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ATADO A TI
CAPÍTULO I PARTE III
BY ROSSY CASTANEDA
CAPÍTULO I PARTE III
BY ROSSY CASTANEDA
—¿Terry? —La respuesta del castaño fue girarse para observar con una ceja alzada, al hombre que tenía cerca—. Perdón. No esperaba encontrarte aquí, Terrence —se corrigió de inmediato, en la forma de referirse a él.
—Tom ... siempre tan oportuno —dijo por lo bajo la segunda parte de la afirmación, al intruso que acababa de perturbarlo —. ¿Qué haces aquí? Creí que estabas en Londres.
—Pues ya ves —se encogió de hombros.
—¿Y qué, ya conseguiste novia?
—Bueno... después de lo que sucedió con Dayana... —Tom suspiró. Aquella era una historia del todo curiosa que no venía al caso en esos instantes.
—Ella no era para ti —se limitó a rebatir Terrence. Trató de no darle demasiado peso a esa expresión que tantas veces se había colado en su mente para no recordar su turbulento pasado.
—¿Por qué diablos nunca te he caído bien? Ni siquiera reconociste que hice un buen trabajo cuando trataron de asediarnos.
—No es cuestión de tratos, Tom. La muchacha no te interesaba. —Le explicó con serenidad. —Los padres de Dayana y Tom habían arreglado todo para que sus hijos unieran sus vidas.
—Aunque no quería a Dayana, acepté el compromiso sin réplica.
—Olvidemos el pasado, Tom. Busca una mujer y cásate de una maldita vez.
—¡Claro! —exclamó con ansia— ¡Como si no llevase años intentando hacer eso!
—Manda a traer una desde Escocia.
—¿Qué?
—Compra una novia —se encogió de hombros —Una mujer que quiera casarse contigo sin conocerte —concluyó al ver la cara de poker de su interlocutor.
—¿De dónde has sacado esa idea, Terry...? —La mirada torcida que el castaño le dio, hizo que Tom se silenciase. ¡Era culpa de Karen que solía llamarlo por ese diminutivo que sabía que al castaño tanto le disgustaba! Su ex vecina era la única que no corría peligro cuando lo llamaba de ese modo.
—La tía de Albert ha hecho justo eso, para... —hizo una pausa —Pregúntale a ella —concluyó.
—¿Pretende casarse a sus años?, ¿Y con una mujer?
—No es tan mayor, además está en su derecho si desea compañía —espetó suspirando pesadamente. Él no era una persona a la que le apasionase socializar.
Tom silbó en ese momento ante la ocurrencia que había tenido, era evidente que la remilgada señora Ardlay no tenía esos pensamientos tan retorcidos, pero aún así continuó atizando:
—Espero que tengas razón, porque si le ha comprado una novia a su sobrino para que siente cabeza... Albert se enfadará hasta tal punto de largarse sin retorno.
—Tom... ¿No tienes cosas que hacer? —preguntó el castaño para que se fuera de una vez, sin sacarlo de su error.
—Sí, claro. Me dirigía a visitar a un cliente que me ha pedido que revise unos documento sobre unas tierras. Soy un apoderado legal prestigioso, ¿Sabes? Los letras me adoran y yo a ellas. ¿Quién iba a decirme que dejaría de ser un chico campo y que serviría mejor para...? —el ranchero, como solía llamarlo Terrence cuando se refería a él, se quedó callado un instante. El castaño ladeó un poco el rostro para ver el motivo por el que el parloteo había cesado. Siguió la trayectoria de la mirada de Tom y pronto se dio cuenta de lo que estaba observando. Cuando Terrence bufó, Tom no lo escuchó.
—No quisiera interferir en los asuntos de un hombre ocupado como tú, así que, siéntete libre de seguir tu camino, Tom —Terrence lo invitó a marcharse.
—No es de aquí . Puedo verlo. —Tom siguió con el escrutinio de la mujer que había captado toda su atención. La dama llevaba un elegante vestido de paseo, con el fondo crema y con flores de colores estampadas. Una ligera capa cubría sus hombros, el pequeño sombrero de plumas le daba un aire de gran dama. La ligera inclinación del mentón hacia arriba y la forma de cuadrar sus hombros, le hizo pensar que se trataba de una respetable dama.
—Es aristócrata—gruñó Terrence. Él había estado en Londres años atrás y reconocería a esa especie en cualquier lugar. Los caballeros aristócratas, arrogantes y con dotes de superioridad, se quedaban atrás cuando una dama hacía acto de presencia... — tenían un don para sacar lo peor de las personas. Perfectas y hermosas, pero altivas y frías. Había visto lo que era esa raza y no le deseaba ni a su peor enemigo una unión con una de ellas.
Tom dejó de mirar a la dama, y se centró en Terrence.
—¿Estás observando hacia allá por algún motivo? —preguntó con la burla impresa en sus palabras. Se había percatado que el castaño miraba otro punto.
—No es asunto tuyo lo que yo haga o deje de hacer, ranchero, pero te diré que he venido aquí para recoger a una novia y llevarla a casa de los Ardlay.
—Si es ella, —Tom la señaló —y es para Albert, él no estará contento. —Es todo lo contrario a lo que busca Albert en una mujer, él las prefiere esbeltas... —Sin embargo, ella es preciosa —dijo Tom sin quitarle la vista de encima.
—Aja —Terrence observó a la muchacha que Tom señaló. —Límpiate la boca, Tom, estas babeando —se burló.
—¿Crees que si ella es para Albert y él la desprecia, yo me la podría quedar? —En su mente ya se veía salvándola de lo que serían las duras palabras de Albert Ardlay en cuanto la viese, para poder llevársela a su casa.
Terrence suspiró con fuerza.
—Y soy yo el salvaje que no aprecia la corrección... ¡Ella no es un palomino al que le puedas poner el lazo! —lo regañó.
—Como si tú no estuvieras observándola. ¡Ya sé que ella no es un caballo! —exclamó con enfado.
—¿Quieres recibir un puñetazo, ranchero?
—Ah, yo no puedo llamarte por el diminutivo de tu nombre, pero tú usas ese apelativo tan ofensivo —se quejó Tom.
—¿Acaso no eres un ranchero de negocios ? —respondió Terrence con tranquilidad.
—¿Y el diminutivo de tu nombre, no es Terry? —lo retó.
Los dos hombres se midieron en una larga y dura mirada.
—Ve a trabajar, Tom, llagarás tarde a tu cita.
—No. —Voy a hablar con ella y averiguar qué hace una mujer como ella en Gretna Green. Si no es la novia de Albert, la secuestraré para mí —advirtió, mientras le ofrecía una brillante sonrisa con la única finalidad de molestarlo.
—Está acompañada por aquella muchacha de allá. —Señaló hacia la derecha, donde una joven no tan alta vestida con ropa masculina a quien Terrence había visto antes, conversaba con uno de los encargados de la posada.
—¿Cómo lo sabes?
—La he visto abrazarla y darle un beso en la mejilla. —achicó los ojos —es extraño, la señora Ardlay me ha dicho que debía recoger a una señorita y su escolta, pero me temo que son dos mujeres —le explicó sin ganas de hacerlo.
—¿Dos mujeres? —cuestionó Tom observando a una y a otra —. Eso es todavía mejor. —movió las cejas para molestarlo.
—Tom, ¿No tenías trabajo? —insistió para ver si lo perdía de vista.
—Sí, por supuesto, pero de eso hay siempre, en cambio, mujeres disponibles... pocas.
—¿A dónde vas? —inquirió Terrence al ver que Tom bajaba a la calle para cruzar la avenida.
—A ofrecer mi ayuda. —respondió con más alegría de la habitual.
Terrence se quedó en su lugar y compuso una media sonrisa. Le iba a encantar verlo hacer el ridículo. El desplante de Dayana no sería nada comparado con lo que sucedería cuando la acompañante de la dama le diera una lección. La forma en la que ella y la otra muchacha se miraban era de absoluta protección.
Cruzó los brazos sobre su pecho dispuesto a disfrutar de un buen espectáculo, mientras Tom iba hacia su objetivo con una brillante sonrisa que esperaba derretir a la mujer. Y cuando ella lo miró y le ofreció una sonrisa tierna como respuesta, el ranchero, como solía llamarlo, quedó a sus pies, y se afanó en retirar el sombrero que llevaba para hablar con ella.
—Buenos días, señorita. Disculpe mi atrevimiento por interrumpir sus pensamientos, pero no he podido evitar ver que está esperando a alguien.
—¿Es usted el señor Johnson? —preguntó con valor la joven que llevaba más de media hora esperando al hombre que debía ir a buscarlas.
En respuesta, Tom atenuó su sonrisa, dado que había tenido la perspectiva de que estuviera en Inglaterra por otro motivo. Ella lo observó girarse y hacerle una señal a otro hombre que estaba en las puertas de la taberna.
La joven se puso nerviosa, desde hacía rato había visto al hombre de cabello castaño e inmensamente grande, que se acercaba a ella a grandes zancadas. Tragó saliva y buscó a su amiga con la mirada, quien, seguía pidiendo indicaciones al mozo de la posada para llegar al campo de Londres.
El recién llegado la observó de arriba abajo y luego miró al otro que estaba parado a su lado y que había vuelto a colocar una sonrisa divertida en su rostro.
—No va a gustarle —soltó Terrence, sin dejar de mirar a la muchacha a los ojos mientras hablaba. Él sabía quien desposaría a la dama, pero por nada del mundo sacaría a Tom de su error, lo dejaría que continuara pensando que la dama frente a él era la prometida de su amigo...
La muchacha jadeó con horror al intuir a lo que se refería. Los ojos femeninos buscaron los del primer sujeto que la había abordado. El hombre que estaba a su lado le dedicó una sonrisa aún más pronunciada y luego dijo:
—Lo sé y es fabuloso.
—Ella tampoco será tuya. Busca a otra —espetó Terrence con relativa tranquilidad.
Tom lo miró con seriedad tras decir esa sentencia tan negativa. Después carraspeó y le hizo una reverencia a la dama que los miraba como si ambos debiesen estar internados en un hospital psiquiátrico.
—Disculpe, señorita, me presento oficialmente, soy Tom Stevenson ... A sus pies —hizo una graciosa reverencia.
La muchacha se dispuso a darse la vuelta ofendida. Si ninguno de ellos era el señor Johnson, no tenía sentido vivir esa situación tan detestable, porque le había quedado claro que el castaño no la aprobaba de ningún modo y que el otro estaba riéndose a costa suya.
Dio un paso y enseguida sintió un tirón en su muñeca izquierda. Sus ojos cayeron hasta el lugar en el que el castaño la sujetaba. Levantó la mirada y se centró en sus ojos azules sin mostrar temor.
Gracias Por Leer
Se ne hace que Terry ya le echo el ojo a una 
cómo que no se le da muy bien 
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