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Hola a todas y todos los lectores de esta guerra florida. Aqui actualizando un capitulo mas de la historia escrita
por Lady Adlay 
y Carmín Castle 
. Esperemos sigan disfrutando de estas intrigas, alianzas, secretos y descubrimoentos de nuestros personajes favoritos del Candy mundo. Con mucho cariño y para el disfrute de la audiencia el capitulo 16 de la reina .LA REINA
CAPÍTULO 16
UN NUEVO HOGAR
Los rayos del sol de la mañana comenzaban a brillar en lo alto, despejando la oscuridad y dejando en su lugar el cielo grisáceo con vetas amarillas y naranjas. Iluminando el paisaje que parecía indicarle el camino a Terry, Candy y a su madre, que volaba sobre ellos. Candy, que estaba montada en el caballo frente a Terry, sintió paz y calidez en su corazón, sentía el calor del fuerte pecho del heredero y sus palpitaciones, que se escuchaban algo agitadas. Su cabeza iba recostada cómodamente contra su pecho, era arrullada con el vaivén del caballo como si fuese un bebé, sin saber que la corona de su cabeza acariciaba la barbilla del futuro rey, haciéndole despertar mil emociones.
Terry sentía el pequeño y armonioso cuerpo de la rubia contra él, causándole miles de emociones gratas. Cuando la vio por primera vez, completamente desnuda deseó poseerla, en su condición de príncipe heredero podía tomar lo que quería en el momento que él quisiera, incluso a una mujer; jamás lo había hecho, nunca hubo necesidad de llegar a esos extremos, si deseaba a una mujer solo bastaba acercarse a ella y la dama lo recibía sin protestas.
Pero con Candy, el recuerdo nítido de su piel húmeda lo hacía imaginar ese mismo cuerpo desnudo en su lecho, tomándola una y otra vez, era claro que la rubia lo tenía fascinado. En esos momentos que la bella joven dormitaba deseaba abrazarla, acariciar su cabello y mejillas mientras veía cómo cerraba sus ojos de a poco. No sabía por qué, pero él quería mimarla como si fuese el ser más tierno que hubiese visto antes, quería protegerla y cuidar de ella y no dejar que nada ni nadie la dañara.
Estas nuevas emociones lo aterraron, pensó en su historial amoroso a lo largo de su vida, en cómo no toleraba pasar una noche completa al lado de una mujer, el calor corporal de sus amantes lo incomodaba, su respiración, incluso el olor que desprendía el cuerpo de sus compañías femeninas. Terry no soportaba los abrazos ni besos, después de un encuentro carnal se marchaba de inmediato, jamás dejó que ninguna mujer durmiera en el mismo lugar en el que él descansaba, lo consideraba su santuario, su lugar privado. Ni siquiera con Karen, que fue la mujer con la que tuvo la relación más larga fuera de su matrimonio y pensó en su esposa, con ella no había nada más que una fría relación por obligación, durante los cuatro años que llevaban casados pocas eran las veces que la había visitado, a pesar de ser una mujer hermosa él jamás la llamó a su habitación, las pocas veces que compartieron el lecho fue en el cuarto de ella y entraba solamente para cumplir con el acto sexual, de la forma ordenada por Dios, él sobre ella, sin mirar su cuerpo y evitando el mayor contacto físico.
Era su deber estar con Eliza, intimar para traer al mundo un heredero y así cumplir con las leyes ante Dios, su padre y el reino. A diferencia de cuando estuvo con Karen u otras mujeres, con quiénes evitaba en lo posible embarazarlas y buscaba explorar los deseos carnales tan prohibidos y condenados por la iglesia. En ninguno de los casos se sentía bien, cómodo o pleno. El vacío al conocer a una y otra mujer lo dejaba más desolado.
Pero esa mañana era diferente, el calor de la rubia lo tenía extasiado, sus manos se rozaban de vez en vez y él tenía un sentimiento de felicidad, olvidando incluso que Candy era la prisionera de Eliza y a esas horas ya se habrían dado cuenta de que había escapado, tenía que ir a todo galope para llegar al refugio lo antes posible, pero Terry quería que descansara y durmiera, puesto que sus días habían sido difíciles y llenos de sobresaltos; por eso llevó su caballo con un paso corto y suave para que ella estuviera tranquila en sus sueños.
Una mujer como ella tan bella, estaba para que la amaran, la mimaran y complacieran en todo, al menos es lo que él haría si fuese algo de ella. Lo sabía, porque ya había tenido tanta compañía femenina a su lado, todas irrelevantes, incluyendo a Karen y a Eliza, lo caviló desde que la respiración de la joven se suavizó y lo decidió, Candy era la rosa que debía cuidar y lo haría hasta la muerte si fuese necesario.
El camino rodeado de árboles los acompañó con los primeros rayos matutinos atravesándolos, ya el miedo de ser perseguidos había desaparecido para ellos. Tras un par de horas en las que Candy tuvo uno de los más plácidos y reparadores sueños, abrió los ojos al escuchar el silbido de su madre. Esa mañana hacía frío, pero no para ella que estaba bien abrigada con su negra capa y con el calor del pecho de su salvador que la rodeaba con sus fuertes brazos, segura de que pasara lo que pasara estaría a salvo y que todo saldría bien.
Miró a Terry con algo de vergüenza por estar recostada en él y vio como los rayos del sol iluminaban su rostro y sus ojos brillaban como los más hermosos zafiros. Se veía tranquilo, su rostro era de paz y eso a ella le dio seguridad.
—Llegamos, dormilona —dijo mirándola, ella bajó su mirada avergonzada. Puso la espalda recta separándose un poco del pecho de Terry.
—¿Dónde estamos? —preguntó Candy, el ruido de los pájaros y el agua llenaban el lugar.
—En el mejor lugar del mundo —le respondió él, señalando hacia una cascada que caía esplendorosa, formando destellos de arcoíris al ser atravesada por los rayos de luz del sol.
Terry se bajó y le extendió su mano, ella lo miró y la tomó. El simple hecho de sentir las palmas de sus manos los hizo estremecer, cruzaron una mirada y ambos se sonrojaron al momento de darse cuenta que sintieron lo mismo con ese simple contacto. Candy al intentar bajar del caballo notó que mientras lo hacía, Terry la iba rodeando de su cintura con su mano libre, bajándola lentamente y sus ojos no dejaban de mirarse. La cercanía de sus cuerpos y sus rostros era tan cerrada que en cualquier momento él podría besarla y ella no pondría resistencia, pues ninguno de los dos quería que ese segundo terminara.
—¿Qué es este lugar? —Candy rompió el silencio al estar finalmente en el suelo, observó con curiosidad los árboles altos que parecían guardianes, ella vivía en el bosque, pero los árboles que veía en ese lugar eran impresionantes.
—Estamos al sureste del castillo —explicó Terry amarrando a su caballo pura sangre negro en un árbol.
—¡Oh! Mi hogar está al noreste —dijo ella acercándose a la cristalina agua.
—Exacto, por eso no fuimos hacia allá, no quiero que nadie sepa dónde estás. Podrías correr peligro —finalizó él, acercándose a ella.
—¿Y dónde viviremos? — Candy miró a los lados buscando alguna cabaña, al no encontrarla miró hacia arriba—¿en los árboles? —preguntó azorada.
—No, tengo algo mejor que los árboles —expresó animado— Ven.
Terry le volvió a tender su mano y Candy ruborizada la tomó, pisando algunas piedras hasta que llegaron a la cascada.
—Te mostraré mi mayor secreto, el mejor guardado —añadió con un guiño.
Terry se adentró por un lado de la cascada que hacía de cortina, había un espacio perfecto para ingresar sin mojarse. Candy miró incrédula la pequeña hendidura que estaba entre la piedra y el agua.
—¿Quieres que viva en este pequeño lugar con mi madre? —Candy se sintió algo asustada—. El frío nos matará —agregó retrocediendo.
—Aún no termino —Terry metió la mano tras una abertura de la falsa piedra y jalando una palanca esta se abrió.
Los ojos de Candy se abrieron con asombro, observando el interior de un lugar espacioso y dotado de todo tipo de comodidades.
—¡Oh, vaya! ¿Qué es esto? —la muchacha miró a todos lados con fascinación.
—Era uno de los muchos refugios que hizo mi abuelo Robert, ya que por…—Terry calló por un momento y luego añadió— sus actividades tenían todo tipo de escondites así. Al parecer por si tenían que esconderse —dijo mientras le hacía señas al halcón para que ingresara.
—Y… ¿Cómo lo supiste?, si tu abuelo y madre… Bueno, tú sabes —Candy guardó silencio ante la sombra de tristeza que por unos instantes cruzó por los ojos de Terry.
—Descubrí un libro en las pertenencias de mi madre, nadie reparó en él y tenía mapas, coordenadas e indicaciones de los lugares secretos de mi abuelo. Así que comencé a descifrarlos y me di a la tarea de buscarlos, hasta ahora he descubierto dos de ocho que tenía y este fue el primero —concluyó.
—¿Y el segundo en dónde está? —inquirió Candy mirándolo.
—Cerca de tu hogar —él la miraba fijamente—. No quería exponerte ¿Te gusta? —preguntó acercándose más a ella.
—Es perfecto —Candy miró el lugar que a pesar de ser en el interior de la cascada se notaba cálido, con ventilación y una chimenea que desembocaba por la pared caliza y se perdía en la humedad del agua.
—Nadie sabrá que están aquí. Ven, quiero mostrarte algo —Los ojos de Candy se abrieron sorprendidos.
—¿Hay más? —Ella estaba deslumbrada, el lugar a pesar de ser un refugio tenía grandes lujos.
—Sé que te encantará —Terry le sonrió, caminando a un lugar que apenas se adornaba por los rayos del sol que se colaban por las grietas, era una especie de pequeño lago subterraneo formado por la misma caída del agua de la cascada. Los ojos de Candy se iluminaron— ¿Te gusta? —la miró inquisitivo.
—Es hermoso —dijo ella en un hilo de voz.
—Toca el agua —Terry agarró su mano, se veía como un niño emocionado, Candy metió su mano y la sintió tibia, sonrió por la agradable sensación del agua entre sus dedos.
—Qué agradable —dijo mientras lo miraba con una dulce sonrisa.
—Es un termal. Aquí te podrás dar los baños que tanto te gustan —Terry la miró con intensidad y Candy se ruborizó al recordar cómo se conocieron.
—Ah, sí. Mi madre también la disfrutará —Candy trató de cambiar el tema.
—Sí. Claro, es para el disfrute de ambas. Bien, vamos —Terry de nuevo la tomó de la mano y regresaron al salón principal—. Aquí encontré muchas obras escritas por mi abuelo y mi madre, además de muchas pertenencias de ambos. Las he leído una y otra vez y al ver sus trajes, que parecen de un sueño, me he imaginado cómo sería verlos. De hecho, mira —señaló al lugar más espacioso del salón—, creo que en ese espacio realizaban obras para unos pocos ensayos, tal vez.
Candy miraba a Terry que se veía tan diferente esa mañana, sin la dura mirada ni el rostro severo, parecía disfrutar estar ahí. Ella igual disfrutaba del lugar y su compañía, en poco tiempo él había ganado su confianza; puso algunos leños y prendió fuego.
—Aquí podrán cocinar sin ningún problema —señaló el horno de barro que desembocaba en la chimenea—. Y el caballo está dotado de provisiones, claro que les traeré todo lo necesario.
El ave se acercó al calor que rápidamente aumentaba, mirando a Terry con ojos cálidos.
—Gracias —fue la voz que escuchó Terry en su cabeza. Él le sonrió.
—Vengan, tengo una última sorpresa —Candy y Lane o Circe, como todos la conocían, lo siguieron.
Frente a ella, había una cama hermosamente vestida, con un ropero al lado y una lámpara de aceite, con jarrones y un joyero hecho de madre perla.
—Ábrelo —le dijo Terry señalando el armario.
Candy se dirigió al bello armario y al abrirlo vio hermosas prendas. Vestidos de fina seda y con bordados hermosos, algunos con hilos de oro y plata, pijamas suaves y con los más bellos encajes.
—Eran de mi madre y ahora son tuyos —escuchó la voz de Terry a sus espaldas.
—¿Míos?, pero eran de tu madre. Yo jamás he usado algo tan fino —Candy lo miró sorprendida, recordó cómo a lo largo de sus veinte años solo vistió prendas de lana, gruesas túnicas y capas, con ropa interior de lino. Jamás sintió la sensación del tacto de una suave seda china en su cuerpo, lo más suave que rosaba su piel era el agua y por eso le gustaba tanto.
—Todo lo que hay aquí es tuyo —repitió él sin titubear un momento—. Incluso esto —le extendió el joyero a una perpleja Candy, que no sabía cómo reaccionar ante todo lo que este hombre le daba.
—Pero… son las joyas de tu madre. ¿Cómo podría aceptarlas? —la rubia hizo una negativa con su cabeza.
—Quiero que tú y solo tú las tengas —replicó él con voz serena.
—¿Y tu esposa? ¿Por qué no se las das a ella? Creo que es a ella a quién deberías de dárselas, solo ella tiene derecho a usarlas —los ojos de Candy se apagaron por un momento.
—Jamás le daría algo con tanto significado a Eliza —mencionó en tono molesto— Yo… no la amo —confesó finalmente Terry.
—¿Y entonces por qué me las das a mí? — Candy lo miró fijamente.
—Porque… tú eres especial. Puedo sentirlo — ambos se perdieron en la mirada del otro.
-
-
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Los insistentes golpes en la puerta hacían eco en el cuarto secreto que conectaba con la habitación de Eliza
—Circe, abre por favor —decía Paty tras tocar una y otra vez — la futura reina y su hermano solicitan que te marches con él. Circe, sé que no es lo que se planeó, pero si cumples con tu parte pronto te irás —Eliza rodó los ojos al oír las palabras conciliadoras de Paty.
Neil tenía un semblante serio, esa bruja necesitaba mano fuerte, pensaba recostado en la pared.
—A un lado —ordenó Eliza que regresaba de buscar entre baúles un mazo de llaves y tomando una gruesa y oxidada, procedió a abrir la chapa de la puerta. Al abrir vio con sorpresa que Circe no estaba —¡Maldita, huyó! —gritó Eliza enfurecida. Neil entró y miró a todos lados.
—No debe estar muy lejos, hermanita. Te juro que la encontraré y la haré pagar, ni un rey o una bruja dañarán mis planes, ¿Sabes dónde vive? —Neil estaba irritado, la bruja se había burlado de él.
—Sí. Paty sabe dónde vive, ella te llevará.
Paty se tensó, no quería llevarlo y menos estar a solas con él. No le gustaba como miraba a las mujeres y ahora que lo veía furioso, pensaba que era un hombre que podía matar con facilidad ante un acto como el de Circe.
—Bien, entonces no perdamos tiempo. Vamos —Neil salió de inmediato. Paty se quedó parada, junto a Eliza.
—¿Qué esperas muchacha? Ve, lleva a mi hermano y trae a esa maldita bruja. La azotaré hasta que mis manos se cansen, sus malditas súplicas no le servirán de nada.
Neil pasó hecho una furia por la puerta principal ante la mirada de los presentes, que se dirigían a la iglesia para la misa de despedida de la reina.
—¿Pasa algo Neil? —le preguntó Anthony al presuroso hombre.
—Nada que te incumba —se retractó de sus palabras al recordar que tenía planes para Anthony— Discúlpame amigo, es sólo que tú acabas de perder a tu madre y no deseo incomodarte con mis problemas, sin embargo, necesito pedirte un favor. Que vayas y cuides de mi hermana, ya que por lo visto tu hermano no se interesa por ella, Eliza no se ha sentido bien y a Terry ni siquiera eso le ha importado. No quiero que esté sola.
El rostro de Anthony se endureció
—Lo haré, iré a verla, puedes marcharte tranquilo —dijo el rubio.
Neil le dio una sonrisa de medio lado y se marchó con un brillo de triunfo en los ojos. Anthony miró la iglesia y hacia la dirección de la habitación de Eliza, inmediatamente se dirigió hacia la habitación de su cuñada.
Continuará…
Terry sentía el pequeño y armonioso cuerpo de la rubia contra él, causándole miles de emociones gratas. Cuando la vio por primera vez, completamente desnuda deseó poseerla, en su condición de príncipe heredero podía tomar lo que quería en el momento que él quisiera, incluso a una mujer; jamás lo había hecho, nunca hubo necesidad de llegar a esos extremos, si deseaba a una mujer solo bastaba acercarse a ella y la dama lo recibía sin protestas.
Pero con Candy, el recuerdo nítido de su piel húmeda lo hacía imaginar ese mismo cuerpo desnudo en su lecho, tomándola una y otra vez, era claro que la rubia lo tenía fascinado. En esos momentos que la bella joven dormitaba deseaba abrazarla, acariciar su cabello y mejillas mientras veía cómo cerraba sus ojos de a poco. No sabía por qué, pero él quería mimarla como si fuese el ser más tierno que hubiese visto antes, quería protegerla y cuidar de ella y no dejar que nada ni nadie la dañara.
Estas nuevas emociones lo aterraron, pensó en su historial amoroso a lo largo de su vida, en cómo no toleraba pasar una noche completa al lado de una mujer, el calor corporal de sus amantes lo incomodaba, su respiración, incluso el olor que desprendía el cuerpo de sus compañías femeninas. Terry no soportaba los abrazos ni besos, después de un encuentro carnal se marchaba de inmediato, jamás dejó que ninguna mujer durmiera en el mismo lugar en el que él descansaba, lo consideraba su santuario, su lugar privado. Ni siquiera con Karen, que fue la mujer con la que tuvo la relación más larga fuera de su matrimonio y pensó en su esposa, con ella no había nada más que una fría relación por obligación, durante los cuatro años que llevaban casados pocas eran las veces que la había visitado, a pesar de ser una mujer hermosa él jamás la llamó a su habitación, las pocas veces que compartieron el lecho fue en el cuarto de ella y entraba solamente para cumplir con el acto sexual, de la forma ordenada por Dios, él sobre ella, sin mirar su cuerpo y evitando el mayor contacto físico.
Era su deber estar con Eliza, intimar para traer al mundo un heredero y así cumplir con las leyes ante Dios, su padre y el reino. A diferencia de cuando estuvo con Karen u otras mujeres, con quiénes evitaba en lo posible embarazarlas y buscaba explorar los deseos carnales tan prohibidos y condenados por la iglesia. En ninguno de los casos se sentía bien, cómodo o pleno. El vacío al conocer a una y otra mujer lo dejaba más desolado.
Pero esa mañana era diferente, el calor de la rubia lo tenía extasiado, sus manos se rozaban de vez en vez y él tenía un sentimiento de felicidad, olvidando incluso que Candy era la prisionera de Eliza y a esas horas ya se habrían dado cuenta de que había escapado, tenía que ir a todo galope para llegar al refugio lo antes posible, pero Terry quería que descansara y durmiera, puesto que sus días habían sido difíciles y llenos de sobresaltos; por eso llevó su caballo con un paso corto y suave para que ella estuviera tranquila en sus sueños.
Una mujer como ella tan bella, estaba para que la amaran, la mimaran y complacieran en todo, al menos es lo que él haría si fuese algo de ella. Lo sabía, porque ya había tenido tanta compañía femenina a su lado, todas irrelevantes, incluyendo a Karen y a Eliza, lo caviló desde que la respiración de la joven se suavizó y lo decidió, Candy era la rosa que debía cuidar y lo haría hasta la muerte si fuese necesario.
El camino rodeado de árboles los acompañó con los primeros rayos matutinos atravesándolos, ya el miedo de ser perseguidos había desaparecido para ellos. Tras un par de horas en las que Candy tuvo uno de los más plácidos y reparadores sueños, abrió los ojos al escuchar el silbido de su madre. Esa mañana hacía frío, pero no para ella que estaba bien abrigada con su negra capa y con el calor del pecho de su salvador que la rodeaba con sus fuertes brazos, segura de que pasara lo que pasara estaría a salvo y que todo saldría bien.
Miró a Terry con algo de vergüenza por estar recostada en él y vio como los rayos del sol iluminaban su rostro y sus ojos brillaban como los más hermosos zafiros. Se veía tranquilo, su rostro era de paz y eso a ella le dio seguridad.
—Llegamos, dormilona —dijo mirándola, ella bajó su mirada avergonzada. Puso la espalda recta separándose un poco del pecho de Terry.
—¿Dónde estamos? —preguntó Candy, el ruido de los pájaros y el agua llenaban el lugar.
—En el mejor lugar del mundo —le respondió él, señalando hacia una cascada que caía esplendorosa, formando destellos de arcoíris al ser atravesada por los rayos de luz del sol.
Terry se bajó y le extendió su mano, ella lo miró y la tomó. El simple hecho de sentir las palmas de sus manos los hizo estremecer, cruzaron una mirada y ambos se sonrojaron al momento de darse cuenta que sintieron lo mismo con ese simple contacto. Candy al intentar bajar del caballo notó que mientras lo hacía, Terry la iba rodeando de su cintura con su mano libre, bajándola lentamente y sus ojos no dejaban de mirarse. La cercanía de sus cuerpos y sus rostros era tan cerrada que en cualquier momento él podría besarla y ella no pondría resistencia, pues ninguno de los dos quería que ese segundo terminara.
—¿Qué es este lugar? —Candy rompió el silencio al estar finalmente en el suelo, observó con curiosidad los árboles altos que parecían guardianes, ella vivía en el bosque, pero los árboles que veía en ese lugar eran impresionantes.
—Estamos al sureste del castillo —explicó Terry amarrando a su caballo pura sangre negro en un árbol.
—¡Oh! Mi hogar está al noreste —dijo ella acercándose a la cristalina agua.
—Exacto, por eso no fuimos hacia allá, no quiero que nadie sepa dónde estás. Podrías correr peligro —finalizó él, acercándose a ella.
—¿Y dónde viviremos? — Candy miró a los lados buscando alguna cabaña, al no encontrarla miró hacia arriba—¿en los árboles? —preguntó azorada.
—No, tengo algo mejor que los árboles —expresó animado— Ven.
Terry le volvió a tender su mano y Candy ruborizada la tomó, pisando algunas piedras hasta que llegaron a la cascada.
—Te mostraré mi mayor secreto, el mejor guardado —añadió con un guiño.
Terry se adentró por un lado de la cascada que hacía de cortina, había un espacio perfecto para ingresar sin mojarse. Candy miró incrédula la pequeña hendidura que estaba entre la piedra y el agua.
—¿Quieres que viva en este pequeño lugar con mi madre? —Candy se sintió algo asustada—. El frío nos matará —agregó retrocediendo.
—Aún no termino —Terry metió la mano tras una abertura de la falsa piedra y jalando una palanca esta se abrió.
Los ojos de Candy se abrieron con asombro, observando el interior de un lugar espacioso y dotado de todo tipo de comodidades.
—¡Oh, vaya! ¿Qué es esto? —la muchacha miró a todos lados con fascinación.
—Era uno de los muchos refugios que hizo mi abuelo Robert, ya que por…—Terry calló por un momento y luego añadió— sus actividades tenían todo tipo de escondites así. Al parecer por si tenían que esconderse —dijo mientras le hacía señas al halcón para que ingresara.
—Y… ¿Cómo lo supiste?, si tu abuelo y madre… Bueno, tú sabes —Candy guardó silencio ante la sombra de tristeza que por unos instantes cruzó por los ojos de Terry.
—Descubrí un libro en las pertenencias de mi madre, nadie reparó en él y tenía mapas, coordenadas e indicaciones de los lugares secretos de mi abuelo. Así que comencé a descifrarlos y me di a la tarea de buscarlos, hasta ahora he descubierto dos de ocho que tenía y este fue el primero —concluyó.
—¿Y el segundo en dónde está? —inquirió Candy mirándolo.
—Cerca de tu hogar —él la miraba fijamente—. No quería exponerte ¿Te gusta? —preguntó acercándose más a ella.
—Es perfecto —Candy miró el lugar que a pesar de ser en el interior de la cascada se notaba cálido, con ventilación y una chimenea que desembocaba por la pared caliza y se perdía en la humedad del agua.
—Nadie sabrá que están aquí. Ven, quiero mostrarte algo —Los ojos de Candy se abrieron sorprendidos.
—¿Hay más? —Ella estaba deslumbrada, el lugar a pesar de ser un refugio tenía grandes lujos.
—Sé que te encantará —Terry le sonrió, caminando a un lugar que apenas se adornaba por los rayos del sol que se colaban por las grietas, era una especie de pequeño lago subterraneo formado por la misma caída del agua de la cascada. Los ojos de Candy se iluminaron— ¿Te gusta? —la miró inquisitivo.
—Es hermoso —dijo ella en un hilo de voz.
—Toca el agua —Terry agarró su mano, se veía como un niño emocionado, Candy metió su mano y la sintió tibia, sonrió por la agradable sensación del agua entre sus dedos.
—Qué agradable —dijo mientras lo miraba con una dulce sonrisa.
—Es un termal. Aquí te podrás dar los baños que tanto te gustan —Terry la miró con intensidad y Candy se ruborizó al recordar cómo se conocieron.
—Ah, sí. Mi madre también la disfrutará —Candy trató de cambiar el tema.
—Sí. Claro, es para el disfrute de ambas. Bien, vamos —Terry de nuevo la tomó de la mano y regresaron al salón principal—. Aquí encontré muchas obras escritas por mi abuelo y mi madre, además de muchas pertenencias de ambos. Las he leído una y otra vez y al ver sus trajes, que parecen de un sueño, me he imaginado cómo sería verlos. De hecho, mira —señaló al lugar más espacioso del salón—, creo que en ese espacio realizaban obras para unos pocos ensayos, tal vez.
Candy miraba a Terry que se veía tan diferente esa mañana, sin la dura mirada ni el rostro severo, parecía disfrutar estar ahí. Ella igual disfrutaba del lugar y su compañía, en poco tiempo él había ganado su confianza; puso algunos leños y prendió fuego.
—Aquí podrán cocinar sin ningún problema —señaló el horno de barro que desembocaba en la chimenea—. Y el caballo está dotado de provisiones, claro que les traeré todo lo necesario.
El ave se acercó al calor que rápidamente aumentaba, mirando a Terry con ojos cálidos.
—Gracias —fue la voz que escuchó Terry en su cabeza. Él le sonrió.
—Vengan, tengo una última sorpresa —Candy y Lane o Circe, como todos la conocían, lo siguieron.
Frente a ella, había una cama hermosamente vestida, con un ropero al lado y una lámpara de aceite, con jarrones y un joyero hecho de madre perla.
—Ábrelo —le dijo Terry señalando el armario.
Candy se dirigió al bello armario y al abrirlo vio hermosas prendas. Vestidos de fina seda y con bordados hermosos, algunos con hilos de oro y plata, pijamas suaves y con los más bellos encajes.
—Eran de mi madre y ahora son tuyos —escuchó la voz de Terry a sus espaldas.
—¿Míos?, pero eran de tu madre. Yo jamás he usado algo tan fino —Candy lo miró sorprendida, recordó cómo a lo largo de sus veinte años solo vistió prendas de lana, gruesas túnicas y capas, con ropa interior de lino. Jamás sintió la sensación del tacto de una suave seda china en su cuerpo, lo más suave que rosaba su piel era el agua y por eso le gustaba tanto.
—Todo lo que hay aquí es tuyo —repitió él sin titubear un momento—. Incluso esto —le extendió el joyero a una perpleja Candy, que no sabía cómo reaccionar ante todo lo que este hombre le daba.
—Pero… son las joyas de tu madre. ¿Cómo podría aceptarlas? —la rubia hizo una negativa con su cabeza.
—Quiero que tú y solo tú las tengas —replicó él con voz serena.
—¿Y tu esposa? ¿Por qué no se las das a ella? Creo que es a ella a quién deberías de dárselas, solo ella tiene derecho a usarlas —los ojos de Candy se apagaron por un momento.
—Jamás le daría algo con tanto significado a Eliza —mencionó en tono molesto— Yo… no la amo —confesó finalmente Terry.
—¿Y entonces por qué me las das a mí? — Candy lo miró fijamente.
—Porque… tú eres especial. Puedo sentirlo — ambos se perdieron en la mirada del otro.
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Los insistentes golpes en la puerta hacían eco en el cuarto secreto que conectaba con la habitación de Eliza
—Circe, abre por favor —decía Paty tras tocar una y otra vez — la futura reina y su hermano solicitan que te marches con él. Circe, sé que no es lo que se planeó, pero si cumples con tu parte pronto te irás —Eliza rodó los ojos al oír las palabras conciliadoras de Paty.
Neil tenía un semblante serio, esa bruja necesitaba mano fuerte, pensaba recostado en la pared.
—A un lado —ordenó Eliza que regresaba de buscar entre baúles un mazo de llaves y tomando una gruesa y oxidada, procedió a abrir la chapa de la puerta. Al abrir vio con sorpresa que Circe no estaba —¡Maldita, huyó! —gritó Eliza enfurecida. Neil entró y miró a todos lados.
—No debe estar muy lejos, hermanita. Te juro que la encontraré y la haré pagar, ni un rey o una bruja dañarán mis planes, ¿Sabes dónde vive? —Neil estaba irritado, la bruja se había burlado de él.
—Sí. Paty sabe dónde vive, ella te llevará.
Paty se tensó, no quería llevarlo y menos estar a solas con él. No le gustaba como miraba a las mujeres y ahora que lo veía furioso, pensaba que era un hombre que podía matar con facilidad ante un acto como el de Circe.
—Bien, entonces no perdamos tiempo. Vamos —Neil salió de inmediato. Paty se quedó parada, junto a Eliza.
—¿Qué esperas muchacha? Ve, lleva a mi hermano y trae a esa maldita bruja. La azotaré hasta que mis manos se cansen, sus malditas súplicas no le servirán de nada.
Neil pasó hecho una furia por la puerta principal ante la mirada de los presentes, que se dirigían a la iglesia para la misa de despedida de la reina.
—¿Pasa algo Neil? —le preguntó Anthony al presuroso hombre.
—Nada que te incumba —se retractó de sus palabras al recordar que tenía planes para Anthony— Discúlpame amigo, es sólo que tú acabas de perder a tu madre y no deseo incomodarte con mis problemas, sin embargo, necesito pedirte un favor. Que vayas y cuides de mi hermana, ya que por lo visto tu hermano no se interesa por ella, Eliza no se ha sentido bien y a Terry ni siquiera eso le ha importado. No quiero que esté sola.
El rostro de Anthony se endureció
—Lo haré, iré a verla, puedes marcharte tranquilo —dijo el rubio.
Neil le dio una sonrisa de medio lado y se marchó con un brillo de triunfo en los ojos. Anthony miró la iglesia y hacia la dirección de la habitación de Eliza, inmediatamente se dirigió hacia la habitación de su cuñada.
Continuará…
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Última edición por Carmín Castle el Lun Mayo 01, 2023 7:40 pm, editado 3 veces (Razón : correción)
y es porque está enamorado de ella aunque aún no lo sabe, pero su corazón si 
si Terry esta perdido por Candy. 
