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Queriendo arrancar del tedio y de su aburrido marido, la Señora Leagan decidió llevar a sus hijos por primera vez a Francia. La idea de recorrer sus calles en busca de los más finos trapos y alhajas le excitaba. Codearse con familias aristocráticas, con las con un día podría formar alianza, casar a cualquiera de sus hijos, y a través de ellos obtener un título nobiliario, era una idea que le acechaba.
Era común entre los ricos franceses, casi una obligación, asistir una vez por semana al Opera de Paris, para presenciar un concierto de música clásica, o ver al grupo de Ballet del Opera. Y la señora Leagan no podía ser menos, no por nada formaba parte de una de las familias más importantes de Escocia y de Estados Unidos, aunque fuera solo por enlace político, pero eso no era de dominio público para ellos.
Eliza miraba su entorno fascinada, mientras su hermano se sentaba fastidiado en su butaca. Los lujosos asientos, el hermoso candelabro que iluminaba el cielo, las cortinas aterciopeladas, los dorados adornos. Sintió que este era su entorno, que aquí pertenecía, rodeada de la gente más importante, y ella era una de ellas. Su madre la miraba orgullosa, y esta le devolvió una sonrisa altiva. Se entendían sin decir nada, madre e hija. Las luces del teatro se prendían y apagaban, las personas comenzaron a tomar su posición mientras sacaban sus binoculares. De pronto, la oscuridad.
Fue amor a primera vista para Eliza, el telón se abría y con las primeras notas de música, bailarinas ataviadas en etéreas prendas que brillaban con la tenue luz que les alumbraba, bailaban al son de esta. La desconocida emoción comenzó a embargarla al punto del llanto, y era una sensación que estaba decidida a no dejar escapar. Ni bien saliendo del teatro, comenzó su propio show para convencer a su madre, ella quería bailar. De vuelta en Chicago y gracias al dinero de sus padres tuvo acceso a los mejores tutores, bailarinas francesas traídas al nuevo mundo para satisfacer los caprichos de la muchacha de rojos cabellos. A pesar de los temores de su madre, por su comportamiento engreído, vio que su hija mostraba real interés, siendo una alumna muy rigurosa y disciplinada. Rápidamente comenzó a destacar a los ojos de su profesora, por lo perfecto de sus movimientos, su interpretación de la música, con la expresión más exquisita jamás vista. Con el paso del tiempo comenzó a transformarse en una de las bailarinas más finas y elegantes.
Sarah no veía con buenos ojos el rumbo que llevaba la nueva afición de su hija, esto no era conveniente para los planes que tenía respecto de su posible futuro enlace. Pero Eliza se las arregló para convencer a su madre del prestigio que podría ganar, de la atención que podría obtener, y como esto servía a sus propósitos.
El ballet clásico aún no llegaba a los Estados Unidos, con suerte existía uno que otro musical en la insipiente Broadway, el cual no era un lugar digno para que Eliza pudiera desarrollarse. Coacciono nuevamente a sus padres para lograr que la dejaran partir a Francia junto a su profesora. La Académie Royale se transformó en su nueva casa por los siguientes años. No paso mucho tiempo para que Eliza se habituara a las costumbres parisinas, los paseos por el Sena, los gloriosos cafés al aire libre. Contrario a lo que había creído, no tuvo mucho tiempo para eventos sociales, gracias a las rigurosas clases, que drenaban toda su energía. Al cabo de un año y para su alegría, el director de la escuela vio su potencial, incorporándola en las giras del grupo de ballet. Su ritmo de vida era arduo pero era feliz, o lo fue hasta que estalló la guerra.
Paris había perdido su luz, todo era miedo y oscuridad. Intento volver a casa varias veces, pero los viajes se habían cancelado, puertos cerrados y viajar en tren era peligroso. Con suerte había logrado enviar una que otra carta para tranquilizar a sus padres.
Los ensayos se habían cancelado, la vida nocturna había muerto. Aun así, varias veces, en señal de protesta, solía pasearse por el Sena en horario de toque de queda. Fue en una de esas de esas noches que conoció al oficial Ladoux, un hombre joven de 23 años que trabaja en la inteligencia de contraespionaje francés. El joven oficial la detuvo por infringir la norma, para terminar horas después acompañándola a su departamento. Fue la segunda vez que Eliza sentía tal emoción en el pecho, la misma que despertó el ballet, y nuevamente, sin importarle los peligros que esta relación pudieran presentar, ella fue tras él.
1923, habían pasado varios años desde que dejara Estados Unidos. Sarah ya no podía reconocer a la chiquilla de sonrisa engreída y mentón altivo. Su mirada era distinta, madura, llena de muchas experiencias; pero había algo más en ella, que le impedía preguntar qué había pasado con su pequeña. Eliza no quería quedarse en la mansión, e insistía en buscar algún departamento en Nueva York cerca de Broadway. Sarah quería reusarse, pero la obstinación de su hija pudo más. “Ya no soy una niña! Soy una bailarina profesional! La mejor!” Sarah no lo podía negar, incluso en tiempos de guerra su hija fue convocada para bailar, actuando en lugares peligrosos y delante de un público, que de solo recordarlo, hacía que su alma temblara del pánico. Pero estaba aquí, de vuelta, mientras le permitiera estar cerca, le dejaría hacer lo que quisiese.
Sabía que le contactarían, era la mejor y lo sabía. No llevaba más de una semana instalada en su nuevo penthouse, gracias a sus padres, cuando la puerta comenzó a sonar. Miro fijo hacia ella, lleno sus pulmones de aire, y se dirigió con paso decidido. Miro al hombre con calma, sin sonreír, se hizo hacia un costado invitándolo a pasar. Frank. J Wilson trabajaba en el departamento de justicia, en inteligencia hacia más de 3 años, y en la actualidad estaba detrás de las 5 familias de la mafia que operaban en Nueva York.
“Estas lista?”
“Lo estoy”
Fue por amor que acepto servir de espía, Ladoux aprovecho el talento y la belleza de la que hiciera su mujer para obtener información de los infames Alemanes. Las autoridades Francesas vieron que el plan del capitán podía ser de utilidad, hablaron inmediatamente con el director del ballet y buscaron la forma de acercarse a los oficiales de las fuerzas prusianas. Estaban presentándose en Berlín, cuando uno de los oficiales hablo con Ladoux, quien se hacía pasar por el representante del grupo. Eran sabidas las fiestas de los generales y de como gustaban de mujeres jóvenes, si eran bailarinas, del tipo que fueran, mejor. Eliza siempre se mostraba altiva, incluso delante de esos generales, cosa que ponía nervioso a todos. Pero fue así que logró distinguirse del grupo, ella no era una cualquiera, logrando que incluso ellos la respetaran. Fue en una de esas fiestas que Eliza conoció Eugen Kraemer, cónsul alemán en Amsterdam, un hombre inteligente, y que por lo visto, provisto de mucho poder. Ella rápidamente llamo su atención, y él no disimulo su entusiasmo, buscándola, hablándole dulces y atrevidas palabras. Fue a todas sus presentaciones, y le esperaba en el camerino con los más caros regalos. Eliza no veía el peligro, creía que podría sacar la información necesaria y salir libre de polvo y paja. Pero ella no sabía, quien era realmente Kraemer.
Ahora era distinto, no era por amor que se involucraba, el amor no resulto ser más que una farsa, un medio, no era nada. Era presa de la adrenalina, del riesgo de verse descubierta, de pensar que podía ser más inteligente y lo suficientemente persuasiva como salir triunfante, porque así había sido en el pasado y siempre consiguió resultados. Su nueva tarea estaba entre el público, Wilson le había advertido del evidente despilfarro que hacían los capos de la Mafia, esta vez el objetivo era la cabeza de una de las 5 familias que dominaban Nueva York. Pero la tarea no era fácil, una familia dominada por mujeres, pero con un hombre a la cabeza, algo nunca visto. Como pasaría por sobre ellas no era un tema que le preocupara, se sabía una mujer de fuertes atributos. Por Wilson sabía que él era mujeriego, y que cada una de las integrantes de su familia estaba ligadas a él por amor, y por honor. Eliza no creía en el amor, se reía de quien lo proclamara. Esto sería pan comido.
Terminada la función fue hasta su camarín, sabía que el hombre, el Capo, se presentaría a su puerta. Y así fue. La puerta sonó, se miró al espejo arreglando su bata, dejando que esta revelara buena parte de sus curvas, sonrió confiada y se dirigió a su encuentro. “Ya voy…” dijo con voz aterciopelada. Ahí estaba, unos ojos con todas las tonalidades del océano, fríos, profundos, peligrosos. Y ella quería hundirse en ellos…
Esta historia seguirá en el Foro Rosa Oscuro XD y siendo que este mes la sita Leagan esta de cumpleaños, pues voy a matar dos pájaros de un tiro muajajajajajaja
Era común entre los ricos franceses, casi una obligación, asistir una vez por semana al Opera de Paris, para presenciar un concierto de música clásica, o ver al grupo de Ballet del Opera. Y la señora Leagan no podía ser menos, no por nada formaba parte de una de las familias más importantes de Escocia y de Estados Unidos, aunque fuera solo por enlace político, pero eso no era de dominio público para ellos.
Eliza miraba su entorno fascinada, mientras su hermano se sentaba fastidiado en su butaca. Los lujosos asientos, el hermoso candelabro que iluminaba el cielo, las cortinas aterciopeladas, los dorados adornos. Sintió que este era su entorno, que aquí pertenecía, rodeada de la gente más importante, y ella era una de ellas. Su madre la miraba orgullosa, y esta le devolvió una sonrisa altiva. Se entendían sin decir nada, madre e hija. Las luces del teatro se prendían y apagaban, las personas comenzaron a tomar su posición mientras sacaban sus binoculares. De pronto, la oscuridad.
Fue amor a primera vista para Eliza, el telón se abría y con las primeras notas de música, bailarinas ataviadas en etéreas prendas que brillaban con la tenue luz que les alumbraba, bailaban al son de esta. La desconocida emoción comenzó a embargarla al punto del llanto, y era una sensación que estaba decidida a no dejar escapar. Ni bien saliendo del teatro, comenzó su propio show para convencer a su madre, ella quería bailar. De vuelta en Chicago y gracias al dinero de sus padres tuvo acceso a los mejores tutores, bailarinas francesas traídas al nuevo mundo para satisfacer los caprichos de la muchacha de rojos cabellos. A pesar de los temores de su madre, por su comportamiento engreído, vio que su hija mostraba real interés, siendo una alumna muy rigurosa y disciplinada. Rápidamente comenzó a destacar a los ojos de su profesora, por lo perfecto de sus movimientos, su interpretación de la música, con la expresión más exquisita jamás vista. Con el paso del tiempo comenzó a transformarse en una de las bailarinas más finas y elegantes.
Sarah no veía con buenos ojos el rumbo que llevaba la nueva afición de su hija, esto no era conveniente para los planes que tenía respecto de su posible futuro enlace. Pero Eliza se las arregló para convencer a su madre del prestigio que podría ganar, de la atención que podría obtener, y como esto servía a sus propósitos.
El ballet clásico aún no llegaba a los Estados Unidos, con suerte existía uno que otro musical en la insipiente Broadway, el cual no era un lugar digno para que Eliza pudiera desarrollarse. Coacciono nuevamente a sus padres para lograr que la dejaran partir a Francia junto a su profesora. La Académie Royale se transformó en su nueva casa por los siguientes años. No paso mucho tiempo para que Eliza se habituara a las costumbres parisinas, los paseos por el Sena, los gloriosos cafés al aire libre. Contrario a lo que había creído, no tuvo mucho tiempo para eventos sociales, gracias a las rigurosas clases, que drenaban toda su energía. Al cabo de un año y para su alegría, el director de la escuela vio su potencial, incorporándola en las giras del grupo de ballet. Su ritmo de vida era arduo pero era feliz, o lo fue hasta que estalló la guerra.
Paris había perdido su luz, todo era miedo y oscuridad. Intento volver a casa varias veces, pero los viajes se habían cancelado, puertos cerrados y viajar en tren era peligroso. Con suerte había logrado enviar una que otra carta para tranquilizar a sus padres.
Los ensayos se habían cancelado, la vida nocturna había muerto. Aun así, varias veces, en señal de protesta, solía pasearse por el Sena en horario de toque de queda. Fue en una de esas de esas noches que conoció al oficial Ladoux, un hombre joven de 23 años que trabaja en la inteligencia de contraespionaje francés. El joven oficial la detuvo por infringir la norma, para terminar horas después acompañándola a su departamento. Fue la segunda vez que Eliza sentía tal emoción en el pecho, la misma que despertó el ballet, y nuevamente, sin importarle los peligros que esta relación pudieran presentar, ella fue tras él.
1923, habían pasado varios años desde que dejara Estados Unidos. Sarah ya no podía reconocer a la chiquilla de sonrisa engreída y mentón altivo. Su mirada era distinta, madura, llena de muchas experiencias; pero había algo más en ella, que le impedía preguntar qué había pasado con su pequeña. Eliza no quería quedarse en la mansión, e insistía en buscar algún departamento en Nueva York cerca de Broadway. Sarah quería reusarse, pero la obstinación de su hija pudo más. “Ya no soy una niña! Soy una bailarina profesional! La mejor!” Sarah no lo podía negar, incluso en tiempos de guerra su hija fue convocada para bailar, actuando en lugares peligrosos y delante de un público, que de solo recordarlo, hacía que su alma temblara del pánico. Pero estaba aquí, de vuelta, mientras le permitiera estar cerca, le dejaría hacer lo que quisiese.
Sabía que le contactarían, era la mejor y lo sabía. No llevaba más de una semana instalada en su nuevo penthouse, gracias a sus padres, cuando la puerta comenzó a sonar. Miro fijo hacia ella, lleno sus pulmones de aire, y se dirigió con paso decidido. Miro al hombre con calma, sin sonreír, se hizo hacia un costado invitándolo a pasar. Frank. J Wilson trabajaba en el departamento de justicia, en inteligencia hacia más de 3 años, y en la actualidad estaba detrás de las 5 familias de la mafia que operaban en Nueva York.
“Estas lista?”
“Lo estoy”
Fue por amor que acepto servir de espía, Ladoux aprovecho el talento y la belleza de la que hiciera su mujer para obtener información de los infames Alemanes. Las autoridades Francesas vieron que el plan del capitán podía ser de utilidad, hablaron inmediatamente con el director del ballet y buscaron la forma de acercarse a los oficiales de las fuerzas prusianas. Estaban presentándose en Berlín, cuando uno de los oficiales hablo con Ladoux, quien se hacía pasar por el representante del grupo. Eran sabidas las fiestas de los generales y de como gustaban de mujeres jóvenes, si eran bailarinas, del tipo que fueran, mejor. Eliza siempre se mostraba altiva, incluso delante de esos generales, cosa que ponía nervioso a todos. Pero fue así que logró distinguirse del grupo, ella no era una cualquiera, logrando que incluso ellos la respetaran. Fue en una de esas fiestas que Eliza conoció Eugen Kraemer, cónsul alemán en Amsterdam, un hombre inteligente, y que por lo visto, provisto de mucho poder. Ella rápidamente llamo su atención, y él no disimulo su entusiasmo, buscándola, hablándole dulces y atrevidas palabras. Fue a todas sus presentaciones, y le esperaba en el camerino con los más caros regalos. Eliza no veía el peligro, creía que podría sacar la información necesaria y salir libre de polvo y paja. Pero ella no sabía, quien era realmente Kraemer.
Ahora era distinto, no era por amor que se involucraba, el amor no resulto ser más que una farsa, un medio, no era nada. Era presa de la adrenalina, del riesgo de verse descubierta, de pensar que podía ser más inteligente y lo suficientemente persuasiva como salir triunfante, porque así había sido en el pasado y siempre consiguió resultados. Su nueva tarea estaba entre el público, Wilson le había advertido del evidente despilfarro que hacían los capos de la Mafia, esta vez el objetivo era la cabeza de una de las 5 familias que dominaban Nueva York. Pero la tarea no era fácil, una familia dominada por mujeres, pero con un hombre a la cabeza, algo nunca visto. Como pasaría por sobre ellas no era un tema que le preocupara, se sabía una mujer de fuertes atributos. Por Wilson sabía que él era mujeriego, y que cada una de las integrantes de su familia estaba ligadas a él por amor, y por honor. Eliza no creía en el amor, se reía de quien lo proclamara. Esto sería pan comido.
Terminada la función fue hasta su camarín, sabía que el hombre, el Capo, se presentaría a su puerta. Y así fue. La puerta sonó, se miró al espejo arreglando su bata, dejando que esta revelara buena parte de sus curvas, sonrió confiada y se dirigió a su encuentro. “Ya voy…” dijo con voz aterciopelada. Ahí estaba, unos ojos con todas las tonalidades del océano, fríos, profundos, peligrosos. Y ella quería hundirse en ellos…
Esta historia seguirá en el Foro Rosa Oscuro XD y siendo que este mes la sita Leagan esta de cumpleaños, pues voy a matar dos pájaros de un tiro muajajajajajaja
Última edición por cilenita79 el Miér Feb 21, 2018 9:45 pm, editado 1 vez
