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Si él es mío y yo suya
Dos años.
Veinticuatro meses.
Setecientos treinta días con sus noches en los que vivir se ha convertido en la mayor hazaña de mi existencia.
Sacudí la cabeza, reacia a permitir que la nostalgia hiciera de mí su rehén. Era una batalla constante, una lucha encarnizada entre la intensa tristeza que guarda mi corazón y el rostro sonriente que muestro a los demás.
Sin embargo, hay días como hoy en los que continuar parece un imposible. Días en los que el recuerdo de un amor que no pudo ser se materializa ante mis ojos, negándose a morir en el olvido.
Mis amigos lo saben. Saben que finjo que ya no me importa el pasado. Saben que cada segundo de fingida felicidad no es más que una fachada y que sigo tan enamorada de él como el primer día.
Es por eso que estoy aquí esta noche, en una fiesta en la que no encajo y de la que quiero irme desde que llegué. La gente a mi alrededor parece divertirse, pero hoy estoy más allá de mis fuerzas.
No me he movido de mi apartado rincón en lo que va de noche, solo soy una espectadora en medio del bullicio que generan los invitados de los Andrey.
Mientras veo a las parejas bailar, viene a mi mente aquél baile de mayo; tan lejano en el tiempo, pero tan cercano a mi corazón.
Y sin que pueda evitarlo nos veo ahí, en medio de la pista.
Yo vestida de Julieta, y él… alto y hermoso en su traje de lord inglés. Todo un Romeo. Mi Romeo. Su mano izquierda en mi cintura, la mía en su pecho. Y aunque sé que el corazón no está a la derecha, estoy segura que lo sentía golpear fuerte contra mi mano. Mientras danzábamos, los acordes del vals competían con el batir de nuestros corazones, semejante al aleteo de un colibrí. Mi mirada estuvo fija en su corbata hasta que me atreví a buscar la suya zafiro; al encontrarla, mis mejillas se incendiaron de vergüenza. Había algo en su mirada que me aflojó las rodillas y dí un pequeño traspié. En aquél momento no supe reconocerlo, pero ahora, cuando pienso en ello, me doy cuenta que él me miraba con tanto anhelo… y amor… había amor ahí. Sus ojos brillaban y sus labios sonreían. Hasta que de un momento a otro me pegó más a él, y su boca encontró la mía.
Nuestro primer baile, nuestro primer y único beso.
¿Por qué? ¿Por qué no entendí lo que sus ojos me gritaban? ¿Por qué no supe ver lo que intentaba decirme con ese beso?
Quizá todo habría sido diferente. Quizá nuestro amor habría sido más fuerte, tal vez habríamos resistido y vencido el obstáculo que la vida nos tenía preparado.
Quizás, quizás, quizás.
Tantos caminos, tantas posibilidades.
Parpadee un par de veces y dos gruesas lágrimas bajaron por mis mejillas. Tomé mi pañuelo y me di un par de toquecitos para secarlas.
¿Seríamos felices ahora?
El vals terminó y mi yo del pasado desapareció de la pista llevándoselo a él, dejándome sola una vez más.
¿Por qué?
Si él es mío y yo suya… ¿Por qué tuve que ser yo la que se hiciera a un lado?
Tanto amor, tanto dolor…
Volví a parpadear, esta vez para alejar las lágrimas que insistían en acumularse en el borde mis ojos. Me sequé con discreción los lagrimales y respiré profundo una, dos veces. Miré a mi alrededor y esbocé una expresión sonriente, como quien se encuentra a gusto, divirtiéndose.
En ocasiones como esta, me pregunto si volvería a actuar igual. Si la vida me diera la oportunidad de ir al pasado, si me pusiera en la misma situación una segunda vez… ¿volvería a hacerme a un lado?
Mi primera respuesta, la que mi apaleado espíritu me grita es un rotundo “no”. No obstante, cuando miro atrás y recuerdo el tormento en los ojos de Terry, la palidez de su rostro y su semblante alicaído… deduzco que sí, volvería hacerlo. Intentaría lo que fuera para aliviar la pesada carga en su espalda. Aun si para mí significa medio vivir.
Una pareja pasó frente a mi lugar en una esquina del salón, sonrientes. Y volví a preguntarme por qué nosotros no tuvimos esa oportunidad. Después de ese breve encuentro en el que corrí para verlo, aunque fuera de lejos, solo pudimos mantener correspondencia. Y aunque esperaba con ansias cada una de sus cartas, siempre deseé salir a la calle tomada de su brazo, que me comprara un helado y comerlo sentados en cualquier banca de algún parque.
Y pelearnos. Y luego reconciliarnos.
Esas tontas discusiones sin sentido en las que yo pondría mi cara de mona y él se reiría, pero luego me abrazaría y besaría hasta que el enfado desapareciera.
«¿Eres así con ella? ¿También le pusiste un apodo? ¿la amas?», el aire se me atascó en la garganta.
Detestaba esos pensamientos y lo que me hacían sentir. Me hacían verla como una usurpadora y me llenaban de resentimiento hacia la mujer que le había salvado la vida y por consecuencia la mía misma. Sin embargo, me era imposible no experimentar la ponzoñosa mordida de los celos. Escenas de ellos bromeando y sonriéndose enamorados me torturaban sin piedad, quitándome la escasa paz que en ocasiones lograba.
«Con ella no puede bailar», el consuelo me duró un parpadeo y enseguida me sentí mezquina; una mala persona que se regodeaba en la desgracia del prójimo.
¿Hasta cuándo duraría esto? ¿Podré algún día mirar al pasado y no sentir que me parto en dos?
Hay veces en los que desearía ser más valiente e ir a buscarlo. La necesidad de verlo en ocasiones me consume a tal grado que me he visto parada frente a la taquilla, a punto de comprar un boleto de tren a Nueva York.
Pero entonces la cordura vuelve a mí y me pregunto: ¿para qué?
No podría quedarme ni él venir conmigo. Sería tan solo una despedida más. Una tercera separación a la que estoy segura que no sobreviviría.
Y, sin embargo, no puedo evitar pensar qué sucedería si me presentara ante él.
¿Me abrazaría y me diría cuánto me ha extrañado? ¿Me daría la bienvenida con ese beso que tanto he anhelado? ¿Me tomaría de la mano y caminaríamos juntos por las calles, con la certeza de que no volveríamos a soltarnos?
Tantas dudas, tantos anhelos…
Y, aun así, sé con absoluta certeza que si la vida nos da una segunda oportunidad no dudaré en tomarla; porque él es mío y yo suya.
Fin.Veinticuatro meses.
Setecientos treinta días con sus noches en los que vivir se ha convertido en la mayor hazaña de mi existencia.
Sacudí la cabeza, reacia a permitir que la nostalgia hiciera de mí su rehén. Era una batalla constante, una lucha encarnizada entre la intensa tristeza que guarda mi corazón y el rostro sonriente que muestro a los demás.
Sin embargo, hay días como hoy en los que continuar parece un imposible. Días en los que el recuerdo de un amor que no pudo ser se materializa ante mis ojos, negándose a morir en el olvido.
Mis amigos lo saben. Saben que finjo que ya no me importa el pasado. Saben que cada segundo de fingida felicidad no es más que una fachada y que sigo tan enamorada de él como el primer día.
Es por eso que estoy aquí esta noche, en una fiesta en la que no encajo y de la que quiero irme desde que llegué. La gente a mi alrededor parece divertirse, pero hoy estoy más allá de mis fuerzas.
No me he movido de mi apartado rincón en lo que va de noche, solo soy una espectadora en medio del bullicio que generan los invitados de los Andrey.
Mientras veo a las parejas bailar, viene a mi mente aquél baile de mayo; tan lejano en el tiempo, pero tan cercano a mi corazón.
Y sin que pueda evitarlo nos veo ahí, en medio de la pista.
Yo vestida de Julieta, y él… alto y hermoso en su traje de lord inglés. Todo un Romeo. Mi Romeo. Su mano izquierda en mi cintura, la mía en su pecho. Y aunque sé que el corazón no está a la derecha, estoy segura que lo sentía golpear fuerte contra mi mano. Mientras danzábamos, los acordes del vals competían con el batir de nuestros corazones, semejante al aleteo de un colibrí. Mi mirada estuvo fija en su corbata hasta que me atreví a buscar la suya zafiro; al encontrarla, mis mejillas se incendiaron de vergüenza. Había algo en su mirada que me aflojó las rodillas y dí un pequeño traspié. En aquél momento no supe reconocerlo, pero ahora, cuando pienso en ello, me doy cuenta que él me miraba con tanto anhelo… y amor… había amor ahí. Sus ojos brillaban y sus labios sonreían. Hasta que de un momento a otro me pegó más a él, y su boca encontró la mía.
Nuestro primer baile, nuestro primer y único beso.
¿Por qué? ¿Por qué no entendí lo que sus ojos me gritaban? ¿Por qué no supe ver lo que intentaba decirme con ese beso?
Quizá todo habría sido diferente. Quizá nuestro amor habría sido más fuerte, tal vez habríamos resistido y vencido el obstáculo que la vida nos tenía preparado.
Quizás, quizás, quizás.
Tantos caminos, tantas posibilidades.
Parpadee un par de veces y dos gruesas lágrimas bajaron por mis mejillas. Tomé mi pañuelo y me di un par de toquecitos para secarlas.
¿Seríamos felices ahora?
El vals terminó y mi yo del pasado desapareció de la pista llevándoselo a él, dejándome sola una vez más.
¿Por qué?
Si él es mío y yo suya… ¿Por qué tuve que ser yo la que se hiciera a un lado?
Tanto amor, tanto dolor…
Volví a parpadear, esta vez para alejar las lágrimas que insistían en acumularse en el borde mis ojos. Me sequé con discreción los lagrimales y respiré profundo una, dos veces. Miré a mi alrededor y esbocé una expresión sonriente, como quien se encuentra a gusto, divirtiéndose.
En ocasiones como esta, me pregunto si volvería a actuar igual. Si la vida me diera la oportunidad de ir al pasado, si me pusiera en la misma situación una segunda vez… ¿volvería a hacerme a un lado?
Mi primera respuesta, la que mi apaleado espíritu me grita es un rotundo “no”. No obstante, cuando miro atrás y recuerdo el tormento en los ojos de Terry, la palidez de su rostro y su semblante alicaído… deduzco que sí, volvería hacerlo. Intentaría lo que fuera para aliviar la pesada carga en su espalda. Aun si para mí significa medio vivir.
Una pareja pasó frente a mi lugar en una esquina del salón, sonrientes. Y volví a preguntarme por qué nosotros no tuvimos esa oportunidad. Después de ese breve encuentro en el que corrí para verlo, aunque fuera de lejos, solo pudimos mantener correspondencia. Y aunque esperaba con ansias cada una de sus cartas, siempre deseé salir a la calle tomada de su brazo, que me comprara un helado y comerlo sentados en cualquier banca de algún parque.
Y pelearnos. Y luego reconciliarnos.
Esas tontas discusiones sin sentido en las que yo pondría mi cara de mona y él se reiría, pero luego me abrazaría y besaría hasta que el enfado desapareciera.
«¿Eres así con ella? ¿También le pusiste un apodo? ¿la amas?», el aire se me atascó en la garganta.
Detestaba esos pensamientos y lo que me hacían sentir. Me hacían verla como una usurpadora y me llenaban de resentimiento hacia la mujer que le había salvado la vida y por consecuencia la mía misma. Sin embargo, me era imposible no experimentar la ponzoñosa mordida de los celos. Escenas de ellos bromeando y sonriéndose enamorados me torturaban sin piedad, quitándome la escasa paz que en ocasiones lograba.
«Con ella no puede bailar», el consuelo me duró un parpadeo y enseguida me sentí mezquina; una mala persona que se regodeaba en la desgracia del prójimo.
¿Hasta cuándo duraría esto? ¿Podré algún día mirar al pasado y no sentir que me parto en dos?
Hay veces en los que desearía ser más valiente e ir a buscarlo. La necesidad de verlo en ocasiones me consume a tal grado que me he visto parada frente a la taquilla, a punto de comprar un boleto de tren a Nueva York.
Pero entonces la cordura vuelve a mí y me pregunto: ¿para qué?
No podría quedarme ni él venir conmigo. Sería tan solo una despedida más. Una tercera separación a la que estoy segura que no sobreviviría.
Y, sin embargo, no puedo evitar pensar qué sucedería si me presentara ante él.
¿Me abrazaría y me diría cuánto me ha extrañado? ¿Me daría la bienvenida con ese beso que tanto he anhelado? ¿Me tomaría de la mano y caminaríamos juntos por las calles, con la certeza de que no volveríamos a soltarnos?
Tantas dudas, tantos anhelos…
Y, aun así, sé con absoluta certeza que si la vida nos da una segunda oportunidad no dudaré en tomarla; porque él es mío y yo suya.
***
Segunda petición de Saray. Ya solo me falta una.
Aquí pueden leer el anterior:
Quizás en otra vida
Y este es el que sigue:
Quería que tú supieses al menos esto
Última edición por Jari el Sáb Abr 13, 2019 11:41 pm, editado 1 vez
Nos faltaba llorar por Candy, y no sé qué es peor, cada uno sufrió la manipulación de Gusana y por eso la odio, prefiero mil veces a Eliza (Ha ella hasta la puedo hasta redimir y hacerla feliz con algún guapo chico, pero a Gusi NO 
)
