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Dryades del lago, Una flecha que quedará en el aire. Andrew Fic "Rincón del Gachupín" Capítulo 1

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Malinalli

Malinalli
Niño/a del Hogar de Pony
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Rincón del Gachupín

Capítulo 1


Chicago, Ill; 1918.

La gran guerra había terminado y los Andrew habían vuelto de su servicio voluntario. Milagrosamente habían sobrevivido en aquella terrible guerra de trincheras. Habían sepultado a sus amigos, sin embargo, ellos habían sobrevivido gracias a que se habían cuidado la espalda uno al otro.

Y esa hermandad había sido su salvación. No pretendo aquí narrar los peligros a los que se enfrentaron, los milagros que vivieron o los sinsabores de los que pueden dar cuenta. Bástame decir que sus nombres serían recordados como grandes próceres, al menos entre sus más allegados.

La tía abuela Elroy no cabía de felicidad al verlos regresar tan gallardos, tan maduros, tan convertidos en hombres fuertes y valientes. Los había visto partir hacia 1913 al enviarlos al Colegio Real de San Pablo para que recibieran la mejor educación de la época, tal como era tradición en su familia; al retornar, ellos la habían abrazado con fuerza y cariño y ella había correspondido con tal emoción que las lágrimas la traicionaron.

Quizás su felicidad hubiese sido completa si William Albert Andrew hubiese vuelto también. Ojalá ella pudiera llenar sus maternales brazos con su gallardo sobrino. Pero William se había ido sólo como voluntario a la guerra. Sus últimas noticias estaban plasmadas en una carta escrita desde África, donde comunicaba que no podía seguir siendo nada más que un mudo testigo y decidía trasladarse a Italia como voluntario.

Anthony, Stear y Archie se habían enlistado también como voluntarios en septiembre de 1915, cuando la guerra alcanzó Londres, cuando la famosa Royal Navy ya no fue capaz de defender la isla del Zepellin enemigo y las bombas comenzaron a caer por la ciudad con cada vez mayor frecuencia. Se habían negado a volver a América y fue hasta que se firmó la amnistía que volvieron a casa, taciturnos, cansados, nostálgicos, melancólicos, asustados. Con algunas cicatrices en el alma que azogaban sus espíritus durante sus sueños.

Su tía cuidó de ellos hasta que se sintió sobrepasada. Ninguno tenía apacibles sueños, por supuesto; en la mansión de Chicago la quietud de la noche era interrumpida por algún grito desesperado de terror; afortunadamente, no eran muy frecuentes, sin embargo, la tía no podía negar que algo andaba muy mal.

Ella deseaba con toda su alma aliviar las dolorosas noches de sus sobrinos. Era la primera en sufrir con ellos, aunque ya era de edad muy avanzada como para ser el soporte que sus jóvenes sobrinos necesitaban.

Con el paso de los días la tía había descubierto algo increíble, casi una fantasía, algo que tenían en común los tres caballeros de noches alteradas.

Tras pensarlo por un par de semanas, su espíritu maternal pudo más que sus estrictas reglas sociales.

Como cada mañana, los caballeros se levantaron de sus sillas cuando la figura de su tía abuela apareció en el comedor para el desayuno. Ella tenía el rostro serio, turbado y un tanto dubitativo.

-Anthony – dijo sin perder la autoridad – necesito que partan esta mañana a un largo viaje, George traerá sus boletos – ella alcanzó un tazón de frutas intentando dar por terminada la orden.

-¿A un viaje? – preguntó Archie asombrado, sin siquiera atender la pregunta del mayordomo sobre si prefería jugo o leche.

-Así es – respondió mirándolos decidida – el nombre de los Andrew ha estado de boca en boca por los últimos seis años y no permitiré que esta situación continué. Está claro que no puedo delegar esta misión a nadie más sino a ustedes. George no ha podido separarse de mi desde que ustedes partieron y el tío abuelo… Ajummm… -carraspeó y se detuvo de súbito.

-¿Es algún negocio en particular? Tía, sabes bien que no hemos terminado nuestra preparación – intervino Stear tratando de ser objetivo mientras su pan reposaba en un plato, era incapaz de llevárselo a la boca por un extraño presentimiento.

-No te preocupes por eso, cariño – respondió ella –. No es una misión de negocios, sino una cuestión de honor.

-Una cuestión de honor – repitieron los tres y la tía sonrió.

Hacía mucho tiempo que no escuchaba a sus sobrinos responder las mismas palabras en coro. Esa era la comunicación que precisamente les había permitido salir vivos del infierno.

Sabiendo de antemano la respuesta, la tía se aventuró a preguntar como si lo que fuera a decir no tuviera importancia alguna:

-¿Recuerdan a aquélla chiquilla que nos fue raptada mientras viajaba a nuestra hacienda en México?

Los tres caballeros en la mesa se quedaron de una pieza. Ninguno fue capaz de decir una sola palabra. Años atrás habían dejado de hablar de ella. Ninguno la nombraba, al menos, delante de los otros dos. Aunque en sus sueños, la chiquilla seguía tan presente como el mismo día en que la melodía escapada de sus gaitas inundaba un paraje desierto a modo de despedida.

La tía decidió continuar con aparente indiferencia. Actuando como si diese por hecho que ninguno de sus sobrinos sabía a quién se refería.

-Era una chiquilla de blondo cabello, que trabajó como sirvienta en la casa Leagan. Desde que la robaron en camino a México estuvimos buscándola. Como era obvio, la señorita Pony no se quedó con los brazos cruzados y el rumor de su desaparición bajo nuestro cuidado se extendió por todo Chicago y sus alrededores.

Aún los caballeros seguían estupefactos, sin atreverse a hacer comentario al respecto. Evitaron mirarse a los ojos tratando de esconder mutuamente lo que ese dulce nombre había ocasionado en ellos. Habían pasado poco más de un año rodeados de las señoritas más privilegiadas de Europa, luego, por cuatro años conocieron jóvenes hermosas que habían dado lo que fuera por complacerlos alguna noche de esparcimiento, pero jamás, ninguna de ellas logró que alguno de estos tres caballeros olvidara aquella chiquilla.

Anthony, soñaba con unos expresivos y dulces ojos verdes que por las noches más negras alumbraban su soledad y miseria en las húmedas trincheras. Archivald, continuamente tocaba sus labios en una gentil caricia, recuperando una muy antigua y añorada; se negaba siempre a besar en los labios a cuanta cortesana se había topado y ni siquiera sus hermanos tenían idea de la razón, pero continuamente bromeaban con el más joven de los tres. Stear, por otro lado, jamás olvidaría la gentileza, pureza y frescura que había encontrado en una chica cuyo mejor recuerdo era su gracioso cabello cubierto de hojarasca mientras de deslizaba de rama en rama en un bosque.

A los tres se le subieron los colores al rostro y se negaron a levantar la mirada por miedo a ser descubiertos, sobre todo, por sus hermanos. Dentro de ellos era inverosímil descubrir ante los otros dos su perenne sentimiento. Sentían que ninguno lo comprendería. Aquello había sido un sentimiento infantil que los otros dos habían superado, por supuesto, solo los otros dos. Sus pensamientos eran los mismos ¿cómo confesarían que seguían locos de atar por un recuerdo infantil? Sí, era más que obvio que aquello era una locura, una tonta y estúpida fantasía que tenían que superar.

-No puedo recordar su nombre – fingió la anciana, tratando de medir el límite de sus sobrinos cuando estaban conscientes, porque ya sabía que mientras dormían, solo alcanzaban la tranquilidad cuando soñaban con cierta chiquilla, en eso no podían engañarla.

Unos platos cayeron de la mesa y se hicieron pedazos mientras que una nerviosa sirvienta de gentil sonrisa se agachaba abochornada por tan tremendo descuido, seguramente, la matriarca la regañaría duramente.

-Dorothy – dijo la mujer con rudeza ocasionando que la sirvienta temblara de pies a cabeza – ¿Cuál era el nombre de esa chiquilla? Me parece recordar que era tu amiga.

-Candice, señora – dijo a media voz con los nervios a flor de piel sin atreverse a levantar la vista.

-¿Candice?

-Así es, señora – Dorothy no se atrevía a levantar la vista – aunque sus amigos la llamábamos Candy.

-Sí. Ella: Candy. Así se llamaba. La encontramos hace poco más de dos años, pero no he podido enviar por ella. Consideré que era más seguro que permaneciera en México.

-¿Por qué tía abuela? – finalmente Anthony rompió su silencio y levantó la mirada con cierto reproche hacia su tía.

-Es simple: México es un polvorín y nadie ha querido ir para traerla. Pero supongo que mis tres oficiales del ejército aliado no tendrán ningún problema en traer a esa chiquilla sana y salva de regreso a su hogar. Está en juego el honor de los Andrew. Al menos claro, que ninguno de ustedes quiera ir – era obvio que había un desafío en la voz de la anciana.

-Por supuesto que iré por ella – los tres se levantaron en aquél extraño rito de comunicación filial, diciendo exactamente las mismas palabras como si fueran un coro ensayado de niños.

Extrañamente, esta vez no se habían comunicado previamente. Cada uno, por su propia cuenta estaba dispuesto a meterse a un segundo infierno para rescatar a cierta dama, aunque no les causó sorpresa su uniforme reacción, ya estaban acostumbrados. A lo que no estaban acostumbrado fue al reto que cada uno de los tres descubrió en los ojos de sus hermanos. Ahora ya todo estaba claro: Aquél sueño infantil no había sido olvidado y los tres estaban en la gesta.

-Entonces, ya está decidido. Irán por tren hasta Florida y ahí tomarán un barco al puerto de Veracruz.

-¿Al puerto de Veracruz? ¿Y dónde está eso? – preguntó Archie.

-Veracruz es un estado costero del Golfo de México, Archie. La Villa Rica de la Vera Cruz es la primera ciudad fundada por europeos en América. Por lo tanto, es la ciudad más antigua de América.

-Eso es en el sur – recapacitó Anthony –, creí que la hacienda de la familia estaba en el norte del país.

-No es así. La hacienda de la familia está en el estado de Veracruz, en la bosque tropical, en una zona montañosa tan alta que desde ahí puede admirarse el mar. Mi padre se la compró a unos españoles que abandonaron el país tras la guerra de independencia. Los aledaños llamaban gachupines a los españoles, por eso la hacienda es conocida como Rincón de Gachupines.

Puerto de Veracruz, México.

Aún era invierno; era la segunda quincena de febrero cuando el trío de jóvenes desembarcó en el puerto de Veracruz muy de mañana, entre la neblina del mar y el frío viento norte.

De inmediato llamaron la atención por su apariencia europea. George los había instruido diciéndoles que debían usar su nacionalidad escocesa porque los veracruzanos en especial, aun guardaban en su memoria la invasión norteamericana apenas a poco más de cincuenta años.

Los jóvenes viajaban ligeros. A pesar de ser invierno la temperatura era agradable, mucho más alta a los fríos inviernos a los que el trío estaba acostumbrado.

Un hombre de estatura media, ojos grises y de piel blanca pero tostada por el sol de acercó hasta ellos.

-¿Son ustedes mis señores Andrew? – preguntó amablemente. Aun cuando era obvio que era unos de sus empleados, los muchachos descubrieron cierto aire de orgullo en el recién llegado.

-Si somos o no, ¿quién lo pregunta? – siempre Stear se adelantaba con inteligencia y prudencia.

-El señor George Johnson me pidió que viniera a recogerlos. Mi nombre es José Roque Leoncio Hernández Andrade, pero si ustedes son mis señores, pueden llamarme José, solamente.

-¿Y qué si no lo somos? – inquirió Anthony, aun tratando de descubrir si podían confiar en él.

-Ah… si ustedes no son mis señores, entonces tendrán que llamarme “Don José” les advirtió.

-A mí me parece que deberíamos irnos con cuidado, Anthony. Recuerda la guerra civil – Archie usó el idioma inglés para tener privacidad entre ellos.

-Es bueno que los señores se cuiden. Esta tierra, aunque está llena de gente amable, como en todos lados, pueden encontrarse bandoleros – José interrumpió la conversación usando también el inglés y luciendo su perfecta dentadura.

-Así que hablas inglés, José – comentó Anthony.

-Por supuesto, el señor Williams, me enseñó cuando yo era apenas un escuincle.

-Anthony, deberíamos seguir manteniendo la distancia – entonces Stear usó el idioma alemán.

-¿Distancia? Distancia es la que nos espera en el viaje que no es para nada sencillo – José irguió su pecho, orgulloso de sí mismo cuando respondió en un perfecto alemán.

-¿Y dónde aprendiste alemán, José? ¿Mi abuelo también te enseñó? – ya no era necesario seguir desconfiando, Anthony se sintió cómodo con este hombre que daba instrucciones a un par de marineros que ya se acercaban con el ligero equipaje de los jóvenes.

Anthony, Stear y Archie se sintieron expuestos, pero no se sintieron en peligro, aunque habían aprendido que debían estar alertas. Lo que más deseaban era llegar a ese lugar del bosque tropical y regresar cuando antes con Candy a casa.

-No señor. Fue mi abuelo quien me enseñó a hablar alemán. Él era el capataz de la hacienda antes de que fuera de los gachupines. Su patrón era un alemán.

-Muy bien, José. Yo soy Anthony – le extendió la mano y con agrado recibió el fuerte, firme y rápido saludo del capataz de la hacienda.

-Mucho gusto, señor Antonio.

-Yo soy Archivald.

-Un placer, señor Archibaldo.

-Y yo soy Alistar.

-Si yo fuera usted iría de inmediato a quejarme.

Fue imposible no reír ante el gracioso comentario de José. Sin embargo, Alistair no se quedó con las ganas de explicarle el significado de su nombre.

-Mi nombre es escocés, José. Significa “hombre para la defensa”…

-¡Oh! ¿Significa que es usted un soldado? Debe ser un hombre muy valiente para portar semejante nombre. Ahora me siento más seguro, con usted en la compañía estaremos protegidos.

-¿Y dónde está el coche, José? – preguntó Anthony.

-¿Coche? Ah sí. Síganme.

El grupo comenzó a seguirlo sintiendo su corazón latir a toda prisa.

-Me atreví a usar el auto que usa el señor George cuando viene porque la zona ha estado tranquila, al parecer, los revolucionarios ahora mismo están más preocupados por el norte del país – explicó mientras llegaban al auto y les abría las puertas del fino auto con el emblema de la familia Andrew.

En poco tiempo estaban en camino. Los muchachos en realidad no sabían hacia dónde girar su cabeza. Estaban acostumbrados a los paisajes bellos, pero jamás habían estado en el trópico. Los helechos gigantes, como pequeñas palmeras fueron apareciendo a medida que la neblina se levantaba como un mágico telón que presenta los mejores escenarios. Después, esa pequeña zona de selva fue dando paso al bosque, donde las coníferas eran los actores principales; había arroyuelos surcando los caminos y pequeñas cascadas cayendo majestuosas deleitaron la vista de los recién llegados mientras que un delicado chipi chipi caía sobre el parabrisas del auto. La neblina no lograba disiparse por completo y ello daba una atmósfera romántica que de alguna manera provocaba que los tres muchachos fantasearan con maravillosos paseos por esos extraños bosques que se tomaban de la mano con la selva. Después de un tres de horas de camino, José desvió el auto para entrar a una bella hacienda.

-Esta es la hacienda vecina. Fue aquí donde dejé sus caballos. Es imposible llegar en auto, así que el señor George paga el alquiler de la cochera para guardar aquí el auto. Es momento de cabalgar. ¿Saben cabalgar?

-Por supuesto.

-Miren, qué vista tan espectacular – dijo Archie mientras señalaba hacia la costa.

Era una hermosa postal. El camino de tierra por el cual venían estaba lleno de lodo. Comprendieron muy bien la razón por la que José había conducido a tan baja velocidad. La inclinación de la montaña era muy grande, suficiente para mostrarles a los recién llegados uno de los más maravillosos espectáculos naturales.

La lluvia los abrazaba, la neblina era noble, la temperatura, aunque era fría, era agradable para ellos. Desde la altura podían divisar los bosques exuberantes que habían dejado atrás y allá, coronando la postal, estaba un mar azul y tranquilo. No era tempestuoso como el mar del norte, ni miraban las olas chocar como en los grandes collados de Irlanda. Este mar llegaba como cortejando a la tierra, como acariciándola, como haciéndole el amor cariñoso y seductor.

Si nos apresuramos, podremos estar para el atardecer en la hacienda. El auto nos ha acercado lo suficiente.

Los patrones de la hacienda se sintieron emocionados de tener visitantes en su hogar. Era una familia española que se había refugiado en el inhóspito territorio para evitar ser echados del país. Ahí era difícil que las guerrillas los alcanzaran porque el clima era su mejor defensa. Esta era la primera generación que compraba estas tierras. Agasajaron a sus vecinos y después los dejaron ir diciéndoles que estarían felices de recibirlos cuando fueran de regreso al puerto.

Anthony, Stear y Archie estaban preparados tal como George los había instruido. Se pusieron sus hermosas capas y luego recibieron asombrados los ejemplares alazanes que José puso ante sus ojos. Cada uno colocó su pequeño equipaje en el lomo de equino y partieron hasta la hacienda de su familia, con sus corazones galopando mucho más rápido que los caballos.

-¿Aquí nunca deja de llover, José? – inquirió Archie ya cansado de la lluvia después de unas horas.

-Señor Archibaldo, nunca. En este lugar siempre está lloviendo.

-¿Hablas en serio?

-Sí, señor “listo”…

-Alistar, José.

-Pues a mí me gusta más, “listo” -sonrió y continuó –: Ya casi es medio día, quizás deje de llover unas horas, entonces podremos aprovechar para ir un poco más de prisa, pero ya no falta mucho.

Los muchachos iban en silencio mientras ascendían la montaña. Cada uno de ellos sumidos en sus propios pensamientos y en sus propias fantasías.

Ninguno estaba en su esfera, así que para ellos era un poco incierto lo que harían cuando tuvieran a Candy delante de ellos. ¿Qué haría ella? ¿Se sentiría tan gustosa de verlos como ellos estaban de ir en su busca? ¿Qué le dirían? ¿Cómo le explicarían haberse tardado tantos años para venir en su busca?

¿Y ella? ¿Cómo sería? ¿Cómo la encontrarían? ¿Luciría hermosa, todavía?

Los tres querían preguntar a José por la linda chica con la que soñaban, pero no querían parecer muy desesperados delante de sus hermanos, así que guardaron silencio todavía.

Anthony soñaba con que extendería sus brazos hacia ella y entonces, ella correría hasta ellos para terminar de una vez por todas con esa larga y cruel espera de llenarlos con la chica que adoraba en sus sueños.

Alistar era un poco más realista. Quizás Candy ahora era una mujer casada –. No, él no quería pensar en eso. Pero si ella estuviese casada, él se la robaría, por lo menos en sus sueños.

El único que estaba seguro de lo que haría era Archie: Él besaría sus manos y si estaban maltratadas, él las curaría con sus besos. Sí, eso haría.

Ya para la hora del ocaso los jinetes llegaron sin problema a la Hacienda de los Gachupines. Con su espalda doliendo, con sus manos entumidas por dirigir las riendas, pero con sus corazones con más energía que nunca.

Un solo pensamiento era todo lo que tenían en su mente: Candy.

La noche impidió descubrir el esplendor de la hacienda, pero la voz de un niño interrumpió el silencio antes de que los jinetes llegaran a la casa principal.
-¡Los patrones, los patrones!

Todos habían sido instruidos según las costumbres antiguas del lugar y tan pronto escucharon la voz del pequeño supieron que debían reunirse para dar la bienvenida.

Un corazón en especial comenzó a latir con mayor prisa que de costumbre. Nunca los patrones habían venido a México. Se había enterado ocasionalmente de la visita de George, un empleado de confianza de los Andrew desde que ella fue rescatada de un grupo de revolucionarios, pero eso era todo.

Sin embargo, al escuchar la voz del pequeño gritar, ella sintió un regocijo fuera de lo normal. Su respiración se agitó, su corazón brincó y se apresuró para tomar su lugar en la vaya.

Candice era una hermosa chica de diez y ocho años. Aunque no era alta de estatura, su presencia era simplemente encantadora. Su cabello rizado siempre estaba sujeto en una graciosa malla y usualmente acompañaba al médico del pueblo para cuidar de sus pacientes, así que había sido entrenada para ser la partera de la hacienda.  Tal como había sido enseñada, Candy mantuvo su vista hacia abajo mientras esperaba la llegada de los patrones. Cuando el capataz les indicara, ella tendría que hacer una reverencia sin levantar su cabeza y mucho menos, atreverse a mirar a la cara a los señores de la casa.

Anthony, Stear y Archie se sintieron sobrepasados por las atenciones de la servidumbre. Así que caminaron pausados sintiendo sus pasos nerviosos, percibiendo un antiguo llamado de sus corazones. José dio la indicación y la servidumbre hizo entonces una graciosa reverencia.

Los tres muchachos se detuvieron entonces en seco ante la graciosa chica rubia que no dejaba de mirar hacia el piso. Eran tres pares de hermosas botas de montar masculinas todo lo que la jovencita podía mirar. Sin embargo, fiel a su entrenamiento y temiendo alguna llamada de atención, la chica no levantó la mirada ni alteró su reverencia. Vio las botas girarse hacia ella y cerró los ojos, algo debió haber hecho mal y ahora José la retaría delante de todos.

-¿Candy? – nuevamente tres voces masculinas, suaves y diáfanas penetraron hasta el alma misma de la jovencita.

Ella abrió sus ojos y entonces, el azul de cielo, el dulce de la miel y la profundidad de la noche en tres pares de ojos emocionados se toparon con el verde esmeralda que los bendecía y torturaba en sus sueños.

Malinalli, para la Guerra Florida 2018. 30 de abril de 2018.

.oOoOoOoOoOoOoOoOo.

De mi escritorio: ¡Hola! ¡Buenas noches! Pues verán… no quería que se terminara esta GF sin haber encontrado a mi querido Anthony. Esta idea de una historia en una hacienda mexicana surgió hace mil años, aún antes de Sin Renunciar. Sin embargo, no había podido empezarla. En México tenemos todos los ecosistemas pero, la hacienda con la que estoy familiarizada está en el estado de Veracruz. Mi bisabuelo es José… y fue el capataz precisamente a inicios del siglo pasado de una hacienda de la que ahora solo queda su casco en un lugar llamado Alto Lucero. Mi abuela, quien me crió, me hablaba mucho sobre su vida como hija del capataz y sus narraciones me han ayudado mucho para este mini fic. La mala noticia es que este y el Albert fic tendrán que esperar para la ser actualizados porque no soy de las que escriben muchos fics a la vez. Yo soy más lenta… no tengo esa facilidad. Así que nos vemos en la próxima GF para el capítulo dos!!!!

Bleu Moon

Bleu Moon
Niño/a del Hogar de Pony
Niño/a del Hogar de Pony

Wow!!! Un deleite leer esté bello fic !!!!


Me imagine esos paisajes que describes.


La parte dónde Jose les dice a los chicos 


sus nombres en español es muy divertido  


Archivald - Archibaldo, Anthony - Antonio, & Alistair - Listo!


¿Qué lindo encuentro? 


¿Será que Candy los recuerde?


Te sigo estaré pendiente del capi 2 para la GF19!


¡Gracias por compartir este precioso fic!



Me dió mucho gustó volver a leerte.


Saludos


Scarlett

stormaw

stormaw
Niño/a del Hogar de Pony
Niño/a del Hogar de Pony

Maly querida

Me quede con la boca abierta, esto es una preciosidad y me quede con ganas de mas capitulos, wow este fic esta hermoso.  Por favor, dime que es un Anthonyfic, por favor  Dryades del lago, Una flecha que quedará en el aire. Andrew Fic "Rincón del Gachupín" Capítulo 1 334740  Dryades del lago, Una flecha que quedará en el aire. Andrew Fic "Rincón del Gachupín" Capítulo 1 334740

Ni modo tendre que esperar pero se que es un tesoro lo que esperare.

Gracias por todo lo que nos has regalado en esta GF 2018.  Ha sido un placer estar aquí disfrutando de su arte e imaginación.  Estaré esperando con ansias los capitulos de Archie y tendré que ser paciente para esperar por el "Rincón del Gachupin."  Bravo esta hermoso.


Cuídate querida amiga y felicidades

También felicidades por tu Albertfic, ahorita lo busco para leerlo nuevamente, todavia me pierdo aqui Dryades del lago, Una flecha que quedará en el aire. Andrew Fic "Rincón del Gachupín" Capítulo 1 746140

Gracias y hasta la próxima GF 2019  Dryades del lago, Una flecha que quedará en el aire. Andrew Fic "Rincón del Gachupín" Capítulo 1 355103  Dryades del lago, Una flecha que quedará en el aire. Andrew Fic "Rincón del Gachupín" Capítulo 1 355103  Dryades del lago, Una flecha que quedará en el aire. Andrew Fic "Rincón del Gachupín" Capítulo 1 355103  Dryades del lago, Una flecha que quedará en el aire. Andrew Fic "Rincón del Gachupín" Capítulo 1 355103  Dryades del lago, Una flecha que quedará en el aire. Andrew Fic "Rincón del Gachupín" Capítulo 1 355103  Dryades del lago, Una flecha que quedará en el aire. Andrew Fic "Rincón del Gachupín" Capítulo 1 355103  Dryades del lago, Una flecha que quedará en el aire. Andrew Fic "Rincón del Gachupín" Capítulo 1 355103

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