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ATADO A TI
CAPÍTULO XII PARTE II
BY ROSSY CASTANEDA
CAPÍTULO XII PARTE II
BY ROSSY CASTANEDA
Candy y Annie llegaron a la ciudad junto a los esposos Hathaway. La música sonaba con alegría y las parejas bailaban llenas de júbilo. Todos los hombres miraban a Candy, sin embargo, la predicción de Annie no se cumplió. A pesar de ser la mas hermosa, nadie se acercaba a ella para solicitarle un baile.
Karen y su esposo bailaban y Candy suspiraba al ver la devoción que se tenían uno por el otro.
Cuando finalizó la primera danza, Robert se acercó a ella y Candy se lo agradeció. Deseaba repiquetear alegremente sobre el piso del salón de baile en donde se llevaba a cabo la fiesta, sus preciosos botines nuevos.
Candy bailó, rio y se divirtió mientras aquella preciosa melodía tuvo vida. Robert, resultó ser un excelente bailarín, la joven intuía que Karen lo instó a sacarla a bailar.
Una vez sus conocidos cumplieron con su parte, ya no tuvo más acompañantes.
Annie se acercó hasta ella con un vaso de jerez en la mano.
—Ya he descubierto el misterio y me temo que no te va a gustar, Candy —dijo la pelinegra, antes de tomar un largo trago de su vaso.
—¿Había un misterio que resolver, señora Brighton? —preguntó Candy burlona, usando su supuesto apellido de casada por si alguien las escuchaba.
—No te solicitan un baile porque te consideran una mujer comprometida.
—¿Qué?
—Lo que has escuchado.
—Eso es una tontería, el trato con los Cornwall quedó anulado cuando descubrí que fui engañada por mi propia familia . Todo el mundo está al corriente de lo que sucedió. —Los rumores viajaban más rápido que el aire.
—Me refiero a Terrence —Annie suspiró. —Él dejó muy claro que eras suya y nadie en su sano juicio se enfrentaría a él. Lo siento, amiga. No se atreverán a solicitarte un baile. Si quieres podemos bailar juntas como solíamos hacerlo —Annie curvó sus labios en una media sonrisa nostálgica.
—No esta vez, Annie; me quedaré en un rincón y observaré a las parejas de baile. Si lo recuerdas bien, tengo mucha práctica en hacer eso, dado que cuando fui a los bailes de las varias temporada a las que asistí en Londres, fue mi especialidad. Debí haber supuesto que la noche no sería tan perfecta como preví.
—Tengo una idea...
—¿Debo echarme a temblar, Annie? —Candy vio la cara que estaba poniendo su amiga. Ella tramaba algo.
—No. Pero creo... esto no es Londres... ¿Verdad?
—Evidentemente no lo es.
—Y tu reputación... Bueno, no es que esté arruinada, ¿O sí?... no lo tengo claro.
—¿Qué quieres decir?
—Dado que todo el mundo cree que vas a ser la esposa de él...
—Suponen demasiado —replicó Candy bufando
—Como sea. —Annie agitó las manos —. Llegaste aquí como prometida de Cornwall, todos suponen que ellos te despreciaron, pero la verdad es otra muy distinta, y, después Terrence se aseguró de que todo el mundo supiera a quién pertenecías y dado que...
—Me estás poniendo de nervios, Annie. Di lo que tramas de una vez.
—¿Por qué no pides tú a algún hombre que te saque a bailar? Si el resto ve que alguno se anima y que tú tomas la delantera vendrán a ti —se encogió de hombros —Inténtalo, no tienes nada que perder.
—¡Oh! —Candy curvó sus labios en una sonrisa traviesa. —No se me había ocurrido. Pero, ¿No será demasiado osado de mi parte hacer tal cosa?
—¿Quieres que enumere de nuevo lo que he dicho antes?
—No. No hace falta. —Arrugó la nariz —Me queda claro tu punto. Lo haré. —Candy tomó aire y miró a su derecha. Había un joven alto, bastante corpulento que parecía mirarla de reojo. —Se armó de valor y se colocó delante de él. No le salían las palabras, entonces Annie se colocó a su lado y le dio un ligero codazo.
—Buenas noches, me preguntaba si usted... si... querría... si le apetecería...
—¡Oh, por Dios! —Annie abanicó su rostro—. Mi pequeña hermana quiere saber si le gustaría bailar con ella.
—Sería un verdadero placer —comenzó a decir el muchacho con las mejillas encendidas—sin embargo, no quiero molestar al señor Graham bailando con su prometida sin su consentimiento. —El joven se giró y se alejó a toda prisa de ellas.
La sonrisa que afloró en el rostro de Candy se volvió una mueca de disgusto al escuchar aquellas palabras; se apoyó en el poste de madera a su espalda y se dejó caer al piso. Estaba harta de todo.
—¿Annie? —susurró para que solo ella la escuchase.
—¿Sí? —respondió con suavidad la pelinegra, mientras le tomaba una mano y se la apretaba en un gesto de ánimo.
—¿Te importaría mucho si nos mudamos? —inquirió derrotada.
—¿Y a dónde iríamos, Candy? Me gusta este lugar; la verdad no lo creí posible, pero soy feliz aquí.
—No sé qué voy a hacer... —cubrió su rostro con ambas manos.
—¡No te desanimes! —exclamó con ilusión, Annie—. Esta noche bailarás y no será solo con el señor Hathaway.
—¿Lo haré? —La emoción de las palabras de su amiga eran contagiosas, pero no creía que su predicción fuera posible.
—Sí. Estoy convencida de ello.
—Tu seguridad me infunde ánimos. ¿Cómo estás tan segura que voy a bailar con alguien más si todos le temen? —Candy deseaba un poco de diversión. Bailar, reír. disfrutar. ¿Por qué no podía tener eso solo porque él la había marcado a fuego? Tuvo la tentación de remangarse la falda y ver si aquel engreído le había colocado un hierro candente en una de sus nalgas para marcarla como lo hacían con sus caballos. Suspiró.
—Es fácil. Acaba de llegar el único hombre que parece tener potestad para sacarte a bailar.
Candy frunció el ceño y comenzó a lanzar miradas en busca de alguien, no sabía de quién, pero Annie parecía estar convencida de que alguien desafiaría a Terrence por ella, que tuvo la necesidad de examinar el lugar con atención.
—¿Quién crees que será valiente y me sacará a bailar?
—Enfrente, a tu derecha, Candy.
—¿Podemos irnos a casa, Annie? —preguntó con cansancio tras ver a la persona a la que su amiga se refería.
Terrence acababa de llegar y ella, en toda su vida, había visto a un hombre mejor formado, vestido, peinado y... ¡todo!, él sencillamente era un dios que había bajado de los cielos, o subido del infierno, para atormentarla.
¿¡Cómo un hombre puede ser tan perfecto!? —musitó inconsciente que había exteriorizado sus pensamientos.
—No, Candy, no nos marcharemos —Annie rio entre dientes. —Esto no me lo pierdo por nada del mundo. Recuerda que si te besa has prometido darle una bofetada —se burló, mientras se alejaba de ella.
Candy siguió observando con intensidad a Terrence, al tiempo que él le devolvía la mirada con el mismo descaro. Estaba hechizada, no había otro motivo para lo que le ocurría.
Los minutos parecían horas. Candy no entendía lo que sucedía. Si él la había reclamado ante el resto... ¿Por qué no se acercaba y le pedía un baile? Todo indicaba que era lo más natural. Un hombre y una mujer socializaban, danzaban y se veía perfectamente si encajaban cuando había música de fondo. Y más si él le había prohibido a los otros caballeros que bailaran con ella advirtiendo que era su prometida.
No se movió de su lugar. Terrence la miraba sin apartar la vista de ella ni un instante, pero no actuaba. ¿Qué se suponía que debería hacer? ¿Su mente de macho Alfa funcionaba de otro modo?
Se había desentendido de su familia por un motivo. No podía ocultarlo más. Estuvo dolida por todo lo sucedido, pero el motivo para mandarlos de paseo fue él: Terrence Graham, su guerrero temperamental. Después de conocerle, de pasar esos días tan intensos e íntimos con él, no deseaba estar en ningún otro lado que no fuera junto a él.
Buscó a Annie con la mirada, esta, la observaba con diversión bailando en sus ojos azules.
Bien. Llevaba un vestido nuevo, se había acicalado lo mejor que pudo y le apetecía muchísimo rodar por la pista de baile. Cuadró los hombros y decidió que iba a demostrarle a Terrence Graham un par de cosas. Sus padres no habían criado a una dama remilgada que se rindiese tan fácilmente.
Comenzó a caminar con decisión hacia Terrence. La mirada de uno no abandonaba la del otro. Candy no tenía motivos para evitar su escrutinio ni a sentirse incómoda, entre otras cosas porque ella no le había prometido una especie de cita para conocer su hogar para posteriormente, marcharse sin dar explicación alguna. Bailaría con él y luego lo dejaría plantado. Sí. Le pareció una buena táctica para que su vanidad femenina no resultase azotada. Llegó hasta su posición. Uno frente al otro, sin apartar la mirada.
Gracias Por Leer
⚘
me quedó esperando mas 
los dos son igual de tercos