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EL VESTIDO ROSA
-¿Bailamos Anthony?
Esa simple pregunta se había vuelto costumbre obligada, desde que sus padres comenzaron a llevarla a las fiestas que organizaba Elroy Andrew en su gran mansión blanca de Lakewood.
Y el jovencito accedía, siempre con una ligera sonrisa cortés y amable; se deslizaba con su pequeña prima al son de la música… ¡y nada más!
Una vez terminada la melodía, cada uno volvía a su rincón, sin siquiera una conversación.
Y es que ella no se daba cuenta; o no quería darse cuenta, de que se estaba enamorando sola de un imposible.
Eliza Leagan, se había prendado de su pariente político; Anthony Brown, desde que le había visto por primera vez.
Ella tendría unos ocho años quizá, y él, siquiera diez. Eran dos niños pequeños pero ella supo, solo al verlo, que ella debía convertirse en su esposa algún día.
Cuando cumplió 10 años, se lo comentó a su madre.
Sarah Leagan, no estaba muy convencida de que algo como eso llegara a darse pero, igual y quién sabe. La vida tiene una manera de voltearse a veces…
- Bien hija, si eso quieres, entonces debes ser una niña muy bien educada…- le decía su madre – elegante y sofisticada ¡muy refinada! La madre de Anthony era una mujer finísima; con una cultura y unos modales como pocas damas consiguen tener ¡y elegante como ella sola! No creo que su hijo aceptara a su lado a una mujer que no fuera como su madre. A los hombres les gustan esas cosas; siempre escogen a una mujer que se parezca a su madre.
Eliza, se quedó con esa conversación en la mente; y desde ese día se dedicó en cuerpo y alma a convertirse en la dama educada, culta y refinada, que necesitaba ser para poder enamorar a Anthony.
Los tutores comenzaron a desfilar por la Mansión Leagan.
Aparte del tutor que les daba las clases normales a los hermanos, y que se iba antes de la hora del almuerzo; a las 3 pm llegaba el profesor de francés, a las 5 venía el de italiano. Por las noches, repasaba los clásicos ¡Homero, Shakespeare, Ovidio…! Le daba la madrugada leyéndolos; y no era porque le encantaran… la triste verdad es que poco los entendía; la tardanza era porque siempre que leía un clásico, debía tener un diccionario al lado; así cada noche avanzaba dos o tres páginas, porque era más lo que consultaba que lo que leía.
Pero no importaba, tampoco estaría del todo mal, extender un poco su conocimiento del idioma ¿no?
Los jueves a las 2 pm, venía la maestra de baile; y a las 5 el de piano.
Los viernes, venía el de canto lírico, y los sábados repasaba con su madre la etiqueta de mesa y los modales en general.
Cuando cumpliera 16 años, su madre le había ofrecido contratar un sommelier para que le enseñara a catar vinos. Ahora mismo no se podía, pues aún era demasiado joven para beber.
Eliza pasaba ocupada todo el día; y era tanto lo que debía aprender que dormía poco y comía menos.
Pero no importaba; había leído en una revista que la moda era ser muy delgada, y la piel pálida era casi una obligación en los círculos franceses.
Delgada y pálida ¡estaba hecho!
Así que ella esperaba que pronto su primo se fijara en ella, porque estaba muy guapa y estaba convirtiéndose en una mujer hermosa, elegante y educada, como su madre.
Cuando su padre la vio, a tan corta edad ocupada de menesteres tan frívolos e inadecuados para ella; se lo reclamó a su madre…
- ¡A su edad yo ya hablaba francés, bailaba vals perfectamente e interpretaba muy bien en el violín!
- ¿¡Y de qué te sirve todo eso!? – preguntó el marido – Dime de qué le va a servir todo eso a ella. Ni siquiera vamos a suficientes bailes como para que lo luzca ¡Déjala ser niña, Sarah!
- ¡Si quieres que se case bien casada, debemos prepararla para formar parte de nuestro círculo de manera acertada! – respondía ella – Las mujeres deslucidas y sin modales, no atraen maridos de buena posición.
Su hija era una niña que acababa de cumplir 12 años apenas ¡Tendría que salir a jugar! No estar encerrada todo el día en la casa aprendiendo cosas que ni siquiera le van a servir.
Estaba bien que aprendiera a bailar, estaba bien que aprendiera a tocar piano, y estaba bien que aprendiera a hablar francés ¡Pero no tenía que metérselo todo dentro de una sola vez! Tenía la vida entera por delante para seguir aprendiendo ¿Cuál era la prisa? ¿Cuál era la prisa de obligar a crecer a Eliza de manera tan acelerada?
El padre de Eliza, buscaba una solución para poder hacer que su hija viviera como tenía que hacerlo a su edad; y su madre no terminara convirtiéndola en una muñequita de aparador, frívola y sin sentimientos; pero poco sabía él, que el daño ya había sido hecho.
El Sr. Leagan había escuchado suficiente; y mientras veía a su hija palidecer con marcadas ojeras, mientras sufría con unas notas que no le salían en el piano; tuvo una idea.
Un día de abril, llegó aquella niña rubia y pecosa que, solo con que Eliza alcanzara a vislumbrarla ¡la odió!
Su hermano, no entendía por qué razón su hermana quería jugarle una broma tan pesada a la niña que, supuestamente, llegaba a casa a hacerle compañía; pero la apoyó de todas maneras; porque igual era divertido hacer sufrir a los incautos.
¡Eliza no quería ninguna niña a su lado! No necesitaba ningún tipo de compañía.
¿Y qué si era la única niña de la familia? ¡Pues mejor! ¿Qué tenía de malo?
Ella era la muñequita ¡la princesita!
Rodeada de primos guapos… y su hermano, claro; siendo la delicia de tíos, tías y abuelos diversos.
Lo cierto es que Eliza, por linda, talentosa y elegante; todo eso sumado al hecho de ser la única niña, tenía la atención de toda su familia… de todos, excepto de Anthony, que a más de ser todo un caballerito con ella, y hacerle llegar muy cortésmente cada cierto tiempo, un ramo de sus más bonitas rosas que la hacían soñar; no hacía por ella nada más.
Ella ya sabía que hacer venir a la niña esta ¡a la huerfanita esta! No era para nada buena idea.
¡Su propio padre estaba aguándole su futuro! Un futuro, no muy lejano, claro; donde ella se veía siendo la flamante y elegante señora de Anthony Brown… pero qué va; ella no se daba fiel cuenta de que, si el chico le decía la hora si ella preguntaba, era por mera cortesía.
Y ahora esto.
Si ella lo hubiera sabido ¡un tacho de agua hirviendo es lo que le hubiera echado encima a la huerfanita esta!
Pero ¿¡Qué es lo que le ven!? Fea, pecosa, despeinada, harapienta ¡Vamos, que hasta gordita estaba!
¿¡Y encima van y la adoptan!? Pero… pero… ¿Y todo lo que ella había hecho, qué?
Ella era la única niña de la familia ¡La única! Y eso no podía cambiar, al menos ¡No así!
¿Acaso ella sabía bailar? ¿Sabía cantar? ¿Sabía tocar el piano, o sabía quiénes eran Shakespeare, Charlotte Brontë, Ovidio…? No, no lo sabía
¡Si a duras penas tenía que saber leer, la muy andrajosa!
Si iba a tener una rival robándole la atención de la familia, que al menos fuera alguien que valiera la pena ¡No esa!
Mañana habría un gran evento en la mansión Andrew… bueno, la verdad para ella era una estupidez.
Nada, la presentación de la huérfana a todos los familiares.
Para ella ¡Una verdadera pérdida de tiempo! Porque además ¿quién va a aceptarla como parte de la familia?
Era solo que llegara la hora de la cena, para que la vieran intentando cortar un bistec con la orilla de una cuchara, y ella solita iba a colgarse la cabeza con la familia ¡seguro que sí!
Pero ella iba a ganarle ¡Oh sí! No solamente iba a ser la más educada y la más refinada; además ¡Sería la más elegante!
Había mandado a elaborarse un vestido magnífico; en un rosa pálido divino, color que le favorecía demasiado; así lo constató cuando llegó la modista a entregarle el vestido y se lo probara de inmediato.
¡Se veía preciosa! Y ya se imaginaba ella bailando en brazos de su apuesto primo.
- ¿Bailamos, Anthony?- dijo frente al espejo, extendiendo su mano y haciendo una ligera reverencia para, después, hacer la mímica como que bailaba con alguien mientras tarareaba un vals.
El mismo Neil se quedó boquiabierto perdiendo el aliento cuando entró a la habitación y la vio con aquello vestido. ¡Es que hasta se había sonrojado!
Así de bella se veía.
Se miró al espejo de cuerpo entero de su habitación, sonriendo y dando vueltas sobre sí misma, viendo cómo la vaporosa falda se elevaba, soltando ligeros destellos de los minúsculos diamantes de fantasía que tenía cosidos a todo el ruedo.
Sí ¡con eso, él no podría negarse! Y luego lo enamoraría con su modo de bailar.
Anthony bailaba muy bien ¡ella sería una mariposa entre sus brazos!
Salió al balcón de su habitación, sin poder dejar de acariciar la delicada tela que la cubría.
Alcanzó a escuchar los cascos de un caballo y a lo lejos, a la luz de la luna que todo lo bañaba, logró ver a Anthony sobre su caballo, galopando velozmente… llevando a Candy en su regazo.
El gesto de Eliza se amargó un instante y frunció el ceño… No, ella no lo echaría a perder esta vez.
Durante la cabalgata y la cacería del zorro, ella haría de todo para estar junto a Anthony, y después, en la gran cena ¡sería ella quien brillaría!
Se sentía completamente segura de que conquistaría a su primo; sí, y sería como en las novelas rosa que leía a veces.
¡Ya lo había decido! En cuanto tuviera la oportunidad, en el primer momento que estuvieran alejados del resto, a solas ¡Le robaría un beso!
Se casarían apenas tuvieran la edad; quizá cuando ella tuviera 16 y él 18, les dejarían… ¡Ay es que hasta se le retorcía el estómago de emoción!
Y su vestido de novia ¡Iba a ser precioso!
Tanto como el que llevaba puesto ahora… No, más ¡Muchísimo más! Con la falda más amplia y una cola muy larga; y los diamantes del ruedo no serían de fantasìa esta vez ¡Serían auténticos! Y tendría perlas en el escote, y una tiara de brillantes y un velo laaaaaaaargo…
¡Se le cortaba el aliento sólo de pensarlo! Pero lo había decidido; lo haría, y seguro que con ese beso, y con su belleza de esa noche, Anthony quedaría rendido a sus pies, y no volvería a mirar a la huérfana esa jamás.
Bien, en algo ella tenía razón: después de esa noche, Anthony no volvería a mirar a Candy.
Eliza se miró al espejo por última vez; y luego, con mucho cuidado se retiró el hermoso vestido.
Lo dobló con mucho mimo, acariciando por última vez el ruedo bordado de diamantes fantasía. Lo envolvió en el papel de seda y lo puso en la caja en la que había venido; para después, guardarlo dentro de su baúl.
Apagó la luz de su cuarto, y se acostó a dormir sonriendo; soñado con la noche de mañana, y con el futuro ¡Un futuro hermoso! Donde ella era la feliz esposa de un Anthony absolutamente enamorado de ella, teniendo niños y niñas rubios que tocarían el piano y hablarían francés; y sin pecosas andrajosas a la vista.
Lejos estaba ella de imaginar que sus planes no estarían ni cerca de concretarse en ningún momento; que a la noche siguiente, en lugar de una gran cena; una desgracia lo cambiaría todo; que era un sencillo vestido negro lo que tendría que obligarse a usar, y que aquel hermoso vestido rosa terminaría apolillándose dentro de ese mismo baúl, sin haber llegado a ser usado jamás…
Gracias por leer...
Esa simple pregunta se había vuelto costumbre obligada, desde que sus padres comenzaron a llevarla a las fiestas que organizaba Elroy Andrew en su gran mansión blanca de Lakewood.
Y el jovencito accedía, siempre con una ligera sonrisa cortés y amable; se deslizaba con su pequeña prima al son de la música… ¡y nada más!
Una vez terminada la melodía, cada uno volvía a su rincón, sin siquiera una conversación.
Y es que ella no se daba cuenta; o no quería darse cuenta, de que se estaba enamorando sola de un imposible.
Eliza Leagan, se había prendado de su pariente político; Anthony Brown, desde que le había visto por primera vez.
Ella tendría unos ocho años quizá, y él, siquiera diez. Eran dos niños pequeños pero ella supo, solo al verlo, que ella debía convertirse en su esposa algún día.
Cuando cumplió 10 años, se lo comentó a su madre.
Sarah Leagan, no estaba muy convencida de que algo como eso llegara a darse pero, igual y quién sabe. La vida tiene una manera de voltearse a veces…
- Bien hija, si eso quieres, entonces debes ser una niña muy bien educada…- le decía su madre – elegante y sofisticada ¡muy refinada! La madre de Anthony era una mujer finísima; con una cultura y unos modales como pocas damas consiguen tener ¡y elegante como ella sola! No creo que su hijo aceptara a su lado a una mujer que no fuera como su madre. A los hombres les gustan esas cosas; siempre escogen a una mujer que se parezca a su madre.
Eliza, se quedó con esa conversación en la mente; y desde ese día se dedicó en cuerpo y alma a convertirse en la dama educada, culta y refinada, que necesitaba ser para poder enamorar a Anthony.
Los tutores comenzaron a desfilar por la Mansión Leagan.
Aparte del tutor que les daba las clases normales a los hermanos, y que se iba antes de la hora del almuerzo; a las 3 pm llegaba el profesor de francés, a las 5 venía el de italiano. Por las noches, repasaba los clásicos ¡Homero, Shakespeare, Ovidio…! Le daba la madrugada leyéndolos; y no era porque le encantaran… la triste verdad es que poco los entendía; la tardanza era porque siempre que leía un clásico, debía tener un diccionario al lado; así cada noche avanzaba dos o tres páginas, porque era más lo que consultaba que lo que leía.
Pero no importaba, tampoco estaría del todo mal, extender un poco su conocimiento del idioma ¿no?
Los jueves a las 2 pm, venía la maestra de baile; y a las 5 el de piano.
Los viernes, venía el de canto lírico, y los sábados repasaba con su madre la etiqueta de mesa y los modales en general.
Cuando cumpliera 16 años, su madre le había ofrecido contratar un sommelier para que le enseñara a catar vinos. Ahora mismo no se podía, pues aún era demasiado joven para beber.
Eliza pasaba ocupada todo el día; y era tanto lo que debía aprender que dormía poco y comía menos.
Pero no importaba; había leído en una revista que la moda era ser muy delgada, y la piel pálida era casi una obligación en los círculos franceses.
Delgada y pálida ¡estaba hecho!
Así que ella esperaba que pronto su primo se fijara en ella, porque estaba muy guapa y estaba convirtiéndose en una mujer hermosa, elegante y educada, como su madre.
Cuando su padre la vio, a tan corta edad ocupada de menesteres tan frívolos e inadecuados para ella; se lo reclamó a su madre…
- ¡A su edad yo ya hablaba francés, bailaba vals perfectamente e interpretaba muy bien en el violín!
- ¿¡Y de qué te sirve todo eso!? – preguntó el marido – Dime de qué le va a servir todo eso a ella. Ni siquiera vamos a suficientes bailes como para que lo luzca ¡Déjala ser niña, Sarah!
- ¡Si quieres que se case bien casada, debemos prepararla para formar parte de nuestro círculo de manera acertada! – respondía ella – Las mujeres deslucidas y sin modales, no atraen maridos de buena posición.
Su hija era una niña que acababa de cumplir 12 años apenas ¡Tendría que salir a jugar! No estar encerrada todo el día en la casa aprendiendo cosas que ni siquiera le van a servir.
Estaba bien que aprendiera a bailar, estaba bien que aprendiera a tocar piano, y estaba bien que aprendiera a hablar francés ¡Pero no tenía que metérselo todo dentro de una sola vez! Tenía la vida entera por delante para seguir aprendiendo ¿Cuál era la prisa? ¿Cuál era la prisa de obligar a crecer a Eliza de manera tan acelerada?
El padre de Eliza, buscaba una solución para poder hacer que su hija viviera como tenía que hacerlo a su edad; y su madre no terminara convirtiéndola en una muñequita de aparador, frívola y sin sentimientos; pero poco sabía él, que el daño ya había sido hecho.
El Sr. Leagan había escuchado suficiente; y mientras veía a su hija palidecer con marcadas ojeras, mientras sufría con unas notas que no le salían en el piano; tuvo una idea.
Un día de abril, llegó aquella niña rubia y pecosa que, solo con que Eliza alcanzara a vislumbrarla ¡la odió!
Su hermano, no entendía por qué razón su hermana quería jugarle una broma tan pesada a la niña que, supuestamente, llegaba a casa a hacerle compañía; pero la apoyó de todas maneras; porque igual era divertido hacer sufrir a los incautos.
¡Eliza no quería ninguna niña a su lado! No necesitaba ningún tipo de compañía.
¿Y qué si era la única niña de la familia? ¡Pues mejor! ¿Qué tenía de malo?
Ella era la muñequita ¡la princesita!
Rodeada de primos guapos… y su hermano, claro; siendo la delicia de tíos, tías y abuelos diversos.
Lo cierto es que Eliza, por linda, talentosa y elegante; todo eso sumado al hecho de ser la única niña, tenía la atención de toda su familia… de todos, excepto de Anthony, que a más de ser todo un caballerito con ella, y hacerle llegar muy cortésmente cada cierto tiempo, un ramo de sus más bonitas rosas que la hacían soñar; no hacía por ella nada más.
Ella ya sabía que hacer venir a la niña esta ¡a la huerfanita esta! No era para nada buena idea.
¡Su propio padre estaba aguándole su futuro! Un futuro, no muy lejano, claro; donde ella se veía siendo la flamante y elegante señora de Anthony Brown… pero qué va; ella no se daba fiel cuenta de que, si el chico le decía la hora si ella preguntaba, era por mera cortesía.
Y ahora esto.
Si ella lo hubiera sabido ¡un tacho de agua hirviendo es lo que le hubiera echado encima a la huerfanita esta!
Pero ¿¡Qué es lo que le ven!? Fea, pecosa, despeinada, harapienta ¡Vamos, que hasta gordita estaba!
¿¡Y encima van y la adoptan!? Pero… pero… ¿Y todo lo que ella había hecho, qué?
Ella era la única niña de la familia ¡La única! Y eso no podía cambiar, al menos ¡No así!
¿Acaso ella sabía bailar? ¿Sabía cantar? ¿Sabía tocar el piano, o sabía quiénes eran Shakespeare, Charlotte Brontë, Ovidio…? No, no lo sabía
¡Si a duras penas tenía que saber leer, la muy andrajosa!
Si iba a tener una rival robándole la atención de la familia, que al menos fuera alguien que valiera la pena ¡No esa!
Mañana habría un gran evento en la mansión Andrew… bueno, la verdad para ella era una estupidez.
Nada, la presentación de la huérfana a todos los familiares.
Para ella ¡Una verdadera pérdida de tiempo! Porque además ¿quién va a aceptarla como parte de la familia?
Era solo que llegara la hora de la cena, para que la vieran intentando cortar un bistec con la orilla de una cuchara, y ella solita iba a colgarse la cabeza con la familia ¡seguro que sí!
Pero ella iba a ganarle ¡Oh sí! No solamente iba a ser la más educada y la más refinada; además ¡Sería la más elegante!
Había mandado a elaborarse un vestido magnífico; en un rosa pálido divino, color que le favorecía demasiado; así lo constató cuando llegó la modista a entregarle el vestido y se lo probara de inmediato.
¡Se veía preciosa! Y ya se imaginaba ella bailando en brazos de su apuesto primo.
- ¿Bailamos, Anthony?- dijo frente al espejo, extendiendo su mano y haciendo una ligera reverencia para, después, hacer la mímica como que bailaba con alguien mientras tarareaba un vals.
El mismo Neil se quedó boquiabierto perdiendo el aliento cuando entró a la habitación y la vio con aquello vestido. ¡Es que hasta se había sonrojado!
Así de bella se veía.
Se miró al espejo de cuerpo entero de su habitación, sonriendo y dando vueltas sobre sí misma, viendo cómo la vaporosa falda se elevaba, soltando ligeros destellos de los minúsculos diamantes de fantasía que tenía cosidos a todo el ruedo.
Sí ¡con eso, él no podría negarse! Y luego lo enamoraría con su modo de bailar.
Anthony bailaba muy bien ¡ella sería una mariposa entre sus brazos!
Salió al balcón de su habitación, sin poder dejar de acariciar la delicada tela que la cubría.
Alcanzó a escuchar los cascos de un caballo y a lo lejos, a la luz de la luna que todo lo bañaba, logró ver a Anthony sobre su caballo, galopando velozmente… llevando a Candy en su regazo.
El gesto de Eliza se amargó un instante y frunció el ceño… No, ella no lo echaría a perder esta vez.
Durante la cabalgata y la cacería del zorro, ella haría de todo para estar junto a Anthony, y después, en la gran cena ¡sería ella quien brillaría!
Se sentía completamente segura de que conquistaría a su primo; sí, y sería como en las novelas rosa que leía a veces.
¡Ya lo había decido! En cuanto tuviera la oportunidad, en el primer momento que estuvieran alejados del resto, a solas ¡Le robaría un beso!
Se casarían apenas tuvieran la edad; quizá cuando ella tuviera 16 y él 18, les dejarían… ¡Ay es que hasta se le retorcía el estómago de emoción!
Y su vestido de novia ¡Iba a ser precioso!
Tanto como el que llevaba puesto ahora… No, más ¡Muchísimo más! Con la falda más amplia y una cola muy larga; y los diamantes del ruedo no serían de fantasìa esta vez ¡Serían auténticos! Y tendría perlas en el escote, y una tiara de brillantes y un velo laaaaaaaargo…
¡Se le cortaba el aliento sólo de pensarlo! Pero lo había decidido; lo haría, y seguro que con ese beso, y con su belleza de esa noche, Anthony quedaría rendido a sus pies, y no volvería a mirar a la huérfana esa jamás.
Bien, en algo ella tenía razón: después de esa noche, Anthony no volvería a mirar a Candy.
Eliza se miró al espejo por última vez; y luego, con mucho cuidado se retiró el hermoso vestido.
Lo dobló con mucho mimo, acariciando por última vez el ruedo bordado de diamantes fantasía. Lo envolvió en el papel de seda y lo puso en la caja en la que había venido; para después, guardarlo dentro de su baúl.
Apagó la luz de su cuarto, y se acostó a dormir sonriendo; soñado con la noche de mañana, y con el futuro ¡Un futuro hermoso! Donde ella era la feliz esposa de un Anthony absolutamente enamorado de ella, teniendo niños y niñas rubios que tocarían el piano y hablarían francés; y sin pecosas andrajosas a la vista.
Lejos estaba ella de imaginar que sus planes no estarían ni cerca de concretarse en ningún momento; que a la noche siguiente, en lugar de una gran cena; una desgracia lo cambiaría todo; que era un sencillo vestido negro lo que tendría que obligarse a usar, y que aquel hermoso vestido rosa terminaría apolillándose dentro de ese mismo baúl, sin haber llegado a ser usado jamás…
Gracias por leer...
Última edición por Wendolyn Leagan el Lun Abr 20, 2020 6:20 pm, editado 2 veces
pero se sabe superior a ella y eso no le impedirá que sus planes se cumplan, ella le dará el beso de amor a Anthony en la cacería del Zorro y luego se comprometería con él en matrimonio, nada podía salir mal. 
que triste. 
mil gracias por compartir 
, excelente FanArt. 
[/url]
. El art está espectacular 
