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Habiendo contado sí con un buen temporal, en casi seis días se veía, —a corta distancia—, la costa de Liverpool, en sí, el puerto, punto medio entre Londres y Edimburgo.
Porque alrededor de trescientas millas era el recorrido, ya fuere para ir hacia el norte o hacia el sur, Terruce y compañía, una vez que desembarcaran, al menos él hacia la Villa Granchester se dirigiría, ya que ahí, se llevaría a cabo la dichosa ceremonia a la que no podía faltar.
Bueno, no podía hacerlo debido a que, al ser ahora la cabeza de su familia, a él le correspondía entregar en matrimonio a su hermana menor, mujercita que, a través de los años, su delgada figura le ayudara a conseguir, —eso sí, un poco tarde—, un buen marido.
La madre de ella, entre sus hijos y torturando al pobre Richard, seguía negando que Terruce fuera el heredero de los Granchester; sin embargo, decirlo afuera, sabía el precio que le cobrarían al haber sido requerida la presencia del castaño y nombrado por el mismo Rey, quien se lo dejara muy en claro a la señora esposa del anterior duque. Además, de que Terry, también con los años, todavía sabía defenderse y, nada bien le iba a la infeliz mujer que era lo que más le molestaba: ser totalmente humillada por él al tener que obedecer todos y cada uno de sus mandatos.
Como ese, el de realizar la ceremonia en Edimburgo debido a la débil salud de su padre que no era favorable para él el viajar aproximadamente diez horas a Londres.
Precisamente por ese tiempo de viaje, los invitados a la boda ya habían empezado a hacer su arribo.
Cuando Terruce lo hizo, lo primero en hacer fue dirigirse a los aposentos de su enfermo padre y, ver per sé el que estuviera bien.
Decir que la relación entre ellos los había convertido en los mejores camaradas, no; sin embargo, el canoso y delgado hombre era parte de la obligación del castaño que, si a éste, al principio le costó olvidar todo lo vivido y padecido a su lado, al verlo tan desmejorado, comenzó a llevar a cabo el periodo de perdonarse; además, era su padre, no cualquier persona que le diera igual a pesar de que Richard lo creyó así de Candice.
Pero justamente eso, el hecho de que Terruce aceptara regresar a casa, hacerse responsable de su cargo y el cuidar de su persona, mantenía a Richard con vida; y en su gesto facial se notó, una vez que se le anunciara que su primogénito había llegado.
El hombre que lo atendía lo ayudó a sentarse, encontrándolo así Terry y facilitándole un abrazo, un beso en la frente y un apretón de manos, afectos que hacían llorar al delicado ser, y que eran limpiados por el otro, acompañados de un regaño:
— Si vas a seguir llorando cada vez que te salude, lo dejaré de hacer. Sabes que no es recomendable que hagas sentimiento.
— Es que… me pone muy feliz cada vez que te veo — ¿acaso un amor que lo representaba él? —, pero no me hagas caso, hijo, y mejor cuéntame, ¿cómo te fue?
— Bien — contestó Terry. — Arreglé lo que tenía que hacer en el tiempo que se hubo programado.
— Entonces, ¿no tuviste ningún contratiempo?
— Ninguno en lo absoluto — dijo Terry para observar lo siguiente: — Ya veo a algunos de los invitados por los alrededores.
— Sí, comenzaron a llegar desde hace tres días. Tu hermana está loquísima y…
— ¡Ay, finalmente llegaste!
Precisamente la mencionada, incluso avisada de su llegada, se asomó por la habitación y los interrumpió para ir adonde su hermano, tomarlo de la mano y jalarlo con el afán de mostrarle algo.
— ¡¿Y por qué tengo que verlo yo?! — Terruce se quejó soltándose.
— ¡Porque no es el vestido que pedí! — gritó la futura a esposar, respondiendo lo siguiente don sarcasmo:
— ¿Y qué pretendes que haga? ¿Qué te confeccione uno? Dame unos minutos e iré a ver a los artesanos y que te forren con puro tartán.
— ¡Terruce, no te burles!
— Entonces, Bridget, ¿qué más da el vestido que te hayan mandado?
— ¡Pero no es justo! En esto no invertí mi tiempo a lado del modisto. Nos esmeramos los dos en el diseño, así que, anda, manda una carta y reclámales. Me caso en dos días ¡y no voy a ponerme eso! ¡Deberías verlo!
— ¿Por qué no se lo pides a tu futuro esposo? Quizá a él le guste y…
— ¡Es tu obligación, Duque de Granchester! — la media hermana posó en jarras. — ¿O acaso vas a permitir que te estafen? ¿Ya se te olvidó lo que pagaste por ello?
— ¡Demonios! ¡Qué… castigo es este! — espetó el actual duque, saliendo la hermana de ahí y diciendo el padre:
— Pero ciertamente tiene razón.
— ¿Tú ya lo viste? — Terruce preguntó, contestando Richard:
— No, apenas dejé la cama.
— Bueno, entonces vuelve a ella para que puedas estar, si no en la ceremonia de tu hija, en el brindis.
— Claro que sí, hijo, y… gracias. Sé lo difícil que ha sido lidiar con ellos y…
— Está bien, padre, a todo se acostumbra uno.
— Tú… a tu soledad, ¿cierto?
— Pero he hecho muy buena amistad con ella. Ahora te dejo, voy a ver el dichoso vestidito, y dependiendo de eso… ¡pensé que aprovecharía estos días para descansar antes de volver a Londres!
Las últimas diez palabras, Terruce las pronunció quejosamente ya yendo en la búsqueda de la puerta.
Afuera, y a mitad del pasillo, Bridget lo esperaba indicándole por el acceso que tenía de frente: el objetivo en comento.
Junto a ello, estaba la madrastra del duque que ni siquiera saludó ni miró, sino al vestido que, para él, tenía el menor de los defectos, de hecho, hasta le gustó y ¿la mente volvió a traicionarlo al imaginársela a ella con algo similar?
— ¡Maldición, no! — despotricó el castaño, creyendo su hermana que:
— ¿Verdad que está horrible?
— ¡No, tú lo eres!
— ¡Terruce! — nombraron dos, diciéndose él, conforme salía nuevamente molesto,
— ¡No, no, no! ¡No te dejaré volver! En un ayer, me costó mantenerte alejada de mí; y repito: no permitiré que vuelvas a atormentarme.
Dando zancadas largas y rápidas, a su habitación que, yacía hasta el fondo de otro pasillo al doblar la izquierda, se dirigió para cambiarse de ropas y salir nuevamente a toda prisa en busca de algún caballo que lo transportara veloz a cualquier lado, disipando con su recorrido su malestar y de paso visitar a su amigo Mark.
Pero en lo que Terruce, ya en Edimburgo hacía lo mencionado, en Londres, Rufus y comitiva llegaba a la residencia de su verdadero jefe: el ministro de hacienda, el cual, por ser un invitado del duque, en casa se preparaba para viajar allá.
Sin embargo, y debido a la estima en que se tenía al castaño, el jefe de guardias de seguridad, a pesar de haberse reportado con antelación, solicitaba del canciller unos momentos de su atención.
Invitado a pasar al despacho, allá entre amigos se comentaba lo sucedido en Nueva York. Posteriormente de relatado un específico evento:
— ¡¿Enamorado?! — expresó el elegante visitado ofreciendo un trago a Rufus quien, mientras rechazaba lo ofrecido, decía:
— Sí; enamorado de una americana. Bonita ella, y que no viajara con él porque tuvo un percance; un percance que el Duque todavía desconoce.
— ¿Y por qué no se lo has dicho? Tuviste tiempo de hacerlo.
— Porque si persona reservada y especial lo considerábamos, durante el viaje, luego de esos dos días de inconsciencia que le reporté, despertó un ser imposible de tratar. Con decirle que… — arremangando su camina, el guardia mostró una herida que Terruce le hiciera en las dichosas prácticas de esgrima.
— ¿Tanto así lo domina que no te dejó hablar? — comentó el ministro sonriendo burlonamente.
— Sin embargo, él pelea más por dominarse así mismo por no querer sentir más por ella.
— Pero si ella no llegó, tal vez ese percance haya sido porque no lo quiera, y por eso Terruce está como está.
— Hasta eso me consta que ella sí le tiene afecto.
— Siendo así, es una situación bastante interesante, pero, ¿qué quieres hacer al respecto?
— Me comuniqué con la señorita White. Ese día que sí estaba dispuesta a venir con nosotros, a la hora de partir hacia el muelle, una persona los agredió incendiándolos.
— ¿Ella está bien?
— Sí, lo está. El afectado fue su padre adoptivo.
— Huérfana.
— Señor, si al Duque no le importó…
— Rufus, no se te olvide que él hoy tiene otra posición, sin embargo, ¿qué pides? — preguntó el señor ministro.
— Que su señora esposa hable con él.
— ¿Con quién y de qué, Rufus?
— Milady — el guardia se puso de pie para saludarla reverencialmente.
— Vuelva a su asiento, por favor. Me disculpo por la intromisión; sólo venía a ofrecerles un poco de té.
— Se lo agradezco, pero…
— Estamos hablando de un caso que te sorprenderá, querida Anne — habló el esposo. — Resulta que nuestro Terruce… está enamorado y nosotros sin saberlo.
— ¡¿Lo está?! — la dama mostró verdadera sorpresa. — ¿Y de quién?
— Una señorita americana que, en sí, es doctora de profesión.
— Oh vaya. En fin, el liberalismo americano.
— Aun así, es una mujer…
— ¿Cuándo la conoció? — se quiso saber.
— De hecho, creo que tienen un historial desde el colegio.
— Bueno, entonces aprovechando que iremos hacia él, me encargaré de investigar; y si efectivamente él tiene sentimientos… no nos quedará de otra más que ayudarlo.
La señora Chamberlain miró a su esposo, el cual, conociendo de sobra protocolos y demás, sí, primero tenían que saberlo de él para después comunicarlo al Rey y éste resolviera. Por ende, el canciller asintió con la cabeza; y su esposa salió para apresurar el empaque y viajar a Edimburgo en ese mismo rato, para que a la hora en que aparecieran los primeros rayos de sol del siguiente día…
Madrugador como había venido siendo últimamente, a Terruce ya se le veía, incluso presentable, en la mesa del comedor degustando un plato de cereal y jugo de naranja.
Con el periódico de la mañana, llegaba un alto Mark quien también hacía entrega de sus quesos. Su madre Catherine seguía haciéndose cargo de la Villa Granchester y era la que aparecía por el lugar para anunciarle al noble tenía visitas.
Dejado su alimento y la servilleta luego de haber limpiado las comisuras de sus labios, Terry salió al encuentro, sorprendiéndole que la única persona que saliera de ese vehículo estacionado afuera de su propiedad, fuera precisamente la bien vestida esposa del ministro, de quien por supuesto quisieron saber:
— Como llegamos de madrugada, dijo que él se quedaría en cama otro rato. Yo lo aproveché para ir a la ciudad, sin embargo, me urgía verte.
— Porque también tenía deseos de verla… —, un dorso fue besado caballerosamente, — me alegra que esté aquí y a la vez me intriga saber qué cosa será lo urgente.
— ¿Candice White?
— ¿Candice? — repitió Terry al no habérsele ocultado el dato; dato que también él quiso saber: — ¿Usted cómo…? Oh, ya entiendo — aseveró el castaño. — Rufus, ¿verdad?
— Él únicamente está consternado por ti; y ya que me contó, por supuesto, me preocupó a mí. ¿Cómo es posible que, en tanto tiempo de tratarnos, no me hablaras de ella? Creí que éramos amigos — se le reprochó.
— Y lo somos — afirmó él, — solo que ella…
— ¿Tanto duele?
— Doler… es poco.
— ¿Quieres platicarme?
— Siempre y cuando, acepte dar un paseo conmigo.
— Aprovechemos ahora que no está mi marido, y escapémonos adonde tú quieras.
Terry sonrió ante lo que era una broma de la dama que, en sí, para él representaba: la madre que, pese a reconciliarse, nunca tuvo ni estuvo a su lado.
Y justamente de ahí, el castaño comenzó a contar su historia: de aquella noche en que fuera a Nueva York en busca de esa persona; y en donde a su regreso, con el corazón más que lastimado al haber sido rechazado por la misma…. la conociera; continuando con lo que sería el inicio de su romance: el colegio; ese lugar por donde caminando Terruce iba señalando punto por punto cada uno de sus encuentros; la dichosa trampa que generara una expulsión; la razón sacrificada de dejarla por primera vez, y concluyendo con la segunda con todo lo que implicaba: su caída como actor, su nuevo enderezo, su logro cumplido, la muerte de Susana y…
— A partir de mi vuelta a Londres usted sabe lo que ha sido y…
— ¿Qué sucedió esta vez en Nueva York? — preguntó la dama, mirando ambos hacia el lago que tenían enfrente.
— Que, luego de haber luchado por considerarme primero, volví a verla, y todo lo trabajado se fue por la borda.
— ¿Sabes que tuvo razón por no venir contigo?
— Me lo imagino.
— ¡¿Y lo dices así?! — la aristócrata lo miró con sobresalto; en cambio, con estima, él decía:
— Lady Anne, a pesar de los años sin verla, con los escasos aprendí a conocerla. Ella a todo le da su amor. Y supe que el de las mujeres que la criaron…
— ¿Pesaría más sobre el tuyo?
— Me engañé al creer que sí vendría conmigo.
— Entonces… tienes que saber por qué no.
— La escucho.
— Rufus, sin tu permiso, se comunicó con ella… fue atentada junto a su padre ese mismo día que partieras de Nueva York.
— Atentada, ¿cómo? — preguntó Terruce, ya que, acorde a Allyson, ella haría nada si él aceptaba traerla consigo.
— Según Rufus, por la ventanilla de ella les lanzaron una botella en llamas.
— Pero ella está bien — afirmó el castaño para que así fuera.
— Sí, no le pasó nada; de hecho, tampoco a su acompañante. Solo quemaduras leves que por supuesto…
— ¿Ahora se da cuenta lo que le digo, Lady Anne?
— ¿Sobre el amor que le da a los demás?
— … sin importarle anteponer su propia felicidad.
— Terruce…
— Agradezco mucho que me escuchara.
— ¿Qué piensas hacer?
— Por el momento, regresar para llevarla a su casa. Estarán preocupados por usted.
— No, porque este fue el propósito de adelantar el viaje. ¿Cómo podemos ayudarte, hijo?
— Lo ha hecho prestándome atención, y le aseguro que me siento bien.
— ¿Te comunicarás con ella?
— No por el momento, sino a mi regreso de la India. El Rey nos invitó, a su esposo, a mí y a otras, a sus famosos cacerías mayores y…
— Es cierto, lo había olvidado — dijo la dama.
— Pero no se preocupe por mí — pidió un sonriente Terruce; y ella, cariñosa le diría:
— Es toda obligación de madre, hijo,
— Y se lo aprecio, pero… quiero dejar pasar un tiempo, además…
— El ministro hará lo mejor de sí para ayudarte y te puedas casar.
— Primero deje conseguir a la novia — bromeó el castaño, asegurándole la mujer:
— Esa ya la tienes, solo es cuestión de que ella…
… convencida por Albert, planearan el sí viajar a Escocia; y es que Andrew necesitaba reunirse con su consejo para decidir cómo actuar ante lo que se le presentaría en poco tiempo.
Como regla general, otorgo los debidos créditos a las autoras correspondientes, siéndolo yo de la idea compartida.
Noble Responsability Capítulo 20
Última edición por Citlalli Quetzalli el Mar Abr 28, 2020 1:05 am, editado 1 vez
lady te sigo
Bueno Terry se ganó otra madre 
bien por el, pero y que pasará con Candy, y es que si desespera, porque primero va el bien estar de otros, antes que el de ella. ¡Gracias por el capítulo! 
Me desespera. 
gracias Lady 
