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AMOR PROHIBIDO
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CAPÍTULO 4
CANDICE DEBE REGRESAR
Elroy Ardlay había tomado una drástica decisión, a como diera lugar traería de vuelta a la maldita arribista. Tocando la campanilla del escritorio llamó a la servidumbre, la misma que apareció en el acto.
—¿Llamó usted señora?
—Sí. Dile a Dorothy que venga de inmediato aquí a la biblioteca. ¡Muévete!
—Sí mi señora.
La asustadiza mucama corrió escaleras arriba en busca de su compañera. Estrujando su delantal llamó a Dorothy.
—¡Santo cielo, Dorothy! La señora Elroy está que echa fuego por los ojos ¿qué le hiciste?
—¿Yo? pe…pero… ¿De qué hablas Mery?
—Ella quiere verte en este momento, pero te advierto que jamás la he visto tan furiosa. Ve de inmediato. ¡Apúrate!
Dorothy asintió con un ligero movimiento de cabeza. Alisó su uniforme y corrió al llamado de la señora de la casa. Tomó una gran bocanada de aire antes de dar dos ligeros toques a la gran puerta de entrada a la biblioteca.
[toc] [toc]
—Señora Elroy ¿puedo pasar?
—¡Entra de una buena vez!
La muchacha entró con su cabeza gacha en espera de lo que la matriarca diría. La anciana mujer levantó su bastón y la señaló.
—Tú, muchacha. Tú eras la mucama personal de esa…¡zorra! Dime de una buena vez ¿desde cuándo esa mujer se ha largado? ¿a dónde se fue?
—Yo…yo he …yo mi señora…no lo sé.
La fúrica mujer golpeó el suelo con su bastón para intimidar a la asustadiza mucama.
—Escúchame bien, estúpida muchachita. No te atrevas a ocultarme nada, porque puedo ponerte de patitas en la calle y no darte una sola carta de recomendación. Créeme, puedo hacerte la vida un infierno si es que osas mentirme.
—Pero señora, yo solo cumplí las órdenes telefónicas del señor William.
—¿Y qué demonios te ordenó mi hijo?
—Me ordenó que preparara una maleta de ropa para la señora Candy con todo lo estrictamente necesario porque ella tenía que salir de inmediato a un viaje. Eso fue todo.
Los ojos grisáceos de la anciana se fijaron en las dilatadas pupilas de la muchacha. Al parecer ella decía la verdad, pero necesitaba encontrar a esa descarada que había osado largarse de la mansión y abandonar a su hijo.
—Escúchame bien, Dorothy. Si esa mujer llama quiero que de una u otra forma le saques información. Quiero saber donde diablos se encuentra..
—Eh…este, sí señora.
—Perfecto, ahora recuerda muy bien todo lo que te he dicho, porque más te vale estar de mi lado. Ahora vete a la cocina.
Dorothy se marchó con el alma en un hilo. Sus piernas temblaban como gelatina, pero aún así tenía que ayudar a su señora Candy. A pesar de que ella no había mentido, presentía que su ex patrona se había ido tras ese amor clandestino. Al entrar en la habitación de Candice comenzó a revisar meticulosamente tratando de borrar cualquier rastro que involucrara a la ojiverde con alguien más que no sea su esposo.
Aparentemente todo estaba en orden, sin embargo le faltaba revisar el joyero de Candice. Al abrir el armario se topó que dicho joyero seguía en su puesto, cuando estuvo a punto de abrirlo fue sorprendida por una voz masculina, provocando que la muchacha diera un brinco del susto y derramara todo su contenido.
—¿Qué estás haciendo aquí, Dorothy?
—¡Dios! ¡Georges, me has dado un susto de muerte!
El hombre de grueso bigote la miró inquisitivamente. —Pues deberías estar en la cocina, eso te ordenó la señora Elroy. Dime ¿qué haces aquí?
—Bueno… la señora Elroy necesita saber en donde puede encontrar a la señora Candy; así que vine a su recamara para saber si encontraba alguna dirección o algún dato que nos ayude a dar con su paradero.
Georges era un hombre muy perspicaz, no en vano era el hombre de confianza de la familia Ardlay. Miró detenidamente como la muchacha recogía todo lo que estaba tirado en el piso. Dorothy agradeció silenciosamente al cielo que dentro de ese joyero solo hubieran las alhajas que le habían sido obsequiadas a su ex patrona. Todas eran prendas valiosas, salvo por una sencilla corbata negra que había sido celosamente guardada en ese pequeño cofre.
—¿Y esa corbata? —preguntó Georges.
—No lo sé. Probablemente sea del señor William.
—Mmm, no lo creo. Esta corbata no es de la calidad que acostumbra a usar el señor William. ¡Dámela!
—Pero… pero Georges, ¡esto le pertenece a la señora Candice!
—No te preocupes, yo la guardaré hasta que la señora regrese a casa.
El hombre no confiaba en aquella mucama. Sabía de antemano que ella siempre había sido la confidente de la señora Candice y era más que claro que de esa chiquilla no se obtendría información alguna.
Agudizando su mirada comenzó un intenso escrutinio en la habitación de la señora Candice con la esperanza de hallar algo más que esa corbata, alguna señal que indicara el paradero de ella. De pronto, sus ojos se posaron sobre la mesa de noche y unos libros de francés llamaron su atención.
Mirando la corbata y los libros de francés, una extraña idea le rondó la cabeza y en el acto abandonó el lugar.
La muchacha de servicio se quedó perpleja ante la actitud de Georges. Sin duda aquel “perro fiel” como lo solía llamar la señora Candy había visto algo que llamó su atención y tal vez lo puso sobre aviso. Cerrando sus ojos y apretando el joyero hacia su pecho, murmuró una secreta oración al cielo.
—Dios, te ruego que este hombre no de con el paradero de mi señora Candy, bajo ninguna circunstancias permitas que regrese a esta mansión donde solo ha conocido el dolor y el abandono. La señora merece ser feliz con ese hombre que de verdad la ama.
Luego de emitir un hondo suspiro, la mucama se marchó lentamente echando una última mirada a la habitación de su ex patrona. Mientras la muchacha bajaba lentamente la elegante escalera, el sonido del teléfono la puso en alerta. [ring] [ring] la joven corrió a contestar con la esperanza de que sea su ex patrona.
—Buenos tardes, mansión Ardlay.
—Hablamos de la clínica Santa Juana. Necesitamos que un pariente cercano venga de inmediato a las instalaciones. El señor Ardlay acaba de tener una crisis. Urge la presencia de un familiar.
La joven no podía creer lo que escuchaba, dejó caer la bocina del teléfono al piso y corrió en busca de la señora Elroy que seguía encerrada en el despacho de la mansión. Sin previo aviso ingresó a la estancia interrumpiendo la charla que ella sostenía con Georges.
—¡Señora Elroy! ¡Señora Elroy!
—¡Muchachita malcriada! ¿Por qué irrumpes de esa manera?
—Señora,han llamado de la clínica. El señor William ha sufrido una crisis y necesitan de manera urgente que un familiar esté allá. ¡De inmediato!
—¡Maldición! ¡Vámonos, Georges!
En la mansión se armó un caos. El teléfono no paraba de sonar pidiendo información sobre la salud del magnate y a las afueras de la residencia se había instalado un grupo de reporteros que no paraba de rondar la mansión en busca de la jugosa noticia; pues el rumor de que el señor Ardlay había fallecido iba en aumento.
El poderoso mercedes negro llegó a las instalaciones de la clínica en un parpadeo. La imagen imperturbable de la señora Elroy descendía del mismo sin emitir un solo comentario al grupo de reporteros que ya esperaban por ella para que diera una entrevista. A pesar de que la matriarca era resguardada por dos enormes guardaespaldas, las preguntas indiscretas y los flashes llovieron sobre ella.
—¡Señora Ardlay! ¡Señora Ardlay! ¿Es verdad que el heredero ha muerto? ¿qué pasará con el corporativo?
—¡Señora Ardlay! ¿Dónde se encuentra la señora Candice Ardlay ¿por qué no está aquí con ustedes?
—¡Señora Ardlay! ¿Es verdad que hay una pugna por el poder del consorcio? ¿Qué dicen los socios accionistas?
Las preguntas eran tantas que la anciana mujer estaba a punto de explotar de la ira. Dando un fuerte golpe en el suelo con su bastón hizo que los reporteros dejaran de hacer tantas preguntas y prestaran atención a lo que ella diría. Con la altivez que la caracterizaba, se dirigió a ellos.
—Les aseguro que el magnate William Ardlay está más vivo que nunca y su señora esposa pronto dará una rueda de prensa. No tengo más comentarios al respecto.
La pequeña masa de reporteros seguían intentando realizar más preguntas, pero Elroy dio media vuelta para acto seguido desaparecer por la gran puerta del hospital gracias a la custodia de sus enormes guardaespaldas.
La matriarca, acompañada de Georges esperaba estoicamente en el pasillo de la Unidad de Cuidados Intensivos en espera de que el doctor saliera a darle alguna información sobre lo ocurrido. A pesar de todo el aplomo que proyectaba su rostro, la angustia pudo más en ella y comenzó a llamar a las enfermeras.
—¡Enfermera! ¡enfermera!
—Señora, por favor, mantenga la calma —le aconsejaba su fiel empleado.
—¡No puedo con esto, Georges! ¿Acaso no viste a todos esos reporteros rondando sobre nosotros como si fuesen aves de rapiña? Ni siquiera sé bien qué es lo que le ha pasado a William y esos…mequetrefes ya quieren sacar una noticia de primera plana.
—Le puedo asegurar que el señor William está vivo. Él es un hombre muy fuerte y estaba en franca recuperación.
Un hombre vestido enteramente de blanco apareció en el pasillo y se acercó a la anciana que ya lo miraba de manera expectante.
—¿Señora Elroy Adlay?
—Si, soy yo. ¿usted es el doctor que atendió a mi hijo?
—Sí señora, me presento. Dr. Franco Lenard. Su hijo ya ha sido estabilizado y podemos decir que por el momento se encuentra estable; no obstante debe permanecer en estricta observación por las siguientes 72 horas.
—Doctor, no comprendo lo que ha ocurrido con mi hijo. Hasta ayer estaba evolucionando favorablemente y nos habían dicho que estaba fuera de peligro. ¿qué pasó?
—El señor Ardlay sufrió un severa crisis de ansiedad
—¿Pero qué dice? ¿¡cómo es posible!? ¿Y las enfermeras? ¿acaso este sitio no tiene una enfermera competente?
—Estimada, ignoro los acontecimientos previos a la crisis. Esa información la maneja el Dr. Martin que es el médico tratante. Solo le puedo informar que esta crisis debilitó en gran manera la salud del señor Ardlay ya que él aún se encontraba en etapa de recuperación. Espero que…su columna no esté seriamente comprometida por la fuerte caída que sufrió
La anciana comprendía cada vez menos las palabras del doctor. ¿Qué diablos le había pasado a William? Mentalmente maldijo a Candice, pues se supone que ella debería estar a lado de su esposo y no desaparecida quien sabe en donde. Recuperando su serenidad preguntó por el médico tratante.
—¿Y el Dr. Martin? ¿dónde se ha metido ese doctor?
—Está terminando de revisar al señor Ardlay. Pronto estará aquí con nosotros para conversar sobre el estado del paciente. Tenga paciencia.
—¿¡Paciencia!? A las afueras de este hospital hay un enjambre de periodistas que mueren por publicar una noticia morbosa acerca de mi hijo y usted ¿me pide paciencia?
—Estimada señora, lo que a mi me concierne es la salud del paciente y su pronta mejoría, por eso le pido paciencia. El doctor Martin pronto saldrá con su diagnóstico..
El mencionado doctor apareció. La noticia que tenía para dar no era para nada agradable; así que trató de proyectar un semblante sereno.
—Buenas tardes, señora Elroy. Por favor acompáñeme a mi consultorio. El Dr. Lenard y yo tenemos que ponerla al tanto del estado de su hijo.
La anciana intuyó que las noticias a recibir no eran agradables, así que miró a su fiel sirviente para darle una orden.
—Georges, acompáñame.
—Como usted ordene, mi señora
Los galenos caminaron en absoluto silencio. Tratar con la matriarca Ardlay era totalmente diferente a como lo habían hecho con la dulce y afable señora Candy. Una vez en el consultorio, la anciana no esperó más y abordó el tema.
—Doctor Martin, dígame de una buena vez ¿qué le pasó a mi hijo?
—Al parecer el señor Ardlay sufrió una severa crisis de ansiedad debido a una fuerte discusión. No sabemos con quién discutía el señor Ardlay, pero cuando las enfermeras entraron a su habitación lo encontraron tirado en el suelo gritando de manera desesperada y con fuertes palpitaciones en su pecho. Hasta llegamos a pensar que sufrió un ataque cardiaco.
—¿Y por qué demonios estaba mi hijo tirado en el piso?
—Trató de caminar y sus piernas no respondieron. Su hijo tiene una lesión en su columna vertebral producto del accidente automovilístico y eso provoca que sus piernas no respondan. El panorama es confuso, al parecer la persona con la que discutió provocó que se levantara de la cama y cayera al piso. Al darse cuenta de su estado de invalidez entró en crisis.
—¿¡Usted me está diciendo que un extraño ingresó a la habitación de mi hijo y le causó un daño irreversible en su columna!? ¿¡Qué clase de hospital es este en el que cualquier extraño puede entrar libremente en las habitaciones!?
—Señora Elroy, cálmese por favor. Sé que tiene todos los motivos para estar furiosa con nosotros, pero no sabemos de qué manera ese extraño ingresó a la habitación del señor Adlay. La persona que estaba de manera perenne en la habitación del señor Ardlay era su esposa, la señora Candy, por tal motivo no sabemos quién autorizó a ese intruso a que entrara en la habitación.
He mandado ha hacer una auditoría de las cámaras de seguridad para saber la identidad del desconocido. Ahora, déjeme decirle que la situación de invalidez del señor Ardlay no es definitiva. En la reunión de médicos que se mantuvo, llegamos a la conclusión de que con una correcta rehabilitación, él recuperará su completa movilidad.
La anciana golpeó de manera furiosa el piso con la punta de su bastón. Se levantó de su asiento y frunciendo el ceño, espetó.
—Quiero a los mejores doctores en la rehabilitación de mi hijo. Y escúcheme bien Dr. Martin, asegúrese de que encuentren al individuo que provocó todo esto, de lo contrario demandaré a este hospital y todos ustedes quedarán… ¡en la maldita calle!
Los doctores se quedaron mudos ante la amenaza de la anciana. Definitivamente esa mujer no estaba jugando y con todo el poder que manejaba era muy probable que pusiera en aprietos la estabilidad económica del hospital.
La anciana no dijo nada más, dio media con la intención de retirarse del lugar, pero fue detenida por las palabras del Dr. Lenard.
—Señora Ardlay, una cosa más. Necesitamos la presencia de la señora Candy.
—¿Y por qué diablos es necesaria la presencia de esa mujercita aquí?
—El señor Ardlay no hace otra cosa que llamarla en sus delirios. Cabe recalcar que, mientras ella estuvo pendiente de su cuidado, él se estaba recuperando de manera satisfactoria. Además, la señora Candy debe estar en constante observación; su embarazo es muy delicado. Recuerde que estuvo expuesta a un terrible accidente.
El rostro de la anciana se petrificó ante aquella noticia. El embarazo de Candy era lo que ella había estado esperando para limpiar la imagen de William, pero la huída de ella era el claro indicio de que ese niño no era un heredero Ardlay. Apretando el mango de plata de su fino bastón, espetó.
—Está bien. A como dé lugar, esa mujercita regresará a lado de mi hijo.
Sin decir más,la mujer se marchó. Una vez que estuvo lejos de los doctores, se dirigió a Georges con órdenes precisas.
—De la forma que seas, me ubicas a esa maldita mujer. Todo esto ha ocurrido porque ella decidió abandonar a mi hijo y pagará muy cara su osadía. Del clan Ardlay no se burla nadie y mucho menos una zorra como esa. ¡Búscala hasta por debajo de las piedras de ser necesario!
—Como usted ordene, mi señora.
—Otra cosa, quiero que desaparezcas cualquier copia que exista de los papeles de divorcio, de los originales me encargo yo. Ya escuchaste que “esa” está embarazada; así que el divorcio ya no es necesario. Asegúrate de que la junta de accionistas se entere de su estado.
—Señora ¿usted cree prudente que mencionemos su estado? La señora Candy está desaparecida ¿cómo justificaremos su ausencia?
—Diremos que está en reposo absoluto debido a lo delicado de su embarazo Con una mentira bien contada podremos salir de este apuro. Lo que en realidad me tiene preocupada es la identidad del sujeto con quien discutía William y el motivo por el cual discutían. Quien sabe si el causante de la discusión sea el amante de Candice. Ahora ve al corporativo que yo me quedaré aquí para ver si puedo visitar a mi hijo.
—Como diga usted, mi señora.
William fue trasladado a su habitación bajo el estricto control de la matriarca. Mientras su hijo era acomodado sobre la cama por diligentes enfermeras, ella no dejaba de ver el triste estado de su vástago. Como era su costumbre, apretaba su bastón para tratar de reprimir su molestia por todo lo ocurrido. A su mente solo llegaban pensamientos de odio y rencor en contra de la mujer a la que ella consideraba la culpable de todas sus desgracias.
«¡Sinvergüenza, arribista, todo esto es tu culpa, Candice! No me cabe duda de que el accidente automovilístico fue culpa tuya. Seguramente venían discutiendo sobre tu infidelidad; tal vez y ese es el motivo por el cual William prefirió firmar el divorcio y que te largaras sin pensar en las nefastas consecuencias para nuestra familia..
¡Maldita meretriz! te guste o no, tú regresarás a lado de mi hijo representando el papel de la esposa sumisa y hogareña que todos esperan ver, de esa manera mi hijo limpiará su imagen y seguirá como cabeza del consorcio Ardlay»
De su fino bolso de mano sacó un elegante abanico. Mientras se abanicaba, recordó las tantas veces que le dijo a su hijo lo inconveniente que resultaría un matrimonio con una mujer como Candice. Se acercó a la ventana y miraba con fastidio la presencia de uno que otro reportero que aún pugnaba por conseguir la jugosa noticia amarillista.
Un punzante dolor de cabeza comenzó a atacarla, tratando de calmar aquel dolor comenzó a masajear su adolorida sien.
—¡Dios santo! ¡Este dolor de cabeza me va a matar! ¡William! ¡William! tantas veces te advertí que esa mujer era una zorra con piel de oveja. Todas las de su ralea lo son. Con su cara de mosca muerta se metió entre tus pantalones y esta es la nefasta consecuencia. Tú estás tirado en una cama, inválido y con el peso de una traición a cuestas…y esa…esa quien sabe donde anda con su amante. ¡De seguro se está gastando nuestra fortuna a manos llenas y riéndose de los cuernos que te logró poner! ¡Caray, William!
La anciana bufó con disgusto. El abanico golpeaba la palma de su mano una y otra vez con gesto molesto, pues recordaba todas las propuestas que le había planteado a William. Varias candidatas a ocupar el puesto de la señora Ardlay había puesto sobre el tapete; sin embargo, su vástago se había empeñado en casarse con una simple pasante del área administrativa..
Era consciente de que su hijo estaba profundamente dormido debido a la medicación, pero no pudo evitar que de su boca saliera una larga lista de reclamos.
—¡Demonios, William! ¿Qué diablos le viste? Tu eres un hombre mundo, experimentado, con muchas mujeres rendidas a tus pies. La mismísima hija de los Cornwell no paraba en prodigarte atenciones, pero tú de terco te involucraste con esa…¡perdida!.
¡Dios! Todo el prestigio del clan Ardlay está al borde del precipicio si esta infidelidad llega a descubrirse. Los socios son capaces de acabarnos en la Junta de accionistas, y Lagan estará más que dispuesto a pedir tu cabeza; y tú, como si nada te hubiese interesado, le firmaste esos malditos papeles de divorcio. ¡Con esa idiotez estabas entregando tu cabeza en bandeja de plata!
Al recordar el divorcio, tomó los papeles que Georges le había entregado y comenzó a hojearlos de forma detallada. Con espanto vio las cláusulas del mismo.
—¡En qué estabas pensando, William! ¡Esa mujer te pone los cuernos y tú la premias entregándole una jugosa recompensa monetaria! Pero es que esta mujer tuvo que haber drogado a mi hijo para que haya accedido a esto, no encuentro otra explicación. ¿Cómo es posible que él firmara un divorcio donde prácticamente la deja cubierta de por vida con una pequeña fortuna? ¡Incluso le está dejando acciones del corporativo!
La mujer ya no quiso seguir leyendo más. Tomó los documentos y procedió a romperlos en varios pedazos para luego echarlos al bote de basura más cercano. Sonrió con malicia al darse cuenta de la situación de Candice. Con William en estado vulnerable, y con los papeles de divorcio totalmente destruidos, el destino de Candice estaba en sus manos. De manera tajante, sentenció.
—¡Oh Candice! Disfruta de estos pequeños días de libertad, porque serán los últimos de tu vida. Ya verás el infierno que te espera en la mansión. Una vez que te encuentre, te obligaré a regresar y tu único destino será servir a mi hijo. Parirás a ese bastardo que llevas en tu vientre, pero tu osadía la pagarás caro. Tú y el mequetrefe de tu amante, terminarán llorando lágrimas de sangre. Nadie se burla del clan Ardlay.
Continuará…
Pobre Candy 
por leer mis fantasías.CAPÍTULO 5 AQUÍ
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Última edición por SHALOVA el Dom Abr 16, 2023 3:25 pm, editado 2 veces
yo esprrando el otro capitulo 
