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500 MILLAS ( UN CLASICO EN EL CUAL PARTICIPARON LAS TRES GATITAS DEL FORO)

4 participantes

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GEZABEL

GEZABEL
Guerrera de Lakewood
Guerrera de Lakewood

500 MILLAS
PRIMERA PARTE
(Por Fathmè)



500 MILLAS (OTRO NEILFIC DE BATALLA) Copiade500millas2



-¡¡¿Cómo que te regresas a Chicago?!! – gritó Sara Leegan cuando vio que su hijo Neil hacía su maleta muy decidido a marcharse.

-¡Déjalo mamá! – gruñó Eliza – Está visto que mi hermano es un completo estúpido ¿Qué te dio, Neil? ¿Algún bebedizo que te ha convertido en un total tarado? No puedo creer que todo el tiempo es lo mismo ¡Son años Neil! Y no entiendes que ella no quiere nada contigo le ha faltado decírtelo en chino mandarín para que lo entiendas de una buena vez ¡Estúpido!

-¡Cállate Eliza! – gritó el muchacho - ¡Cállate ya de una maldita vez! Siempre es lo mismo contigo Neil esto, Neil aquello, Neil para allá, Neil para acá ¡Me tienes harto! ¡¡HARTO!! No soy tu maldito títere esto se terminó Eliza ¡Se terminó! Si nunca he logrado algo con ella es porque estando cerca de lograrlo siempre sales tú con alguna estupidez y ella se echa para atras. ¡No sucederá más! ¡¡¡ARPÍA!!!

-¡Ah!... ¡¡Mamaáaaaa!! – gritó la pelirroja refugiándose en los brazos de su progenitora.

-¡Neil. No le hables así a tu hermana! De verdad que, qué te sucede hijo. No puedo creer que en realidad vayas a volver a Chicago a buscar a esa… huérfana. ¡Si lo haces te desheredo en este preciso momento…!

-¡Ni una palabra más madre! Te juro que estoy de tus amenazas hasta el… ¡¡Pues que me vale un comino, has lo que te de la gana!! - dijo el chico colocándose su chaqueta dispuesto a salir.

-¡Bien! – dijo la mujer – si quieres irte ¡¡Te vas con lo que traes puesto!!

-¡Madre! En serio… - decía entre dientes el joven moreno mientras forcejeaba con su madre la maleta - ¡¡Ahhhggg!! Está bien, no me importa, quédate con la ropa no me interesa me voy igual.

Al ir a tomar su billetera de sobre el buró de la cama, Eliza fue más rápida, tomó la billetera y de inmediato se la metió en el escote, entre los pechos.
Neil la miró echando fuego en la mirada “Eliza…“ dijo entre dientes apuntándola con el dedo mientras hacía gestos, sabiendo que no se atrevería a tocar a su hermana metiendo su mano entre sus ropas.
Aunque se lo estaba pensando seriamente…
Eliza notándolo se cubría el escote con las manos, mirándolo con incredulidad y negando en silencio con la cabeza.

Neil la tomó por un brazo y la hizo hacia un lado para salir por la puerta de su habitación.

-¡Neil! - gritó su madre - ¡No tienes dinero muchacho tonto! ¡¿Cómo crees que te vas a ir?!

-¡Caminando!

-¡Ja! Pues buena suerte hermanito – dijo Eliza burlona con las manos sobre las caderas – hay 500 millas de aquí para allá.

Neil levantó los hombros sin voltear, y no se detuvo.

-¿500 millas? – preguntó la madre

-¡Y un poco más! – respondió la hija – te dije madre que nada hacíamos aquí en Kentucky. ¡Debimos volver a Florida!

-¡Eliza estuvimos en Florida un año entero y él no la olvidó!

-¡Sí pero está mas lejos madre! A lo mejor de allá no se va caminando y sin dinero.

-¡Ay Eliza! Permíteme dudarlo. Tu hermano se ha convertido en un hombre que… no conozco.

-¡¿Qué vamos a hacer mamá?! – chilló la pelirroja entrando en la casa de nuevo.

-Nada - suspiró la madre sentándose en el diván – absolutamente nada. Excepto por su puesto rezar para que no le suceda nada malo… y sinceramente, desear que esta vez ella vea y aprecie el esfuerzo de tu hermano y le de una por lo menos una oportunidad.

-¡¡Mamá!! – volvió a chillar Eliza incrédula - ¿Qué es lo que te sucede?

-Lo que me sucede hija es que ya estoy cansada de ver sufrir a Neil, y si tu lo quisieras tanto como dices, pensarías igual que yo.

-¡Yo por esa huérfana…!

-¡No se trata más de la huérfana! – exclamó la mujer poniéndose de pie y caminando hacia la ventana – Se trata de tu hermano, que es un buen hombre; ambas lo sabemos y merece ser feliz con quien escoja. Debemos hacernos a un lado Eliza, entiéndelo, ya es hora. Es lo mejor.

La madre se quedó en la ventana mirando hacia el cielo, mientras sus ojos castaños, idénticos a los de su hijo mayor se humedecían ligeramente mirando la luz del crepúsculo y una ligera sonrisa se asomaba a sus finos labios.
La hija se cruzó de brazos enfurruñada como un gato mañoso y se dejó caer sentada sobre el diván de la sala… después de un rato de pensarlo por primera vez con verdadero detenimiento se puso de pie y caminó hacia su madre.

Sin que la mujer notara la presencia de la joven, esta última le secó una pequeña lágrima que rodaba por la mejilla de su madre.
La mujer miró a su hija, quien le sonrió quizás como jamás le había sonreído. La chica colocó su cabeza en el hombro de su madre, quien la rodeó con un brazo mientras murmuraba “Estará bien, tu hermano estará bien” y la chica asentía.

Neil caminaba con las manos en los bolsillos mirando el piso por el que iba.
¿Por qué tenía que ser todo así? ¿Porqué nuca tenía el apoyo de nadie? Ni si quiera de las dos personas que supuestamente más lo amaban en el mundo.
Qué ironía, justo esas dos personas no le permitían ser feliz.

Un par de años después de aquel compromiso mal orquestado, él y Candy habían logrado trabar una cordialidad que poco a poco se fue convirtiendo en amistad.
Ella le aconsejó acerca de sus mal modus vivendi. Como enfermera le explicó las consecuencias de la vida de vicios que estaba llevando.
El lo comprendió y decidió cambiar la vida que llevaba. Pero más que por él, lo hizo por ella.
Cuando él le contó que estaba pensando hacer una carrera, la rubia se alborozó tanto que hasta lo había abrazado.
Ese había sido el principio de muchas cosas, durante varios años llevaron una amistad intermitente, que estaba supeditada a los cambios de humor de Eliza y a las habladurías de doña Sara.

Para que ella no saliera perjudicada por los caprichos de su madre y hermana, él siempre optaba por alejarse de ella, dándoles el gusto a ellas de que no lo verían con Candy.
Pero no duraba mucho, porque al corazón no se lo amarra y pronto la amistad se reanudaba.
Cuando todo estaba mejor que nunca, cuando ella ya estaba permitiéndole libertades como tomarle la mano mientras tomaban un café o rodearla con un brazo mientras caminaban después de su turno.
Cuando él le sonreía y le parecía que sus pequitas se iluminaban con el rubor de sus mejillas… todo se detenía, como si pusieran de inmediato un muro de piedra sólida infranqueable entre ellos dos.
Las causantes: Sara y Eliza.

Y así había sido durante los últimos años, y ella ya estaba cansándose, así que había optado por no aceptarle más visitas ni más salidas.
De hecho, ya no le permitía acercarse ni hablarle. Hasta el saludo le había negado ella, porque pensaba que lo mejor era hacer como que nunca se habían hablado, como que nunca habían sido amigos.
Era mejor para evitarse problemas.

Una vez más volvía la depresión, un Neil encerrado en su habitación, irascible que no comía ni dormía.
Si no volvía a los vicios era simplemente porque se lo había prometido a ella.
Una vez más su madre creía que la solución era llevárselo de ahí a donde pudiera “olvidar” como si fuera tan sencillo.

“Yo estaré con ella” pensaba mientras la noche le caía en la espalda “Yo sé que seré el hombre que esté con ella. Si envejezco, sé que seré el hombre que envejezca con ella”



En Lakewood…

-¡Una carta de mi hermana Sara! Eso si es una sorpresa – exclamó el buen Albert un par de días después.

-¿Qué dice la sra. Leegan Albert? – preguntó Candy por cortesía, no porque en realidad le importara lo que tenía que decir aquella señora.

-¡No puede ser! – exclamó el rubio – Candy… Neil se ha marchado de Kentucky y viene para acá.

-¿Acá a Chicago? Bueno, eso qué tiene de especial- dijo ella, tratando de no dar a notar la ligera emoción que le causaba esa noticia

-Bueno…- balbuceó él –lo que sucede es …

-¿Qué?

-Que viene a pie .

-¡¡¡¿Queeee?!!!- gritó ella poniéndose de pie

-Eso es lo que dice Sara, que tuvieron una discusión y que se fue con lo puesto y sin dinero.

-¡Eso es imposible! – exclamó Candy con gesto compungido.

-No Candy querida no es imposible – dijo Albert mirándola – nada es imposible cuando se quiere a alguien por sobre todas las cosas.

-¿Qué… Qué quieres decir? - murmuró ella

-Que Neil está haciendo esto por ti Candy. Me cuenta Sara que discutieron porque quería venir a verte, porque ya no soportaba estar lejos de ti, ella y Eliza trataron de impedírselo quitándole sus pertenencias y su dinero, pero igual se fue. De eso hace tres días.

-¡¡Tres días!! – gimió Candy llevándose las manos al rostro - ¡Oh Albert algo malo debió sucederle si no volvió a su casa de Kentucky!

-Tranquila – dijo él rodeándola con sus brazos – Sara asegura que Neil, donde quiera que se encuentre ahora mismo, está bien.

-¿Y ella como lo sabe?

-Porque es su madre, y una madre presiente esas cosas. Ella sabe que él está bien, es más, sabe que está haciendo lo correcto.

-¿Qué? ¡Pero…!

-Shhh… no digas nada ahora, espera a que él llegue y entonces decide. Mientras tanto piensa en todo lo que tienes por dentro. En que una vez hiciste algo parecido por alguien pero en realidad no ha habido alguien que lo haga por ti… hasta ahora. Piensa en todo lo que has vivido y lo que deseas vivir. En todo lo que no ha sido y deseas que sea. En todo lo que no has tenido y deseas tener. Piensa si realmente estás bien sola, piensa en si te hace falta alguien acompañando tus días, acompañando tus noches. Piensa si a veces tu cama se siente demasiado ancha, demasiado fría. Piensa en lo que tu corazón dice y escucha con atención a ver cual es el nombre que te está diciendo. Piensa querida Candy, piensa.

Albert salió de la habitación dejando a Candy sola con sus pensamientos.
Pero en lo único en que ella pensaba en ese momento era en correr hacia el único lugar en donde podía conseguir paz en medio de sus zozobras.


-¡Srta. Pony, Hna. María! – gritó Candy al entrar a su hogar de siempre a la mañana siguiente.
Las dos buenas mujeres la recibieron como siempre con los brazos abiertos, y enjugando sus lágrimas escucharon todo lo que ella les dijera; acerca de aquel chico tan malo que tanto la había hecho sufrir y rabiar.
Ese muchacho tan bueno que los últimos años había sido casi su mejor amigo.
Ese hombre quien nunca pensó que podría volverse tan importante para ella y en lo que estaba pasando.
En la locura que ese ser majadero e impulsivo había cometido al marcharse de su casa sin dinero ni manera de llegar con bien, y en la preocupación por la cual ella se estaba muriendo.

-El estará bien – le dijo con una sonrisa Srita Pony – porque lo que está haciendo lleva toda la buena intención de su corazón.

-Es una prueba querida Candy – le dijo la Hna. María – tanto para él como para ti y ambos deben pasarla.

-Pero ¿Qué sucederá luego? – preguntó ella.

-Eso mi niña solo lo sabe Dios – dijo la buena monja - y lo sabrán ustedes cuando su travesía termine.


A la vera de un camino, con las mangas arremangadas, la camisa semiabierta y la chaqueta atada a la cintura, Neil descansaba sobre una piedra pensando en que… se moría de hambre.
Había caminado casi 4 días sin descanso y se había metido en una especie de parque a dormir un rato, entonces fue cuando despertó con un hambre voraz.

Revisó sus bolsillos, 10 dólares. ¡Algo tenía que poder comprar con eso!
No, no podía gastarlo, era lo único que tenía. ¿Y si sucedía una emergencia? Pero ¿Qué emergencia podía suceder y que el pudiera cubrir con miserables 10 dólares?

Llegó hasta el siguiente pueblo y se quedó de pie frente a una oficina de correos.
Seguro que a estas alturas ya deben saber en Lakewood de su hazaña. Candy debe estar muerta de la preocupación.
Se acercó al dependiente, le pidió papel y un sobre y se apresuró a escribir una carta con el nombre de ella como destinatario. Para eso si le alcanzaba.
Luego de que envió la carta se disponía a continuar con su camino cuando vio algo que le dio una gran idea.

Nunca había hecho algo parecido, pero siempre hay una primera vez.
Sacó su pañuelo y se limpió un poco el rostro, medio se acomodó el cabello castaño, alisó un poco su chaqueta y se la puso de nuevo y se encaminó, a ver si conseguía lo que quería.

500 MILLAS
SEGUNDA PARTE
(Por Thalìa)

-¡Candy! ¡Candy! –la rubia se asomó a la ventana cuando escuchó la voz de su querido Albert gritando su nombre.

-¡Qué pasa Albert! ¿Le pasó algo a Neil?

-No sé Candy, vengo a que seas tú quien me lo diga – dijo el rubio agitando una carta delante de ella.

Estaba dirigida a ella… y era la letra de Neil.


“Querida Candy.
A estas alturas ya debes estar enterada de lo que he hecho, seguramente mi madre ha hecho un drama de esto… como siempre.
Si Eliza te dice algo ¡¡GOLPÉALA!! Ya ha sido demasiado y es por eso que hice lo que he hecho. Porque no soporto más Candy, porque toda mi vida he sido manipulado por ellas y ya no quiero ser el hombre que ellas formaron.
Quiero ser un hombre nuevo, y si tu me lo `permites, quisiera serlo contigo.
Candy, cuando despierto, se que un día seré el hombre que despierte a tu lado.
Cuando camino, sé que un día seré el hombre que te acompañará.
Solo necesito que me lo permitas. Te prometo Candy que haré mi mejor esfuerzo y mi madre y mi hermana no se inmiscuirán más en esto.
¡¡Me ha desheredado!! ¿Puedes creerlo? Jajajaja ¿Sabes qué? ¡No me importa!
Porque gracias a ti entendí que mientras se tenga manos e ingenio se puede salir adelante en la vida sin necesidad de una herencia o un apellido pesado.
Seguiré caminando Candy… sí, te dijeron bien ¡voy caminando! No me importa, voy a caminar 500 millas y caminaría 500 más si al final, rendido, cayera en tu puerta.
Tuyo
Neil.”



-¡Eh! ¡Niño bonito! – esa voz hizo que Neil dejara lo que estaba haciendo y volteara de improviso con una sonrisa.
Le hacía tanta gracia que su improvisado jefe lo llamara así.
Lou Carter era el dueño de una frutería, y mientras Neil escribía su apresurada carta a Candy vio claramente que en la ventana el local había un cartel que decía “SE NECESITA AYUDANTE” no sabía para qué y él nunca en su vida había trabajado, pero ¿Qué podía ser difícil en una frutería? …

-¿¿Tú??- dijo el hombre cuando Neil se le presentó delante con su elegante traje arrugado y algo sucio diciéndole que aceptaba el puesto - ¡Tú que sabes de frutas!

-Pueeeeesss… - balbuceó él – que las frutas… ¡Se enfrían! Si eso, se enfrían para que no se echen a perder…

-Jajajajaja, no sabes nada de esto ¿verdad?

-No, no sé nada- suspiró Neil- Pero no puede ser difícil. Mire necesito llegar a Chicago y no tengo ni un quinto.

-¿Chicago? ¿De qué parte de Chicago eres tú?

-De Lakewood.

-¡Jajajajaja! ¡Ya me parecía! Si tienes toda la pinta de un niño bien ¿Qué estás haciendo muchacho?

-No sé – le dijo él con una sonrisa nerviosa – en serio que no sé qué es lo que estoy haciendo, pero sé porqué lo estoy haciendo, y eso me basta.

-No sé porque me huele a faldas- dijo el hombre con una sonrisa pícara - ¿Esto es por una dama no es así?

-Eh… ¿Me va a ayudar o no?

-Primero necesitas asearte ¡Y comer algo muchacho! Ven conmigo.

En tres horas aprendió Neil todo lo que necesitaba acerca de frutas; aprendió cual era la diferencia entre cítricos dulces y ácidos. Aprendió a reconocerlas `por el color, por el olor.
Aprendió que en los canastos, siempre se ponen debajo las frutas menos maduras y encima las que estaban para el día y para esto aprendió a reconocerlas también; y también aprendió que no es verdad que una manzana podrida pudre al resto como decía el dicho popular.
¿Sería igual en las personas? A lo mejor sí, a lo mejor no era tan cierto que una manzana podrida pudre al resto. Talvez, es solo cuestión de quien quiera podrirse junto a ella.

Ahora mismo se encontraba empaquetando grosellas por kilo cuando su jefe llamaba su atención, la camioneta de las sandías había llegado ¡200 sandías enormes! Y era él quien tenía que descargarlas y acomodarlas.


-¡¡Vamos Candy ábrela!! – decía Albert emocionado como un chiquillo, como si la nueva carta que llegaba fuera para él y no para ella.
Una nueva carta de Neil había llegado, apenas 3 días después de la anterior, ella seguía en el hogar de Pony, porque ahí había mucho que hacer y ella sentía la necesidad de mantenerse ocupada para no pensar en todo lo que estará pasando su amigo en su recorrido.

Ahora se resistía a leer la carta que le había llegado, con lo que decía en la otra se esperaba algo igual y la verdad le daba pena.

Pero ante la insistencia de su mejor amigo, con la dulzura con la que él le sonreía y la seguridad que le infundía su mirada, accedió.

“Candy.
Te voy a contar algo pero promete que no te reirás de mí: estoy trabajando (wow como se escucha extraño eso) si, así como lees. Yo, Neil Leegan, trabajando ¡y en una frutería! … está bien puedes reírte jajajaja si a mi me da gracia también porque jamás pensé verme a mí en esta situación.
Sin embargo ¿sabes qué? No me molesta, por el contrario, me siento muy bien de estar siendo útil a alguien más y a mi mismo ya que esto no lo estoy haciendo por amor al arte ¡lo hago por dinero! Porque necesito continuar mi viaje, necesito llegar a casa, necesito llegar a ti.
Pero no quiero llegar con las manos vacías.
Mañana parto de nuevo, lo siento tardaré aun otro poco porque seguiré a pie.

Candy, cuando trabajo, sé que seré el hombre que trabaje duro por ti y todo el dinero que estoy ganando y el que ganaré, cada centavo será para ti, para nuestra vida Candy.
Cuando vuelva a casa, sé que pronto seré el hombre que vuelva a casa contigo.
Porque ese es mi más grande deseo, y esta vez nadie se va a interponer te lo prometo.
Tuyo
Neil”

-No sabía que Neil y tu estaban enamorados – dijo Albert mirándola pícaramente cuando ella terminó de leer.

-Yo… yo tampoco – dijo ella sonrojándose – yo pensé que esto…no me iba a volver a suceder jamás ¡Y menos con él!

-Lo importante es que ha sucedido ¿Y qué piensas? Neil te ha manifestado sus deseos ¿Los tuyos cuales son?

Candy caminó hacia la ventana mirando el campo verde que se extendía frente al orfanato. Fijó su mirada en el Padre Árbol y aspiró profundo el aire del medio día.
Un aroma a maderas y hierbas dulces inundó su nariz.

-Que vuelva con bien…- respondió ella sin mirar a su amigo - y que sea pronto.


Neil continuaba con su camino, aun le faltaba muchísimo por caminar, había decidido no gastar ni un solo centavo. El no tenía ni idea cuanto costaban las cosas, no sabía cuanto costaba una vida.
Estaba demasiado acostumbrado a las chequeras y los créditos que papi y mami pagaban.
Nunca supo cuanto costaba una camisa, una loción, un pañuelo, una cena.
No tenía ni idea de cuanto le iba a costar sobrevivir, mantener una casa, una esposa… hijos.
Lo que sí sabía es que cada centavo iba a ser necesario e indispensable.

Todo era “anotado a la cuenta Leegan” o simplemente se expedía un cheque firmado y nada más.
Lo que si sabía es que tenía que irse olvidando de los “bistró” las “boutiques” y los “malls” ya nada de eso sería para él.
Esas cosas no eran para gente sencilla, para gente como Candy… para gente como él.
Había sido desheredado, su tren de vida iba a cambiar ¡Ya estaba cambiando! Desde el mismo momento que abandonó la casa de Kentucky su vida había dado un giro de 180 grados.

Ese viaje, esa caminata, esas 500 millas estaban siendo decisivas en su vida. Es por eso que no tenía interés alguno en pedir transporte, ni siquiera le interesaba viajar a dedo.
Quería caminar, quería sentir el cansancio en sus piernas, quería sentir cada músculo tensándose.
Quería saber lo que significaba el placer del cansancio, del sudor, cuando es por algo que a uno lo engrandece.
Era como si con cada paso que daba, el muchacho rico, majadero y altanero iba quedando atrás para dar paso a un hombre trabajador, responsable y con ganas de superarse.

No iba a ser nada fácil pues estaba solo, completamente solo.
No, solo no; tenía a Candy ¿o no?
La verdad es que eso aun no lo sabía, él simplemente le estaba expresando sus sentimientos en las cortas cartas que alcanzaba a enviar.
Simplemente le estaba diciendo lo que sentía y qué era lo que deseaba, sentimientos que ella conocía, porque él jamás los había callado del todo y siempre, en cada sonrisa, en cada mirada, en cada paseo, en cada café, él se los había manifestado.
Sentimientos a los cuales le parecía a él, que ella empezaba a corresponder… hasta que a Eliza o a su madre se les ocurría alguna nueva barbaridad.

- ¡Me lleva la…! – murmuró mientras pateaba una piedrecilla del camino con coraje.

Nunca había sido lo suficientemente valiente para dejar todo atrás, nunca había tomado la determinación tan radical que dejarlo todo por ella y por él.
Porque esto también era por él, más bien se podría decir que era más por él que por ella.
Ella era el pretexto, ella era alguien por quien llevarlo a cabo de una vez y no retrasarlo más, pero la verdad es que hace mucho que estaba cansado de ser el títere de su hermana y de su madre.
No, esto tenía que suceder, era necesario, para él y también para ellas.
Porque él estaba aprendiendo muchas lecciones en este camino, pero esperaba que ellas también hubieran aprendido las suyas.

En cada poblado, seguía ganado experiencia, seguía siendo “ayudante temporal” en esto y aquello.
En cada lugar seguía juntando amistades que jamás olvidaría.
Con un libretín que Lou le había regalado de la frutería llevaba nombres y direcciones.
Iba trazando una línea de lo que iba siendo su viaje, lugar por lugar, pueblo por pueblo, ciudad por ciudad, persona por persona.
De todos los lugares tenía algo que contar, de todas las personas algo que decir.
Extrañamente, y se sorprendió a sí mismo al notarlo, de ninguno de ellos nada malo.
Llevaba como una especie de diario en el que iba contando día a día como era su travesía, lo que veía, lo que vivía.
Quería que Candy lo leyera cuando volviera a verla.

Mesero, barrendero, dependiente de tienda, descargador de camiones, despacho de benzinera, Neil hizo de todo un poco y todo lo hizo con la firme determinación de que todo lo que hacía era en su beneficio personal y de la vida que quería llevar.

En el hogar de Pony, las cortas cartas de Neil seguían llegando de la mano de Albert, y es que Neil las enviaba a la mansión Andrew sin saber si ella estaba allí o no pero de algún modo sabía que le serían entregadas.

Siempre que llagaba un nuevo sobre, Albert corría hacia al hogar a entregárselo a la pecosa y deseando que ella le leyera lo que su sobrino tenía que decir.
Su sobrino… hace unos días había empezado a llamarlo así casi inconscientemente.
¡Era tan extraño! La naturaleza dócil y amable de Albert lo había hecho jamás albergar ni un solo mal sentimiento por ninguno de sus sobrinos, pero decir que los quería ¡sería mucho decir!
Sin embargo, en cada carta de Neil veía a un hombre nuevo, un hombre que él no conocía ¡y al que le fascinaría conocer!

Había llevado a Candy un mapa interestatal y unas picas, con cada carta de Neil, ella iba llenando el mapa de picas siguiendo el camino que Neil estaba tomando desde Kentucky hasta Chicago.
Cada pueblo, cada ciudad era marcada por una pica de colores.
Albert veía sonreír a Candy y era lo único importante, eso y recibir regularmente una carta de Neil.
La verdad es que 500 millas no se recorren en tanto tiempo, Albert había sido un aventurero, un vagabundo un caminante, él sabía cuantos días tomaba recorrer 500 millas.
Pero comprendía lo que su sobrino estaba haciendo.

Estaba aprendiendo a vivir, estaba aprendiendo el valor de un acto, de una sonrisa, el valor de un centavo y la alegría de ganárselo honradamente.
A veces, cuando veía a Candy nerviosa en espera de otra pequeña carta ¡Cómo deseaba el rubio que hubiera alguna manera de decirle que ya estaba bien, que simplemente tomara un camión y volviera a casa.
Que no iba a necesitar esforzarse tanto, si su madre lo había desheredado ¡pues él no!
El chico seguía siendo su sobrino ¡su sobrino! Que rara le sonaba esa palabra refiriéndose a Neil Leegan, y es que jamás la había usado.

Pero decirla ahora de pronto le llenaba el pecho, como si estuviera hablando de un hijo casi.
Si; Sara le había negado el apoyo a su hijo, él no lo haría.
Neil se merecía que le dieran la mano ¡Se lo estaba ganando! Paso a paso y centavo a centavo a lo largo de 500 millas… y un poco más.
Talvez si enviaba a George en el auto hasta el próximo punto del mapa. Era obvio que tarde o temprano Neil caería por allí… pero no. No era bueno que él hiciera eso.

Para empezar porque esta travesía era un viaje de aprendizaje y auto reconocimiento de su sobrino, y era tan obvio que lo necesitaba.
Y en segundo lugar, su sobrino quería demostrar algo con esto. Demostrárselo a su familia, a la mujer que ama y sobre todo, a sí mismo.
Demostrar que él no necesita nada, ni dinero ni lujos ni nada, que lo único que necesita es la voluntad de su pecho y una esperanza, si se tiene a si mismo, lo tiene todo y no necesita más.
¿Quién era él para arrebatarle ese aprendizaje, esa necesidad de descubrir por sí mismo hasta donde puede llegar solo? ¡Nadie, absolutamente nadie!
Dejaría a Neil continuar solo, terminar su travesía, llegar a casa por sus propios medios, por sus propios pies.

500 MILLAS
(3 PARTE)
(Por Alice)

Un nuevo sitio, una nueva ciudad, un nuevo trabajo que duraba dos, como mucho tres días.
Una nueva experiencia, algo nuevo que escribir.
Un nuevo nombre en su libreta, una nueva amistad que se llevaba en el corazón.
Ahora le encontraba verdadero significado Neil a las cosas que durante años le contara Candy.
Era cierto, la gente buena si existe, las personas amables, sencillas y desinteresadas que te dan la mano con una sonrisa simplemente confiando en ti, sin preguntar.
Personas cuya única paga es ayudarte y sentir la satisfacción de haber hecho algo bueno; él aun no conocía esa sensación, pero se sentía tan agradecido por todo lo recibido.
Jamás pensó que dormir en un henar luego de un día de trabajo fuera en verdad tan reconfortante ¡Cómo se despierta de fresco uno!

Descubrió otra cosa fascinante: lo bien que sabe un vaso de leche recién ordeñada al amanecer, y que sabe diez veces mejor un sencillo arroz con carne asada o una sopa de pollo casera, preparada con dedicación y cariño que un “filet mignon” de 100 dólares en el “bistró” más elegante de Chicago.

Cada día que pasaba se enteraba de que no sería nada difícil vivir de ese modo. Lo estaba viviendo, lo estaba haciendo, si no se le había hecho difícil ahora que era un niño bien acostumbrado a las comodidades, no se le hará nada difícil después de esta enriquecedora experiencia.

¿Qué si extrañará las comodidades y los lujos? ¡Seguramente que sí! 25 años viviendo a la altura de un Leegan no son cosa que se olvidarán de la noche a la mañana.
¡Oh qué dirá la tía Elroy! De su sobrino favorito.
La solo idea lo hacía reír, ya se imaginaba a la estirada dama reprobándolo todo.
¡Absolutamente todo lo que había hecho! Y aun más, que pensara volver por Candy.

Candy… ¿Qué estaría pensando ella?
¿Recibiría todas sus cartas? ¿Las leería? ¿Las recibiría con alegría?

-¿Qué piensas de lo que te digo en ellas Candy? ¿Estarás de acuerdo?- pensaba - ¿Pensarás lo mismo, sentirás lo mismo que yo? Candy… Pero ahora te prometo algo, si no me correspondes, no me sentiré mal, no me voy a deprimir ni voy a volver a desperdiciar mi vida.
He aprendido tanto en estos días Candy ¡Tanto! Que creo que ya no hallaría la manera de volver atrás. Pase lo que pase entre nosotros a mi regreso, lo aceptaré con calma y resignación; no insistiré más, solo pediría que tu amistad no me la retiraras. Me dedicaría a terminar mi carrera y a trabajar. A ser un hombre de bien, para que te sientas orgullosa al menos de decir “El es mi amigo”

Antes de quedarse dormido, Neil firmó la carta que pondría en el correo a primera hora de la mañana antes de continuar caminando.



-¡Vamos querida niña no esperes más! – la urgía la Hna. María días después apenas llegó Albert con una nueva carta de su sobrino.
Ya la Srta. Pony abría el cajón para sacar la pica de colores con la que Candy marcaría el nombre de la ciudad de donde provenía la estampilla.


“Querida Candy.
Esta tarde mi “nuevo ex - jefe” me invitó a tomar unos tragos.
Debo admitir que me embriagué, y es que, hace tanto que no bebía licor que en la tercera copa ya estaba viendo a Júpiter y todos sus asteroides darme vueltas alrededor. Pero no lo hice por malicia, eso te lo prometo, solo lo hice por no rechazarle un gesto amable a un hombre que ha sido muy bueno conmigo.
Y mientras bebíamos él me preguntó por qué viajaba solo, creo que solo me invitó a beber para ver qué verdades podía sacarme jajajaja, pero me sacó la más hermosa verdad que yo tengo: Tú.
Con cada copa yo sabía que me estaba embriagando y pensaba “si me embriago, sé que pronto seré el hombre que se embriagará por ti y a tu lado” ¿no es estúpido?
Ahora mismo ya me voy a dormir, porque mañana quiero salir muy temprano para caminar un buen trecho, a ver si logro llegar al siguiente pueblo antes de que pegue el sol.
Seguramente soñaré contigo, como ha sido a lo largo de todos estos días, porque cuando sueño, sé que soñaré con el tiempo en que estábamos juntos, y soñaré con el día en que te vuelva a ver.
Tuyo
Neil.”



Al terminar la carta, Candy se quedaba en silencio y Albert y sus madres junto con ella.
Era imposible definir qué era lo que pensaba cada uno de ellos, pero lo que ella pensaba era en que nada de lo que él escribía era estúpido. Cada palabra venía cargada de sensibilidad y sentimiento.
Una sensibilidad que hace mucho tiempo ella conocía mejor que nadie, y un sentimiento que ella sabía que era para ella. Porque era el mismo sentimiento con el cual ella recibía esas cartas y las leía.

En silencio tomó la pequeña pica que le ofrecía la Srta. Pony y la colocó en el pequeño punto que marcaba la ciudad de donde venía esa carta.

-Hna. María, Srta. Pony…- dijo uno de los niños del hogar entrando de improviso a la habitación – afuera hay una mujer elegantona que quiere hablar con Candy.

Se asomaron a la ventana y la sorpresa de los 4 fue mayúscula cuando la vieron ahí parada afuera del orfanato.
Traía un elegante vestido azul cortado “al bies”, llevaba el cabello suelto y unos delicados bucles rojos caían sobre sus hombros. ¡Era Eliza!

-¿Y ahora qué? – dijo Albert.

-Seguramente viene a reclamarme alguna cosa. A lo mejor piensa, y acertadamente, que yo sé algo de su hermano

-¿Y qué le vas a decir?

-La verdad.

-Candy lo más seguro es que comience a decirte de cosas, ya sabes como es Eliza, será mejor que la atendamos juntos.

-No Albert, tengo que hacerlo yo.

-Pequeña dijo Albert acercándose a ella y tomándola por los hombros – No te dejes amedrentar por nada de lo que surja de su venenosa lengua ¿si? No dejes que nada de lo que ella te diga eche por tierra todo lo que yo sé que has cultivado en tu corazón durante estos días. No dejes que ella mate una vez más una nueva oportunidad de ser feliz. Piensa en Neil y todo lo que ha hecho ¡Ustedes no se lo merecen!... Será mejor que vaya contigo.

-No Albert, gracias. Iré yo sola. Ya sé como manejarme con Eliza, y no te preocupes de nada.

-Está bien me rindo. Pero no te olvides lo que te dijo Neil, si te dice alguna cosa estúpida… - Albert no habló más, pero el gesto de golpearse un puño con la palma de la otra mano habló por si solo, e hizo reír a Candy.


-Hola Eliza ¿Gustas pasar?

La pelirroja se la quedó mirando, traía fuego en la mirada esa mujer; pero ante el ofrecimiento de la pecosa ella solamente asintió y traspasó el umbral de la humilde casa al lado de Candy sin mirarla si quiera.

-¿Te puedo ofrecer algo Eliza…?

-¡Yo no vine aquí para hacerte una visita social Candy! – exclamó Eliza dándose la vuelta de improviso – vine a hablar contigo seriamente.

-Bueno- dijo Candy suspirando – aquí me tienes, empieza de una vez, te escucho.

-¡Mi hermano se ha ido!

-Lo sé, viene para acá… caminando – dijo ella con una sonrisa.

-¿Qué es lo que te pone tan contenta? ¿No te preocupa que le suceda algo por tu culpa?

-En primer lugar Eliza, no es mi culpa, sino tuya y de tu mamá. Y en segundo lugar ¡Claro que me preocupo! Cuando una de las cartas de tu hermano tarda le llegar yo…

-¡¿Cartas?! – exclamó la pelirroja anonadada - ¡Cartas! O sea que te escribe el muy ingrato ¡Y a mamá y a mí que nos mate la preocupación! ¿Verdad?

-No sabía que no les escribiera a ustedes- dijo Candy compungida.

-Ni una palabra – contestó Eliza con una expresión que parecía a punto de echarse a llorar – El… ¿Está bien?

-Tu hermano está muy bien Eliza – contestó Candy – me atrevería a decir que mejor que nunca.

-¡Cómo puedes decir eso! Lo que sea que te cuente en sus cartas es mentira ¡Lo dice para no preocuparte! Si se ha ido con la ropa que traía puesta ¿sabías? ¡Y sin un centavo!

-Eso también lo sé, Eliza. Pero créeme, Neil está muy bien. Te sorprenderá saber que está contento y que está muy pronto a llegar.

-¿Cuándo?

-Eso… eso no lo sé.

-¿Ves? 500 millas no son tantas Candy ¡No pensé que te fuera tan mal con las medidas! Por mucho que venga a pie Neil debió haber llegado a Lakewood hace días.

-Lo sé Eliza pero es que …

-¿Es que, qué? ¡Habla! Si mi hermano está en dificultades necesito saberlo.

-Es que no está en dificultades Eliza. Está tardando porque… porque trabaja.

-¡¡¿QUÉ?!!

-Lo que escuchas. Neil se detiene en algunos poblados para hacer algunas labores que le provoquen ingresos. Necesita dinero.

-¡Mi hermano trabajando! ¿Labores en poblados dices? No; es mentira, mi hermano no sabe hacer nada, mucho menos labores de… poblados. Te está mintiendo.

-No, no me está mintiendo. Eliza hace mucho tiempo que tu hermano no sabe decir una mentira, al menos no a mí.

-¡¿Ah sí?! Entonces me puede explicar la señorita importante si es cierto que mi hermano está ganando dinero ¿Por qué no ha vuelto a casa? Supongo que hace tiempo que le alcanza para un transporte ¿o no?

-No quiere gastar, dice que cada centavo le será útil cuando… vuelva.

-El no tiene necesidad de andar juntando los centavitos como si fuera cualquier hijo de vecino ¡Es un Leegan!

-Si es un Leegan… desheredado. Tu madre lo desheredó.

-¡Eso también es culpa tuya! – le espetó la pelirroja – Fue algo que mamá dijo en un momento de desesperación, pero no está por escrito así que por su puesto que no es real, y cuando él vuelva a casa mamá se retractará.

-¿Y si él no quiere?

-¿Cómo que no quiere? ¿Cómo no va a querer? ¡Estamos hablando de Neil por favor!

-Ya sé que estamos hablando de Neil, y es por eso justamente que te lo digo. ¿Qué pasará si él no quiere que tu madre se retracte? Supongamos que Neil en realidad no quiere la herencia Leegan, supongamos por un momento que ha aprendido a ganarse su sustento y lo más extraño de todo ¡le gusta hacerlo! ¿Qué sucederá? Si él decide que no necesita ni el dinero ni el abolengo de su familia y no le interesa que tu madre se retracte ¿Qué sucederá Eliza?

Eliza Leegan guardó silencio por unos minutos, deliberando en su cabeza qué es lo que en realidad sucedería.
Recordó las palabras de su madre la tarde que su hermano había salido de Kentucky dispuesto a volver a Lakewood, a Candy, como fuera; a pie si era necesario. Tal como lo estaba haciendo.
Recordó lo que ella misma había pensado en ese momento, lo que su madre le había dicho
“Neil es un buen hombre que merece ser feliz” Sí; su hermano era un buen hombre, en el fondo siempre lo había sido.
Solo que Neil era el más claro y explicativo ejemplo de lo que la expresión “mal criado” significaba, pero nunca fue tan malo como ella.
Eliza tomó aire para evitar que las lágrimas asomaran a sus ojos, esos ojos idénticos a los de su hermano mayor.

-Nada – respondió de pronto – no sucedería absolutamente nada. Mi madre y yo respetaríamos su decisión, será como él decida.

-¿¿Estás segura Eliza??

-Absolutamente. Mi madre y yo lo hemos conversado largamente durante estos días y llegamos a la conclusión de que Neil debe seguir el camino que escoja, y que no intervendremos ya más en absolutamente nada de lo que tenga que ver con él. Ni si quiera si tiene que ver con… contigo.

La rubia se quedó boquiabierta sin saber qué responder a eso.
Eliza la miraba, con su semblante serio y altivo, con su hermoso rostro frío e inexpresivo.
Cruzada de brazos, la miraba de lado y con una ceja levantada… como siempre, pero esta vez algo era diferente en esa mirada, algo que jamás había visto antes.
¿Acaso era…? ¡Si, no cabía duda! Lo que Candy podía ver tan claro como el agua en los ojos de Eliza Leegan era nada más y nada menos que ¡Sinceridad!
La más pura y grande sinceridad, quizás la más grande que había visto en toda su vida.

-Bueno, te vas a quedar ahí mirándome como boba –dijo Eliza sacándola de sus pensamientos -¡Ya! Dime de una buena vez ¿Te sirve lo que te estoy diciendo?

-No… ehm… no te entiendo.

-¡Aysh! Candy tu siempre serás igual nunca vas a cambiar eh. Quiero que me digas si de una vez por todas le vas a decir a mi hermano que sí.

-¡¿Qué?!

-¡Eso! Candy por favor deja de ser tan tonta. Ya sé que en el pasado mi madre y yo nos hemos opuesto a que mi hermano y tú tengan algo ¡Es que pensar en una amistad nos ofendía! Una relación era algo impensable. Pero ahora… es distinto.

-¿Qué es lo distinto ahora Eliza?

-Candy, Neil es lo que yo más amo en este mundo. Creo que jamás he conocido más amor que el que siento por mi hermano. Lo quiero profundamente y lamento tanto todo lo que alguna vez he hecho y dicho contra ti ¡No por ti!... por él. Porque sé que cada una de esas palabras y actos le lastimaron profundamente, y cuando vuelva, voy a pedirle perdón por todo. Pero ahora necesito decirte que mi hermano te ama. Si, te ama, profundamente. No eres un capricho para él. Mamá y yo lo pensamos siempre así porque él era un caprichoso, porque ella nos crió así, porque yo siempre alimenté eso en él. Pero con el pasar de los años nos dimos cuenta de que no era así. No eres solo un capricho Candy, aunque me cueste aceptarlo mi hermano te ama ¡¡Infame huérfana, eres la mujer de su vida!! La única que acompaña sus días estés o no estés a su lado. Así será toda la vida. Creo que si no es contigo, Neil estará solo para siempre… Por favor Candy, ya no le hagas sufrir más.

Candy una vez más estaba anonadada, cada una de las palabras de su enemiga más jurada le llegaban hondo, porque ella sabía que Eliza no estaba mintiendo.
¿Acaso acababa de decir algo “por favor”? ¡Eso si que era evolucionar!

-¡No te quedes callada! – exclamó ella -¡Que manera tan fácil la tuya de ser completamente exasperante! Ya, dime, contéstame. ¿Le dirás que sí esta vez a Neil?

-Eliza yo…- balbuceó Candy – yo aun no lo sé.

-¿Me estás hablando en serio? ¿No te basta lo que mi hermano está haciendo como prueba de su amor? ¿No te basta el peligro que corre en una carretera de poco más de 500 millas? ¿Todo lo que está pasando por demostrarte que te merece?

-¡Eliza; Neil y yo somos amigos!

-¡Si claro! Apuesto que en todas las cartas que está enviándote te dice “Querida amiga mía” ¿no? Mira, no voy seguir perdiendo mi tiempo contigo. Piénsalo.

-¡Eliza! – exclamó Candy cuando la mujer pelirroja ya se retiraba.

-¿Qué quieres? – respondió ella dándose la vuelta.

-Todo lo que has venido a decir ahora quiere decir que… ¿Me aceptarías como cuñada?

-¡Ah! – suspiró la mujer – Lo haría con una condición.

-¿Cuál?

-Que si tienes una hija con mi hermano, no le pongas mi nombre

-¿Tanto te ofendería Eliza?

-No, jamás me ofendería que una hija de mi hermano llevara mi nombre, independientemente de quien sea la madre – dijo sinceramente ella – te pediría que no le pongas mi nombre, simplemente, para que no sea como yo… Adiós Candy.

500 MILLAS
FINAL
(PorThalía)

500 MILLAS (OTRO NEILFIC DE BATALLA) Neilycandy

“Querida Candy.
Como bien sabes estoy solo en este viaje, pero no me siento solo.
Porque en mi soledad sé que soy un hombre que está solo, simplemente porque está sin ti.
En la soledad del camino, Candy, tengo muchísimo tiempo para pensar y pienso en todo lo que ha sido nuestra vida desde que nos conocimos.
Creo que nunca te he pedido perdón por todo lo que te hecho, bueno, quiero hacerlo ahora.
Perdóname Candy, por haber sido tan malvado contigo. No tengo ningún justificativo para haber hecho todas las cosas que te hice.
Desde la más inocente travesura maliciosa que te hiciera de niños, hasta la cobardía de haberte arrinconado entre tres una tarde en le bosque del colegio.
¿Sabes? Durante varios de estos años he comprendido tus sentimientos y tu sufrir cuando te alejamos de Terry, yo fui partícipe de eso y, aunque sé que ahora Terry y tú son buenos amigos, lamento muchísimo haber contribuido a que no hicieran realidad su amor.
Son pecados, crímenes que cargaré toda mi vida Candy. Pero, si algún día pudiera escuchar de tu boca un “Te perdono Neil” todo tendría sentido para mí.
¡Pronto llegaré a casa Candy! Estoy emocionado como si estuviera logrando una gran proeza… bueno, para alguien como yo supongo que lo es.
Sin embargo estoy nervioso, porque se que soy el hombre que dentro de poco estará nervioso frente a ti.
Porque sé que pronto llegaré a casa, pero lo que más quisiera en el mundo es ser el hombre que algún día llegue a casa… contigo.
Tuyo
Neil”

Candy apretó aquella carta contra su pecho casi sin darse cuenta de que no estaba sola.
La Srta. Pony y la Hna. María se miraron sonriendo y Albert no pudo menos que cerrar los ojos y sonreír también.
La había visto llorar tantas veces, definitivamente era mucho mas bella cuando sonreía… como ahora.
Sin embargo ella aun no había dicho nada.
No emitía ningún comentario sobre las cartas de Neil, no había dicho nada sobre la visita de Eliza.

¡Cuánto le gustaría a Albert que Candy tomara ya una decisión! Y que fuera la acertada.
Nada le dolería más a él que Candy decidiera algo que no la terminara haciendo feliz… por ejemplo, no aceptar a Neil.
Antes de que se les olvidara, él se puso en pie y colocó la pica de colores donde correspondía en el mapa.
¡Si que estaba cerca ya! Pero él sabía que Neil tardaría otro poco en llegar.
Justamente el próximo poblado que lo separaba de Lakewood era de ganaderos.
¡Seguro que se detendría ahí a aprender algo más!

-¡Ah mi sobrino, el vagabundo aventurero! – dijo Albert con el pecho henchido.

-Después de todo, parece que salió a ti – dijo Candy divertida.

-Bueno ¡Alguien tenía que salir a mí en esta familia! ¿no?

Todos rieron ante ese comentario del rubio. Candy se acercó a él y Albert la abrazó acunándola en su pecho.
El no sabía qué era lo que estaba pasando por la cabecita rubia de su querida hija adoptiva, pero sabía que su blanco pecho debía ser una vorágine de sentimientos que con seguridad no le permitían ni dormir con tranquilidad.

Su semblante alegre, por momentos se ensombrecía, Albert quisiera poder saber porqué.
Talvez, no se sentía segura, pero ¿Cómo estar segura?
Eliza le había dicho que ella y su madre no se inmiscuirían más en las decisiones de Neil, ni si quiera si tenían que ver con ella.
Es decir, prácticamente le había dicho que si Neil decidía casarse con ella y ella lo aceptaba, ya no molestarían más, los dejarían ser felices.
¿La dejarían en verdad ser feliz?
¡Difícil de creer viniendo de su sobrina Eliza!


-Buenas tardes – dijo Neil, después de mucho caminar, al llegar a un rancho grande.

-Sí joven en qué le podemos ayudar – un caballerango se acercaba a la valla al escuchar el saludo.

-Mire, necesito llegar a Lakewood y no tengo dinero…

-¡Ah pero Lakewood queda muy cerca! Si se va rodeando el lago llega pronto. ¿Quiere que lo lleve?

-Si, lo sé… eh no, no deseo que me lleve, muchas gracias. Es solo que me preguntaba si no tendría algún trabajo que yo pudiera hacer por usted. Necesito dinero sabe.

-Usted no parece ser el tipo de hombre que necesita dinero Joven, Aunque viéndolo bien… ¿Ha andado usted mucho verdad?- dijo el hombre mirando los gastados zapatos del muchacho, otrora elegantes y el desteñido traje que llevaba.

-Desde Kentucky.

-Jajajaja, me va a decir que se vino desde Kentucky caminando

-Si señor, 500 millas… y un poco más.

-¡Está loco! – exclamó el hombre mirando detenidamente el desteñido traje del joven que se notaba había sido azul marino y de tela de la mejor calidad.

-Talvez- respondió el joven con una sonrisa – pero así debía hacerlo. ¿Me ayuda? Debe tener algo que yo pueda hacer por una paga modesta.

-Puessss… ¿Qué sabes hacer muchacho?

-Mire, desde Kentucky hasta aquí, he aprendido a hacer unas cuantas cosas. Ve, si necesita que le ordeñe unas vacas, lo hago muy bien a hacer queso aprendí hace como una semana. Y bañas caballos, eso lo he sabido hacer siempre. Además que los caballos conmigo se llevan muy bien.

-Pues mira, ahorita todo eso está bien cubierto. Lo que no tengo es quien me palée esa bosta que ves allá, tu sabes, para hacer abono.

-¡¿Qué cosa?! – dijo Neil mirando la montaña de bosta de res que se perfilaba más allá – pero… murmuró – no puedo llegar hediondo a caca de vaca.

-Jajajaja … - el hombre rió con ganas al ver la cara de Neil – Mira si estás dispuesto, por eso hay muy buena paga porque casi nadie nunca lo quiere hacer. Y para que no ensucies tu “elegante” traje, yo te facilito un overol y unas botas, también unos guantes y una máscara ¿Te parece?

-Bueno pues… - balbuceó Neil sin poder dejar de mirar la enorme montaña de bosta de vaca – así la cosa cambia un poco, pero ¡Me tiene que indicar como hacerlo!

-Yo te indico lo que quieras chico rico – le dijo el hombre palmeando su espalda – ya verás que no es tan difícil y terminarás rápido.

-Si usted lo dice… ¿Cuánto dice que hay por eso?



Cuatro días… cuatro días sin una carta de Neil.
¿Dónde estará? ¿Qué será lo que está haciendo?
Sus cartas nunca tardaron tanto, siempre llegaban cada dos o tres días.

Albert la veía ir de un lado para el otro sin atreverse a emitir comentario.
El venía al hogar, hubiera o no hubiera carta de Neil solamente para ver cómo estaba ella.
Ahora la veía preocupada, y si se detenía a pensarlo, él también lo estaba.
Hasta ahora, la hazaña de Neil no había sido un gran motivo de preocupación, pues cada vez que la zozobra comenzaba a sembrarse, una esperanzadora cartita hacía su aparición, aligerándolo todo con sus noticias, con sus dulces palabras.

¿Y si ahora sí le sucedió algo a su sobrino? ¡No se lo perdonaría nunca!
Talvez debió haber hecho lo que pensó en un principio: enviar a George en el auto a buscarlo.
Ahora ¿Cómo saber donde diablos estaría su sobrino?
Albert se acercó al mapa que estaba en la pared a tratar de discernir a donde estaría Neil ahora mismo.
Luego de aquel pueblito ganadero el camino se bifurcaba en diferentes direcciones. Todas llegaban a Chicago de alguna manera, así que tarde o temprano llegaría.
Pero ¿Qué no enviara ni una carta? Eso era lo que los preocupaba.

“¿Porqué no escribes Neil?” `Pensaba el rubio "¿Porqué guardas silencio justo ahora que tan cerca de casa estabas? Hijo, cuídate, no dejes que te suceda nada. Si quieres a Candy escribe, al menos un telegrama para saber que estas bien”



-¿Hay por aquí una oficina de correos? - preguntó Neil quitándose la mascara con la que cubría su naríz de los vapores horrorosos que despedía le bosta que paleaba para convertir en abono.

-No – respondió el hombre que le había contratado – la más cercana queda cerca de tu casa.

-Ah… estoy hace días necesitando enviar una carta .

-Porqué te agobias si estás tan cerca de tu casa, que creo que tu llegarás primero que esa carta jajajaja

-Es que… hace muchos días que no saben de mí… debe estar preocupada.

-¿Tu novia?

-¿Eh?... no; yo no tengo novia. – dijo Neil sacándose los guantes para meter las manos en agua fresca; las tenía muy adoloridas, la pala era muy pesada y el trabajo igual- Oye, me dijiste que esto no era ni muy difícil ni muy demorado ¡Mira cuanto tiempo llevo ya!

-Tranquilo Leegan – le dijo el hombre palmeándole la espalda – por la tarde los muchachos empezaran a meterlo en bolsas para llevarlo a los abastos del pueblo. Tu podrás irte por la mañana… a ver a la mujer que te tiene haciendo tonterías.

El hombre rió con fuerza mientras que él se pasaba las manos mojadas por el cabello y sonreía algo apenado.
Al parecer era imposible de esconder, que estaba enamorado hasta la médula.
Hasta la chica que servía los almuerzos se lo quedó mirando con picardía cuando pasó a dejarle su posillo de sopa de carne después del comentario del pícaro capataz.

A media tarde su trabajo estaba terminado, mientras se tomaba una muy merecida ducha fresca, notaba que había cambios en su cuerpo, los brazos quizás más formados, el pecho más definido; aparte que notaba que sus piernas habían adquirido una fuerza extraordinaria; lo sabía, porque cada vez le era más fácil recorrer los caminos, cada vez era más capaz de pasar muchísimas más horas caminando sin sentarse a descansar ni una sola vez.
Era increíble cómo podía cambiar por fuera y por dentro a un hombre el trabajo honrado.

Al amanecer, 300 dólares cayeron contantes y sonantes en las manos de Neil Leegan.
Ya le habían dicho que ese trabajo se pagaba bien, pero él no imaginaba que tan bien.

-Suerte con tu chica, chico rico – le dijo el capataz al despedirlo con un efusivo abrazo de oso – Insisto ¿quieres que te vaya a dejar?

-No hace falta, gracias – dijo él – es muy poco lo que me falta por caminar y la verdad, deseo terminar lo que comencé.

-Que te vaya bien entonces Leegan.

Neil comenzó nuevamente su caminar, hacía un poco de frío, así que se dejó las mangas abajo y la chaqueta puesta un tiempo.
Más o menos a las 10 de la mañana, no había caso, debía quitarse la chaqueta y atársela a la cintura y arremangarse paras poder caminar con comodidad.


-Madre, fui a hablar con Candy el otro día – dijo Eliza mientras se sentaba a la mesa junto a su madre a tomar el desayuno.

-¡Eliza! Espero que no hallas…- dijo la mujer mirándola, con la taza de café en la mano.

-No mamita, no te preocupes, esta vez la conversación entre ella y yo fue muy diferente. Sin embargo…

-Sin embargo ¿Qué?

-No estoy muy segura de que esta vez algo entre ellos funcione, aunque nosotras no intervengamos.

-¿De qué hablas, hija?

-De que yo no vi a esa huérfana muy convencida, mamita.

-¡Dios mío! Y mi hijo que desgraciadamente la quiere tanto – dijo Sara Leegan meneando la cabeza.

-No sé mamá – dijo Eliza en un suspiro – si esto que ha hecho Neil no la convence ¡Nada lo hará! Esa mujer es terca como un potro. Yo solo espero que cuando Neil llegue y ella lo reciba con una coz el entienda de una vez por todas que ella no es la mujer para él.

-Pero hija ¿Si llega a ser al contrario? ¿Si Candy en estos días se lo piensa mejor y decide aceptar a Neil? Por favor Eliza, ya no te metas con ella.

-No te preocupes mamita, te prometo esto ahora mismo. Si Neil la quiere y ella lo quiere a él sinceramente, créemelo madre, seré la primera en defender esa relación esta vez.

-¡Eliza! – exclamó la mujer absolutamente anonadada de las palabras de su hija - ¿Te sientes bien hijita? ¿Estás segura de lo que estás diciendo?

-Absolutamente madre… Candy no es santa de mi devoción y eso lo sabes muy bien, pero… es la mujer que mi hermano ha amado desde que éramos adolescentes. Ya no lo quiero ver triste mamá, quiero que Neil sea genuinamente feliz. Y si ella es la felicidad de mi hermano ¡Defenderé esa relación!



-William…-

-¿Sí, tía Elroy?

-¿Qué se sabe de Neil?

-Pues tía… se sabe que viene en camino. Nada más.

-¿Qué hay de cierto que esta locura que se inventó este chico es por tu protegida?

-¡Ah tía! – suspiró el rubio – No sé, todo puede ser. Lo que sí sé es una cosa. Neil ama a Candy y pienso firmemente que ella también siente algo muy fuerte por él. Y escúchame bien tía, si Candy quiere estar con Neil esta vez ¡No voy a dejar…!

-¡Vaya! – exclamó la tía – falta ver si ella quiere. Por su puesto que me parecería maravilloso que Neil y Candy se casaran.

-¡¿En verdad Tía?! – preguntó Albert anonadado, pues Candy nunca ha sido de su agrado.

-¡Por su puesto! Sería un enlace maravilloso… Además, se consolida la fortuna al conservarla en la familia.

-¡Ay Tía! – dijo el rubio meneando la cabeza ante las ocurrencias de su aristocrática tía.

-¡Señor, señor! – dijo una mucama entrando a la carrera a donde Albert se había quedado solo.

-¿Qué pasa, qué sucede? Preguntó el rubio un poco espantado por la actitud de la joven

-Esque señor… ¡Es él! Ya ha llegado… es él.

-¿Él? ¿Él quién?

-Yo tío Albert… ¿Está Candy Aquí?

-¡¡Neil!!




La tarde llegaba al final cuando Candy terminaba de recoger la ropa de los niños del hogar de los tendederos del patio.
Terminó de doblarla y guardarla en cada cajón con esmero y cariño.
Al terminar su labor se asomó a la ventana del hogar y se quedó contemplando el Padre Árbol.
En menos de un mes llegaría el otoño y aquel hermoso árbol se cubriría de tonos castaños rojizos y dorados.

Castaños rojizos… como su cabello
Dorados… como su mirada.

“¿Qué te sucede Candy?” pensó ella meneando su cabeza “Ni una carta de Neil, ni una sola. ¡Dios mío! Que no le haya sucedido nada malo”

El horizonte se perfilaba ya con los últimos rastros de la luz del día..
La tarde se enfriaba un poco, se disponía a entrar y cerrar ya las ventanas cuando le pareció ver a lo lejos una figura acercándose.
Agudizó un poco su vista para poder ver mejor, el sol aun no llegaba al cenit, así que estaban en ese espacio entre la oscuridad del final del día y la corta luz naranja del atardecer.

Una sonrisa empezó a dibujarse en sus labios, cuando reconoció el caminar orgulloso y altivo, la cabellera castaña, aquel color de piel…

-¡Candy! – dijo la Hna. María al verla abrir la puerta del hogar y salir - ¡Candy dentro de poco empieza a enfriar donde vas!

Candy corrió por la vera de la colina que llevaba hasta el tronco mismo del padre árbol y de lejos pudo ver que él hacía exactamente lo mismo que ella.

-¡Neil! – gritó ella agitando su mano.

Cuando ya estuvieron a pocos pasos ambos se detuvieron.
Ella estaba bellísima, traía un hermoso vestido naranja con un lazo rosa en la cintura y el cabello recogido en una coleta tras la cabeza.
El traía un desgastado traje azul marino, una camisa blanca arremangada y una chaqueta atada en la cintura.
Candy lo miró de pies a cabeza, era él, pero era distinto. Algo en él había cambiado, algo que no lograba definir bien qué era.

-Hola Candy… - murmuró él - ¿Recibiste mis cartas?

Ella asintió.

-Estás más moreno- dijo ella con una sonrisa.

-He caminado mucho bajo el sol – respondió él - ¿Se me ve mal?

-No – dijo ella negando con la cabeza mientras sonreía – resaltan tus ojos.

-Candy…

-Tus cartas fueron muy hermosas Neil…

-¿Pero…?

-No… - balbuceó ella – sin peros ¡¡Caminaste 500 millas!!

- Y caminaría 500 más, asi tuviera que llegar a morir a tu puerta. Te lo juro.

Luego le sonrió de esa manera tan especial que ella tiene, esa sonrisa llena de luz, llena de paz y de esperanza. Esa sonrisa brillante que inevitablemente termina cautivando a todo el que la aprecia.
Esa sonrisa, esa, en este preciso momento, era lo único que él necesitaba.
Pudo leer en sus ojos que lo había estado esperando, por eso había corrido a su encuentro apenas lo vislumbró.
Se acercaron lo que quedaba de distancia y él tomó sus manos entre las suyas.
Candy pudo sentirlas ásperas, callosas pero no le importó; era más que obvio que se había estado esforzando mucho estos últimos días.
Cuando lo tuvo cerca pudo notar que no solo sus manos, su cuerpo entero había cambiado para bien, así como la luz en su mirada.

Se miraron por momentos que parecieron eternos.
El juntó su frente con la de ella, respirando su aroma, su olor a rosas recién florecidas; ese aroma que él amaba, mientras ella se preguntaba si tardaría mucho en atreverse a besarla.

Desde el hogar de Pony, la Srta. Pony y la Hna. María, contemplaban la escena desde lejos con los ojos llenos de lágrimas.
Parece que por fin su amada niña traviesa lograría ser feliz.


Exactamente cumpliéndose un año de aquella tarde, la Mansión Leegan se llenó se alegría.
Sara Leegan corrió de aquí para allá, loca de alegría, y Eliza dio literalmente brincos de felicidad al escuchar el maravilloso sonido que venía aquella habitación cerrada.
Albert y Neil se abrazaron riendo con los ojos llenos de lágrimas.

Sara Eliza Leegan White había llegado al mundo.


FIN


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igzell

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De lo mejor que me he leido,que me lei cuando apenas entraba al foro.

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Amyrai

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Es muy hermoso, Candy encontró su felicidad y Neil le ayudo a encontrarla. Muy bello

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Lady Letty

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