Terry abrió los ojos desmesuradamente.
-¿Y esto? -dijo mientras recorría la habitación con una sorprendida mirada.
-Pensé en regalarte una celebración especial este año... -dije mientras mi corazón latía a mil revoluciones por segundo y la adrenalina hacía presa de mi organismo; mientras las manos me sudaban y en el fondo de mi cerebro me pregunté, por vez primera realmente, si había sido una buena idea hacer esto.
-Recuerdo aquella noche en Totonno's, después de haber pasado el día riéndonos como dos niños en los juegos de Coney Island y en el que me consentiste comprándome un enorme algodón de azúcar de color rosa porque dijiste que en un día como ese, esa enorme golosina era mejor que todas las rosas del mundo. En ese día me contaste que cuando eras un niño y estabas en Inglaterra, pasabas tus cumpleaños escondido en algún lugar del bosque cercano, porque "no había nadie" con quien quisieras celebrar y, en realidad, "no había nada qué celebrar".
El corazón se me encogió sólo de imaginarme, por enésima vez, a ese chiquito huraño y solo, pasando el día de su cumpleaños sin un pastel ni velas ni globos ni amiguitos que lo acompañaran y lo hicieran sentir bienvenido y querido… sin una mamá para abrazarlo y un papá para alzarlo en hombros.
No me atrevía a mirarlo. No sabía si había ido muy lejos en mis aspiraciones de encontrar algo especial para este día y lo único que pude hacer, fue pedirle al cielo que se abriera y me enviara un rayo de inspiración divina o al piso del departamento que se abriera y al menos me permitiera aterrizar en el piso de los vecinos de abajo; algo que ocurriera y que me ayudara a explicarle lo que había intentado hacer.
El silencio era pesado y mientras mis ojos se perdían en las guindas que refulgían a la luz de la media tarde, lo sentí colocarse frente a mí y levantarme la cara, colocando su dedo índice bajo mi barbilla.
Cuando mis ojos, entrecerrados por el temor, se encontraron con sus magníficos ojos de zafiro, soltó una carcajada ahogada que se enroscó en mi corazón como una mágica enredadera cargada de ilusión.
-¡Eres una chiquilla adorable! –dijo mientras reía- Quita esa cara de niña regañada y abre bien los ojos y el corazón para escuchar lo que tengo que decirte. Nunca, nadie había tenido este detalle tan especial conmigo. Nunca nadie había querido compensar todos esos años de soledad en el día de mi cumpleaños. Y esto, esto que has hecho, ha llegado hasta lo profundo de mi ser, como un bálsamo que recorre el camino de mi pasado y cura esas heridas de desamor.
Habían lágrimas en sus ojos. ¡Lágrimas! Pero en su mirada, lo que bailaba era un niño feliz, sonriendo ante los regalos, los globos, los postres y todo el despliegue de “niñerías” que había yo preparado para su cumpleaños.
-Ven, traviesa, vamos a cubrirnos de turrón y todo lo demás, vendrá a nosotros…
-¿Y esto? -dijo mientras recorría la habitación con una sorprendida mirada.
-Pensé en regalarte una celebración especial este año... -dije mientras mi corazón latía a mil revoluciones por segundo y la adrenalina hacía presa de mi organismo; mientras las manos me sudaban y en el fondo de mi cerebro me pregunté, por vez primera realmente, si había sido una buena idea hacer esto.
-Recuerdo aquella noche en Totonno's, después de haber pasado el día riéndonos como dos niños en los juegos de Coney Island y en el que me consentiste comprándome un enorme algodón de azúcar de color rosa porque dijiste que en un día como ese, esa enorme golosina era mejor que todas las rosas del mundo. En ese día me contaste que cuando eras un niño y estabas en Inglaterra, pasabas tus cumpleaños escondido en algún lugar del bosque cercano, porque "no había nadie" con quien quisieras celebrar y, en realidad, "no había nada qué celebrar".
El corazón se me encogió sólo de imaginarme, por enésima vez, a ese chiquito huraño y solo, pasando el día de su cumpleaños sin un pastel ni velas ni globos ni amiguitos que lo acompañaran y lo hicieran sentir bienvenido y querido… sin una mamá para abrazarlo y un papá para alzarlo en hombros.
No me atrevía a mirarlo. No sabía si había ido muy lejos en mis aspiraciones de encontrar algo especial para este día y lo único que pude hacer, fue pedirle al cielo que se abriera y me enviara un rayo de inspiración divina o al piso del departamento que se abriera y al menos me permitiera aterrizar en el piso de los vecinos de abajo; algo que ocurriera y que me ayudara a explicarle lo que había intentado hacer.
El silencio era pesado y mientras mis ojos se perdían en las guindas que refulgían a la luz de la media tarde, lo sentí colocarse frente a mí y levantarme la cara, colocando su dedo índice bajo mi barbilla.
Cuando mis ojos, entrecerrados por el temor, se encontraron con sus magníficos ojos de zafiro, soltó una carcajada ahogada que se enroscó en mi corazón como una mágica enredadera cargada de ilusión.
-¡Eres una chiquilla adorable! –dijo mientras reía- Quita esa cara de niña regañada y abre bien los ojos y el corazón para escuchar lo que tengo que decirte. Nunca, nadie había tenido este detalle tan especial conmigo. Nunca nadie había querido compensar todos esos años de soledad en el día de mi cumpleaños. Y esto, esto que has hecho, ha llegado hasta lo profundo de mi ser, como un bálsamo que recorre el camino de mi pasado y cura esas heridas de desamor.
Habían lágrimas en sus ojos. ¡Lágrimas! Pero en su mirada, lo que bailaba era un niño feliz, sonriendo ante los regalos, los globos, los postres y todo el despliegue de “niñerías” que había yo preparado para su cumpleaños.
-Ven, traviesa, vamos a cubrirnos de turrón y todo lo demás, vendrá a nosotros…
Bien, chicas, si alguien la quiere, aquí está la firma de "Pide un deseo" de Terry.
Sólo deséenle algo a Terry por su cumpleaños y se las tengo rapidito...
¡prometido!
Sólo deséenle algo a Terry por su cumpleaños y se las tengo rapidito...
¡prometido!
Última edición por Anjou el Mar Ene 22, 2013 7:29 pm, editado 5 veces