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BANDOLERAS DE TERRY—ATADO A TI—CAPÍTULO III PARTE II—BY ROSSY CASTANEDA

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Gisela ruht

Gisela ruht
Niño/a del Hogar de Pony
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BANDOLERAS DE TERRY—ATADO A TI—CAPÍTULO III PARTE II—BY ROSSY CASTANEDA     5955-84

Dom Abr 09, 2023 4:18 am
por RossyCastaneda

ATADO A TI
CAPÍTULO III PARTE II
BY ROSSY CASTANEDA

BANDOLERAS DE TERRY—ATADO A TI—CAPÍTULO III PARTE II—BY ROSSY CASTANEDA     8982ab10




En cuanto ella gritó, supo que se avecinaba una crisis femenina. Terrence miró la puerta por la que, hacía unos minutos, habían entrado y quiso correr lo más lejos posible. Se acababa de librar de una muchacha hacía poco, pues Karen al fin dejó de ser su problema y lo que menos necesitaba era tener que cuidar de otra mujer.

En cuanto ella se dio la vuelta, supo que debía abrazarla. Su mente le gritó que no lo hiciera, pero sus pies ya habían salido a su encuentro y sus manos la agarraban para darle la vuelta y ofrecerle consuelo. Le sorprendió ver que ella se contenía y no sollozaba. Estaba aguantando las ganas de desahogarse, imaginó que lo hacía para que él no la juzgase débil. Admitía que había esperado sollozos, gritos, muchas lágrimas y una escena embarazosa, pero nada de eso estaba sucediendo, era evidente que ella sufría y eso lo hacía sentirse preocupado, una reacción insólita ante una mujer a la que no conocía y se negaba a conocer.

—La señorita McAllister no tiene la fortaleza para establecerse en el campo —comenzó a decir con calma el castaño—. Y usted señorita, Brighton, por más que quiera aparentarlo, tampoco la tiene. Aquella es una tierra dura que pide mucho y ofrece poco. En cuanto la lluvia reduzca, puedo llevarlas de regreso a frontera para que tomen una diligencia y vuelvan a casa, no debieron venir a Inglaterra.

La muchacha levantó la vista ante sus palabras. No tenían crueldad, pero las había dicho creyendo que eran una verdad universal, y eso dolió más que toda la incomodidad que había arrastrado desde que emprendieron la travesía desde Gretna Green.

—¿Interrumpo algo? ¿Debo ir en busca de mi arma? —Las preguntas de la señorita McAllister rompieron lo que fuese que hubiese sucedido entre entre aquel hombre y su amiga. La rubia trató de separarse de él como si quemase, pero el castaño la agarró con más fuerza y le impidió el movimiento.

—Tu dama de compañía es tan gentil que me estaba haciendo entrar en calor. —Ya no le apetecía ser formal en sus formas. Era un bastardo. Si las damas deseaban corrección y etiqueta no debieron dejar la comodidad de su país. Los ojos de él no abandonaron a la muchacha ni un momento mientras informaba de la situación. Ella permanecía con la mirada gacha. Era evidente que estaba avergonzada.

La respuesta de la señorita McAllister fue bufar. —Se quejó en alto como si fuese un elefante que quisiera pisotearlo debido a su atrevimiento. ¿Podía ser él más impropio?

—¿Es así? —preguntó tras reponerse. La vista de muchacha se posó en la de su amiga, quien la estaba observando con las mejillas enrojecidas. Desde luego, la ceja de la pelinegra estaba alzada y era más acusadora que cualquier palabra dicha en alto.

—Veo que has encontrado mantas —tomó la palabra el castaño—. Se una buena patrona, señorita McAllister, y permite que tu dama de compañía entre en la habitación para cambiarse la ropa. —Reprendió—. He visto leña en el cobertizo. Encenderé la chimenea para que todos entremos en calor.

—Muy bien —respondió Lady Victoria con pereza, sin abandonar su actitud arrogante—. ¿Y piensa salir con mi dama de compañía sumida en su abrazo o le permitirá quedarse aquí conmigo?

—No lo he decidido aún —respondió el castaño sonriendo de lado. En ningún momento había dejado de mirar a la joven pecosa .—Pero supongo que sería poco caballeroso regresar a una dama a las fauces de la lluvia, el viento y el frío.

—¿Va a soltar en algún momento a mi dama de compañía, señor Graham? Porque es muy probable que haya olvidado que ella está aquí para acompañar a la futura esposa del mismo hombre que lo contrató para que la lleve a su lado. —replicó —Ella no tendría la fuerza y determinación de su amiga, pero podía sacar las garras cuando debía hacerlo.

Si le afectó o no la llamada al orden tan tenaz de Lady Victoria, Terrence no lo dejó entrever. Se limitó a mover el rostro de la joven pecosa con un dedo para captar su atención. Lamentó que su mano derecha abandonase su cintura, pero la izquierda la mantenía bien sujeta para que no escapase hasta que él decidiese dejarla libre.

—Cuando regrese no quiero verte con esa ropa mojada. Tal vez Ponny tenga algo en su armario, algo que puedas usar. Si no hay nada, te quitarás la ropa, te envolverás en una manta y te colocarás junto al fuego que haré hasta que estés seca.

—Yo no creo que... —comenzó a protestar la muchacha.

—No me hagas desnudarte y llevar a cabo yo mismo mi mandato. El arma que ha nombrado tu señora no me intimida, y poco me importará tener que enfrentarme a una mujer aunque sea considerado poco caballeroso hacerlo. No soy un hombre que solicite dos veces las cosas, señorita Brighton. Esto no es como pedirte con delicadeza que uses mi nombre. —La autoridad de su voz la dejó con los ojos y la boca abierta. ¿Quién lo había nombrado su padre, su tutor o el papel que él creyese que debía asumir con respecto a ella?

En ese momento, él se separó de ella y la dejó en medio de la estancia. La puerta se cerró y las dos amigas se quedaron solas... asombradas ante tal despliegue de... —¿Qué diantres acababa de suceder?

—Me da miedo hablar por si me oye —susurró su amiga por lo bajo, como si estuviese confesando un secreto.

—Es solo un hombre, no tiene un oído capaz de escucharnos aquí dentro —replicó la rubia  en un tono de voz normal.

—¿Estás segura?

—No lo sé, Annie —Él es un hombre desconcertante.

—¿Qué ha pasado, Candy? ¿Te besó? —preguntó Annie con suma curiosidad.

—No, no. Nada como eso. Me ha recomendado que regresemos a Escocia.

Annie silbó. No se creía esa afirmación.

—Querida amiga, él no parecía preparado para soltarte e ir por leña. Dudo mucho que quisiera meterte en una diligencia para tenerte al otro lado de la frontera.

—Eso no es cierto. Él quiere que nos marchemos y hará todo lo necesario para dejarme claro que no estamos hechas para vivir en el campo . —El abrazo... fue una especie de prueba —trató de restarle importancia—. Antes de que salieras ha comentado eso mismo, que no tenemos la fortaleza para establecernos en el campo.

—¡Oh! No me extraña que dijese eso de mí.

—¿Y de mí? —se quejó Candy.

—¡Me tratas como si fuese una joven desvalida , Candy! Te advertí que no debías mostrar debilidad por mí.

—Lo siento. ¡No puedo evitar preocuparme, eres tímida y no sabes como defenderte de hombres como él —respondió Candy tras un silencio.

Annie  suspiró.

—Si no cambias tu actitud me dejarás en evidencia y no deseo despojarme de mi disfraz de mujer fuerte y decidida. He descubierto que me gusta que crean que lo soy.

—¡Tú no lo eres, Annie!

—Lo seré, si dejas de preocuparte tanto por mí. Aunque no lo creas, soy perfectamente capaz de desenvolverme sin tus cuidados, amiga.

—¡Eres exasperante! —Candy golpeó su hombro

—¡Aush! —se quejó Annie acariciando su hombro —Y ahora —la pelinegra puso una voz seria, como si fuese la de Terrence—, haz el favor de ir a desnudarte y ponerte cómoda si no quieres que vea los secretos que guardas bajo tu ropa  mojada. Prometo ser un caballero atento, y cuidar de ti.

Ambas no pudieron ocultar la risa que llegó.

—Oh, Annie. No me hagas reír, porque el simple esfuerzo de hacer algo como eso podría hacer que me desmaye.

—Te dije que comiésemos algo cuando bajamos de la diligencia. Eres mas terca que una mula.

—Estaba tan nerviosa que no podría haber probado bocado. ¿Tú tienes hambre?

—Lo cierto es que no. Solo tenía frío, y después de encontrar una manta para secarme y quitarme la ropa mojada, estoy perfectamente. —Por tu bien, espero que no dejes caer esa gran improvisada capa que llevas puesta sobre tu cuerpo o él se enfadará.

—No me da miedo —alegó Candy con naturalidad.

—A mi tampoco. —Imagino que ambas hemos aprendido a no juzgar por el exterior a las personas, los ángeles más bellos pueden estar malditos y los hombres más toscos pueden ser buenos custodios. —¿Te gusta él?

—¡Eh!

—Eres soltera. Tengo la impresión que ese hombre es más de lo que aparenta. Hay algo tan peligroso en él, en su postura, sus palabras, sus gestos.

—No olvides que soy una mujer comprometida.

—¡Bah! —Annie bufó restándole importancia y continuó: —me gustaría ver a aquel bastardo enfrentarse a Terrence Graham. —Apuesto mi virtud que Terrence sería capaz de aplastarlo como a una mosca con solo dos de sus dedo —concluyó.

—¡Annie! —chilló escandalizada la rubia —¿Apostar tu virtud? Estás llevando esto demasiado lejos.

—Olvídate de las tonterías, Candy. Respóndeme. ¿Te gusta?

—¿A qué viene esa pregunta?

Annie rio entre dientes, Candy no se preocupaba por ningún hombre que no fuese su Padre y su tío, y hasta ese mismo instante no había mostrado preocupación por ningún otro. Aquello era interesante... Interesantísimo, de hecho.

—Ah, te gusta... —dijo Annie de modo un tanto infantil y simplón.

Candy  suspiró y se metió en la habitación dispuesta a quitarse la ropa y secarse. Volvió a salir y llevaba en sus manos otra manta y una toalla.

—Le daré esto para que se seque. No queremos que muera de fiebre antes de dejarnos en nuestro nuevo hogar.

—Debe gustarte mucho... —dijo en un murmullo Annie en cuanto Candy salió de la habitación y cerró con delicadeza la puerta.

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