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YO RETO A ADRIANA, MINIFIC DE GEORGE JOHNSON
¡Hola a todas!
Vengo con el Minific de George para cumplir el reto de Wendolyn. Espero que les guste tanto como a mí.
Como ya he cumplido, reto a Lady Lyuva a escribir el encuentro entre Richard Ganchester y Eleanor, describiendo cómo se enamoraron. Nunca he leído nada al respecto y me gustaría leer algo. Así que tienes 72 hrs para deleitarnos con un minific
Sin más, a disfrutar la historia.
Abrazos
MEMORIAS BAJO LA BRUMA
El puerto estaba en pleno apogeo, ya que un sinnúmero de personas iban y venían de un muelle en particular. Un majestuoso y gran trasatlántico estaba por zarpar y en ese momento se encontraba recibiendo a aquellos que serían sus huéspedes por varios días.
En efecto, esa tarde el 'Mauritana' estaba por iniciar su viaje al viejo mundo, a Inglaterra. Por esta razón, al tiempo que el cargamento era colocado en las quillas, las personas que en su mayoría pertenecían a la élite de América y Europa, abordaban el magnífico barco.
Entre todos aquellos que eran bienvenidos con toda pompa y formalidad, fue posible distinguir a un elegante caballero acompañado de una pequeña rubia y su mascota.
La tripulación rápidamente los guió a su cabina en la sección de primera clase y de inmediato supieron que no se trataba de unos pasajeros cualesquiera, sino de unos de los más distinguidos que tendrían durante ese viaje en particular.
Una vez dentro de la elegante suite, el caballero recorrió con su mirada inquisitiva el lugar para comprobar que todo estuviera en orden. De inmediato distinguió las dos alcobas que se encontraban opuestas la una de la otra, las cuales estaban separadas por un espacio común: la gran sala.
Tomando el pequeño maletín de la chica, con suave voz le indicó a la joven cuál sería la suya.
"Esta será su habitación, señorita Candy".
La rubia llevando aún el coatí en sus brazos, en silencio se acercó hasta la puerta para admirar la imponente alcoba. Sin embargo, su rostro no denotaba sorpresa alguna ante el lujo del que era testigo. Más bien, parecía indiferente a todo.
Así que sin decir mucho, entró para inspeccionar un poco aquel que sería su espacio personal por los siguientes días. Lo que ella no sabía era que el hombre a sus espaldas la observaba atento.
Su varonil y serio rostro no mostraba emoción alguna, pero sus ojos reflejaban un dejo de preocupación. En efecto, George estaba muy preocupado por esa chiquilla. Era consciente que ella simplemente estaba siguiendo órdenes de alguien a quien ni siquiera conocía y que no comprendía del todo.
Su vida desde que había sido adoptada por una de las familias de más alta alcurnia del país, había cambiado radicalmente. La libertad a la que había estado acostumbrada, ahora daba paso a una vida de restricciones y reglas sociales... estándares de vida que de alguna manera, hacían prisioneros a todos los que quedaban atrapados en el círculo de poder, dinero y abolengo.
Curiosamente, George conocía bien los pormenores de los dos mundos a los que ella pertenecía y por esa razón, simpatizaba mucho con Candice.
Hacía tan sólo unas horas, ella aún disfrutaba de la compañía de las mujeres a las que consideraba sus madres en el orfelinato y ahora en cuestión de días, su vida daría un giro total para incorporarse a uno de los mejores colegios en Europa. Y lo haría como la hija, la heredera de uno de los hombres más poderosos y acaudalados de la nación americana.
Por lo tanto, atrás quedarían los días como una huérfana, una chica desamparada... tal y como sucedió en alguna ocasión con él.
Tal vez si no hubiese sido tan rígido consigo mismo, George aún pudiera expresar la que alguna vez fue su verdadera esencia. Algo a lo que la pequeña se negaba rotundamente a perder y se aferraba con fuerza.
Verla comportarse en plena rebeldía no solamente le hacía recordar esa etapa que más bien parecía pertenecer a otra vida, sino que lo inclinaba a ser más considerado. En efecto, en algún lugar de su pasado el hombre mismo había sido como Candy: un huérfano que solía defenderse solo en el mundo y sin una clara idea de lo que el futuro le depararía.
En efecto, nadie creería que aquel caballero londinense de gran garbo hubiera podido ser alguna vez un chiquillo desamparado y sin familia. Y fue gracias a un inesperado giro de la vida que su destino lo llevó a estar bajo la tutela del que fuera el padre de su ahora patrón, cambiando radicalmente su vida.
Por esa razón, George creía firmemente que era su deber ayudar y apoyar a Candy en todo. Su misión no era tan sólo el acompañarla, sino también guiarla.
"¿Cuándo partimos?" Esta pregunta de la chica lo sacó de sus cavilaciones.
"Muy pronto. ¿Le gustaría ir a la cubierta superior cuando zarpemos?"
Un suspiro contenido se escuchó. Candy no estaba del todo entusiasmada con el viaje y tras unos minutos de meditarlo, aceptó la propuesta de George.
--------
La gran sirena del barco pudo ser oída con estruendo por los alrededores y marcaba el comienzo del viaje. Los motores y turbinas dieron vida de nueva cuenta al trasatlántico y en cuestión de minutos, comenzó a deslizarse velozmente por las aguas. Mientras tanto en cubierta, numerosos pasajeros se despedían entusiasmados de los familiares y amigos que en el puerto, continuaban despidiéndolos.
Candy con Clin en sus brazos, simplemente se dedicó a mirar con tristeza como su querida patria se alejaba cada vez más de ella. A su lado, George la acompañaba en silencio.
Seguramente este primer viaje a tierras lejanas no resultaba fácil, así que tratando de animarla un poco, le comentó.
"A veces un cambio nos ayuda a olvidar aquello que nos trae tristezas..." La rubia se volvió a mirarlo sorprendida y él aún mirando a lo lejos, continuó diciendo, "No esté triste por lo que ha quedado atrás, sino más bien, mire todo esto como una oportunidad para crecer y ser mejor en la vida".
"George, ¿en verdad crees que ir a Londres es lo mejor para mí?"
"Así lo pienso". Sus ojos se encontraron con los de ella. "Hay mucho por aprender y qué mejor que hacerlo no sólo en uno de los mejores colegios, sino en compañía de los señores Archibald y Alistair".
Esto se lo dijo porque conocía bien su afinidad con los jóvenes Cornwell y deseaba recordárselo. Algo que pudo comprobar al ella responderle.
"Mientras esté con ellos, siempre seré feliz".
George simplemente asintió. Estaba seguro que Candy se sentiría mejor una vez que estuviera con ellos. Así que sin más, sugirió que volvieran al camarote.
Una vez ahí, los dos se dirigieron a sus habitaciones, pero antes de desaparecer por la suya, Candy le comentó,
"Gracias por todo, George". Esto fue algo que lo tomó por sorpresa, "me alegra no estar sola en este viaje..."
"El Sr. Williams me pidió personalmente que la acompañara, simplemente sigo sus órdenes".
La chica tan sólo le sonrió sabiendo que no importando lo que le dijera, él se mostraría formal y profesional ante la situación. Así que fue pronta en agregar.
"Aún así, te agradezco todo lo que haces por mí". Y diciendo esto, soltó una risilla para luego desaparecer tras la puerta.
Él simplemente se quedó asombrado por un momento sin saber qué hacer y decir, pero luego de reponer la compostura, se retiró a sus habitaciones a descansar.
Muy pocas personas lograban este efecto en el Sr. Johnson y curiosamente, Candy era una de ellas.
-----------
Por los siguientes dos Candy y George adoptaron sin problema la vida rutinaria del barco.
Por las mañanas desayunaban temprano y luego Candy dedicaba su tiempo caminando por cubierta con Clin mientras que George se perdía en una pila de documentos que necesitaban su atención. Al pacer, el fiel asistente del Sr. Williams insistía en trabajar aún cuando estuviera de viaje.
Al mediodía, se reunían en el salón comedor para disfrutar del almuerzo.
Por lo general, ambas comidas se llevaban a cabo en silencio, ya que al parecer a Candy se le notaba distraída y como el buen caballero que era, George no deseaba interferir en su privacidad. Muy por el contrario, él prefería estar ahí con ella en silencio hasta que la chica se decidiera a conversar.
No obstante, era durante la cena que el ambiente cambiaba un poco ante la atmósfera alegre en el elegante salón. Ambientado con un cuarteto de violines y piano, la música invitaba a charlar a los convidados y obviamente, Candy no fue la excepción.
Así que entre los diversos platos que eran servidos durante la cena, ambos hablaban casualmente sobre las novedades y aventuras que Candy había tenido durante el día. En especial cuando ella se dedicaba a explorar el enorme trasatlántico.
Por lo que mientras ella le describía lo que había visto y aprendido de la enorme y majestuosa nave, George escuchaba atento y en silencio. Contrario a lo que se pudiera pensar, no lo hacía tan sólo porque fuera parte de sus obligaciones, sino porque disfrutaba de la espontaneidad y alegría que irradiaba Candy. Aunque de cierto, había algo más.
Cada vez que la escuchaba describir algo con emoción, esos gestos, pero sobre todo la expresión de sus ojos, lo transportaban a una época en su vida en la que alguien más también se había expresado así.
En efecto, esos ojos verdes le recordaban las hermosas esmeraldas que pertenecían al rostro de la única mujer que había amado en su vida. Aquella a la que tuvo que renunciar y cuyo recuerdo guardaba celosamente en secreto.
Candy le recordaba mucho a ella.
Por esa razón, últimamente a George se encontraba más distraído que de costumbre. Pensativo, solía pasar mucho tiempo contemplando el mar a través de la ventana del camarote sin darse cuenta, con los documentos en mano. Como el escritorio estaba a un lado, tan sólo tenía que volverse un poco para perderse en la inmensidad del mar y de sus pensamientos.
La razón era de que pesar de que todo pareciera normal, había algo en la actitud de Candy que preocupaba a George.
A veces la notaba distraída, como perdida en sus pensamientos, reflejando una infinita tristeza. Era obvio que la causa fuera la reciente pérdida de la familia. El joven Anthony por lo que él entendió, había sido más que un amigo para la jovencita.
Al principio no se dio cuenta de lo que sucedía entre los jovencitos sino hasta que en una ocasión la misma Sra. Elroy le expresó su preocupación al respecto. La Tía Abuela no veía con buenos ojos el interés que su sobrino favorito mostraba por la chiquilla.
Aún cuando el joven Brown era el segundo heredero en línea, Emilia trataba de no llevarle la contraria al voluntarioso muchacho que para esas alturas, había demostrado a su corta edad que no permitiría que se le manipulase. Así que cuando a la Tía Abuela se le ocurrió prohibir la amistad de la entonces 'sirvienta' de los Leagan, se encontró con una férrea oposición de parte Anthony que fue secundada tanto por Stear como por Archie.
De esta manera, a Emilia no le quedó de otra más que ceder... por el momento. Había decidido esto alegando que en el futuro hallaría la manera de separarlos. Por desgracia, nada se dio como se pensaba y la historia terminó en tragedia, afectando la vida de Candy y de todos los Ardley para siempre.
Por esa razón, era común verla melancólica mientras su mirada se perdía en el horizonte y en la inmensidad del mar.
Curiosamente, George simpatizaba con ella al conocer bien ese sentimiento de pérdida, la de perder un ser querido.
Desgraciadamente, en ese sentido Candy y George tenían algo en común. Los dos habían puesto sus corazones y esperanza en alguien a quien el destino les arrebató, dejándolos con una inmensa soledad.
En efecto, así como la chica perdió a Anthony, él en su momento tuvo que decir adiós a quien consideró su único y verdadero amor. Uno que desde el principio tuvo que acallar por considerarse 'imposible' e 'inapropiado', guardándoselo en lo más profundo de su ser.
George no tuvo más remedio que amar en secreto y llegado el momento, llorar su pérdida en silencio.
---------
Los días continuaron y gracias a un evento fortuito el ánimo de Candy cambió un poco. Por fortuna, una mañana Candy encontró una gaviota herida y esto le dio algo en qué ocuparse. Así, durante los siguientes días, la chica en su afán de cuidar a la infortunada ave, se olvidó un poco de sus penas.
En vez de darle una reprimenda por su acción, George estuvo a su lado para apoyarla de manera incondicional en todo momento, guiándola en cómo cuidar a la gaviota. De esta manera, Candy con sus tiernos cuidados hizo que el animalito se recuperara de sus lastimaduras y sería en cuestión de un par de días en que pudiera liberarlo.
De alguna manera, el que Candy velara por un ser vivo en desgracia la hizo olvidarse un poco de sus propias heridas y que estuviera de mejor ánimo. Esto fue algo que George agradeció, en especial al ver el esmero con que ella se dedicaba a su encomienda... algo que había visto antes con alguien más y que por ende, le traía dulces memorias.
En efecto, entre más conocía las diferentes facetas de Candy, más se convencía de lo mucho que esta jovencita compartía con su amada.
Realmente este viaje era en sí una travesía a su pasado y de alguna manera, lo estaba disfrutando.
-------
Sin embargo, a un par de días de llegar a su destino, el trasatlántico tuvo que desviarse para poder auxiliar a otra nave en desgracia y por esa razón, su arribo al puerto de Southampton tuvo que demorarse.
Habiendo informado de todo al Sr. Williams, George recibió un telegrama en donde se le pedía que llevara a Candy de inmediato al Colegio San Pablo y que se reportara cuanto antes con él en Londres para atender unos asuntos urgentes de negocios y una vez concluido esto, retornar de nuevo a los Estados Unidos.
Parecía que su trabajo recién comenzaba. Por esa razón, George agradeció esos dos días de más que tuvieron en alta mar al lado de la pequeña. Curiosamente, el pasar tiempo con Candy no solamente lo animaba sino que hasta lo hacía sentirse feliz.
Esta alegría se daba porque ya era su costumbre perderse entre sus memorias, en especial lo concernientes a ella, su querida y gentil dama. Eran ciertamente las dulces memorias de un amor perdido.
Así, una noche antes de su llegada a Inglaterra, el barco no tan sólo celebraba la llegada del año nuevo, sino que también servía como homenaje y despedida al capitán que se encontraba en su último viaje antes de retirarse de la vida de marino.
Esa noche, entre los elegantes invitados que celebraban entusiasmados, se podía ver a una solitaria figura en una de las mesas principales. Mientras que Candy charlaba y reía amenamente con el capitán, George prefirió ver todo desde lejos.
Fueron varias las emociones que lo invadieron en ese momento. Por un lado, sabía que los dulces momentos al lado de la jovencita llegaban a su fin. En definitiva, iba a extrañar a esa pequeña y sus ocurrencias. Pero por otro, con la llegada de un nuevo año, una rara sensación lo fue invadiendo.
Con la copa de champaña en sus manos, pensaba más que nunca en la soledad de su vida... del vacío que produce el no tener una familia propia. En cómo se dedicaba en cuerpo y alma a su trabajo sin poder disfrutar de una vida hogareña.
Mirando a Candy sonriendo alegre, le vino a la idea de que si todo hubiese salido como tanto anheló en el pasado, ella hubiera podido ser su hija... el fruto de amor entre su amada y él.
Sí, definitivamente su hija hubiera tenido muchos de los rasgos de ella. Su sonrisa, su fuerza y rebeldía, pero sobre todo, esos brillantes y profundos ojos color esmeralda que reflejaban tanto entereza como fragilidad.
De sólo pensarlo, sintió que el corazón se le encogía.
Así que tomando su champaña de un sorbo, se puso de pie y su intención era salir un rato a cubierta para despejar sus pensamientos. Pero antes de hacerlo, fue hasta Candy para asegurarse de que estuviera bien, ante todo estaba su responsabilidad.
Como la chiquilla tomó de un sorbo las burbujas de la champaña, sufrió de un repentino ataque de hipo y sin pensarlo dos veces, George le recomendó no seguir bebiendo.
Sin embargo, mientras que Candy le dijo que iría a cubierta por aire fresco y él decidió acompañarla, el capitán se acercó a George para preguntarle sobre sus planes en Londres. No pudiendo evitarlo, tuvo que responder cortésmente a lo que el hombre le preguntaba, eso sí, sin perder de vista a Candy y la puerta por la que desapareció.
Momentos después, al llegar otro pasajero que quería saludar al capitán, se disculpó para salir a buscar a Candy.
La bruma rodeaba el barco que seguía su trayectoria por las tranquilas aguas. El suave vaivén junto con la espesa niebla, daba la sensación de estar flotando en medio de un sueño, como si se tratase de una visión un tanto irreal.
El ambiente se sentía frío y el súbito cambio de temperatura le hizo sentir escalofríos.
Seguramente Candy con su vestido de seda sufriría más con el cambio de temperatura. Lo último que deseaba es que la chica enfermara, así que sin demora, la buscó mirando a ambos lados, seguramente no estaría lejos. Aunque era difícil distinguir algo o a alguien por lo espeso de la bruma.
Sin embargo unas voces llamaron su atención y siguiéndolas, se fue acercando hasta que le pareció distinguir claramente a Candy hablando con con un joven.
"¿Es usted señorita Candy la que está ahí?" Preguntó al tiempo que se acercaba.
En cuanto se hizo presente, un joven que estaba ahí con ella se dio la vuelta no sin antes de que George lograra reconocerlo. No dándole importancia, de inmediato expresó su preocupación por ella.
"No se quede aquí, señorita Candy, hace mucho frío".
Pero al parecer Candy se notaba molesta por algo y no tardó en expresarlo.
"George, el chico que estaba aquí..."
"¿Usted conoce al Sr. Granchester?" Necesitaba saber qué era exactamente lo que había sucedido ya que le pareció escuchar que ella se llamó 'mocoso atrevido'.
"No, no conozco ese nombre".
Por supuesto que él lo conocía, ya que toda la nobleza era reconocida por todos en Inglaterra. No obstante, George se preguntaba lo que había pasado entre los jóvenes para que Candy estuviera tan alterada. Esto lo puso a la defensiva de inmediato.
"¿Él le hizo algo?"
Sorprendida al saber la identidad del misterioso joven, Candy simplemente respondió que no había sucedido nada. Sin embargo, George no se esperó su siguiente comentario.
"Es que viéndolo de espaldas se parecía mucho a Anthony...."
"¿Al Sr. Anthony?" Esta era la primera ocasión que escuchaba a Candy mencionar su nombre y esto lo tomó por sorpresa.
"Sí, pero de espaldas. Viéndolo de frente no. Anthony era mucho más buen mozo... mucho más buen mozo..." Sus palabras parecieran tratar de convencerse a ella más que si quisieran hacerlo con él.
Sin poder contener la ráfaga de emociones que en ese momento la invadían, Candy se dirigió hasta la baranda y mirando hacia la oscuridad, se habló a sí misma en un susurro.
"¡Me parece estar soñando! Siento que si me quedo aquí, Anthony vendrá a verme".
Pareciera que la gélida brisa quisiera juguetear con sus cabellos, acariciándola como si quisiera entrar en su mente y tratase de llevar esos pensamientos nostálgicos que la hacían verse tan triste... provocando con esto que el lugar fuera envolviéndose con su melancolía.
Algo en sus palabras hicieron estremecer su interior y con los sentimientos a flor de piel, George no pudiendo contenerse, sintió la necesidad de alejarse de ahí. Por lo que se dio la media vuelta, necesitaba hacerlo, si no también quedaría atrapado en el encanto de la bruma y tal vez como Candy, tuviera una visión y se encontrara con su amada.
Prefiriendo dejarla sola por un momento, huyó de ahí para que la jovencita no se diera cuenta de lo turbado que estaba. Así que con paso firme, se alejó de ahí, huyendo no sólo de sus pensamientos sino de sí mismo.
Presuroso, llegó hasta la puerta del camarote y antes de entrar, miró por el pasillo cubierto de niebla. No había nadie. Soltó un gran suspiro contenido y meneando la cabeza mientras sujetaba el picaporte, negaba lo que su interior realmente anhelaba: quería verla... ansiaba como Candy, un encuentro aunque fuese breve con aquella dulce dama que le robó el corazón.
Entonces un sentimiento de aprensión lo invadió y volviéndose a mirar de nuevo hacia donde Candy seguramente continuaba, confesó en un susurro.
"No sirve de nada huir de mis propios sentimientos, quisiera poder verla de nuevo, aunque fuera tan sólo por un instante..."
Así que soltando el picaporte, giró sobre sus talones para dirigirse a la baranda al frente. Se tomo con fuerza de ésta y tratando inútilmente de contenerse, también dirigió su mirada a lo oscuro de la noche frente a él. Las emociones estaban a flor de piel.
Ahí, envuelto en la fría niebla, su corazón ansiaba ver la figura, el fantasma de ella.
El hombre jamás se imaginó que el escuchar el nombre de Anthony después de que el joven falleció lo llevaría a este estado. Era probable que el ambiente surrealista del momento propiciara esto e hiciera más difícil él no dejarse llevar. Su corazón palpitaba descontrolado, como si estuviera temeroso de lo que pudiera suceder.
De pronto y sin aviso, una suave brisa acarició sus cabellos. Tal vez fue su imaginación o su gran deseo de sentirla, pero de repente una súbita calidez envolvió su corazón.
Quizás ella, la dulce y gentil dama que había conquistado su corazón no vino a él en la forma de una presencia oculta entre la bruma y bajo el encanto de la noche, sino más bien como un cálido abrazo que estaba envolviéndolo en su interior.
Sorprendido ante esto, George no pudo más que dibujar una sutil sonrisa al tiempo que cerraba sus ojos y se dejaba llevar... en donde la imagen de ella se dibujaba claramente en su mente, brillante y rodeada de luz.
En efecto, ahí estaba ella, radiante y hermosa. Era tal y como la recordaba.
"Te he extrañado mucho mi amor..." Le dijo casi en un suspiro al tiempo que la imagen de ella le sonreía tiernamente.
Justo ahí, George pudo darse cuenta de que aún guardaba un gran y apasionado amor por ella. Era tan fuerte como cuando la dama vivía.
Súbitamente, tan rápido como había llegado, el sentimiento se desvaneció y se volvió a sentir el frío de la noche. Un escalofrío lo envolvió y esto hizo que abriera los ojos para volver a la realidad. El breve pero intenso ensueño había llegado a su fin.
No obstante, la dulce sensación aún continuaba en el interior de George y dibujando una gran sonrisa, dirigió su mirada al cielo.
"Gracias por venir a verme. Sabes que eres la única para mí y que te amaré por siempre... mi querida Rosemary".
Y con esto, se dio la media vuelta para caminar por el largo pasillo y perderse no sólo en la niebla sino en su viejas memorias.
——————
Tal y como Candy lo había dicho, esa noche envueltos en la bruma, tanto madre como hijo cruzaron la dimensión que los separaba de este mundo y como parte de la niebla que lo cubría todo, ambos tocaron una vez más los corazones de quienes tanto los amaron.
En definitiva, tanto George como Candy, jamás olvidarían esta fría noche envueltos bajo la bruma.
FIN
¡Hola a todas!
Vengo con el Minific de George para cumplir el reto de Wendolyn. Espero que les guste tanto como a mí.
Como ya he cumplido, reto a Lady Lyuva a escribir el encuentro entre Richard Ganchester y Eleanor, describiendo cómo se enamoraron. Nunca he leído nada al respecto y me gustaría leer algo. Así que tienes 72 hrs para deleitarnos con un minific
Sin más, a disfrutar la historia.
Abrazos
MEMORIAS BAJO LA BRUMA
El puerto estaba en pleno apogeo, ya que un sinnúmero de personas iban y venían de un muelle en particular. Un majestuoso y gran trasatlántico estaba por zarpar y en ese momento se encontraba recibiendo a aquellos que serían sus huéspedes por varios días.
En efecto, esa tarde el 'Mauritana' estaba por iniciar su viaje al viejo mundo, a Inglaterra. Por esta razón, al tiempo que el cargamento era colocado en las quillas, las personas que en su mayoría pertenecían a la élite de América y Europa, abordaban el magnífico barco.
Entre todos aquellos que eran bienvenidos con toda pompa y formalidad, fue posible distinguir a un elegante caballero acompañado de una pequeña rubia y su mascota.
La tripulación rápidamente los guió a su cabina en la sección de primera clase y de inmediato supieron que no se trataba de unos pasajeros cualesquiera, sino de unos de los más distinguidos que tendrían durante ese viaje en particular.
Una vez dentro de la elegante suite, el caballero recorrió con su mirada inquisitiva el lugar para comprobar que todo estuviera en orden. De inmediato distinguió las dos alcobas que se encontraban opuestas la una de la otra, las cuales estaban separadas por un espacio común: la gran sala.
Tomando el pequeño maletín de la chica, con suave voz le indicó a la joven cuál sería la suya.
"Esta será su habitación, señorita Candy".
La rubia llevando aún el coatí en sus brazos, en silencio se acercó hasta la puerta para admirar la imponente alcoba. Sin embargo, su rostro no denotaba sorpresa alguna ante el lujo del que era testigo. Más bien, parecía indiferente a todo.
Así que sin decir mucho, entró para inspeccionar un poco aquel que sería su espacio personal por los siguientes días. Lo que ella no sabía era que el hombre a sus espaldas la observaba atento.
Su varonil y serio rostro no mostraba emoción alguna, pero sus ojos reflejaban un dejo de preocupación. En efecto, George estaba muy preocupado por esa chiquilla. Era consciente que ella simplemente estaba siguiendo órdenes de alguien a quien ni siquiera conocía y que no comprendía del todo.
Su vida desde que había sido adoptada por una de las familias de más alta alcurnia del país, había cambiado radicalmente. La libertad a la que había estado acostumbrada, ahora daba paso a una vida de restricciones y reglas sociales... estándares de vida que de alguna manera, hacían prisioneros a todos los que quedaban atrapados en el círculo de poder, dinero y abolengo.
Curiosamente, George conocía bien los pormenores de los dos mundos a los que ella pertenecía y por esa razón, simpatizaba mucho con Candice.
Hacía tan sólo unas horas, ella aún disfrutaba de la compañía de las mujeres a las que consideraba sus madres en el orfelinato y ahora en cuestión de días, su vida daría un giro total para incorporarse a uno de los mejores colegios en Europa. Y lo haría como la hija, la heredera de uno de los hombres más poderosos y acaudalados de la nación americana.
Por lo tanto, atrás quedarían los días como una huérfana, una chica desamparada... tal y como sucedió en alguna ocasión con él.
Tal vez si no hubiese sido tan rígido consigo mismo, George aún pudiera expresar la que alguna vez fue su verdadera esencia. Algo a lo que la pequeña se negaba rotundamente a perder y se aferraba con fuerza.
Verla comportarse en plena rebeldía no solamente le hacía recordar esa etapa que más bien parecía pertenecer a otra vida, sino que lo inclinaba a ser más considerado. En efecto, en algún lugar de su pasado el hombre mismo había sido como Candy: un huérfano que solía defenderse solo en el mundo y sin una clara idea de lo que el futuro le depararía.
En efecto, nadie creería que aquel caballero londinense de gran garbo hubiera podido ser alguna vez un chiquillo desamparado y sin familia. Y fue gracias a un inesperado giro de la vida que su destino lo llevó a estar bajo la tutela del que fuera el padre de su ahora patrón, cambiando radicalmente su vida.
Por esa razón, George creía firmemente que era su deber ayudar y apoyar a Candy en todo. Su misión no era tan sólo el acompañarla, sino también guiarla.
"¿Cuándo partimos?" Esta pregunta de la chica lo sacó de sus cavilaciones.
"Muy pronto. ¿Le gustaría ir a la cubierta superior cuando zarpemos?"
Un suspiro contenido se escuchó. Candy no estaba del todo entusiasmada con el viaje y tras unos minutos de meditarlo, aceptó la propuesta de George.
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La gran sirena del barco pudo ser oída con estruendo por los alrededores y marcaba el comienzo del viaje. Los motores y turbinas dieron vida de nueva cuenta al trasatlántico y en cuestión de minutos, comenzó a deslizarse velozmente por las aguas. Mientras tanto en cubierta, numerosos pasajeros se despedían entusiasmados de los familiares y amigos que en el puerto, continuaban despidiéndolos.
Candy con Clin en sus brazos, simplemente se dedicó a mirar con tristeza como su querida patria se alejaba cada vez más de ella. A su lado, George la acompañaba en silencio.
Seguramente este primer viaje a tierras lejanas no resultaba fácil, así que tratando de animarla un poco, le comentó.
"A veces un cambio nos ayuda a olvidar aquello que nos trae tristezas..." La rubia se volvió a mirarlo sorprendida y él aún mirando a lo lejos, continuó diciendo, "No esté triste por lo que ha quedado atrás, sino más bien, mire todo esto como una oportunidad para crecer y ser mejor en la vida".
"George, ¿en verdad crees que ir a Londres es lo mejor para mí?"
"Así lo pienso". Sus ojos se encontraron con los de ella. "Hay mucho por aprender y qué mejor que hacerlo no sólo en uno de los mejores colegios, sino en compañía de los señores Archibald y Alistair".
Esto se lo dijo porque conocía bien su afinidad con los jóvenes Cornwell y deseaba recordárselo. Algo que pudo comprobar al ella responderle.
"Mientras esté con ellos, siempre seré feliz".
George simplemente asintió. Estaba seguro que Candy se sentiría mejor una vez que estuviera con ellos. Así que sin más, sugirió que volvieran al camarote.
Una vez ahí, los dos se dirigieron a sus habitaciones, pero antes de desaparecer por la suya, Candy le comentó,
"Gracias por todo, George". Esto fue algo que lo tomó por sorpresa, "me alegra no estar sola en este viaje..."
"El Sr. Williams me pidió personalmente que la acompañara, simplemente sigo sus órdenes".
La chica tan sólo le sonrió sabiendo que no importando lo que le dijera, él se mostraría formal y profesional ante la situación. Así que fue pronta en agregar.
"Aún así, te agradezco todo lo que haces por mí". Y diciendo esto, soltó una risilla para luego desaparecer tras la puerta.
Él simplemente se quedó asombrado por un momento sin saber qué hacer y decir, pero luego de reponer la compostura, se retiró a sus habitaciones a descansar.
Muy pocas personas lograban este efecto en el Sr. Johnson y curiosamente, Candy era una de ellas.
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Por los siguientes dos Candy y George adoptaron sin problema la vida rutinaria del barco.
Por las mañanas desayunaban temprano y luego Candy dedicaba su tiempo caminando por cubierta con Clin mientras que George se perdía en una pila de documentos que necesitaban su atención. Al pacer, el fiel asistente del Sr. Williams insistía en trabajar aún cuando estuviera de viaje.
Al mediodía, se reunían en el salón comedor para disfrutar del almuerzo.
Por lo general, ambas comidas se llevaban a cabo en silencio, ya que al parecer a Candy se le notaba distraída y como el buen caballero que era, George no deseaba interferir en su privacidad. Muy por el contrario, él prefería estar ahí con ella en silencio hasta que la chica se decidiera a conversar.
No obstante, era durante la cena que el ambiente cambiaba un poco ante la atmósfera alegre en el elegante salón. Ambientado con un cuarteto de violines y piano, la música invitaba a charlar a los convidados y obviamente, Candy no fue la excepción.
Así que entre los diversos platos que eran servidos durante la cena, ambos hablaban casualmente sobre las novedades y aventuras que Candy había tenido durante el día. En especial cuando ella se dedicaba a explorar el enorme trasatlántico.
Por lo que mientras ella le describía lo que había visto y aprendido de la enorme y majestuosa nave, George escuchaba atento y en silencio. Contrario a lo que se pudiera pensar, no lo hacía tan sólo porque fuera parte de sus obligaciones, sino porque disfrutaba de la espontaneidad y alegría que irradiaba Candy. Aunque de cierto, había algo más.
Cada vez que la escuchaba describir algo con emoción, esos gestos, pero sobre todo la expresión de sus ojos, lo transportaban a una época en su vida en la que alguien más también se había expresado así.
En efecto, esos ojos verdes le recordaban las hermosas esmeraldas que pertenecían al rostro de la única mujer que había amado en su vida. Aquella a la que tuvo que renunciar y cuyo recuerdo guardaba celosamente en secreto.
Candy le recordaba mucho a ella.
Por esa razón, últimamente a George se encontraba más distraído que de costumbre. Pensativo, solía pasar mucho tiempo contemplando el mar a través de la ventana del camarote sin darse cuenta, con los documentos en mano. Como el escritorio estaba a un lado, tan sólo tenía que volverse un poco para perderse en la inmensidad del mar y de sus pensamientos.
La razón era de que pesar de que todo pareciera normal, había algo en la actitud de Candy que preocupaba a George.
A veces la notaba distraída, como perdida en sus pensamientos, reflejando una infinita tristeza. Era obvio que la causa fuera la reciente pérdida de la familia. El joven Anthony por lo que él entendió, había sido más que un amigo para la jovencita.
Al principio no se dio cuenta de lo que sucedía entre los jovencitos sino hasta que en una ocasión la misma Sra. Elroy le expresó su preocupación al respecto. La Tía Abuela no veía con buenos ojos el interés que su sobrino favorito mostraba por la chiquilla.
Aún cuando el joven Brown era el segundo heredero en línea, Emilia trataba de no llevarle la contraria al voluntarioso muchacho que para esas alturas, había demostrado a su corta edad que no permitiría que se le manipulase. Así que cuando a la Tía Abuela se le ocurrió prohibir la amistad de la entonces 'sirvienta' de los Leagan, se encontró con una férrea oposición de parte Anthony que fue secundada tanto por Stear como por Archie.
De esta manera, a Emilia no le quedó de otra más que ceder... por el momento. Había decidido esto alegando que en el futuro hallaría la manera de separarlos. Por desgracia, nada se dio como se pensaba y la historia terminó en tragedia, afectando la vida de Candy y de todos los Ardley para siempre.
Por esa razón, era común verla melancólica mientras su mirada se perdía en el horizonte y en la inmensidad del mar.
Curiosamente, George simpatizaba con ella al conocer bien ese sentimiento de pérdida, la de perder un ser querido.
Desgraciadamente, en ese sentido Candy y George tenían algo en común. Los dos habían puesto sus corazones y esperanza en alguien a quien el destino les arrebató, dejándolos con una inmensa soledad.
En efecto, así como la chica perdió a Anthony, él en su momento tuvo que decir adiós a quien consideró su único y verdadero amor. Uno que desde el principio tuvo que acallar por considerarse 'imposible' e 'inapropiado', guardándoselo en lo más profundo de su ser.
George no tuvo más remedio que amar en secreto y llegado el momento, llorar su pérdida en silencio.
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Los días continuaron y gracias a un evento fortuito el ánimo de Candy cambió un poco. Por fortuna, una mañana Candy encontró una gaviota herida y esto le dio algo en qué ocuparse. Así, durante los siguientes días, la chica en su afán de cuidar a la infortunada ave, se olvidó un poco de sus penas.
En vez de darle una reprimenda por su acción, George estuvo a su lado para apoyarla de manera incondicional en todo momento, guiándola en cómo cuidar a la gaviota. De esta manera, Candy con sus tiernos cuidados hizo que el animalito se recuperara de sus lastimaduras y sería en cuestión de un par de días en que pudiera liberarlo.
De alguna manera, el que Candy velara por un ser vivo en desgracia la hizo olvidarse un poco de sus propias heridas y que estuviera de mejor ánimo. Esto fue algo que George agradeció, en especial al ver el esmero con que ella se dedicaba a su encomienda... algo que había visto antes con alguien más y que por ende, le traía dulces memorias.
En efecto, entre más conocía las diferentes facetas de Candy, más se convencía de lo mucho que esta jovencita compartía con su amada.
Realmente este viaje era en sí una travesía a su pasado y de alguna manera, lo estaba disfrutando.
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Sin embargo, a un par de días de llegar a su destino, el trasatlántico tuvo que desviarse para poder auxiliar a otra nave en desgracia y por esa razón, su arribo al puerto de Southampton tuvo que demorarse.
Habiendo informado de todo al Sr. Williams, George recibió un telegrama en donde se le pedía que llevara a Candy de inmediato al Colegio San Pablo y que se reportara cuanto antes con él en Londres para atender unos asuntos urgentes de negocios y una vez concluido esto, retornar de nuevo a los Estados Unidos.
Parecía que su trabajo recién comenzaba. Por esa razón, George agradeció esos dos días de más que tuvieron en alta mar al lado de la pequeña. Curiosamente, el pasar tiempo con Candy no solamente lo animaba sino que hasta lo hacía sentirse feliz.
Esta alegría se daba porque ya era su costumbre perderse entre sus memorias, en especial lo concernientes a ella, su querida y gentil dama. Eran ciertamente las dulces memorias de un amor perdido.
Así, una noche antes de su llegada a Inglaterra, el barco no tan sólo celebraba la llegada del año nuevo, sino que también servía como homenaje y despedida al capitán que se encontraba en su último viaje antes de retirarse de la vida de marino.
Esa noche, entre los elegantes invitados que celebraban entusiasmados, se podía ver a una solitaria figura en una de las mesas principales. Mientras que Candy charlaba y reía amenamente con el capitán, George prefirió ver todo desde lejos.
Fueron varias las emociones que lo invadieron en ese momento. Por un lado, sabía que los dulces momentos al lado de la jovencita llegaban a su fin. En definitiva, iba a extrañar a esa pequeña y sus ocurrencias. Pero por otro, con la llegada de un nuevo año, una rara sensación lo fue invadiendo.
Con la copa de champaña en sus manos, pensaba más que nunca en la soledad de su vida... del vacío que produce el no tener una familia propia. En cómo se dedicaba en cuerpo y alma a su trabajo sin poder disfrutar de una vida hogareña.
Mirando a Candy sonriendo alegre, le vino a la idea de que si todo hubiese salido como tanto anheló en el pasado, ella hubiera podido ser su hija... el fruto de amor entre su amada y él.
Sí, definitivamente su hija hubiera tenido muchos de los rasgos de ella. Su sonrisa, su fuerza y rebeldía, pero sobre todo, esos brillantes y profundos ojos color esmeralda que reflejaban tanto entereza como fragilidad.
De sólo pensarlo, sintió que el corazón se le encogía.
Así que tomando su champaña de un sorbo, se puso de pie y su intención era salir un rato a cubierta para despejar sus pensamientos. Pero antes de hacerlo, fue hasta Candy para asegurarse de que estuviera bien, ante todo estaba su responsabilidad.
Como la chiquilla tomó de un sorbo las burbujas de la champaña, sufrió de un repentino ataque de hipo y sin pensarlo dos veces, George le recomendó no seguir bebiendo.
Sin embargo, mientras que Candy le dijo que iría a cubierta por aire fresco y él decidió acompañarla, el capitán se acercó a George para preguntarle sobre sus planes en Londres. No pudiendo evitarlo, tuvo que responder cortésmente a lo que el hombre le preguntaba, eso sí, sin perder de vista a Candy y la puerta por la que desapareció.
Momentos después, al llegar otro pasajero que quería saludar al capitán, se disculpó para salir a buscar a Candy.
La bruma rodeaba el barco que seguía su trayectoria por las tranquilas aguas. El suave vaivén junto con la espesa niebla, daba la sensación de estar flotando en medio de un sueño, como si se tratase de una visión un tanto irreal.
El ambiente se sentía frío y el súbito cambio de temperatura le hizo sentir escalofríos.
Seguramente Candy con su vestido de seda sufriría más con el cambio de temperatura. Lo último que deseaba es que la chica enfermara, así que sin demora, la buscó mirando a ambos lados, seguramente no estaría lejos. Aunque era difícil distinguir algo o a alguien por lo espeso de la bruma.
Sin embargo unas voces llamaron su atención y siguiéndolas, se fue acercando hasta que le pareció distinguir claramente a Candy hablando con con un joven.
"¿Es usted señorita Candy la que está ahí?" Preguntó al tiempo que se acercaba.
En cuanto se hizo presente, un joven que estaba ahí con ella se dio la vuelta no sin antes de que George lograra reconocerlo. No dándole importancia, de inmediato expresó su preocupación por ella.
"No se quede aquí, señorita Candy, hace mucho frío".
Pero al parecer Candy se notaba molesta por algo y no tardó en expresarlo.
"George, el chico que estaba aquí..."
"¿Usted conoce al Sr. Granchester?" Necesitaba saber qué era exactamente lo que había sucedido ya que le pareció escuchar que ella se llamó 'mocoso atrevido'.
"No, no conozco ese nombre".
Por supuesto que él lo conocía, ya que toda la nobleza era reconocida por todos en Inglaterra. No obstante, George se preguntaba lo que había pasado entre los jóvenes para que Candy estuviera tan alterada. Esto lo puso a la defensiva de inmediato.
"¿Él le hizo algo?"
Sorprendida al saber la identidad del misterioso joven, Candy simplemente respondió que no había sucedido nada. Sin embargo, George no se esperó su siguiente comentario.
"Es que viéndolo de espaldas se parecía mucho a Anthony...."
"¿Al Sr. Anthony?" Esta era la primera ocasión que escuchaba a Candy mencionar su nombre y esto lo tomó por sorpresa.
"Sí, pero de espaldas. Viéndolo de frente no. Anthony era mucho más buen mozo... mucho más buen mozo..." Sus palabras parecieran tratar de convencerse a ella más que si quisieran hacerlo con él.
Sin poder contener la ráfaga de emociones que en ese momento la invadían, Candy se dirigió hasta la baranda y mirando hacia la oscuridad, se habló a sí misma en un susurro.
"¡Me parece estar soñando! Siento que si me quedo aquí, Anthony vendrá a verme".
Pareciera que la gélida brisa quisiera juguetear con sus cabellos, acariciándola como si quisiera entrar en su mente y tratase de llevar esos pensamientos nostálgicos que la hacían verse tan triste... provocando con esto que el lugar fuera envolviéndose con su melancolía.
Algo en sus palabras hicieron estremecer su interior y con los sentimientos a flor de piel, George no pudiendo contenerse, sintió la necesidad de alejarse de ahí. Por lo que se dio la media vuelta, necesitaba hacerlo, si no también quedaría atrapado en el encanto de la bruma y tal vez como Candy, tuviera una visión y se encontrara con su amada.
Prefiriendo dejarla sola por un momento, huyó de ahí para que la jovencita no se diera cuenta de lo turbado que estaba. Así que con paso firme, se alejó de ahí, huyendo no sólo de sus pensamientos sino de sí mismo.
Presuroso, llegó hasta la puerta del camarote y antes de entrar, miró por el pasillo cubierto de niebla. No había nadie. Soltó un gran suspiro contenido y meneando la cabeza mientras sujetaba el picaporte, negaba lo que su interior realmente anhelaba: quería verla... ansiaba como Candy, un encuentro aunque fuese breve con aquella dulce dama que le robó el corazón.
Entonces un sentimiento de aprensión lo invadió y volviéndose a mirar de nuevo hacia donde Candy seguramente continuaba, confesó en un susurro.
"No sirve de nada huir de mis propios sentimientos, quisiera poder verla de nuevo, aunque fuera tan sólo por un instante..."
Así que soltando el picaporte, giró sobre sus talones para dirigirse a la baranda al frente. Se tomo con fuerza de ésta y tratando inútilmente de contenerse, también dirigió su mirada a lo oscuro de la noche frente a él. Las emociones estaban a flor de piel.
Ahí, envuelto en la fría niebla, su corazón ansiaba ver la figura, el fantasma de ella.
El hombre jamás se imaginó que el escuchar el nombre de Anthony después de que el joven falleció lo llevaría a este estado. Era probable que el ambiente surrealista del momento propiciara esto e hiciera más difícil él no dejarse llevar. Su corazón palpitaba descontrolado, como si estuviera temeroso de lo que pudiera suceder.
De pronto y sin aviso, una suave brisa acarició sus cabellos. Tal vez fue su imaginación o su gran deseo de sentirla, pero de repente una súbita calidez envolvió su corazón.
Quizás ella, la dulce y gentil dama que había conquistado su corazón no vino a él en la forma de una presencia oculta entre la bruma y bajo el encanto de la noche, sino más bien como un cálido abrazo que estaba envolviéndolo en su interior.
Sorprendido ante esto, George no pudo más que dibujar una sutil sonrisa al tiempo que cerraba sus ojos y se dejaba llevar... en donde la imagen de ella se dibujaba claramente en su mente, brillante y rodeada de luz.
En efecto, ahí estaba ella, radiante y hermosa. Era tal y como la recordaba.
"Te he extrañado mucho mi amor..." Le dijo casi en un suspiro al tiempo que la imagen de ella le sonreía tiernamente.
Justo ahí, George pudo darse cuenta de que aún guardaba un gran y apasionado amor por ella. Era tan fuerte como cuando la dama vivía.
Súbitamente, tan rápido como había llegado, el sentimiento se desvaneció y se volvió a sentir el frío de la noche. Un escalofrío lo envolvió y esto hizo que abriera los ojos para volver a la realidad. El breve pero intenso ensueño había llegado a su fin.
No obstante, la dulce sensación aún continuaba en el interior de George y dibujando una gran sonrisa, dirigió su mirada al cielo.
"Gracias por venir a verme. Sabes que eres la única para mí y que te amaré por siempre... mi querida Rosemary".
Y con esto, se dio la media vuelta para caminar por el largo pasillo y perderse no sólo en la niebla sino en su viejas memorias.
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Tal y como Candy lo había dicho, esa noche envueltos en la bruma, tanto madre como hijo cruzaron la dimensión que los separaba de este mundo y como parte de la niebla que lo cubría todo, ambos tocaron una vez más los corazones de quienes tanto los amaron.
En definitiva, tanto George como Candy, jamás olvidarían esta fría noche envueltos bajo la bruma.
FIN
Última edición por Adriana G el Mar Abr 10, 2018 11:09 am, editado 1 vez
a Wen por este reto 
ay ni se que decir,fue hermoso!
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