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*** Albertmania *** FanFic - Still As Ever - [Capitulo 8]

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cliz25

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Rosa Morada
Rosa Morada

*** Albertmania *** FanFic - Still As Ever - [Capitulo 8] 810


Capitulo Ocho
“Vamos despacio… para que lleguemos muy lejos”


Aquella noche, sobre la colina de Pony, estaban cayendo unas finas gotas de lluvia. Anticipando que haría frio durante la madrugada, Candy optó por ponerse un abrigo de tela polar, sobre su bata.
- ¡Me encanta dormir con este clima! – exclamó mientras entraba la cabeza por el cuello del abrigo. Al levantar la mirada arrugó la nariz y sonriendo preguntó: - ¿Por qué me miran así? ¿Me lo puse al revés? – cuestionó abriendo los brazos.
Annie y Patty estaban ambas sentadas en su cama, cruzadas de brazos y la miraban fijamente.
- La señorita Pony y la hermana María habrán quedado conformes con ese “¡nos fue muy bien!” que le dijeron Albert y tú, pero ¡nosotras no! ¡Nosotras queremos detalles! – dijo Annie.
Paty descruzó los brazos y apoyando uno en el hombro de Annie, dijo:
- Especialmente queremos una explicación sobre esas miraditas, y agarraditas de manos, que se dieron tú y Albert durante todo el rato que estuvo aquí.
Candy sintió un vuelco en el corazón.
- ¿Qué miraditas?
- ¿Qué miraditas? – repitió Annie descruzando los brazos, y palmeando sobre la cama, dijo: - trae tu trasero aquí, y confírmanos lo que ya sabemos, y de paso nos cuentas en qué lugar del Caribe Albert y tú se confesaron su amor.
- Sin omitir detalles. – dijo Patty tajante.
Candy sonrió, sintiendo su pulso acelerado, mientras se preguntaba, si debía decirle o no a sus amigas sobre su relación con Albert. Estaba segura, que esos detalles eran los que más les interesaban.

Unas horas antes, había regresado al hogar de Pony, después de haber estado en República Dominicana durante quince días, que a su parecer, pasaron en un pestañeo. ¡Fueron días increíbles! Llenos de momentos que la hicieron sentir que estaba en un film romántico donde ella y Albert eran los protagonistas. Sin ánimos de exagerar, desde que el barco salió rumbo al Caribe, ella se sintió como el personaje principal femenino, en el capítulo piloto de una novela que narraba las aventuras en el Caribe de dos enamorados. ¡Había sido maravilloso!

El viaje desde Nueva York al puerto de Santo Domingo, duró siete días. Durante el trayecto, Albert y ella iban de leer revistas o tomar el sol en cubierta mientras hablaban de cosas triviales, a cenar en el restaurante bar del barco, y luego ir a dormir a sus camerinos. Durante esos días, ella echó de menos sus besos. Incluso llegó a pensar si él se estaba arrepintiendo de ser su novio. Cada noche, la acompañaba al camerino, y se despedía depositando un beso en su frente. La primera noche, ella lo invitó a pasar, porque no tenía sueño y le propuso que jugaran cartas, pero él rechazó la invitación diciendo que tenía sueño. Otro día, una tarde que empezó a llover de pronto, ellos abandonaron cubierta, y ella lo invitó a seguir leyendo en su camerino, él volvió a rechazar la invitación, argumentando que le dolía un poco la cabeza y dormiría una siesta. En esas dos ocasiones, ella le creyó y lo entendió. Pero la tercera vez que rechazó su invitación a jugar cartas, diciendo que tenía calor y se bañaría, una noche que estaba haciendo frio, le pareció evidente que él no quería estar a solas con ella. “¿Será que ya no me quiere?” se había preguntado una noche mientras cepillaba su cabello preparándose para cenar, y después de cena, mientras bailaba con él, sintiendo sus brazos alrededor de su cintura, escogió convencerse de que él no pasaba a su camerino, porque ya que pasaban prácticamente todo el día juntos, quería tener su espacio. Pero dentro de su corazón la espinita del rechazo, estaba clavada.

Cuando llegaron a Santo Domingo, la capital de Republica Dominicana, él agarró su mano, y le dijo:
- ¡Bienvenida a este paraíso en el archipiélago de las Antillas Mayores!
- ¿Dónde? – había preguntado ella frunciendo el ceño.
Él depositó un beso en su nariz, y contestó:
- República Dominicana.
Tomaron un coche a caballo, y se dirigieron a una ciudad donde cada calle, cada edificio pintado de amarillo o blanco colonial con puertas pintadas de negro o marrón, cada esquina, la hacía sentir dentro de un libro de historia.
Fueron llevados a un hotel ubicado en la zona, donde fueron guiados a sendas habitaciones y desde que estuvo en la suya, y se acercó al balcón, ella tuvo la certeza de que tal como Albert había pronosticado, nunca olvidaría su visita a aquella isla. El mar Caribe se extendía ante sus ojos con un azul profundo, y la brisa marina llegaba hasta su balcón acariciando su rostro. Esa vista, las risas y voces lejanas de jóvenes que paseaban alrededor evidentemente felices, le inyectaron a ella una dosis de felicidad que la acompañó durante su estadía. O bueno, hubo un momento en que esa alegría la abandonó, pero solo para multiplicarse luego.

El primer día en dominicana, durmieron todo el día cada uno en su habitación. Cenaron juntos, fueron a un teatro a ver una comedia titulada “Los Habladores” de Miguel de Cervantes, que relataba la curación de una mujer que era bastante parlanchina, a cargo de un vividor que sufría de lo mismo, a un grado aún mayor. Luego, regresaron a sus habitaciones, y ella se atrevió a invitarlo a la suya, para seguir comentando la obra, pero él dijo que aún estaba cansado del viaje, y prefería irse a dormir.
- ¿Cómo puedes querer irte a dormir después de haber dormido todo el día? – protestó ella poniendo los brazos en jarras, sonriendo para opacar su tono de reproche.
- El cansancio me ayudará. ¡Buenas noches! – le había dicho él, inclinando la cabeza, y le depositó un beso en la frente.
- ¡Buenas noches! – había dicho ella en un tono más alto que él que hubiera deseando emplear, y dando media vuelta, le cerró la puerta en las narices.
“¡Ya no me quiere! ¡No hay duda!” pensó acongojada, y corriendo hasta la cama, lloró mientras le daba vueltas en la cabeza a que él ya no quería que fueran novios, por respeto a su tía, y a la sociedad que ella sabía que manifestarían su desacuerdo en que un hombre tan importante como él, saliera con alguien tan humilde como ella. Lloró hasta quedarse dormida, y al amanecer, se dijo que antes de que él se lo dijera, ella le diría que pensaba que era mejor que volvieran a ser solo amigos. Consideró que así le dolería menos. Se puso unas gafas para cubrir sus ojeras, y salió de la habitación decidida a hablar con él, mientras desayunaban. Pero no tuvo valor, porque él le dio los buenos días con una radiante sonrisa, y la llevó a desayunar a un pintoresco lugar, donde le ofrecieron un platillo típico que consistía en plátano verde hecho puré al que llamaban mangú, acompañado de huevos y queso frito, más cebolla. Luego pasearon por la ciudad colonial. Él la llevó a la universidad donde hizo el seminario, luego fueron a la Catedral Primada de América, después al alcázar de Colón, y al medio día almorzaron un plato dominicano al que llamaban: “bandera” que consistía en arroz, habichuela y carne de pollo. En la tarde fueron a la “Puerta del Conde” donde según un joven que estaba cerca, un 27 de febrero de 1844, un hombre llamado Ramón Matías Mella, disparó el trabucazo que anunció la independencia del país. Después de visitar varios lugares patrios, caminaron por el parque, donde encontraron un chico que hacia autorretrato a lápiz. Albert la invitó a posar junto a él, para un dibujo, pero ella lo rechazó diciendo:
- ¡Ay no! ¡Si duro tanto tiempo parada bajo el sol, me daría dolor de cabeza! - Antes de que él insistiera, se alejó caminando de prisa.
Él la alcanzó, y agarrándola por el brazo, le preguntó:
- ¿Qué te pasa Candy?
- ¿A mí? ¡Nada! – dijo mirando hacía un costado.
Él tocó su barbilla, y haciéndola girar el rostro le preguntó:
- ¿No te pasa nada, y mencionaste un sol que ya se fue?
- ¡Oh! ¿Ya se fue? No me di cuenta porque como ves, traigo gafas negras. Pero haya o no haya sol, no quiero posar contigo para un dibujo que… – dijo hablando de prisa y sintiendo el corazón en la garganta, añadió: - olvídalo. Vámonos.
Siguió su camino, y él la siguió en silencio. Cuando llegaron al hotel, él la acompañó hasta la habitación. Ella abrió la puerta sin voltear a mirarlo, y de pronto él agarró su mano, y entró con ella.
- ¿Qué ibas a decir en el parque? ¿Un dibujo, que qué? – preguntó él, soltando su mano.
Ella respiró profundo, tratando con eso de detener el flujo de las lágrimas que se avecinaron desde que estuvo a punto de decirle en el parque “un dibujo que me dolerá ver después.” Consciente de que esas lágrimas iban a salir de todos modos, y que tarde o temprano iba a tener que enfrentar la ruptura, escogió hacerlo temprano, y quitándose las gafas, le contestó:
- Tal vez otro día, dentro de algunos años, pueda posar junto a ti para un dibujo o una foto, pero no quiero, ni puedo hacerlo, cuando estás a punto de decirme que no me quieres.
- ¿Qué? – preguntó en voz apenas audible.
Ella dio un paso atrás y gritó:
- ¡Que ya sé que no me quieres! – su voz tembló y entre sollozos agregó hablando de prisa: - ¡te hubiera agradecido muchísimo que me lo dijeras antes de salir de Estados Unidos!
- ¿De qué estás hablando Candy? ¿Quién te ha dicho que no te quiero?
- ¡Tú! – le gritó en la cara y agregó: - Sé que para ti puede ser muy fácil decir ahora: “te quiero como una amiga” ¡pero para mí no! Aún si dijera que estaré bien con que solo seamos amigos, ¡estaría mintiendo! Me hiciste soñar con un futuro juntos, y ahora no sé cómo volver atrás. ¡No creo que pueda ser tu amiga! Lo siento. – terminó cubriéndose el rostro con las manos.
Él agarró sus manos y mirándola a los ojos, preguntó:
- Pero, ¿quién te dijo que quiero que solo seamos amigos?
- ¿Quieres que seamos menos que amigos? – preguntó y zafando sus manos añadió: - Porque cuando eras mi amigo, parecía que te encantaba pasar tiempo conmigo, podías conducir por más de diez horas para vernos media hora, y cuando yo te visitaba en Lakewood o Chicago, solíamos hablar mientras jugábamos cartas o ajedrez hasta bien tarde en la madrugada, pero ahora te da sueño en cuanto se va el sol. ¡O dices que te da sueño! ¡Porque te conozco, y sé que no te duermes a las ocho o nueve de la noche! ¡Así que dímelo ahora! ¡Me decías eso para no estar conmigo! ¿cierto?
Él la abrazó, y musitó:
- Puede ser.
- ¡Te odio! – sollozó empujándolo con los puños cerrados para zafarse de su abrazo, pero no tuvo éxito.
Él le rodeó la cintura, y le dijo:
- Cuando solo éramos amigos, existía una barrera invisible entre nosotros que me impedía siquiera imaginar que nuestros labios se rozaran, - acarició su mejilla y musitó con voz ronca, - pero desde que nos besamos por primera vez, quiero besarte por todas partes.
Ella se estremeció por dentro, pero afectada aun por sus pensamientos, dijo:
- ¡Mentiroso! Desde que nos subimos al barco, solo me has dado besos en la frente.
Él sonrió y dijo:
- Porque en cubierta, siempre que intenté besarte, alguien se nos acercaba, y cuando te acompañaba al camerino yo… - acarició su labio inferior y confesó: … temía caer en la tentación de abrir la puerta, y ya no poder detenerme. – la abrazó nuevamente, y agregó: - no imaginé que mi intención de ir despacio, te estaba dando la impresión de que ya no te quiero.
Ella le rodeó la cintura, y con la cabeza apoyada en su pecho, musitó:
- Es que más que ir despacio, parecía que te estabas devolviendo.
Él interrumpió el abrazo, y sonriéndole le dijo:
- Entonces iré un poquito más rápido.
Y dicho eso, la besó.
¡Solo Dios sabía cuánto había extrañado el sabor de esos labios! Y lo delicioso que fue volver a probarlos.
Esa noche, él se quedó hasta cerca de las dos de la madrugada. Se habían sentados en el mueble café disponible en la salita de la habitación, y entre besos, risas, y hablar de planes para el resto del viaje, el tiempo voló.

Los días siguientes fueron todos, poesía.
Estuvieron tres días paseando en la ciudad de Santo Domingo.
Luego viajaron hasta una región bañada por el océano Atlántico, llamada Puerto Plata, y allí duraron cinco días, paseando y disfrutando de sus playas, sus montañas, y su gastronomía rica en pescados y mariscos por ser una zona costera.
Como último destino en aquella isla paradisiaca, fueron de excursión al pico más alto del Caribe, llamado “Pico Duarte” con una altura de tres mil ochenta y siete metros. Todavía le costaba creer que llegó a la cima de ese lugar, ¡y más aún que al bajar, deseó regresar de vuelta! ¡Fue una experiencia increíble! Mientras subían, junto a trece personas más, ella le había preguntado:
- ¿Qué hay allá arriba?
- Una tienda. – contestó un chico de tez canela pasando a su lado.
Y ella supo que mentía en cuanto escuchó las risas del chico y dos chicas que lo acompañaban.
Albert, que caminaba sosteniendo su mano, le dijo:
- La última vez que subí, había una estatua del padre de la patria Dominicana, llamado Juan Pablo Duarte. Pero su mayor atractivo, es lo que ves desde allá arriba.
- ¡Oh! – había musitado con la voz cargada de emoción.
Y al llegar a la cima, se quedó sin aliento, y no precisamente por la escalada. Allá arriba, se sintió una hormiguita en el inmenso mundo que habita. Las nubes, las rocas, los árboles, todo se mezclaba para ofrecerle un paisaje que le decía sin hablar, que el mundo es un paraíso.
- Grita. – le había dicho Albert soltando su mano.
- ¿Qué grito?
Él tosió y exclamó a todo pulmón:
- ¡Candy es el amor de mi vida!
- ¡Albert! ¡La gente te está mirando! – susurró ella enganchándose de su brazo, sintiendo cosquillas en sus mejillas.
Él se peinó con una mano, y sonriendo dijo:
- Y el mundo entero me está escuchando. Ahora grita tú.
Ella carraspeó, y mirando al frente, gritó:
- ¡Albert te amo! – inmediatamente se colgó de su brazo, y sonriendo musitó: - ¡Ay Dios! ¡Mira! ¡Todo el mundo pensará que somos locos!
Sonriendo, él la abrazó y musitó
- ¡Y si! ¡Yo quiero que todo el mundo sepa, que estoy loco por ti!
Ella lo abrazó sintiéndose el ser más feliz de todo el universo.

Ella también quería que todo el mundo supiera cuanto lo amaba.
Y le costó separarse de él cuando llegaron a Estados Unidos, pero sus compromisos laborales los obligaron a él a regresar a Chicago, y ella al hogar de Pony para cumplir con su trabajo en el hospital de Indianápolis. Las vacaciones habían terminado.

Miró a sus amigas, y porque confiaba en ellas, decidió que les contaría. Porque quería compartir su felicidad, decidió hablarles de su relación con Albert, obviamente omitiendo algunos detallitos, como su casi ruptura a tan solo un día de estar en Santo Domingo.
- Albert no me confesó su amor en el Caribe.

- Continuará -



*** Albertmania *** FanFic - Still As Ever - [Capitulo 8] Imagen21
Capitulos Anteriores:

Introduccion https://www.elainecandy.com/t27836-albertmania-fanfic-still-as-ever-introduccion-video-opening
Prologo: https://www.elainecandy.com/t27892-albertmania-fanfic-still-as-ever-prologo
Capitulo Uno: https://www.elainecandy.com/t27961-albertmania-fanfic-still-as-ever-capitulo-1#454074
Capitulo Dos: https://www.elainecandy.com/t28053-albertmania-fanfic-still-as-ever-capitulo-2#456189
Capitulo Tres: https://www.elainecandy.com/t28160-albertmania-fanfic-still-as-ever-capitulo-3#458338
Capitulo Cuatro: https://www.elainecandy.com/t28297-albertmania-fanfic-still-as-ever-capitulo-4#461254
Capitulo cinco: https://www.elainecandy.com/t28354-albertmania-fanfic-still-as-ever-capitulo-5#462595
Capitulo Seis: https://www.elainecandy.com/t28450-albertmania-fanfic-still-as-ever-capitulo-6
Capitulo Siete: https://www.elainecandy.com/t28520-albertmania-fanfic-still-as-ever-capitulo-7

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Sussy

Sussy
Niño/a del Hogar de Pony
Niño/a del Hogar de Pony

Son tan lindos juntitos, aún flotando en su nube de amor.
Yo también grito ALBERT¡ es el amor de mi vida¡¡ *** Albertmania *** FanFic - Still As Ever - [Capitulo 8] 963447

Mayra Exitosa

Mayra Exitosa
Niño/a del Hogar de Pony
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