Índice
Portal
Últimas imágenes
Buscar
Conectarse
Lectura de contenido algo caliente, por favor recuerda que estás en el lado oscuro del foro 
¿A QUÉ JUEGAS, CANDY?
CAPÍTULO UNO AQUÍ 
CAPÍTULO DOS 
Mi mente está tan abstraída en mis pensamientos que mis ojos miran sin mirar el papel de gran tamaño que está frente a mi. ¿Cuánto tiempo he estado así? Quien sabe, lo único cierto es que los pocos trazos que mis manos han logrado dibujar sobre la enorme hoja bond que está en el tablero parecen garabatos de una preescolar y no el boceto de una arquitecta.
Me aferro al lápiz que está entre mis dedos como si fuera un salvavidas, pero es tanta la fuerza con la que lo agarro que éste termina por quebrarse entre las manos.
—¡Auch! —me quejo. Un gran pedazo de madera me ha lastimado la palma de la mano y me hace sangrar. No sé si maldecir o agradecer este pequeño accidente, pues el hilillo rojo de sangre que brota de mi mano hace que por varios minutos me olvide de...él.
Corro al baño de la oficina y rápidamente lavo y desinfecto mi herida. Mientras el chorro de agua limpia mi mano, un nuevo recuerdo de él, me asalta. Él y yo tumbados sobre el heno haciendo el amor como dos irreverentes, como dos necesitados.
—El club —susurro llevando a mi mente a recordar esa última entrega que hubo entre los dos.
Otra vez me pierdo en las imágenes de él asaltando sin piedad mis senos, arrancando mi blusa para poder tocarme a placer. Sus manos estrujando sin piedad mi talle mientras su boca no deja de lamer y chupar mis pezones erectos y dispuestos para él.
Cierro mis ojos y mi cuerpo vuelve a revivir ese mismo ardor de hace dos días atrás. Las imágenes vienen como ráfagas donde él es el maestro absoluto y yo la arcilla en donde moldea sus caricias.
Me veo a mí misma en una posición por demás indecorosa, pero poco o nada me interesa. Él me eleva lo suficiente para que su muslo roce con descaro mi entrepierna y yo me estremezco. Mi boca no puede reprimir un jadeo de satisfacción y él ríe con descaro.
Echo para atrás mi cabeza y de manera instintiva abro mis piernas para que su muslo frote con rudeza mi sexo hinchado. A pesar de seguir vestida con mis vaqueros mi sexo ha reaccionado con gusto y sin demora empieza a llenarse de fluidos que solo él puede causar en mí.
Mis manos se enredan en su oscura cabellera y entre susurros le pido que no pare, que me llene de él. Sus ojos cobalto me miran y su sonrisa cínica aparece. La voz rasposa y excitada de él se deja escuchar tan cerca de mí que simplemente jadeo al sentir su aliento.
—Pídemelo —me susurra al oído mientras sus manos no han dejado de apretar mis glúteos hacia su pelvis y yo solo deseo que me tumbe en el piso y me coja de forma salvaje.
Mis ojos se abren de golpe y me doy cuenta que he estado fantaseando con algo que debería guardarlo en lo más recóndito de mi ser.
—¡Basta! —Me reprendo. Sacudo mi cabeza para alejarlo de mi mente, pero no funciona. Él siempre ha sido más fuerte que yo. Es como si su esencia estuviera grabada en mi piel y simplemente no pudiera alejarlo de mi.
—¡Por amor al cielo! ¡Sal de mi mente! —me grito a mí mismo en voz alta para acallar su cínica carcajada que resuena en mis oídos, pero no se va, está ahí una y otra vez atormentando deliciosamente mi cabeza. Así es, lo reconozco, su voz aterciopelada, su risa majadera, el sabor de sus besos apasionados me atormentan noche y día, pero es una tortura que secretamente disfruto porque es lo único que puedo tener de él.
Envuelvo mi mano en una toalla y no puedo evitar sollozar. El dolor de mi mano es insignificante ante la laceración que sufre mi pecho. Me arrimo a la puerta del baño y me dejo caer liberando ese llanto que tengo atravesado en mi garganta. Muerdo la toalla y un grito ahogado queda amortiguado en ella y mis lágrimas fluyen sin que nada las detenga. Por fin me permito llorar…por él.
De pronto…
[toc] [toc]
—Señorita White, ¿se encuentra bien? Lleva en el baño un poco más de media hora, ¿ocurre algo?
La asistente de mi padre toca a mi puerta y yo trato de forma desesperada contener mi llanto para que no note mi deplorable estado. Con voz entrecortada, le digo.
—¡Eh! ¡No… Dorothy! No… ocurre nada.
—Ok, señorita. Sobre su escritorio le dejo los documentos que su padre le envía para que su hermano y usted los revisen antes de que sean enviados al corporativo Ardlay.
—Está bien, Dorothy, gracias.
Seco mis lágrimas y trato de arreglarme lo mejor posible. Me miro en el espejo con lástima y tristemente acepto mi realidad.
—Terry…te sigo amando. Intenté seguir mi camino lejos de ti, pero no he podido olvidarte, estás en mi piel. Pero, ya es tarde para lo nuestro, tú te irás al otro lado del mundo y yo seguiré con la decisión que he tomado.
Alzo mi cabeza y acepto mi verdad ante el espejo. —Terry. mi amor. Eres y serás el amor de mi vida y mi cuerpo siempre clamará tu nombre, pero no podemos estar juntos. No tengo derecho a llevar infelicidad a todos los que me rodean. Pensé que nunca más volvería a verte, pero regresaste y nuestros cuerpos no pudieron evitar esas ganas irrefrenables de verse, de tocarse, de amarse.
Mis ojos quieren llorar, pero me obligo a contener las lágrimas y mi monólogo sigue. —Aunque solo fue un corto tiempo, sé que estos momentos vividos entre tu y yo me servirán de consuelo para alimentar mi triste alma enamorada. Pronto te irás y yo estaré ahí para despedirte con una sonrisa sincera, porque a pesar de todo siempre voy a desearte la mejor suerte del mundo.
Miro mi mano y ésta ha dejado de sangrar. Doy un largo suspiro y me cuelgo la misma careta que he venido colgando sobre mi rostro los últimos cinco años, específicamente desde la última vez que Terry se fue de mi vida. Nuevamente se volverá a ir y esta vez será para siempre.
Salgo del baño y como una muerta en vida me siento en mi silla de arquitectura. El pequeño galardón de mármol colgado en la pared con mi nombre grabado en él, llama mi atención. Lo tomo y una triste sonrisa sale de mis labios. El premio a la mejor graduada de la carrera de arquitectura me recuerda todo el esfuerzo que mi padre ha puesto en mí para convertirme en lo que soy ahora.
—Te llevaré a casa, es ahí donde debes estar. —Con amor guardo aquella pesada pieza de mármol en mi bolso y de nueva cuenta me dispongo a empezar desde cero.
La puerta de mi oficina se abre de golpe y es mi hermano quien entra como una tromba. Se para delante de mí y me mira con reproche, prácticamente está bufando. Yo sé el motivo de su enojo, pero prefiero ignorarlo. Realmente estoy harta de todos sus reclamos. Él mira mi indiferencia y eso hace que su voz molesta retumbe en la oficina.
—¡¿Te quedarás ahí sentada sin más ni más!?
—No sé a qué te refieres, Jimmy. Si buscas los documentos del corporativo Ardlay, están ahí sobre el escritorio para que los revises. Papá insiste en que tu y yo los revisemos antes de que sean aprobados
Con su puño cerrado da un sonoro golpe sobre el escritorio logrando que los documentos se desparramen por el fuerte impacto.
—¡Sabes de lo que hablo, Candy! ¡Acabo de hablar con William y está furioso! ¿Qué carajos pasó entre ustedes? No me digas que otra vez hay problemas por culpa de ese actorcito de pacotilla. ¿Estás consciente que todo se puede ir al carajo por esa enajenación que tienes con ese tipo?
—¡Cállate! ¡Me tienes harta, Jimmy! ¡Tú no sabes nada de mí! Lo que pase entre William y yo no tiene nada que ver con nuestro trabajo. Tuvimos una discusión el otro día y eso es todo, ya verás que pronto se le pasará el coraje.
—Mira Candy, solo te recuerdo que todo el patrimonio de nuestra familia está invertido en este proyecto con el corporativo Ardlay, así que por ningún motivo se te ocurra disgustarte con el dueño del circo porque si a él le da la gana nos deja sin un centavo y fuera del negocio, como diría nuestra madre, con una mano adelante y otra atrás. Las cláusulas del contrato son muy severas y ya las conoces de sobra.
Harta de que me recuerden una y otra vez el mismo compromiso de siempre, me paro de mi silla y me dispongo a salir. Jimmy me atrapa en el acto y vuelve al ataque sin piedad.
—¿A dónde vas? Mas te vale que vayas a buscar a William y arregles ese disgusto porque todo depende de ti. Las mujeres saben cómo contentar a los hombres.
Me suelto de su tosco agarre y yo también decido atacar. Palabras impregnadas de sarcasmo salen de mi boca sin siquiera detenerme a pensar a quien estoy lastimando..
—¿Otra vez depende de mí? ¿Otra vez tengo que salvar el patrimonio familiar? ¿Por qué yo? Dime, Jimmy, ¿Por qué soy yo quien tiene que cargar sobre sus hombros semejante responsabilidad?
Veo a mi hermano apretar sus puños con algo de frustración contenida. Sabe que mis preguntas tienen un tinte de reclamo escondido. Bajando la guardia suelta una verdad innegable que es la que nos tiene a todos atados de manos.
[suspiro] —Sabes bien que yo no quise fallarles. Fue un mal negocio y aún cargo con las consecuencias. Solo te pido que recuerdes que no solo es el patrimonio familiar lo que está en juego. Es la compañía entera, el sueño de nuestro padre, el trabajo de nuestra madre y de 30 familias que pusieron su confianza en nosotros.
La verdad me duele, me abofetea, pero estoy harta de ser yo la sacrificada. Nuevamente un reclamo escondido sale de mi boca.
— ¿Y por qué mejor no vas tú y lo contentas a William? De pronto y descubres que también le gustan los…galanes.
Mi hermano me mira con resentimiento, no lo he querido herir pero estoy cansada de que me restriegue en cara ese enorme peso que estoy obligada a llevar. Mira en mis ojos la decisión de irme de la oficina. Honestamente no soporto un minuto más hablar del peso que debo cargar.
—¡Candy! ¡No te atrevas a ir en busca del idiota de Granchester!
—¡Me voy donde me da la regalada gana!
—¡No puedes hacerlo! Hermana, ¡escúchame, por favor! [suspiro] William te tiene vigilada. Archie ha estado siguiendo tus pasos…por varias semanas, específicamente desde que Granchester regresó a EEUU.
Ante esa revelación me quedé helada. Ahora todo cobraba sentido. Los reclamos de William, sus celos, sus llamadas constantes, su aparición en las caballerizas del club, todo.
Tomo mi cartera y no tengo cabeza para pensar en más nada y salgo de ahí.
Estoy decidida a gritarle a William unas cuantas verdades en su propia cara.
Realmente estoy molesta con William. Es verdad que no he sido del todo sincera con él, pero no tiene derecho a espiarme, no soy de su propiedad. Me subo en mi coche, acomodo el espejo retrovisor antes de salir del parqueadero y me doy cuenta de un extraño carro rojo que está aparcado a unos cuantos pasos de mi. Cuando estoy a punto de arrancar, el individuo me imita y sin titubeos comienza a seguirme por varias cuadras.
—¡Me lleva el demonio! —exclamo furiosa y paro en seco. Me bajo de mi automóvil con toda la rabia que llevo encima y me dirijo hacia aquel coche rojo para toparme cara a cara con Archibald Cornwell que me mira con su rostro totalmente desencajado. Golpeo el parabrisas de su coche y lo obligo a bajar el vidrio de la portezuela.
—¿Qué sucede, Archie? ¿Acaso me estás siguiendo?
—¡Eh! ¿Yo? ¡no, no, no! ¿Pero qué dices, Candy? ¿Cómo se te ocurre?
—Te lo diré una sola vez. ¡No me sigas! Porque si lo haces soy capaz de entablar una demanda por acoso sexual en tu contra.
—¿¡Qué cosa dices!? Candy, yo solo quería…entregarte…unos papeles que William…te…te..
—¡Basta! No lo volveré a repetir. No me sigas, y dile a William que ni se le ocurra enviar a otro perro a seguirme.
—¿Me llamaste perro?
—¡Si! Te llamé PERRO. Dejaste de ser mi amigo para convertirte en su perro al igual que Georges.
—¡Pero Candy! ¡Él es mi tío! Ahora dime ¿A dónde vas?
—¡Qué te importa! —fue lo último que exclamé ante la insistencia de Archie por querer seguirme. Con la cólera ya apoderada de mis sentidos, tomé mi bolso y le propino sendos golpes al carro de Archie hasta ocasionarle una terrible abolladura.
El hombre sencillamente se queda pasmado viendo como su flamante coche es arruinado por el peso de mi cartera.
—¡Mi carro! ¡Lo abollaste! ¿Pero qué demonios cargas en ese bolso? ¿¡Piedras!? Esto no se quedará así Candice White.
—¡Vete al infierno! Que te lo pague William que es quien te tiene como sabueso.
No soporto más toda esta presión. Necesito estar lejos de aquí. Enciendo mi coche y conduzco sin un rumbo fijo en mi cabeza. ¿Cuánto tiempo llevo manejando? pues no lo sé. La única certeza que tengo es que solo hay un lugar al que quiero ir. Tomo la avenida principal y en un cruce lejano doblo hacia la izquierda hasta por fin estar en el único sitio donde puedo ser yo misma.
Aparco mi carro en el mismo callejón donde días atrás fui suya y él mío. El mismo lugar donde mando al carajo todas mis preocupaciones y solo quiero ser su dueña. Dejo caer mi cuerpo y mis lágrimas empiezan a salir.
—Terry —susurro entre lágrimas y lo único que quiero es que él esté a mi lado. Quiero llamarlo, estoy a punto de marcar su número, pero me detengo. Nuestro último encuentro no terminó para nada bien y no tengo derecho a molestarlo más. .
Busco en mi cartera lo último que me quedó de él, su fino pañuelo de lino blanco que aún guarda su varonil aroma. Lo huelo, lo acaricio, lo beso y mis sentidos vuelven a la vida al recordar nuestro último encuentro.
*****Flashback****
Camino sin pensar bien en lo que estoy haciendo. Sé que este no es el lugar adecuado para hablar con él, pero necesito hacerlo porque tal vez para mañana sea demasiado tarde. Él pronto se irá y mi oportunidad de despedirme se habrá esfumado.
Sé que pronto vendrá a las caballerizas, lo vi mientras jugaba polo montado sobre su pura sangre, Theodora. No sé si él se fijó en mi presencia, pero yo simplemente no podía dejar de mirarle. Su porte era estupendo, imponente. Se lo veía gallardo, hermoso en su traje de equitación, estaba recio, viril, parecía un semental y yo no hacía otra cosa que embobarme con su presencia.
Oculta bajo mi enorme sombrero y gafas oscuras observe casi todo el juego. Por momentos sentía los nervios crispados, y no era para menos. William y Terry estaban jugando en equipos contrarios.
Me parecía estúpido ver a 8 hombres cabalgando a toda velocidad con el único objetivo de darle a una pequeña pelotita con un enorme taco de madera. Realmente es un juego donde las hormonas masculinas están en todo su esplendor. Cada anotación era festejada por todo lo alto y mucho más cuando se notaba una clara rivalidad entre los dos hombres más importantes de mi vida.
Mis nervios estaban al máximo, no podía quedarme a ver como sus miradas furiosas se declaraban la guerra abiertamente. Me escabullo de las graderías y camino con rumbo a los establos. A lo lejos escucho los vítores del equipo ganador y sé que el partido ha terminado. Mis manos empiezan a temblar, pero trato de calmarme pensando en que solo es una conversación de despedida.
Aspiro con fuerza y el olor a heno fresco llena mis fosas nasales. Leo el nombre de cada ejemplar en los enormes cubículos y por fin encuentro el de Theodora. Sé que él personalmente se encargará de traerla hasta aquí, pues su costumbre fue siempre consentir a ese bello animal.
Poco a poco se incrementa el sonido de fuertes pisadas, risas, voces masculinas que celebraban el triunfo alcanzado.
—Estuviste fantástico, Terry. Le diste una auténtica paliza al equipo de Benson
—Gracias, muchachos. Ustedes no estuvieron nada mal.
—Es que realmente le diste una soberana paliza a todos ellos, en especial al rubio Ardlay. El pobre no atinaba a remontar el marcador, literalmente comió el polvo que dejaban tus anotaciones. Su cara desencajada y furiosa era todo un poema. Pobre de Benson, tendrá que pagar la apuesta que te hizo.
—¡Pues que pague! Ja, ja, ja. Bueno muchachos, nos vemos al rato. Por ahora me toca consentir a mi bella chica.
—¡Ay, Terry! Tú y tu yegua.
—Les advierto que Theodora es muy temperamental, y mucho más ahora que está en celo, así que les recomiendo que se alejen de ella cuando se encabrita.
Me escondo en una esquina tras el montón de heno para que nadie me vea. Escucho como los otros hombres se alejan del sitio y él entra en el cubículo con su yegua. Él no me ha visto, pero su enorme animal sí me ha detectado. Theodora comienza a moverse recelosa por mi presencia y de un momento a otro lo veo bufar y resoplar molesta. Se alza imponente en sus dos patas traseras a punto de lanzar un poderoso golpe en mi contra. Yo solo atino a dar un grito cargado de angustia al escuchar el sonoro relincho que emite el furioso animal molesto por mi presencia.
[grito] —¡Madre santa!
—¡Candy! ¡Pero qué demonios!
Lo veo agarrar con fuerza a su yegua para sosegarla. Las amarras se tensan al máximo y sus brazos hacen un trabajo poderoso para calmar a esa bestia.
—¡Ohhh! ¡Ohhh! ¡Quieta Theodora! —Su voz es fuerte, pero al mismo tiempo serena, logrando que la yegua seda en su intención por encabritarse. Le acaricia sus orejas y su larga melena negra y el animal termina por calmarse. De un cubo cercano saca agua fresca y unas cuantas zanahorias, con eso Theodora se olvida de que existe una intrusa en sus dominios y se va para un rincón.
Me mira y se lo ve bastante angustiado. En dos zancadas está a mi lado examinándome para ver si no he sido golpeada por los cascos del caballo. . Yo aún estoy estática ante semejante susto.
—¿Te encuentras bien? ¿Te has lastimado?
—Yo …no sé…creo que no me lastimó —digo algo nerviosa y con el pecho aún palpitando por el susto.
Con el ceño fruncido y seriamente disgustado, me dice
—¿Pero qué carajos haces aquí escondida, Candy? Theodora es muy celosa, te pudo haber lastimado gravemente
—Yo…yo solo quería hablar contigo. No pensé que ella se pusiera así.
—¿Tan urgente es lo que tenías que decirme como para buscarme en las caballerizas?
—Yo…[suspiro] Necesitaba despedirme.
Lo veo tragar grueso y cerrar sus puños en clara señal de molestia; sin embargo no me dice nada. Por largos minutos se queda en silencio mirando un montón de heno apilado en un rincón hasta que de su boca sale una simple frase.
—Ok. Si viniste hasta aquí solo para decirme adiós, está bien. Ahora puedes marcharte.
Su indiferencia me apuñala el corazón. Cierro con fuerza mi ojos al ver que todo está perdido entre nosotros. Con un dejo de nostalgia me animo a pedirle un último favor.
—Terry…antes de que te marches, me gustaría pedirte que trates de llevarte mejor con William. Sé que no volverán a ser los amigos de antes, pero podrían intentar ser más cordiales. Ustedes eran casi como hermanos.
[carcajada] —¿Aparte de cínica, te volviste loca, verdad? William me traicionó, se portó como el peor de los hijueputas al meterse contigo. El desgraciado no esperó nada de tiempo para correr tras de ti, apenas me fui el infeliz comenzó a enamorarte sin importarle que yo te amaba. Así que mejor dile a tu noviecito que no me provoque como lo hizo hoy con el juego de Polo.
—¡No me llames cínica! Estoy siendo sincera.
—No solo eres cínica, sino maquiavélica. ¿A qué juegas, Candy? ¿Quieres ver cómo dos hombres se pelean por ti como si fueran bestias en celo?
—¡Idiota! ¡Cómo puedes decir eso!
Ante mi reclamo, me agarra con fuerza y me pega a su cuerpo. Sus cobaltos me miran con reproche. Su rostro se acerca al mío buscando respuestas, pero yo no puedo sostenerle la mirada. Ante mi silencio solo se limita a acariciar mis labios y a olisquear mi cabello.
Mis manos no pueden evitar su cercanía y de forma instintiva se enredan en su cabellera castaña. Él mantiene la corta distancia que nos separa aferrándose a su último resquicio de cordura, pero yo no puedo, mi boca ya no aguanta más y busca la suya con desesperación.
Me aferro a él y él toma lo que yo le ofrezco. Muerde deliciosamente mis labios y se adentra en mi boca para saborearla y yo me sumerjo en su viril aroma. Sus manos acarician mi espalda y yo me olvido completamente del mundo, de mis problemas, de sus reclamos. Sus ojos azules se abren y me miran de esa manera que tanto adoro. No hay nada que me guste más que esos ojos lujuriosos llenos de perversión que con una sola mirada me invitan a sumergirme junto a él en un torrente de deseo.
De pronto, su boca deja de besarme y por segundos me siento abandonada. Me mira fijamente y me pregunta. —¿Quieres irte ahora? —yo no puedo contestar, solo atino a negar con mi cabeza y me aferro más a su pecho. Con mi rostro enterrado en su fina camiseta de montar le pido que me deje quedar ahí, con él.
—No quiero irme. Quiero quedarme aquí, contigo.
No veo su rostro, pero sé que está sonriendo. Sabe que soy suya y que él es mío. Siento como sus brazos me aprietan mientras me eleva lo suficiente para que su muslo roce con descaro mi entrepierna. Suspiro llena de satisfacción y mi cuerpo comienza a reaccionar a sus toques. Los jadeos salen de mi boca y él ríe con descaro. Sabe que me tiene totalmente entre sus manos y sin reparo alguno continúa restregándose en mi ya hinchada y húmeda intimidad.
—¡Dios! —exclamo ya totalmente excitada e instintivamente abro mis piernas para que su muslo frote con rudeza mi sexo necesitado. A pesar de seguir vestidos, nuestros cuerpos reaccionan a la cercanía que experimentan y nuestros sexos exigen su unión.
Su boca se acerca a mi cuello y lo lame de manera sensual y excitante haciendo que mis senos y mis pezones se endurezcan pidiendo la atención de su lengua. Su voz rasposa acaricia mis oídos y yo me estremezco
—Pídemelo…pídeme que te tumbe aquí y te haga mía —me dice lleno de lujuria mientras sus manos estrujan mis glúteos y yo sin vergüenza me restriego en ese bulto sensual y viril que amenaza con reventar su pantalón.
—Cógeme fuerte, hazlo aquí, ahora—
Continuará…
Gracias por leer mis letras
Mi mente está tan abstraída en mis pensamientos que mis ojos miran sin mirar el papel de gran tamaño que está frente a mi. ¿Cuánto tiempo he estado así? Quien sabe, lo único cierto es que los pocos trazos que mis manos han logrado dibujar sobre la enorme hoja bond que está en el tablero parecen garabatos de una preescolar y no el boceto de una arquitecta.
Me aferro al lápiz que está entre mis dedos como si fuera un salvavidas, pero es tanta la fuerza con la que lo agarro que éste termina por quebrarse entre las manos.
—¡Auch! —me quejo. Un gran pedazo de madera me ha lastimado la palma de la mano y me hace sangrar. No sé si maldecir o agradecer este pequeño accidente, pues el hilillo rojo de sangre que brota de mi mano hace que por varios minutos me olvide de...él.
Corro al baño de la oficina y rápidamente lavo y desinfecto mi herida. Mientras el chorro de agua limpia mi mano, un nuevo recuerdo de él, me asalta. Él y yo tumbados sobre el heno haciendo el amor como dos irreverentes, como dos necesitados.
—El club —susurro llevando a mi mente a recordar esa última entrega que hubo entre los dos.
Otra vez me pierdo en las imágenes de él asaltando sin piedad mis senos, arrancando mi blusa para poder tocarme a placer. Sus manos estrujando sin piedad mi talle mientras su boca no deja de lamer y chupar mis pezones erectos y dispuestos para él.
Cierro mis ojos y mi cuerpo vuelve a revivir ese mismo ardor de hace dos días atrás. Las imágenes vienen como ráfagas donde él es el maestro absoluto y yo la arcilla en donde moldea sus caricias.
Me veo a mí misma en una posición por demás indecorosa, pero poco o nada me interesa. Él me eleva lo suficiente para que su muslo roce con descaro mi entrepierna y yo me estremezco. Mi boca no puede reprimir un jadeo de satisfacción y él ríe con descaro.
Echo para atrás mi cabeza y de manera instintiva abro mis piernas para que su muslo frote con rudeza mi sexo hinchado. A pesar de seguir vestida con mis vaqueros mi sexo ha reaccionado con gusto y sin demora empieza a llenarse de fluidos que solo él puede causar en mí.
Mis manos se enredan en su oscura cabellera y entre susurros le pido que no pare, que me llene de él. Sus ojos cobalto me miran y su sonrisa cínica aparece. La voz rasposa y excitada de él se deja escuchar tan cerca de mí que simplemente jadeo al sentir su aliento.
—Pídemelo —me susurra al oído mientras sus manos no han dejado de apretar mis glúteos hacia su pelvis y yo solo deseo que me tumbe en el piso y me coja de forma salvaje.
Mis ojos se abren de golpe y me doy cuenta que he estado fantaseando con algo que debería guardarlo en lo más recóndito de mi ser.
—¡Basta! —Me reprendo. Sacudo mi cabeza para alejarlo de mi mente, pero no funciona. Él siempre ha sido más fuerte que yo. Es como si su esencia estuviera grabada en mi piel y simplemente no pudiera alejarlo de mi.
—¡Por amor al cielo! ¡Sal de mi mente! —me grito a mí mismo en voz alta para acallar su cínica carcajada que resuena en mis oídos, pero no se va, está ahí una y otra vez atormentando deliciosamente mi cabeza. Así es, lo reconozco, su voz aterciopelada, su risa majadera, el sabor de sus besos apasionados me atormentan noche y día, pero es una tortura que secretamente disfruto porque es lo único que puedo tener de él.
Envuelvo mi mano en una toalla y no puedo evitar sollozar. El dolor de mi mano es insignificante ante la laceración que sufre mi pecho. Me arrimo a la puerta del baño y me dejo caer liberando ese llanto que tengo atravesado en mi garganta. Muerdo la toalla y un grito ahogado queda amortiguado en ella y mis lágrimas fluyen sin que nada las detenga. Por fin me permito llorar…por él.
De pronto…
[toc] [toc]
—Señorita White, ¿se encuentra bien? Lleva en el baño un poco más de media hora, ¿ocurre algo?
La asistente de mi padre toca a mi puerta y yo trato de forma desesperada contener mi llanto para que no note mi deplorable estado. Con voz entrecortada, le digo.
—¡Eh! ¡No… Dorothy! No… ocurre nada.
—Ok, señorita. Sobre su escritorio le dejo los documentos que su padre le envía para que su hermano y usted los revisen antes de que sean enviados al corporativo Ardlay.
—Está bien, Dorothy, gracias.
Seco mis lágrimas y trato de arreglarme lo mejor posible. Me miro en el espejo con lástima y tristemente acepto mi realidad.
—Terry…te sigo amando. Intenté seguir mi camino lejos de ti, pero no he podido olvidarte, estás en mi piel. Pero, ya es tarde para lo nuestro, tú te irás al otro lado del mundo y yo seguiré con la decisión que he tomado.
Alzo mi cabeza y acepto mi verdad ante el espejo. —Terry. mi amor. Eres y serás el amor de mi vida y mi cuerpo siempre clamará tu nombre, pero no podemos estar juntos. No tengo derecho a llevar infelicidad a todos los que me rodean. Pensé que nunca más volvería a verte, pero regresaste y nuestros cuerpos no pudieron evitar esas ganas irrefrenables de verse, de tocarse, de amarse.
Mis ojos quieren llorar, pero me obligo a contener las lágrimas y mi monólogo sigue. —Aunque solo fue un corto tiempo, sé que estos momentos vividos entre tu y yo me servirán de consuelo para alimentar mi triste alma enamorada. Pronto te irás y yo estaré ahí para despedirte con una sonrisa sincera, porque a pesar de todo siempre voy a desearte la mejor suerte del mundo.
Miro mi mano y ésta ha dejado de sangrar. Doy un largo suspiro y me cuelgo la misma careta que he venido colgando sobre mi rostro los últimos cinco años, específicamente desde la última vez que Terry se fue de mi vida. Nuevamente se volverá a ir y esta vez será para siempre.
Salgo del baño y como una muerta en vida me siento en mi silla de arquitectura. El pequeño galardón de mármol colgado en la pared con mi nombre grabado en él, llama mi atención. Lo tomo y una triste sonrisa sale de mis labios. El premio a la mejor graduada de la carrera de arquitectura me recuerda todo el esfuerzo que mi padre ha puesto en mí para convertirme en lo que soy ahora.
—Te llevaré a casa, es ahí donde debes estar. —Con amor guardo aquella pesada pieza de mármol en mi bolso y de nueva cuenta me dispongo a empezar desde cero.
La puerta de mi oficina se abre de golpe y es mi hermano quien entra como una tromba. Se para delante de mí y me mira con reproche, prácticamente está bufando. Yo sé el motivo de su enojo, pero prefiero ignorarlo. Realmente estoy harta de todos sus reclamos. Él mira mi indiferencia y eso hace que su voz molesta retumbe en la oficina.
—¡¿Te quedarás ahí sentada sin más ni más!?
—No sé a qué te refieres, Jimmy. Si buscas los documentos del corporativo Ardlay, están ahí sobre el escritorio para que los revises. Papá insiste en que tu y yo los revisemos antes de que sean aprobados
Con su puño cerrado da un sonoro golpe sobre el escritorio logrando que los documentos se desparramen por el fuerte impacto.
—¡Sabes de lo que hablo, Candy! ¡Acabo de hablar con William y está furioso! ¿Qué carajos pasó entre ustedes? No me digas que otra vez hay problemas por culpa de ese actorcito de pacotilla. ¿Estás consciente que todo se puede ir al carajo por esa enajenación que tienes con ese tipo?
—¡Cállate! ¡Me tienes harta, Jimmy! ¡Tú no sabes nada de mí! Lo que pase entre William y yo no tiene nada que ver con nuestro trabajo. Tuvimos una discusión el otro día y eso es todo, ya verás que pronto se le pasará el coraje.
—Mira Candy, solo te recuerdo que todo el patrimonio de nuestra familia está invertido en este proyecto con el corporativo Ardlay, así que por ningún motivo se te ocurra disgustarte con el dueño del circo porque si a él le da la gana nos deja sin un centavo y fuera del negocio, como diría nuestra madre, con una mano adelante y otra atrás. Las cláusulas del contrato son muy severas y ya las conoces de sobra.
Harta de que me recuerden una y otra vez el mismo compromiso de siempre, me paro de mi silla y me dispongo a salir. Jimmy me atrapa en el acto y vuelve al ataque sin piedad.
—¿A dónde vas? Mas te vale que vayas a buscar a William y arregles ese disgusto porque todo depende de ti. Las mujeres saben cómo contentar a los hombres.
Me suelto de su tosco agarre y yo también decido atacar. Palabras impregnadas de sarcasmo salen de mi boca sin siquiera detenerme a pensar a quien estoy lastimando..
—¿Otra vez depende de mí? ¿Otra vez tengo que salvar el patrimonio familiar? ¿Por qué yo? Dime, Jimmy, ¿Por qué soy yo quien tiene que cargar sobre sus hombros semejante responsabilidad?
Veo a mi hermano apretar sus puños con algo de frustración contenida. Sabe que mis preguntas tienen un tinte de reclamo escondido. Bajando la guardia suelta una verdad innegable que es la que nos tiene a todos atados de manos.
[suspiro] —Sabes bien que yo no quise fallarles. Fue un mal negocio y aún cargo con las consecuencias. Solo te pido que recuerdes que no solo es el patrimonio familiar lo que está en juego. Es la compañía entera, el sueño de nuestro padre, el trabajo de nuestra madre y de 30 familias que pusieron su confianza en nosotros.
La verdad me duele, me abofetea, pero estoy harta de ser yo la sacrificada. Nuevamente un reclamo escondido sale de mi boca.
— ¿Y por qué mejor no vas tú y lo contentas a William? De pronto y descubres que también le gustan los…galanes.
Mi hermano me mira con resentimiento, no lo he querido herir pero estoy cansada de que me restriegue en cara ese enorme peso que estoy obligada a llevar. Mira en mis ojos la decisión de irme de la oficina. Honestamente no soporto un minuto más hablar del peso que debo cargar.
—¡Candy! ¡No te atrevas a ir en busca del idiota de Granchester!
—¡Me voy donde me da la regalada gana!
—¡No puedes hacerlo! Hermana, ¡escúchame, por favor! [suspiro] William te tiene vigilada. Archie ha estado siguiendo tus pasos…por varias semanas, específicamente desde que Granchester regresó a EEUU.
Ante esa revelación me quedé helada. Ahora todo cobraba sentido. Los reclamos de William, sus celos, sus llamadas constantes, su aparición en las caballerizas del club, todo.
Tomo mi cartera y no tengo cabeza para pensar en más nada y salgo de ahí.
Estoy decidida a gritarle a William unas cuantas verdades en su propia cara.
Realmente estoy molesta con William. Es verdad que no he sido del todo sincera con él, pero no tiene derecho a espiarme, no soy de su propiedad. Me subo en mi coche, acomodo el espejo retrovisor antes de salir del parqueadero y me doy cuenta de un extraño carro rojo que está aparcado a unos cuantos pasos de mi. Cuando estoy a punto de arrancar, el individuo me imita y sin titubeos comienza a seguirme por varias cuadras.
—¡Me lleva el demonio! —exclamo furiosa y paro en seco. Me bajo de mi automóvil con toda la rabia que llevo encima y me dirijo hacia aquel coche rojo para toparme cara a cara con Archibald Cornwell que me mira con su rostro totalmente desencajado. Golpeo el parabrisas de su coche y lo obligo a bajar el vidrio de la portezuela.
—¿Qué sucede, Archie? ¿Acaso me estás siguiendo?
—¡Eh! ¿Yo? ¡no, no, no! ¿Pero qué dices, Candy? ¿Cómo se te ocurre?
—Te lo diré una sola vez. ¡No me sigas! Porque si lo haces soy capaz de entablar una demanda por acoso sexual en tu contra.
—¿¡Qué cosa dices!? Candy, yo solo quería…entregarte…unos papeles que William…te…te..
—¡Basta! No lo volveré a repetir. No me sigas, y dile a William que ni se le ocurra enviar a otro perro a seguirme.
—¿Me llamaste perro?
—¡Si! Te llamé PERRO. Dejaste de ser mi amigo para convertirte en su perro al igual que Georges.
—¡Pero Candy! ¡Él es mi tío! Ahora dime ¿A dónde vas?
—¡Qué te importa! —fue lo último que exclamé ante la insistencia de Archie por querer seguirme. Con la cólera ya apoderada de mis sentidos, tomé mi bolso y le propino sendos golpes al carro de Archie hasta ocasionarle una terrible abolladura.
El hombre sencillamente se queda pasmado viendo como su flamante coche es arruinado por el peso de mi cartera.
—¡Mi carro! ¡Lo abollaste! ¿Pero qué demonios cargas en ese bolso? ¿¡Piedras!? Esto no se quedará así Candice White.
—¡Vete al infierno! Que te lo pague William que es quien te tiene como sabueso.
No soporto más toda esta presión. Necesito estar lejos de aquí. Enciendo mi coche y conduzco sin un rumbo fijo en mi cabeza. ¿Cuánto tiempo llevo manejando? pues no lo sé. La única certeza que tengo es que solo hay un lugar al que quiero ir. Tomo la avenida principal y en un cruce lejano doblo hacia la izquierda hasta por fin estar en el único sitio donde puedo ser yo misma.
Aparco mi carro en el mismo callejón donde días atrás fui suya y él mío. El mismo lugar donde mando al carajo todas mis preocupaciones y solo quiero ser su dueña. Dejo caer mi cuerpo y mis lágrimas empiezan a salir.
—Terry —susurro entre lágrimas y lo único que quiero es que él esté a mi lado. Quiero llamarlo, estoy a punto de marcar su número, pero me detengo. Nuestro último encuentro no terminó para nada bien y no tengo derecho a molestarlo más. .
Busco en mi cartera lo último que me quedó de él, su fino pañuelo de lino blanco que aún guarda su varonil aroma. Lo huelo, lo acaricio, lo beso y mis sentidos vuelven a la vida al recordar nuestro último encuentro.
*****Flashback****
Camino sin pensar bien en lo que estoy haciendo. Sé que este no es el lugar adecuado para hablar con él, pero necesito hacerlo porque tal vez para mañana sea demasiado tarde. Él pronto se irá y mi oportunidad de despedirme se habrá esfumado.
Sé que pronto vendrá a las caballerizas, lo vi mientras jugaba polo montado sobre su pura sangre, Theodora. No sé si él se fijó en mi presencia, pero yo simplemente no podía dejar de mirarle. Su porte era estupendo, imponente. Se lo veía gallardo, hermoso en su traje de equitación, estaba recio, viril, parecía un semental y yo no hacía otra cosa que embobarme con su presencia.
Oculta bajo mi enorme sombrero y gafas oscuras observe casi todo el juego. Por momentos sentía los nervios crispados, y no era para menos. William y Terry estaban jugando en equipos contrarios.
Me parecía estúpido ver a 8 hombres cabalgando a toda velocidad con el único objetivo de darle a una pequeña pelotita con un enorme taco de madera. Realmente es un juego donde las hormonas masculinas están en todo su esplendor. Cada anotación era festejada por todo lo alto y mucho más cuando se notaba una clara rivalidad entre los dos hombres más importantes de mi vida.
Mis nervios estaban al máximo, no podía quedarme a ver como sus miradas furiosas se declaraban la guerra abiertamente. Me escabullo de las graderías y camino con rumbo a los establos. A lo lejos escucho los vítores del equipo ganador y sé que el partido ha terminado. Mis manos empiezan a temblar, pero trato de calmarme pensando en que solo es una conversación de despedida.
Aspiro con fuerza y el olor a heno fresco llena mis fosas nasales. Leo el nombre de cada ejemplar en los enormes cubículos y por fin encuentro el de Theodora. Sé que él personalmente se encargará de traerla hasta aquí, pues su costumbre fue siempre consentir a ese bello animal.
Poco a poco se incrementa el sonido de fuertes pisadas, risas, voces masculinas que celebraban el triunfo alcanzado.
—Estuviste fantástico, Terry. Le diste una auténtica paliza al equipo de Benson
—Gracias, muchachos. Ustedes no estuvieron nada mal.
—Es que realmente le diste una soberana paliza a todos ellos, en especial al rubio Ardlay. El pobre no atinaba a remontar el marcador, literalmente comió el polvo que dejaban tus anotaciones. Su cara desencajada y furiosa era todo un poema. Pobre de Benson, tendrá que pagar la apuesta que te hizo.
—¡Pues que pague! Ja, ja, ja. Bueno muchachos, nos vemos al rato. Por ahora me toca consentir a mi bella chica.
—¡Ay, Terry! Tú y tu yegua.
—Les advierto que Theodora es muy temperamental, y mucho más ahora que está en celo, así que les recomiendo que se alejen de ella cuando se encabrita.
Me escondo en una esquina tras el montón de heno para que nadie me vea. Escucho como los otros hombres se alejan del sitio y él entra en el cubículo con su yegua. Él no me ha visto, pero su enorme animal sí me ha detectado. Theodora comienza a moverse recelosa por mi presencia y de un momento a otro lo veo bufar y resoplar molesta. Se alza imponente en sus dos patas traseras a punto de lanzar un poderoso golpe en mi contra. Yo solo atino a dar un grito cargado de angustia al escuchar el sonoro relincho que emite el furioso animal molesto por mi presencia.
[grito] —¡Madre santa!
—¡Candy! ¡Pero qué demonios!
Lo veo agarrar con fuerza a su yegua para sosegarla. Las amarras se tensan al máximo y sus brazos hacen un trabajo poderoso para calmar a esa bestia.
—¡Ohhh! ¡Ohhh! ¡Quieta Theodora! —Su voz es fuerte, pero al mismo tiempo serena, logrando que la yegua seda en su intención por encabritarse. Le acaricia sus orejas y su larga melena negra y el animal termina por calmarse. De un cubo cercano saca agua fresca y unas cuantas zanahorias, con eso Theodora se olvida de que existe una intrusa en sus dominios y se va para un rincón.
Me mira y se lo ve bastante angustiado. En dos zancadas está a mi lado examinándome para ver si no he sido golpeada por los cascos del caballo. . Yo aún estoy estática ante semejante susto.
—¿Te encuentras bien? ¿Te has lastimado?
—Yo …no sé…creo que no me lastimó —digo algo nerviosa y con el pecho aún palpitando por el susto.
Con el ceño fruncido y seriamente disgustado, me dice
—¿Pero qué carajos haces aquí escondida, Candy? Theodora es muy celosa, te pudo haber lastimado gravemente
—Yo…yo solo quería hablar contigo. No pensé que ella se pusiera así.
—¿Tan urgente es lo que tenías que decirme como para buscarme en las caballerizas?
—Yo…[suspiro] Necesitaba despedirme.
Lo veo tragar grueso y cerrar sus puños en clara señal de molestia; sin embargo no me dice nada. Por largos minutos se queda en silencio mirando un montón de heno apilado en un rincón hasta que de su boca sale una simple frase.
—Ok. Si viniste hasta aquí solo para decirme adiós, está bien. Ahora puedes marcharte.
Su indiferencia me apuñala el corazón. Cierro con fuerza mi ojos al ver que todo está perdido entre nosotros. Con un dejo de nostalgia me animo a pedirle un último favor.
—Terry…antes de que te marches, me gustaría pedirte que trates de llevarte mejor con William. Sé que no volverán a ser los amigos de antes, pero podrían intentar ser más cordiales. Ustedes eran casi como hermanos.
[carcajada] —¿Aparte de cínica, te volviste loca, verdad? William me traicionó, se portó como el peor de los hijueputas al meterse contigo. El desgraciado no esperó nada de tiempo para correr tras de ti, apenas me fui el infeliz comenzó a enamorarte sin importarle que yo te amaba. Así que mejor dile a tu noviecito que no me provoque como lo hizo hoy con el juego de Polo.
—¡No me llames cínica! Estoy siendo sincera.
—No solo eres cínica, sino maquiavélica. ¿A qué juegas, Candy? ¿Quieres ver cómo dos hombres se pelean por ti como si fueran bestias en celo?
—¡Idiota! ¡Cómo puedes decir eso!
Ante mi reclamo, me agarra con fuerza y me pega a su cuerpo. Sus cobaltos me miran con reproche. Su rostro se acerca al mío buscando respuestas, pero yo no puedo sostenerle la mirada. Ante mi silencio solo se limita a acariciar mis labios y a olisquear mi cabello.
Mis manos no pueden evitar su cercanía y de forma instintiva se enredan en su cabellera castaña. Él mantiene la corta distancia que nos separa aferrándose a su último resquicio de cordura, pero yo no puedo, mi boca ya no aguanta más y busca la suya con desesperación.
Me aferro a él y él toma lo que yo le ofrezco. Muerde deliciosamente mis labios y se adentra en mi boca para saborearla y yo me sumerjo en su viril aroma. Sus manos acarician mi espalda y yo me olvido completamente del mundo, de mis problemas, de sus reclamos. Sus ojos azules se abren y me miran de esa manera que tanto adoro. No hay nada que me guste más que esos ojos lujuriosos llenos de perversión que con una sola mirada me invitan a sumergirme junto a él en un torrente de deseo.
De pronto, su boca deja de besarme y por segundos me siento abandonada. Me mira fijamente y me pregunta. —¿Quieres irte ahora? —yo no puedo contestar, solo atino a negar con mi cabeza y me aferro más a su pecho. Con mi rostro enterrado en su fina camiseta de montar le pido que me deje quedar ahí, con él.
—No quiero irme. Quiero quedarme aquí, contigo.
No veo su rostro, pero sé que está sonriendo. Sabe que soy suya y que él es mío. Siento como sus brazos me aprietan mientras me eleva lo suficiente para que su muslo roce con descaro mi entrepierna. Suspiro llena de satisfacción y mi cuerpo comienza a reaccionar a sus toques. Los jadeos salen de mi boca y él ríe con descaro. Sabe que me tiene totalmente entre sus manos y sin reparo alguno continúa restregándose en mi ya hinchada y húmeda intimidad.
—¡Dios! —exclamo ya totalmente excitada e instintivamente abro mis piernas para que su muslo frote con rudeza mi sexo necesitado. A pesar de seguir vestidos, nuestros cuerpos reaccionan a la cercanía que experimentan y nuestros sexos exigen su unión.
Su boca se acerca a mi cuello y lo lame de manera sensual y excitante haciendo que mis senos y mis pezones se endurezcan pidiendo la atención de su lengua. Su voz rasposa acaricia mis oídos y yo me estremezco
—Pídemelo…pídeme que te tumbe aquí y te haga mía —me dice lleno de lujuria mientras sus manos estrujan mis glúteos y yo sin vergüenza me restriego en ese bulto sensual y viril que amenaza con reventar su pantalón.
—Cógeme fuerte, hazlo aquí, ahora—
Continuará…
Gracias por leer mis letras
[url=
[/url]
[/url]
Última edición por SHALOVA el Vie Abr 12, 2024 8:32 am, editado 1 vez
