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SEÑORITA WHITE
ESCRITO POR YURIKO YOKINAWA
SONGFIC HEROINA SOLITARIA
DE PIMPINELA
ESCRITO POR YURIKO YOKINAWA
SONGFIC HEROINA SOLITARIA
DE PIMPINELA
Las sábanas blancas resbalaron de nuestros cuerpos, él estaba a punto de tomarme, sus ojos azules poseían mis ojos verdes, no quería que terminara, estábamos a casi nada de explotar como dos estrellas que colisionan. No aparta su mirada sobre la mía, encajo mis uñas sobre su espalda tonificada. Lo va a decir, al fin lo hará, con voz ronca me dice: “Señorita White…”
Tintintin,tintintin, tintintin. Envidioso despertador que osa interrumpir el más húmedos de mis sueños. Siempre me despierta cuando él está a punto de decirme que me ama. Me levanto, tomo el reloj rosa de la mesita de luz y cancelo la alarma. Me pongo el batín del pijama y me dirijo a la regadera. En lo que se calienta el agua procedo a lavarme los dientes, veo el reflejo de mi rostro por el espejo. ¡Oh por Dios, me veo fatal! Observo que empiezan a notarse las primeras líneas de expresión, el tiempo no pasa en vano, y, al paso que voy, estaré para vestir santos. No es por falta de pretendientes, no podría permitirme una relación a sabiendas que mi corazón pertenece a alguien más, a esa persona a la que le he dedicado mi vida desde que ocupó la presidencia de la empresa de su padre.
Me pega un susto el segundo tono de alarma, me embobé al pensar en él. Hasta despierta sueño o recuerdo alguna fantasía cuando estoy frente a su escritorio tomando notas. ¡Contrólate! me recrimino, si no me apuro me darán las siete y ya no me dará tiempo de preparar el desayuno y el almuerzo. Guisar mis alimentos me permite ahorrar unos cuantos dólares, ese extra me sirve para mantener al dueño de mis quincenas que siempre me espera sin hacer reclamo alguno en caso de llegar tarde por las comidas o cenas de negocios que tiene mi jefe con empresarios nacionales o extranjeros.
Escucho como kleen rasca la puerta con sus patitas, si no le abro comenzará a maullar como desquiciado, le encanta el drama a mi bebé, pero aún así lo quiero. Le abro la puerta, entra saludándome con su erguida y esponjosa cola, se restriega en mis piernas, le hago un mimo mientras le acaricio su cabeza, le doy los buenos días, deslizo el cancel para darme un buen merecido baño.
Con la bata de baño y una toalla en la cabeza, danzo sobre la cocina, coloco dos platos en la mesa, le sirvo a mi patrón su latita de alimento húmedo mientras yo me sirvo un desayuno balanceado, para eso, ya tengo guardado en un contenedor el almuerzo y una botella de dos litros con agua de fruta temporada. Trato de no complicarme la vida, soy demasiado práctica, mi profesión me ha enseñado a ser más disciplinada con lo que hago. Verifico que el arenero, comedero y bebedero de klean estén en orden. Miro el reloj de pared, si no me apuro se me hará tarde, no puedo retrasarme. corro al baño, me lavo nuevamente los dientes, me hago una coleta y me aplico un suave maquillaje como todos los días. Le digo a mi reflejo que algún día dejaré de ser menos princesa, me pondré escotes, minifaldas, un pronunciado maquillaje, uñas y largas pestañas, seré atrevida, decidida e irresistible, sí, claro que sí, iré a los lugares a donde van esas damas de sociedad y dudosa procedencia moral para ver si así puedo llamar su atención.
Abro el clóset, está compuesto por el setenta por ciento de ropa de oficina, quito del gancho una falda negra entallada hasta la rodilla junto a una blusa blanca almidonada de manga larga, lo acompaño con un saco a juego con la falda. Me pongo medias de seda, visto la ropa y accesorios seleccionados. Tomo el almuerzo y me dirijo al recibidor, me pongo mis zapatillas favoritas, cojo las llaves del coche, el bolso, me despido de mi peludo bebé y cierro la puerta del departamento con un código de seguridad.
Como secretaria ejecutiva del jefe debo de ir lo más tradicional, pulcra y lo más conservadora posible. Como parte del gremio, somos la viva imagen de la empresa, y, en lo personal, soy la mano derecha del jefe en cuanto compete a mi profesión aunque luego me agregan un plus, aunque no sea muy de mi agrado es algo que debo de hacer a pesar de mis sentimientos.
Estaciono el vehículo, miro mi reloj de pulso, llegué quince minutos antes de las diez, me asomo al espejo del retrovisor, constato que no se haya salido algún mechón de mi rubio cabello ya que luego al jefe le da por acomodarme los rizos detrás de mi oreja, esa acción, consciente o no me pone nerviosa, me consume por dentro de solo sentir el roce de sus dedos. Tomo mi almuerzo y bolso, camino a paso veloz, checo la entrada con mi huella digital, saludo a todos por su nombre, conozco a todo el personal, cada historia de vida, algunos tienen más o menos antigüedad y otros van y vienen como empleados de la empresa.
-No dejes que se cierre el elevador.- Entre risas le digo a mi amiga Patty. Ella es secretaria al igual que yo pero del ingeniero Cornwell. Es un secreto a voces que ellos dos tienen un romance. Cómo me gustaría estar también en su situación amorosa, pero la diferencia entre ellos, mi jefe y yo es que ellos son solteros, y, por el tiempo que llevan juntos, no dudo que en un futuro formalicen su relación. En los escasos segundos que dura nuestro viaje para el cuarto piso, platicamos sobre lo que hicimos el fin de semana. Nos despedimos y dirigimos a nuestros respectivos escritorios que se encuentran ubicados afuera de cada oficina.
Quito una pelusa olvidada a la placa que reposa en una esquina del escritorio. “Señorita White, secretaria ejecutiva.” Enciendo el computador, reviso la agenda de citas y actividades personales del jefe. Corroboro la información con la agenda de la computadora. No debo pasar nada por alto, estar aquí me ha costado demasiado esfuerzo y sacrificio como para perder mi empleo o tener un cambio de oficina por un descuido. Antes de mi pasaron por este puesto otras compañeras, en aquel tiempo el presidente de la empresa era el Licenciado Richard Grandchester, actual dueño y padre de mi ahora jefe. Yo era una simple becaria con mucha sed de aprendizaje próxima a graduarse de secretaria ejecutiva. Todo mi conocimiento teórico lo transformé en práctico, pero, lo más importante de todo, aprendí a oír, mirar, callar y tener presente cuál era mi lugar en la oficina. En aquellos años era demasiado joven, pero madura para mi edad. La vida me quitó algunas etapas que un ser humano normal debe tener. Al ser huérfana de nacimiento y criada en el mejor orfanatorio pero sin la suerte de ser adoptada me permitió con la ayuda de las dos buenas mujeres encargadas del lugar a estudiar un oficio o profesión mediante el sistema de becas y convenios que tienen con escuelas y universidades. A un año de recibirme, de percibir un pequeño incentivo por el servicio social, me dijeron que era tiempo de volar del nido para darle el lugar a alguien más. Fue triste, pero era algo que tarde o temprano tenía que suceder. Tomé mis pertenencias y a mi querido amigo Kleen cuando encontré un pequeño cuarto de sótano en un viejo edificio de la ciudad. Acepté con cariño el rosario que me obsequió la hermana María y los demás detalles por parte de los niños, por último abracé a la señorita Pony y le hice la promesa de ayudarles cuando tuviera mejor solvencia económica. Y así lo hice hasta el día de hoy.
Recuerdo cuando llegó su hijo a la empresa, él entró como uno más, él había estudiado la universidad en el extranjero, según el señor Grandchester en la cuna de un país de un glorioso pasado, Inglaterra. No sé por qué, pero el licenciado me tomó afecto, había ocasiones que me hablaba de su familia, en especial de su único hijo, si me pedía mi opinión, se la daba, si no, pues no. Un día llegó abatido, para eso había despedido días atrás a su última secretaria por hacerle perder un viaje de negocios a Hong Kong y yo ocupaba ahora su lugar, me había dicho que mi trabajo hablaba más que mi currículum solo que debía ampliar mis conocimientos en otros idiomas aparte del francés, italiano, e inglés británico para poder ser su traductora y compañera de algunos viajes de negocios. No sabía cómo decirle que por el momento no podía costear las clases por mi crisis financiera pero se vino más adelante la conversación de su hijo y fue así que el licenciado Grandechester me apadrinó las escuelas y me subió el sueldo al tener más responsabilidades laborales.
Estaba cotejando unas operaciones financieras de los trimestres transcurridos durante el año cuando llegó el licenciado después del almuerzo con lentes oscuros, rara vez llegaba así, cuando eso sucedía sabía que algo había pasado con él. No saludó a nadie en el camino, no pidió su té ni utilizó el intercomunicador para pedirme los balances que había solicitado en calidad de urgente unas horas atrás en mi teléfono personal. Tenía rato encerrado, ya había comenzado a preocuparme, tomé la carpeta y toqué suavemente la puerta de la oficina, al no escuchar respuesta me tomé el atrevimiento de entrar. Estaba de espalda mirando el ventanal, los rayos del sol del ocaso lo hacían ver más imponente. -Señor Grandchester, traigo la carpeta que solicitó, una serie de mensajes y citas que debe atender a la brevedad posible.- Le hablé como toda una profesional, no pude evitar acercarme cuando me dijo que dejara los balances, cancelara las citas y que lo dejara solo, mejor aún, que me fuera a casa. Él no era él jefe, él no actuaba así en cuanto a trabajo se tratara, debía ser algo personal, no me atrevería a meterme en lo que no me incumbe, pero mi parte sensible me decía que debía preguntarle si estaba bien, quizás con escucharlo podría aminorar su sentir en caso de que él quisiera hablar como en algunas cosas lo hacía.
Estaba por retirarme cuando él habló. Me preguntó si alguna vez había decepcionado a mis padres o les había hecho pasar un disgusto. Me quedé callada ante su cuestionamiento, jamás me había hecho algún comentario personal. Al final, yo terminé hablando, el licenciado me escuchaba con atención. Pidió dos tazas de té y galletas, lo recibió en la puerta y me acercó una caja de pañuelos para secar mis lágrimas. No eran lágrimas de lamentaciones, eran lágrimas de agradecimiento a la vida por haberme permitido ser lo que ahora soy gracias al amor y generosidad de mis dos madres. En un inicio no entendí el cambio emocional del señor Grandchester, pero días después lo comprendí cuando su hijo llegó a ocupar un puesto que jamás ocuparía el hijo del dueño de una empresa a nivel mundial y por otros acontecimientos que se suscitaron con el paso del tiempo.
El hijo del licenciado no se comparaba en nada con su padre, no sé si por la diferencia de edad, porque no tenía el sentido de la responsabilidad o porque recibió todo a manos llenas incluyendo los mejores tutores, instructores deportivos, colegios y universidad. Se me hacía muy niñato que se comportara como un adolescente, no era justo para alguien que había trabajado tanto para hacer más grande ese imperio familiar de varias generaciones. En cualquier lado lo hubieran despedido y creo que ganas no le faltaba al licenciado pero solo lo bajaba de puesto hasta que le quitó el último vehículo que le quedaba y sus cuentas bancarias. No era algo que me dijera sino que me daba cuenta porque era su secretaria.
En algunas ocasiones me topaba al hijo del licenciado en el elevador, es ahí donde aprovechaba para incordiarme con las pecas de mi rostro, y, cuando iba a ver a su padre, apoyaba sus brazos en el escritorio y ponía su cara frente al mío para coquetearme, no podía evitar sonrojarme, desde que lo vi me gustó y conforme lo iba conociendo me iba enamorando, me di cuenta que no era una mala persona, era la única forma de reclamar la ausencia, falta de tiempo y amor a sus padres. Un día lluvioso me lo encontré en la calle, paré mi coche y le ofrecí llevarlo a su casa. Fue la primera y única vez que tuvimos una conversación civilizada sin tocar temas personales, también, fue un grave error haberlo llevado, había olvidado mi ética profesional y de las consecuencias que podría haber, porque al día siguiente llegó una mujer rubia, lacia, más alta que yo y de mi edad con siete meses de gestación, se presentó como la esposa del dueño de la empresa que me daba de comer. La única esposa que conocía era la señora Baker, estaba confundida, ni siquiera entendía sus reclamos e insultos hasta que el licenciado salió de su oficina, me ofreció una disculpa, metió a la mujer y me pidió que localizara a su hijo inmediatamente. Así lo hice, no tardaron casi nada, los dos salieron fúricos, sobre todo ella que no hacía más que masajear su vientre por el mal rato que había pasado.
Con el intercomunicador el licenciado me pidió que ingresara a la oficina, volvió a disculparse nuevamente y me prometió que jamás volvería a pasar por algo así. Su palabra fue cumplida porque el joven Gandchester nunca volvió hacer un intento de seducción o de molestarme, a partir de ahí dejé de ser la señorita pecas para convertirme en la señorita White.
A la señora Susana dejé de verla, tenía prohibido ingresar a las instalaciones. Los dos parecían ser tal para cual y esa era la molestia y decepción del señor Grandchester. Su hijo no se recibió con honores ni terminó su licenciatura en los años contemplados para egresar, ella no concluyó su carrera, sus malas decisiones los orilló a casarse sin amor porque esperaban un hijo, y, a pesar de eso, los dos seguían teniendo vida de solteros. No les importó que les quitaran de a poco sus comodidades porque los padres de ella le habían dado una tarjeta de crédito ilimitado hasta que sucedió lo inevitable. Dos años después Terence Grandchester tuvo que sentar cabeza cuando su solvencia financiera se les fue como agua al quebrar los negocios de sus suegros con la recesión financiera a nivel mundial y el infarto que tuvo su padre en la oficina debido a una discusión que tuvieron.
Me volví necesaria para mi nuevo jefe, conocía a la perfección el teje y maneje de la empresa. Con el tiempo su padre le dejó el control total de la misma, su hijo Terence era un tigre en los negocios. Creí que me despediría luego de su nombramiento oficial como director pero no lo hizo, también notó las cualidades que su padre vio en mí como secretaria ejecutiva. Ser secretaria es una de las tantas funciones que realizo y aunque me duela y muera de celos porque lo amo, también la hago de celestina con sus múltiples amantes al mandarles regalos y flores o de agendar cenas o viajes de placer disfrazados como trabajo.
Así ha sido todos estos años con él, ocho años a su servicio siendo la señorita White, una secretaria que no oye, no mira, siempre atenta, la que no dice nada, la que ha sido testigo de sus fracasos, de sus triunfos y de su vida familiar. La que puntual está a las diez en la oficina sin importar qué tan gris sea la rutina, qué tan tarde tenga que salir por sus citas clandestinas ni todo el dolor que me provoca este amor invisible, imposible entre los dos. No sabe como me quemo en el infierno cuando está en su oficina con alguna de sus amantes ni como hace que quiera tocar el cielo con mis manos cuando fantaseo en mi lecho con él, pero es algo que debo de esconder cada que entro al edificio de la empresa con mi mejor sonrisa.
-Señorita White, podría venir a la oficina por favor.- El jefe me llama por el intercomunicador, tomo la tableta para anotar lo que me indique. -La próxima semana es el tercer año luctuoso de mi padre, organice una ceremonia en su honor a las seis de la tarde, ya conoce la lista de invitados, también, necesito que arregle los pendientes que tenga, me acompañará dentro de quince días a Francia, compre tres boletos de avión, lleve ropa cómoda para que pueda salir, por último, reserve la mejor mesa para dos al restaurante Gramercy Tavern, envíe flores y alguna joya a mi esposa, mande a escribir en la tarjeta alguna palabra bonita y que la espero a cenar a las nueve de la noche. Cuando termine sus actividades puede retirarse.- Como siempre, no me mira cuando me da indicaciones, comúnmente centra su atención en el computador. El licenciado toma su maletín y saco, se afloja la corbata, toma su celular y llama a una de sus tantas amigas.
Llego a casa cansada, hay ocasiones que me gustaría tomar un descanso emocional pero no puedo, a todos lados llevo a mi jefe, incluso en mis más locos sueños. Saludo desde afuera a mi peludo bebé que me espera en la puerta, tecleo el código de acceso, entro e inmediatamente tomo en mis brazos a mi fiel compañero y me suelto a llorar, le digo que a veces me gustaría ser menos princesa, menos profesional, pero no, lo nuestro no puede ser, él es un hombre casado y, aunque estuviera divorciado, sé que nada cambiaría, solo me ocasionaría un dolor que no creo merecer, es mejor esconder lo que siento, prefiero ser feliz con mirarlo todos los días e imaginar que soy más que una secretaria cuando vamos a solas a algún viaje de negocio. Le digo a mi amigo Kleen que la karen niñera lo cuidará durante mi ausencia.
Luego de cenar y de darme un merecido baño enciendo la pantalla para ver en Netflix Mujer bonita y la primera parte de Cincuenta sombras de Grey. Al menos ellas no tuvieron que esconder su amor, no tuvieron que guardar silencio, no hubo esposa ni múltiples amantes. Algún día Kleen, algún día dejaré de ser princesa para ser una decidida mujer atrevida e irresistible que toma lo que quiere por su paso. Suelto nuevamente el llanto hasta quedarme dormida.
Salgo de mi coche, dejo a Candice y me convierto en la señorita White secretaria ejecutiva, saludo a todos con toda la actitud, le pido a Paty que no deje que cierre el elevador, los pocos segundos que tenemos para platicar es para compartir la noticia de su compromiso con el ingeniero Cornwell. “Si Candy, me estaba pidiendo que fuera su esposa cuando llamaste para que cuidara de Kleen, soy la mujer más feliz del universo.” Su felicidad era mi felicidad, tuve que abrazarla, compartía su sentimiento porque es algo que siempre he fantaseado con Terry. El timbre del elevador nos indica que hemos llegado al cuarto piso, nos despedimos para entrar a la gris rutina del trabajo.
Esa rutina gris se convierte en burbujas de suaves colores e ilumina mi soledad cuando él licenciado Grandchester aparece ante mí, sin regalarme una mirada me da los buenos días. Lo saludo con mi mejor sonrisa mientras veo como ingresa a su oficina. Mi corazón late desbocado como si fuera una adolescente enamorada de su maestro, pero en este caso, mi jefe. Suena el intercomunicador. “Sí señor Grandchester… ya están las reservaciones… los vuelos… confirmado la lista de invitados… su almuerzo con la señorita Elisa… le llamó su madre… junta con los directivos… su esposa no podrá llegar al colegio por los niños… necesito que me firme estos documentos… aquí están los balances que me encargó… las traducciones, sí, enseguida lo hago… en un segundo le traigo su té… Hasta mañana señor, que descanse.” Así son mis cinco días a la semana en la oficina, pero no importa porque estoy enamorada.
Una semana complicada, mucho trabajo, el jefe debe dejar todo en orden para poder marcharse a Francia sin pendientes que el licenciado Archibald no pueda resolver, él es el segundo a cargo, muy amigo de Terry y hermano del prometido de mi amiga Patty. El subdirector, aunque no es el dueño de la empresa, no suele hacer viajes de trabajo salvo el caso que sea necesario y si es así se lleva a su esposa, no le gusta dejar a su familia, no quiere ser un padre ausente ni esclavo del trabajo. Ha sabido equilibrar muy bien su vida personal con la laboral. El licenciado Cornwell se queda a cargo, mi jefe debe retirarse temprano para asistir a la celebración de otro año luctuoso del señor Richard Grandchester.
Estamos próximos al viaje a Francia, confirmo vuelos y reservaciones, tengo listo los archivos, documentos, planeaciones y todo lo necesario para la reunión de trabajo. Todo está en francés para que no haya duda de lo que se presentará. Mi jefe domina varios idiomas y es un buen orador. A veces nos tienen que pasar cosas para tocar fondo y a Terry le sucedió, me pregunto qué me tiene que pasar para dejar este amor que me consume lentamente, que en el fondo desea ser menos princesa y más atrevida para decirle la pena que sufro en silencio por su amor… Hasta yo misma me contradigo, quiero dejarlo, tenerlo… solo quiero que me quiera.
Una noche antes dejé a mi amigo peludo a casa de Patty, ahí estaba su prometido, aprovecharon la ocasión para pedirme que fuera su dama de honor, acepté con gusto, celebramos con una copa, el timbre de la puerta sonó, me ofrecí a abrir, ahí estaba él con una de sus tantas conquistas, luego llegó el licenciado Archibald con su esposa Annie. ¿Esperan a alguien más? fue la pregunta que hizo mi jefe, se suponía que estaban presentes todos los invitados. Fui a abrir, era la única que no tenía pareja, por lo tanto mis manos estaban desocupadas. Me llevé el susto de mi vida al ver a la señora Susana más enojada que otras veces. Por un momento la compadecí, no era justo lo que le hacía su esposo, pero ella también tenía culpa de su situación marital, ¿por qué no le pedía el divorcio si vivimos en pleno siglo XXI? Rápidamente mi mente escarbó por mi memoria y recordé que el padre de mi jefe les había hecho firmar un contrato prenupcial para garantizar la integridad del imperio Grandchester. Ni muerto permitiría que su legado familiar se dividiera en mil pedazos. Está de más mencionar lo que siempre sucede cuando la señora Susana sorprende al señor Grandchester y lo que la señorita White tiene que hacer para contentar a su esposa o amores. Mañana el licenciado tomará su vuelo a París y regresará a Nueva York como si nada hubiera pasado.
Estando en mi departamento termino de empacar la maleta, en la bolsa de mano acomodo la laptop que utilizo cuando llevo trabajo en casa, pasaporte e identificación. Todo listo, me digo, también me pongo a pensar en las sandalias y en el vestido veraniego que compré, me pregunto si se dará cuenta que traeré el cabello suelto y que no utilizaré colores oscuros. Si me dijo que lleve ropa cómoda es por algo, quizá me invite a dar la vuelta, ya que siempre que salimos de viaje nunca tenemos tiempo para conocer al menos yo la ciudad y si lo tenemos él sale por su cuenta para luego regresar acompañado a su habitación.
Llego como todos los días a la empresa, mi huella digital registra mi hora de entrada al edificio, he llegado una hora antes, debo recoger el maletín con los documentos que se utilizarán así como los boletos de avión. Al entrar a la oficina veo de espalda al señor Grandchester guardando la documentación que previamente había acomodado el día anterior. Sonrío porque me da gusto verlo y le doy los buenos días como toda una secretaria, sin voltear se disculpa porque no podré acompañarlo, él se haría cargo de la agenda. Me dio los días libres que estaban planificados, también me dijo que pasara a ver al ingeniero Cornwell para recibir una bonificación por las molestias ocasionadas. Del tiempo que teníamos como empleador y empleada jamás había tenido ese detalle más que su padre y nunca había viajado solo en cuestiones de trabajo, se me hizo extraño, pero aún así le agradecí el gesto, le deseé buen viaje cuando dio vuelta para salir, me dio las gracias sin mirarme y se fue.
Apreté mis ojos para contener las lágrimas, cuando los abrí me di cuenta que había dejado los boletos de avión sobre el escritorio, los tomé, corrí por todo el pasillo gritando señor Grandchester para poder darle alcance pero no lo conseguí, él ya había tomado el elevador, como pude bajé las escaleras con zapatillas en mano. Lo visualizé en el estacionamiento, detuvo sus pasos, estaba por abrir la portezuela del vehículo pero no lo hizo, se regresó, me detuve cuando llegué hasta él. “Señor Grandchester, los boletos…” me quedé con el resto de la oración en mis labios porque de manera espontánea se quitó los lentes oscuros para que sus azules ojos se posaran sobre los míos como nunca lo había hecho, me doy cuenta que el tiempo también amenaza con llevarse su juventud, por vez primera me regala una leve sonrisa, acomoda detrás de mi oreja los rizos que se posaron sobre mi frente. Ha notado que no vengo como secretaria, sin embargo, me dice mientras toma los boletos de mi mano: “Señorita White, mi heroína solitaria.” Me quedo estupefacta ante sus palabras, pero recupero la cordura cuando veo que su familia lo acompañará a Francia.
Regreso a la oficina por el bono que dejó el jefe para mí, veo que es algo de dinero, lo suficiente como para tomarme unas merecidas vacaciones en la playa. Está decidido, en Florida compraré un par de trajes de baño, no lo sé, quizá tomando sol deje de ser princesa para convertirme en una mujer de casi treinta años decidida y atrevida dispuesta a confesar ese amor silencioso que me quema por dentro y al mismo tiempo me hace tocar el cielo a sabiendas del dolor que me ocasionaría al estar con un imposible. No lo sé, ¿ustedes qué creen?
Tintintin,tintintin, tintintin. Envidioso despertador que osa interrumpir el más húmedos de mis sueños. Siempre me despierta cuando él está a punto de decirme que me ama. Me levanto, tomo el reloj rosa de la mesita de luz y cancelo la alarma. Me pongo el batín del pijama y me dirijo a la regadera. En lo que se calienta el agua procedo a lavarme los dientes, veo el reflejo de mi rostro por el espejo. ¡Oh por Dios, me veo fatal! Observo que empiezan a notarse las primeras líneas de expresión, el tiempo no pasa en vano, y, al paso que voy, estaré para vestir santos. No es por falta de pretendientes, no podría permitirme una relación a sabiendas que mi corazón pertenece a alguien más, a esa persona a la que le he dedicado mi vida desde que ocupó la presidencia de la empresa de su padre.
Me pega un susto el segundo tono de alarma, me embobé al pensar en él. Hasta despierta sueño o recuerdo alguna fantasía cuando estoy frente a su escritorio tomando notas. ¡Contrólate! me recrimino, si no me apuro me darán las siete y ya no me dará tiempo de preparar el desayuno y el almuerzo. Guisar mis alimentos me permite ahorrar unos cuantos dólares, ese extra me sirve para mantener al dueño de mis quincenas que siempre me espera sin hacer reclamo alguno en caso de llegar tarde por las comidas o cenas de negocios que tiene mi jefe con empresarios nacionales o extranjeros.
Escucho como kleen rasca la puerta con sus patitas, si no le abro comenzará a maullar como desquiciado, le encanta el drama a mi bebé, pero aún así lo quiero. Le abro la puerta, entra saludándome con su erguida y esponjosa cola, se restriega en mis piernas, le hago un mimo mientras le acaricio su cabeza, le doy los buenos días, deslizo el cancel para darme un buen merecido baño.
Con la bata de baño y una toalla en la cabeza, danzo sobre la cocina, coloco dos platos en la mesa, le sirvo a mi patrón su latita de alimento húmedo mientras yo me sirvo un desayuno balanceado, para eso, ya tengo guardado en un contenedor el almuerzo y una botella de dos litros con agua de fruta temporada. Trato de no complicarme la vida, soy demasiado práctica, mi profesión me ha enseñado a ser más disciplinada con lo que hago. Verifico que el arenero, comedero y bebedero de klean estén en orden. Miro el reloj de pared, si no me apuro se me hará tarde, no puedo retrasarme. corro al baño, me lavo nuevamente los dientes, me hago una coleta y me aplico un suave maquillaje como todos los días. Le digo a mi reflejo que algún día dejaré de ser menos princesa, me pondré escotes, minifaldas, un pronunciado maquillaje, uñas y largas pestañas, seré atrevida, decidida e irresistible, sí, claro que sí, iré a los lugares a donde van esas damas de sociedad y dudosa procedencia moral para ver si así puedo llamar su atención.
Abro el clóset, está compuesto por el setenta por ciento de ropa de oficina, quito del gancho una falda negra entallada hasta la rodilla junto a una blusa blanca almidonada de manga larga, lo acompaño con un saco a juego con la falda. Me pongo medias de seda, visto la ropa y accesorios seleccionados. Tomo el almuerzo y me dirijo al recibidor, me pongo mis zapatillas favoritas, cojo las llaves del coche, el bolso, me despido de mi peludo bebé y cierro la puerta del departamento con un código de seguridad.
Como secretaria ejecutiva del jefe debo de ir lo más tradicional, pulcra y lo más conservadora posible. Como parte del gremio, somos la viva imagen de la empresa, y, en lo personal, soy la mano derecha del jefe en cuanto compete a mi profesión aunque luego me agregan un plus, aunque no sea muy de mi agrado es algo que debo de hacer a pesar de mis sentimientos.
Estaciono el vehículo, miro mi reloj de pulso, llegué quince minutos antes de las diez, me asomo al espejo del retrovisor, constato que no se haya salido algún mechón de mi rubio cabello ya que luego al jefe le da por acomodarme los rizos detrás de mi oreja, esa acción, consciente o no me pone nerviosa, me consume por dentro de solo sentir el roce de sus dedos. Tomo mi almuerzo y bolso, camino a paso veloz, checo la entrada con mi huella digital, saludo a todos por su nombre, conozco a todo el personal, cada historia de vida, algunos tienen más o menos antigüedad y otros van y vienen como empleados de la empresa.
-No dejes que se cierre el elevador.- Entre risas le digo a mi amiga Patty. Ella es secretaria al igual que yo pero del ingeniero Cornwell. Es un secreto a voces que ellos dos tienen un romance. Cómo me gustaría estar también en su situación amorosa, pero la diferencia entre ellos, mi jefe y yo es que ellos son solteros, y, por el tiempo que llevan juntos, no dudo que en un futuro formalicen su relación. En los escasos segundos que dura nuestro viaje para el cuarto piso, platicamos sobre lo que hicimos el fin de semana. Nos despedimos y dirigimos a nuestros respectivos escritorios que se encuentran ubicados afuera de cada oficina.
Quito una pelusa olvidada a la placa que reposa en una esquina del escritorio. “Señorita White, secretaria ejecutiva.” Enciendo el computador, reviso la agenda de citas y actividades personales del jefe. Corroboro la información con la agenda de la computadora. No debo pasar nada por alto, estar aquí me ha costado demasiado esfuerzo y sacrificio como para perder mi empleo o tener un cambio de oficina por un descuido. Antes de mi pasaron por este puesto otras compañeras, en aquel tiempo el presidente de la empresa era el Licenciado Richard Grandchester, actual dueño y padre de mi ahora jefe. Yo era una simple becaria con mucha sed de aprendizaje próxima a graduarse de secretaria ejecutiva. Todo mi conocimiento teórico lo transformé en práctico, pero, lo más importante de todo, aprendí a oír, mirar, callar y tener presente cuál era mi lugar en la oficina. En aquellos años era demasiado joven, pero madura para mi edad. La vida me quitó algunas etapas que un ser humano normal debe tener. Al ser huérfana de nacimiento y criada en el mejor orfanatorio pero sin la suerte de ser adoptada me permitió con la ayuda de las dos buenas mujeres encargadas del lugar a estudiar un oficio o profesión mediante el sistema de becas y convenios que tienen con escuelas y universidades. A un año de recibirme, de percibir un pequeño incentivo por el servicio social, me dijeron que era tiempo de volar del nido para darle el lugar a alguien más. Fue triste, pero era algo que tarde o temprano tenía que suceder. Tomé mis pertenencias y a mi querido amigo Kleen cuando encontré un pequeño cuarto de sótano en un viejo edificio de la ciudad. Acepté con cariño el rosario que me obsequió la hermana María y los demás detalles por parte de los niños, por último abracé a la señorita Pony y le hice la promesa de ayudarles cuando tuviera mejor solvencia económica. Y así lo hice hasta el día de hoy.
Recuerdo cuando llegó su hijo a la empresa, él entró como uno más, él había estudiado la universidad en el extranjero, según el señor Grandchester en la cuna de un país de un glorioso pasado, Inglaterra. No sé por qué, pero el licenciado me tomó afecto, había ocasiones que me hablaba de su familia, en especial de su único hijo, si me pedía mi opinión, se la daba, si no, pues no. Un día llegó abatido, para eso había despedido días atrás a su última secretaria por hacerle perder un viaje de negocios a Hong Kong y yo ocupaba ahora su lugar, me había dicho que mi trabajo hablaba más que mi currículum solo que debía ampliar mis conocimientos en otros idiomas aparte del francés, italiano, e inglés británico para poder ser su traductora y compañera de algunos viajes de negocios. No sabía cómo decirle que por el momento no podía costear las clases por mi crisis financiera pero se vino más adelante la conversación de su hijo y fue así que el licenciado Grandechester me apadrinó las escuelas y me subió el sueldo al tener más responsabilidades laborales.
Estaba cotejando unas operaciones financieras de los trimestres transcurridos durante el año cuando llegó el licenciado después del almuerzo con lentes oscuros, rara vez llegaba así, cuando eso sucedía sabía que algo había pasado con él. No saludó a nadie en el camino, no pidió su té ni utilizó el intercomunicador para pedirme los balances que había solicitado en calidad de urgente unas horas atrás en mi teléfono personal. Tenía rato encerrado, ya había comenzado a preocuparme, tomé la carpeta y toqué suavemente la puerta de la oficina, al no escuchar respuesta me tomé el atrevimiento de entrar. Estaba de espalda mirando el ventanal, los rayos del sol del ocaso lo hacían ver más imponente. -Señor Grandchester, traigo la carpeta que solicitó, una serie de mensajes y citas que debe atender a la brevedad posible.- Le hablé como toda una profesional, no pude evitar acercarme cuando me dijo que dejara los balances, cancelara las citas y que lo dejara solo, mejor aún, que me fuera a casa. Él no era él jefe, él no actuaba así en cuanto a trabajo se tratara, debía ser algo personal, no me atrevería a meterme en lo que no me incumbe, pero mi parte sensible me decía que debía preguntarle si estaba bien, quizás con escucharlo podría aminorar su sentir en caso de que él quisiera hablar como en algunas cosas lo hacía.
Estaba por retirarme cuando él habló. Me preguntó si alguna vez había decepcionado a mis padres o les había hecho pasar un disgusto. Me quedé callada ante su cuestionamiento, jamás me había hecho algún comentario personal. Al final, yo terminé hablando, el licenciado me escuchaba con atención. Pidió dos tazas de té y galletas, lo recibió en la puerta y me acercó una caja de pañuelos para secar mis lágrimas. No eran lágrimas de lamentaciones, eran lágrimas de agradecimiento a la vida por haberme permitido ser lo que ahora soy gracias al amor y generosidad de mis dos madres. En un inicio no entendí el cambio emocional del señor Grandchester, pero días después lo comprendí cuando su hijo llegó a ocupar un puesto que jamás ocuparía el hijo del dueño de una empresa a nivel mundial y por otros acontecimientos que se suscitaron con el paso del tiempo.
El hijo del licenciado no se comparaba en nada con su padre, no sé si por la diferencia de edad, porque no tenía el sentido de la responsabilidad o porque recibió todo a manos llenas incluyendo los mejores tutores, instructores deportivos, colegios y universidad. Se me hacía muy niñato que se comportara como un adolescente, no era justo para alguien que había trabajado tanto para hacer más grande ese imperio familiar de varias generaciones. En cualquier lado lo hubieran despedido y creo que ganas no le faltaba al licenciado pero solo lo bajaba de puesto hasta que le quitó el último vehículo que le quedaba y sus cuentas bancarias. No era algo que me dijera sino que me daba cuenta porque era su secretaria.
En algunas ocasiones me topaba al hijo del licenciado en el elevador, es ahí donde aprovechaba para incordiarme con las pecas de mi rostro, y, cuando iba a ver a su padre, apoyaba sus brazos en el escritorio y ponía su cara frente al mío para coquetearme, no podía evitar sonrojarme, desde que lo vi me gustó y conforme lo iba conociendo me iba enamorando, me di cuenta que no era una mala persona, era la única forma de reclamar la ausencia, falta de tiempo y amor a sus padres. Un día lluvioso me lo encontré en la calle, paré mi coche y le ofrecí llevarlo a su casa. Fue la primera y única vez que tuvimos una conversación civilizada sin tocar temas personales, también, fue un grave error haberlo llevado, había olvidado mi ética profesional y de las consecuencias que podría haber, porque al día siguiente llegó una mujer rubia, lacia, más alta que yo y de mi edad con siete meses de gestación, se presentó como la esposa del dueño de la empresa que me daba de comer. La única esposa que conocía era la señora Baker, estaba confundida, ni siquiera entendía sus reclamos e insultos hasta que el licenciado salió de su oficina, me ofreció una disculpa, metió a la mujer y me pidió que localizara a su hijo inmediatamente. Así lo hice, no tardaron casi nada, los dos salieron fúricos, sobre todo ella que no hacía más que masajear su vientre por el mal rato que había pasado.
Con el intercomunicador el licenciado me pidió que ingresara a la oficina, volvió a disculparse nuevamente y me prometió que jamás volvería a pasar por algo así. Su palabra fue cumplida porque el joven Gandchester nunca volvió hacer un intento de seducción o de molestarme, a partir de ahí dejé de ser la señorita pecas para convertirme en la señorita White.
A la señora Susana dejé de verla, tenía prohibido ingresar a las instalaciones. Los dos parecían ser tal para cual y esa era la molestia y decepción del señor Grandchester. Su hijo no se recibió con honores ni terminó su licenciatura en los años contemplados para egresar, ella no concluyó su carrera, sus malas decisiones los orilló a casarse sin amor porque esperaban un hijo, y, a pesar de eso, los dos seguían teniendo vida de solteros. No les importó que les quitaran de a poco sus comodidades porque los padres de ella le habían dado una tarjeta de crédito ilimitado hasta que sucedió lo inevitable. Dos años después Terence Grandchester tuvo que sentar cabeza cuando su solvencia financiera se les fue como agua al quebrar los negocios de sus suegros con la recesión financiera a nivel mundial y el infarto que tuvo su padre en la oficina debido a una discusión que tuvieron.
Me volví necesaria para mi nuevo jefe, conocía a la perfección el teje y maneje de la empresa. Con el tiempo su padre le dejó el control total de la misma, su hijo Terence era un tigre en los negocios. Creí que me despediría luego de su nombramiento oficial como director pero no lo hizo, también notó las cualidades que su padre vio en mí como secretaria ejecutiva. Ser secretaria es una de las tantas funciones que realizo y aunque me duela y muera de celos porque lo amo, también la hago de celestina con sus múltiples amantes al mandarles regalos y flores o de agendar cenas o viajes de placer disfrazados como trabajo.
Así ha sido todos estos años con él, ocho años a su servicio siendo la señorita White, una secretaria que no oye, no mira, siempre atenta, la que no dice nada, la que ha sido testigo de sus fracasos, de sus triunfos y de su vida familiar. La que puntual está a las diez en la oficina sin importar qué tan gris sea la rutina, qué tan tarde tenga que salir por sus citas clandestinas ni todo el dolor que me provoca este amor invisible, imposible entre los dos. No sabe como me quemo en el infierno cuando está en su oficina con alguna de sus amantes ni como hace que quiera tocar el cielo con mis manos cuando fantaseo en mi lecho con él, pero es algo que debo de esconder cada que entro al edificio de la empresa con mi mejor sonrisa.
-Señorita White, podría venir a la oficina por favor.- El jefe me llama por el intercomunicador, tomo la tableta para anotar lo que me indique. -La próxima semana es el tercer año luctuoso de mi padre, organice una ceremonia en su honor a las seis de la tarde, ya conoce la lista de invitados, también, necesito que arregle los pendientes que tenga, me acompañará dentro de quince días a Francia, compre tres boletos de avión, lleve ropa cómoda para que pueda salir, por último, reserve la mejor mesa para dos al restaurante Gramercy Tavern, envíe flores y alguna joya a mi esposa, mande a escribir en la tarjeta alguna palabra bonita y que la espero a cenar a las nueve de la noche. Cuando termine sus actividades puede retirarse.- Como siempre, no me mira cuando me da indicaciones, comúnmente centra su atención en el computador. El licenciado toma su maletín y saco, se afloja la corbata, toma su celular y llama a una de sus tantas amigas.
Llego a casa cansada, hay ocasiones que me gustaría tomar un descanso emocional pero no puedo, a todos lados llevo a mi jefe, incluso en mis más locos sueños. Saludo desde afuera a mi peludo bebé que me espera en la puerta, tecleo el código de acceso, entro e inmediatamente tomo en mis brazos a mi fiel compañero y me suelto a llorar, le digo que a veces me gustaría ser menos princesa, menos profesional, pero no, lo nuestro no puede ser, él es un hombre casado y, aunque estuviera divorciado, sé que nada cambiaría, solo me ocasionaría un dolor que no creo merecer, es mejor esconder lo que siento, prefiero ser feliz con mirarlo todos los días e imaginar que soy más que una secretaria cuando vamos a solas a algún viaje de negocio. Le digo a mi amigo Kleen que la karen niñera lo cuidará durante mi ausencia.
Luego de cenar y de darme un merecido baño enciendo la pantalla para ver en Netflix Mujer bonita y la primera parte de Cincuenta sombras de Grey. Al menos ellas no tuvieron que esconder su amor, no tuvieron que guardar silencio, no hubo esposa ni múltiples amantes. Algún día Kleen, algún día dejaré de ser princesa para ser una decidida mujer atrevida e irresistible que toma lo que quiere por su paso. Suelto nuevamente el llanto hasta quedarme dormida.
Salgo de mi coche, dejo a Candice y me convierto en la señorita White secretaria ejecutiva, saludo a todos con toda la actitud, le pido a Paty que no deje que cierre el elevador, los pocos segundos que tenemos para platicar es para compartir la noticia de su compromiso con el ingeniero Cornwell. “Si Candy, me estaba pidiendo que fuera su esposa cuando llamaste para que cuidara de Kleen, soy la mujer más feliz del universo.” Su felicidad era mi felicidad, tuve que abrazarla, compartía su sentimiento porque es algo que siempre he fantaseado con Terry. El timbre del elevador nos indica que hemos llegado al cuarto piso, nos despedimos para entrar a la gris rutina del trabajo.
Esa rutina gris se convierte en burbujas de suaves colores e ilumina mi soledad cuando él licenciado Grandchester aparece ante mí, sin regalarme una mirada me da los buenos días. Lo saludo con mi mejor sonrisa mientras veo como ingresa a su oficina. Mi corazón late desbocado como si fuera una adolescente enamorada de su maestro, pero en este caso, mi jefe. Suena el intercomunicador. “Sí señor Grandchester… ya están las reservaciones… los vuelos… confirmado la lista de invitados… su almuerzo con la señorita Elisa… le llamó su madre… junta con los directivos… su esposa no podrá llegar al colegio por los niños… necesito que me firme estos documentos… aquí están los balances que me encargó… las traducciones, sí, enseguida lo hago… en un segundo le traigo su té… Hasta mañana señor, que descanse.” Así son mis cinco días a la semana en la oficina, pero no importa porque estoy enamorada.
Una semana complicada, mucho trabajo, el jefe debe dejar todo en orden para poder marcharse a Francia sin pendientes que el licenciado Archibald no pueda resolver, él es el segundo a cargo, muy amigo de Terry y hermano del prometido de mi amiga Patty. El subdirector, aunque no es el dueño de la empresa, no suele hacer viajes de trabajo salvo el caso que sea necesario y si es así se lleva a su esposa, no le gusta dejar a su familia, no quiere ser un padre ausente ni esclavo del trabajo. Ha sabido equilibrar muy bien su vida personal con la laboral. El licenciado Cornwell se queda a cargo, mi jefe debe retirarse temprano para asistir a la celebración de otro año luctuoso del señor Richard Grandchester.
Estamos próximos al viaje a Francia, confirmo vuelos y reservaciones, tengo listo los archivos, documentos, planeaciones y todo lo necesario para la reunión de trabajo. Todo está en francés para que no haya duda de lo que se presentará. Mi jefe domina varios idiomas y es un buen orador. A veces nos tienen que pasar cosas para tocar fondo y a Terry le sucedió, me pregunto qué me tiene que pasar para dejar este amor que me consume lentamente, que en el fondo desea ser menos princesa y más atrevida para decirle la pena que sufro en silencio por su amor… Hasta yo misma me contradigo, quiero dejarlo, tenerlo… solo quiero que me quiera.
Una noche antes dejé a mi amigo peludo a casa de Patty, ahí estaba su prometido, aprovecharon la ocasión para pedirme que fuera su dama de honor, acepté con gusto, celebramos con una copa, el timbre de la puerta sonó, me ofrecí a abrir, ahí estaba él con una de sus tantas conquistas, luego llegó el licenciado Archibald con su esposa Annie. ¿Esperan a alguien más? fue la pregunta que hizo mi jefe, se suponía que estaban presentes todos los invitados. Fui a abrir, era la única que no tenía pareja, por lo tanto mis manos estaban desocupadas. Me llevé el susto de mi vida al ver a la señora Susana más enojada que otras veces. Por un momento la compadecí, no era justo lo que le hacía su esposo, pero ella también tenía culpa de su situación marital, ¿por qué no le pedía el divorcio si vivimos en pleno siglo XXI? Rápidamente mi mente escarbó por mi memoria y recordé que el padre de mi jefe les había hecho firmar un contrato prenupcial para garantizar la integridad del imperio Grandchester. Ni muerto permitiría que su legado familiar se dividiera en mil pedazos. Está de más mencionar lo que siempre sucede cuando la señora Susana sorprende al señor Grandchester y lo que la señorita White tiene que hacer para contentar a su esposa o amores. Mañana el licenciado tomará su vuelo a París y regresará a Nueva York como si nada hubiera pasado.
Estando en mi departamento termino de empacar la maleta, en la bolsa de mano acomodo la laptop que utilizo cuando llevo trabajo en casa, pasaporte e identificación. Todo listo, me digo, también me pongo a pensar en las sandalias y en el vestido veraniego que compré, me pregunto si se dará cuenta que traeré el cabello suelto y que no utilizaré colores oscuros. Si me dijo que lleve ropa cómoda es por algo, quizá me invite a dar la vuelta, ya que siempre que salimos de viaje nunca tenemos tiempo para conocer al menos yo la ciudad y si lo tenemos él sale por su cuenta para luego regresar acompañado a su habitación.
Llego como todos los días a la empresa, mi huella digital registra mi hora de entrada al edificio, he llegado una hora antes, debo recoger el maletín con los documentos que se utilizarán así como los boletos de avión. Al entrar a la oficina veo de espalda al señor Grandchester guardando la documentación que previamente había acomodado el día anterior. Sonrío porque me da gusto verlo y le doy los buenos días como toda una secretaria, sin voltear se disculpa porque no podré acompañarlo, él se haría cargo de la agenda. Me dio los días libres que estaban planificados, también me dijo que pasara a ver al ingeniero Cornwell para recibir una bonificación por las molestias ocasionadas. Del tiempo que teníamos como empleador y empleada jamás había tenido ese detalle más que su padre y nunca había viajado solo en cuestiones de trabajo, se me hizo extraño, pero aún así le agradecí el gesto, le deseé buen viaje cuando dio vuelta para salir, me dio las gracias sin mirarme y se fue.
Apreté mis ojos para contener las lágrimas, cuando los abrí me di cuenta que había dejado los boletos de avión sobre el escritorio, los tomé, corrí por todo el pasillo gritando señor Grandchester para poder darle alcance pero no lo conseguí, él ya había tomado el elevador, como pude bajé las escaleras con zapatillas en mano. Lo visualizé en el estacionamiento, detuvo sus pasos, estaba por abrir la portezuela del vehículo pero no lo hizo, se regresó, me detuve cuando llegué hasta él. “Señor Grandchester, los boletos…” me quedé con el resto de la oración en mis labios porque de manera espontánea se quitó los lentes oscuros para que sus azules ojos se posaran sobre los míos como nunca lo había hecho, me doy cuenta que el tiempo también amenaza con llevarse su juventud, por vez primera me regala una leve sonrisa, acomoda detrás de mi oreja los rizos que se posaron sobre mi frente. Ha notado que no vengo como secretaria, sin embargo, me dice mientras toma los boletos de mi mano: “Señorita White, mi heroína solitaria.” Me quedo estupefacta ante sus palabras, pero recupero la cordura cuando veo que su familia lo acompañará a Francia.
Regreso a la oficina por el bono que dejó el jefe para mí, veo que es algo de dinero, lo suficiente como para tomarme unas merecidas vacaciones en la playa. Está decidido, en Florida compraré un par de trajes de baño, no lo sé, quizá tomando sol deje de ser princesa para convertirme en una mujer de casi treinta años decidida y atrevida dispuesta a confesar ese amor silencioso que me quema por dentro y al mismo tiempo me hace tocar el cielo a sabiendas del dolor que me ocasionaría al estar con un imposible. No lo sé, ¿ustedes qué creen?
FIN
y Candy sufriendo por un amor silencioso 
