito una y otra vez la misma frase para ver si mi orgullo de hombre responde, pero no ocurre. Cierro mis ojos en un intento desesperado de dejar de pensar en la maldita nota.
De pronto, la imagen de ella recostada sobre este mismo volante invade mi mente. Su olor está en mi mente y como si fuera una marioneta vuelvo a sonreír como un idiota solamente con recordar sus gemidos de éxtasis.
Mi sonrisa perversa aparece y su imagen desnuda y expuesta enteramente para mi, me persigue. Escucho sus gemidos de placer pidiendo que no detenga el asalto de mi lengua sobre su hinchada intimidad mientras enreda sus manos en mis hebras oscuras.
Como estúpido revivo ese momento de gloria y mi lengua comienza a lamer el volante. Seguramente el sabor del cuero y la madera que recubren el volante debe ser asqueroso, pero en mi mente está el sabor de ella…de su cuerpo…de su sexo dispuesto y exquisitamente inflamado para mi.
Su voz resuena en mis oídos llamándome solo a mí, pidiendo que mi lengua la devore sin piedad sus pliegues lechosos mientras yo me pierdo en una nebulosa de infinito gozo.
Mi boca saliva como perro en celo sintiendo su sabor en mi lengua y mis manos no dejan de apretar el volante como si fuera lo último que fuera a probar en esta vida.
Mis ojos se abren abruptamente y me topo con la realidad. Ella solo está en mi cabeza. Enderezo mi espalda y mi ceño nuevamente se vuelve a fruncir.
—¿¡Pero qué demonios es lo que estás haciendo, Granchester!? —me reprendo de manera furiosa —¡Estás lamiendo un volante! ¿¡Acaso te volviste un pendejo!?
Me recuesto pesadamente sobre mi asiento y revuelvo mis hebras castañas para alejarla de mi mente. Un largo suspiro sale de mis labios para tratar de bajar las revoluciones en la cual me he trepado tan solo por leer una estúpida nota.
— ¿A qué juegos, Candy? —es la eterna pregunta que sale de mis labios.
Nuevamente hago el intento infructuoso de prender mi coche, el motor ruge furioso porque otra vez le he impregnado todo el peso de mi pie al acelerador. Estoy a segundos de dar marcha, pero mis ojos la ven venir desde lejos.
El sugerente caminar de ella me pone nervioso. La larga cabellera dorada se sacude con el viento y me seduce con su movimiento. Su gesto es tan natural que a veces dudo de mi cordura. Se ve tan tierna y suave como si fuera una dulce hada de las flores, pero entre mis brazos se transforma en fiera que devora sin piedad mi piel.
Escucha el rugido de mi coche y me mira fijamente, me reta a irme sin mover un solo dedo, tan solo su sonrisa me detiene y termino por ceder. Apago el coche y ella sonríe triunfante.
Se acerca con mucho disimulo a mi auto y revisando que nadie la espié, se sube. Ella ignora el infierno que ha le causando a mi mente con una simple nota. Con una inocencia que me estremece, se acerca a mí y me da un ligero beso en la mejilla.
—Hola, Terry. Por un momento pensé que te irías.
La suave voz de ella me calma y a la vez me altera. Aún no sé qué carajos provoca ella en mí, pero es un mar de sensaciones que yo mismo no las entiendo.
Asiento mi cabeza a manera de saludo y nuestras miradas se conectan. Ella sonríe y yo estoy a nada de derretirme, pero frunzo mi ceño como una válvula de escape. —¿A qué juegas, Candy? —nuevamente pienso en eso.
—¿A dónde vamos? —pregunto y sin notarlo mi voz se escucha molesta.
—A un lugar donde nadie nos moleste, pero…si te incomoda mi presencia lo podemos dejar para otra ocasión.
Aprieto el volante y estoy a punto de mandarla al carajo, pero mis ansias por probarla son mayores.
Una vez más el motor de mi coche ruge y mis pies por fin responden a mi orden. Arranco el automóvil y como autómata me dirijo al mismo lugar donde ocurren nuestros encuentros clandestinos. El trayecto se realiza en absoluto silencio, no obstante ella sonríe y me mira de forma cautivadora mientras coloca música en estéreo.
La veo menearse en el asiento al ritmo de esa banda coreana BTS. Mi cara no puede evitar sonreír al verla tararear la melodía en un idioma que no entiende ni papa, pero ella insiste en cantarla.
Sus perfectos pechos se bambolean al ritmo de la música y mi boca comienza a salivar. La desgraciada no tiene puesto un sujetador y el frío del aire acondicionado ha hecho que sus pezones comiencen a reaccionar.
Me parqueo en la misma calle desolada tras unos enormes edificios. A estas alturas de mi vida ya considero mío este callejón, pues justo aquí yace muerto mi orgullo de hombre. Ella lo asesina cada vez que se encarama sobre mí y me pide que le haga el amor.
Por momentos mis ojos se pierden en el azul del cielo y la imagen de un avión surcando el firmamento me abofetea mentalmente. El momento de poner las cosas en claro entre nosotros ha llegado y empiezo la conversación.
—Dime, Candy ¿para qué querías verme?
—Me enteré que pronto viajarás, ¿es cierto?
—Si, es verdad. Mi agente me ha informado que me dieron el papel protagónico. Seré el nuevo James Bond, así que en un mes me esperan para comenzar el rodaje.
—¡Woow!, el nuevo 007. Así que le ganaste el papel al mismo Henry Cavill. Y dime…¿a dónde se supone que te irás esta vez?
—Al Cairo.
—¡Egipto! ¿Por qué tan lejos? ¿Es que no podían filmar aquí en EEUU?
—Ja, ja, ja. Yo solo soy el actor principal, no el productor ni el director. Me da igual donde se lleve a cabo la filmación. Y realmente prefiero que la película sea filmada lo más lejos posible
—¿Por qué quieres irte tan lejos? ¿Y nosotros? ¿Qué pasará con nosotros?
La miro de frente sin entender su postura. Mi ceja izquierda se levanta en clara señal de consternación. Decidido a zanjar esa estupidez que acaba de decir y me dirijo a ella de manera clara y franca.
—¿A qué juegas, Candy? Sabes perfectamente que no existe un “nosotros” así que tu pregunta está demás. Lo que ha habido entre nosotros solo ha sido la calentura del momento, el deseo de la piel y ya.
Ella se molesta, la veo tomar su cartera y abrir la puerta del coche con intenciones de marcharse. Actúo rápido y la detengo antes de que salga.
—¿A dónde vas? Fuiste tú quien me citó, ahora te quedas.
—¡Suéltame! Primero me tratas como una cualquiera ¿y ahora quieres que me quede?
Furioso por su respuesta, yo también decido atacar y dañarla con mis palabras. —¿Acaso me quieres volver loco? hablas de un “nosotros” que claramente no existe y luego te enojas porque te digo la verdad. Fuiste tú quien decidió que no existiera nada entre los dos, decidiste que no valía la pena esperar por mí y aceptaste los galanteos de ese infeliz que alguna vez dijo ser mi mejor amigo. ¿Acaso me perdí de algo?
—¡Eres un idiota, arrogante!
La tomo de la muñeca y la obligo a entrar al auto. Ella pone resistencia, golpea mi pecho con toda la fuerza que puede, pero su menuda figura no hace mella en mi. La obligo a mirarme, sostengo su rostro con demasiada fuerza y veo como sus lagunas están a punto de desbordarse.
—¡Basta, Terry! ¡Me haces daño!
—¿¡Daño!? ja, ja, ja ¡Por dios, Candy! Yo no te puedo hacer más daño del que tú me haces a mí. Cada vez que me miras, mi corazón se parte y mis fuerzas se derrumban. Soy yo quien debería decirte que pares de hacerme daño.
La veo llorar y mis fuerzas flaquean. Estaba decidido mandar todo esto al mismísimo infierno, pero verla llorar me sobrepasa. La sostengo con fuerza para que deje de forcejear y la aprieto hacia mí. Ella insiste en romper ese abrazo, pero yo no la dejo.
—¡Déjame!— me grita, pero yo hago todo lo contrario. La tomo de la nuca y la beso con fuerza, ella no quiere, me rechaza, muerde mis labios, pero yo no la suelto. Mi boca prueba el sabor salado de sus lágrimas mezclado con mi propia sangre y me siento miserable.
Me empuja y logra asestar una fuerte bofetada en mi rostro que yo recibo resignado. Golpea mi pecho con rabia.
—¡Eres un patán! ¡Un idiota!
Agacho mi rostro sintiéndome una basura. Sé que me he portado como un barbaján sin que exista una sola excusa que avale mi comportamiento. Reconozco mi error y solo le pido una cosa.
—Discúlpame, por favor. Ahora…márchate y olvida esto.
Ella está estática, sus manos tapan su boca para acallar sus sollozos. Sé que está por irse así que cierro mis ojos para no verla alejarse de mí.
De pronto siento que sus brazos rodean mi cuello, ella no se ha ido, al contrario se aferra a mí y comienza a besar mi cara con desesperación.
—Perdóname — susurra mientras desparrama sobre mí innumerables besos y caricias que me desarman.
—Candy…
—Shhh…no digas nada, solo déjame estar aquí. No me juzgues
—Pero esto no nos hace bien…¡debemos detenernos!
—Tampoco me hace bien estar lejos de ti.
Acaricia mi melena y literalmente dejo que ella haga lo que quiera conmigo. Se trepa a mi regazo a horcajadas y la veo sacarse la blusa y exponer la desnudez de sus senos. Comienza a lamer mi boca mientras sus manos se entierran en mi nuca y yo me dejo hacer.
Antes de ella no había sido un santo, pero desde que ella entró en mi vida todo cambió. Mis pecados los estoy pagando con esta agonía de la cual no quiero salir.
La pasión se apodera de nosotros y comenzamos a devorarnos sin miramientos ni restricciones. Sus pechos se amoldaron a mis manos y mi virilidad se inflamó con solo rozar sus glúteos. Ella jadea de gusto al sentirme duro, necesitado y totalmente desesperado, y sin piedad se restriega en mí.
—¡Candy! Para, por favor —le ruego en un hilo de voz. Su juego solo es un disparo directo a mi corazón, pero ella insiste en apuntar directo y jalar el gatillo. Sabe que es la dueña de la moneda de dos caras, pues la ha lanzado al aire y caiga como caiga la moneda, ella será la ganadora.
Totalmente embobado y lujurioso por sus caricias la veo apartarse ligeramente para luego continuar con su asalto a mi entrepierna.
—¡Demonios, Candy! —gruño de deseo y ella solo responde mordiendo sus labios. Sacude su melena y mi mano inmediatamente la atrapa.
—No me dejes pensar, Terry —me dice con esa voz suave de niña mimada, pero luego se transforma en fiera en celo, introduce su mano en mi bragueta para hacerme delirar.
Sus manos son las perfectas carceleras de mi dureza. Como si fuese una maestra empieza su recorrido excitando más mi cuerpo. Trago en seco cuando veo su lengua rozar la punta húmeda de mi masculinidad y ella totalmente seducida por el deseo devora mi anatomía
—¡carajo! —gruño entre cada jadeo que emito. Ella es capaz de unir el cielo y el infierno con solo tocarme de esa manera. La veo disfrutar del sabor salado de mi esencia y de la tortura placentera de la que soy objeto. Si en este momento me pidiera bajar al abismo, yo sencillamente lo haría y moriría gustoso.
Sus labios son una obra de arte. Lame, juega, succiona como una diosa y yo simplemente me derrito de placer ante lo que su boca le hace a mi cuerpo sensible.
Estoy perdido, lo sé. Ella juega conmigo y con el otro idiota que al igual que yo ha caído víctima de sus encantos, de su dulzura, de su inocencia. Seguramente él está en su enorme despacho metido de narices en su trabajo mientras yo estoy siendo esclavo de ella y dejándome arrastrar por mis bajas pasiones.
Me mira con esos infinitos ojos verdes oscurecidos por el deseo y me pide que la cubra con mi esencia.
Estoy a punto de perderme en mi delirio mientras ella succiona una y otra vez mi virilidad. De pronto, a lo lejos del callejón divisó a alguien que absorto nos mira desde el interior de su automóvil. Por su melena dorada intuyo de quien se trata. Sonrío con malicia y mi mente pecadora planea que el intruso observe detenidamente lo que está a punto de ocurrir. Acaricio sus rizos desordenados y la obligo a mirarme.
—Súbete —le digo, y ella sumisa abandona mi erección para obedecer mi orden. Se arremanga su falda negra y me deja ver lo que tanto codicio. Su entrepierna apenas si está cubierta por una diminuta braga rosa la cual rompo con facilidad. Se sienta sobre mí y la gloria es completa. La siento completamente mojada y deseosa de sentirse clavada en mi. El vaivén de sus caderas y el frenesí de nuestros cuerpos es una locura.
Miro a través del cristal del parabrisas y el idiota de su primo sigue mirando como nuestros cuerpos se aman. Nuevamente sonrío con malicia y lujuria hasta lograr que ella grite mi nombre una y otra vez mientras se corre para mi.
Sé que el imbécil nos ha escuchado gemir y ha visto el vehículo moverse al ritmo de nuestro frenesí.
Mi mente perversa y maliciosa no hace otra cosa que repetir una y otra vez. “Mírate imbécil, mira como ella es mía y goza entre mis piernas. Corre y dile a tu querido tío que ella es mi hembra”
Veo que el auto rojo se aleja sigilosamente y yo por fin me libero. Ella se desploma sobre mí pronunciando mi nombre en medio de un tortuoso “te amo” y yo solo sé que ella tiene mi vida entre sus manos.
El infierno se ha desatado, sé que tarde o temprano “mi amigo” vendrá a reclamarme por tomar lo que ya no es mío, pero me importa una mierda. Que venga lo que tenga que venir, por ahora solo quiero disfrutar el paraíso en los brazos de ella.
Continuará…
Gracias por leer mis letras