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— ¿Esperar mientras nosotros...? —preguntó Candy.
— ¿Por qué no? —contra atacó Terry, abriendo la puerta de la habitación de una patada, y echándola sin ninguna ceremonia en la cama en la que habían dormido la noche anterior. Candy se sentó, apartándose el pelo de la cara.
— ¿Por qué no? —repitió—. ¿Es que te has vuelto loco?
—No. Si cualquiera de los hombres de por aquí, se entera de que he esperado cinco años para tener contacto físico con mi esposa, me meten en un manicomio —respondió Terry, con tono sardónico —. Además, como veo que vas a ser tan elocuente con los paparazzi como tu madre, no voy a privarte de la fuente de revelación más jugosa. Seguro que se lo contarás todo al primer periodista que aparezca, con todo lujo de detalles.
—Estás muy equivocado conmigo. Yo jamás hablaría con la prensa.
—También juraste que nunca aceptarías mi dinero —respondió Terry, quitándose la camiseta y tirándola al suelo. —Has estado mintiendo sobre tu inocencia todo el día. Me diste explicaciones de todo lo que te acusaba. Me dijiste que no sabías nada y de pronto, cuando estaba a punto de concederte una segunda oportunidad, me dices que estabas enterada del fraude desde el primer día.
La imagen de Terry, medio cuerpo desnudo, la atraía como un imán. Retiró su mirada y humedeció sus labios con la punta de la lengua. Estaba horrorizada. Terry no confiaba en ella, lo cual no era de extrañar, si se tenía en cuenta la cantidad de veces que había cambiado de opinión aquel día, hasta que finalmente había intentado salvar a Helen de las garras de Terry.
No era el mejor momento para intentar razonar con él. Terry había oído su conversación con Helen y había escuchado el tono calculador que utilizó. Era posible que Helen no hubiera sido la madre que ella hubiera deseado, pero Candy había aprendido algo que era como una llaga en el corazón. Vio que su madre había comprendido la miseria de su hija cinco años antes, y la habría ayudado, si Candy la hubiera dejado. De haber ocurrido así, habrían tenido una relación más estrecha. Por lo menos en eso, tenían algo en común.
—Yo no soy lo que tú piensas —le dijo Candy, levantando la cabeza, para mirar a Terry, todavía sentada en la cama. Ojalá pudiera aclararte más eso, pero justo en este momento...
—Justo en este momento, me dirías cualquier cosa que se te viniera a la cabeza.
Sin respiración, Candy clavó los ojos en Terry, viéndolo quitarse los calzoncillos. Víctima involuntaria de un ataque de timidez, apartó su mirada de la manifestación más flagrante de su masculinidad. Siempre se había preguntado cómo sería, y en aquel momento tenía la oportunidad de satisfacer toda su curiosidad.
—Terry ... —susurró ella.
—Olvídalo. No te hagas ahora la tímida conmigo — interrumpió Terry, echándose en la cama, al tiempo que la agarraba de los brazos y tiraba de ella. — Ninguna mujer que presume del número de hombres con los que ha estado y me ofrece que haga con ella lo que yo quiera en la cama, sin pararse a pensar que puedo querer algo que ella no puede darme...
— ¿Qué quieres? —preguntó Candy horrorizada, a escasos milímetros de sus ojos zafiros.
—A lo mejor puedes enseñarme alguna cosa... —Dijo él
—En estos momentos no me apetece mucho...
—Yo haré que te apetezca, pecosa. No te mereces ni mis cuidados, ni mi respeto —La soltó y la agarró por la cintura. Candy se quedó inmóvil, con un nudo en la garganta y el corazón palpitante. Terry recorrió con su lasciva mirada todas las curvas de su cuerpo. Con una mano le agarró el pelo y muy lentamente la obligó a que apoyase la cabeza en la almohada. Después le cubrió el pecho con una mano. Candy se estremeció. Sintió el calor de su cuerpo contra el de ella y sus dedos empezaron a acariciarle los pezones.
—Humm. —A través de su boca se escapó un suspiro, echó la cabeza para atrás y se abandonó a las sensaciones de su cuerpo. Cuando él bajó la cabeza y empezó a besarle y morderle con delicadeza la parte del cuerpo donde habían estado sus manos, Candy gimió.
—Eres una mujer muy tentadora, Candice — suspiró Terry, con voz rasposa. —.Te entregas de forma increíble al placer —Aquel comentario la hizo sentir vergüenza. Abrió los ojos y vio a Terry mover su mano. Le quitó la bata y lo tiró al suelo. Apartó el edredón y la echó en las sábanas perfumadas con romero. — Romero para la fertilidad. Algo de lo que no me tengo que preocupar contigo...
—Yo…—A Candy se le extravió la mirada. Sintió que sus mejillas ardían. No estaba escuchando. Estaba pidiendo a gritos que él pusiera fin a aquel deseo que la estaba abrasando por dentro, que terminara con lo que había empezado hacía ya cinco años. Hacer el amor con Terry sería como pasar una página en su vida.
—Me encanta cuando te sonrojas —le dijo Terry, apartando la sábana con la que ella se había cubierto. Candy lo miró, atrapada en su mirada, como si la tuviera encadenada. Se sentía tan a gusto, tan feliz —.Eres exquisita, —murmuró Terry. — En estos momentos, todo lo demás me da igual.
—A mí también — susurró Candy, pensando que sólo iban a hacer aquello una sola vez, porque después se separarían para siempre. Candy levantó la mano y se la puso en el hombro, acariciándole la piel que cubría sus maravillosos músculos. Así era como tendrían que haber estado hacía cinco años, pensó Candy. Un acto tan natural y espontáneo, producto del amor que sentía por él. Miró a Terry y empezó a jadear, apretó su cuerpo contra él, para que saciara cuanto antes su necesidad.
—Si me miras así —susurró Terry, con un tono tan abrasivo como la arena en la seda —,creo que no voy a ser capaz de contenerme y me voy a echar sobre ti como si estuviera sediento de sexo.
— ¿De verdad? — la cara de Candy dibujó una sonrisa de satisfacción. Terry acercó su cabeza a su cara y empezó a besarla con urgencia, a lo cual ella respondió de igual forma.
Sintió la dureza de sus manos en su delicada piel, explorando con sus dedos sus pechos, provocando en ella un placer que atormentaba su cuerpo, el cual enarcó hasta entrar en contacto con el de él. Se sentía dominada y aprisionada, sensación que le gustó. Le metió los dedos entre el pelo y le sostuvo la cabeza. Terry se soltó, iluminando con una sonrisa de satisfacción su confuso rostro. Su traicionero corazón se contrajo en respuesta.
—Yo no voy a ningún sitio,... Tu pasión es lo único que quiero que me des, y lo único que no puedes ocultar. Tu completa entrega será mi triunfo.
—Ohhh —A Candy se le contrajo el estómago, un sentimiento de temor que luchaba entre las oleadas de placer que la dominaban. Pero con una sonrisa suave, Terry la volvió a besar, con una sabiduría carnal, contra la que ella estaba indefensa. El cuerpo le ardía, poseída por su propia necesidad, desesperada por ver satisfecho su deseo. Le hubiera gustado meterse en su piel y compartirla con él.
Terry jugueteó con los pezones, metiéndoselos en la boca. Con dedos suaves y seguros, tocándole donde nadie más le había tocado. La sensibilidad en ese punto era explosiva e insoportable, un placer agonizante en el que Candy no pudo hacer más que abandonarse.
—Estás húmeda — susurró Terry al oído. Se colocó encima de ella, obligándola a abrirse de piernas y poniéndose entre ellas. Cuando Candy sintió su miembro duro y caliente, se puso tensa y jadeó, pero pensó que si Terry se detenía en sus movimientos, se moriría. Se movió un poco más adentro y el placer se convirtió en dolor, un dolor al que respondió con un grito. Terry se quedó inmóvil unos segundos. La miró con unos ojos que ardían en llamas — Si lo hubiera sabido, habría entrado más despacio —le dijo, metiéndose más dentro de ella, al tiempo que comprimía sus labios.
Tan intensa sintió Candy aquella intrusión, que no escuchó sus palabras. Permaneció inmóvil, para ver si el dolor desaparecía. Lo miró y susurró:
—Es tan extraño.
Continuará....
