¿Que si me quita el sueño? Sí
¿Qué más puedo decir?
Les dejo,
¿Qué más puedo decir?
Les dejo,

La magia del color
En el principio era Neil Legan
y Neil Legan no tenía color.
Llegándose a la orilla del cielo,
contempló ríos y lagos,
cielo y montañas.
Los miles de pájaros
que la tierra poblaban
y, viéndose a sí mismo,
comprendió que en él,
esa magia no obraba.
Sentado a la orilla del cielo
no veía sus piernas
colgar en el vacío,
Neil Legan lloró y
sus lágrimas crearon
con la brillante luz del sol
un arcoiris cuajado de rocío.
Desesperado intentó
mirarse a sí mismo
pero sólo pudo contemplar
lo que había detrás de sí mismo.
¡Èl quería tener color!
¡No sentirse perdido en el abismo!
Lanzose en picada al arcoiris
pero ni el violeta ni el rojo
ni el verde ni el azul
removieron de él el odiado cerrojo.
Vagó por el cielo y
se desplomó
en nubes naranjas al atardecer
y desolado se sintió
cuando comprobó
que a sí mismo no se podía ver.
Corrió hacia la luna
que grande y plateada
pintaba la noche
de esplendor argentado
y ella llorando su mala fortuna
lo vio irse fracasado.
Mojándose el dedo
se fue para el sol
y dando un respingo
con gesto coqueto
su tibio turrón probó.
El sol desolado
mirándolo quieto
muy pequeño se sintió.
No había modo
ni girándose completo
de darle un poquito de color.
Sintiéndose Neil, acalorado,
en picada descendió
y como una flecha
en el océano se sumergió
rodeado de azules y verdes turquesa
a la superficie él emergió
màs viéndose, desalentado,
una vez más comprendió
que el inmenso océano
su magia le negó.
Un cosquilleo
pequeño y tenaz
caminaba por él sin ningún pudor;
su cabeza era el hogar
de un precioso ruiseñor;
en un murmullo le susurró
si de su color él podía tomar
y él ruiseñor respondió
en ti mi magia no puedo obrar.
Lágrimas ya no le quedaban,
los colores a él le negaban,
cabizbajo sentado a la orilla del cielo,
una pequeña voz a sus oídos llegaba.
¡Pero chiquito de mi corazón
tu color será el mismo que el del caramelo!