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Consecuencias de un engaño
Capítulo VII
Capítulo VII
- ¿Cómo…? ¡George! – exclama espantada, se pregunta qué le ha pasado al buen amigo, Albert ya no es el mismo.
- ¿Qué has dicho? ¡Tú no vas hacer nada de eso! En primera porque no hemos encontrado ningún acta de matrimonio y por Dios no la recuerdas, además ella no te ha defraudado ni nada por el estilo – le informó a un cambiado William.
- Entonces, ¿cual es la verdad Candy? – se acerca nuevamente, peligroso, la safa de la protección de George e intenta besarla, a la fuerza.
¡Plaf!
Se escucha un golpe sonoro, el rubio trastabilla sorprendido porque ha sido a él a quién han golpeado.
- ¡Sí me quieres creer bien! ¡Si no, francamente, es tu problema Albert! – le responde y comienza a alejarse.
- ¡Candy! ¡Te vas a ir, dejándome con la duda! – pregunta el rubio altanero.
- ¡Es tú duda, no la mía, idiota! ¡George, permiso! – la rubia ofuscada sale de ahí esperando que no sea seguida, le escocia la mano más de lo que esperaba, acababa de darle un golpe a su amigo Albert… a su tutor.
- ¿Cómo ves? ¡Ahora yo tengo la culpa! – exclama Albert molesto, pero no por el golpe, no porque no haya contestado la pregunta, está molesto por no poder darle el beso que tanto ansiaba.
- Jajajaja yo hubiese hecho lo mismo de poder hacerlo – confiesa sinceramente George, sacando ingenio.
- ¿Te vas a poner de su parte, George? – cuestiona Albert herido.
- Te lo tienes bien merecido William, pero… - se queda callado por un momento.
- ¿Que me tienes que decir, George…? – pregunta fastidiado.
- ¿La ibas a besar…? ¿A la fuerza? – cuestiona alarmado George.
- ¿Por supesto que no…! Sólo quería que me dijera la verdad, además, ella es mi esposa o no, no debe de darle vergüenza, ¡no se supone que me ama! – reprocha Albert disgustado.
- ¿Lo hace? – pregunta George en duda.
- Supongo, no lo recuerdo… - dice Albert bajando la cabeza, haciendo memoria y nada.
- Pues vas por muy mal camino entonces, espero que seas un poco más delicado a la hora de preguntarle la próxima vez y nada de besos – advierte George, dándose la vuelta.
- ¿Que no iba a besarla, George…! - sí, si quería besarla, aunque no sepa ¿por qué?
Mientras en otro lugar, muy lejos del enojo, de las lágrimas, Candy se encontraba pensando, dejándose arrastrar por el viento hacia el piso, se preguntaba el ¿por qué mintió? ¿Por qué lo hizo? Era por Albert, así lo había pensado, pero en tan solo unos dias, todo cambio para mal y había lastimado a Terry, Terry…¿que estaría pensando de ella ahora? Alguien la observaba desde una distancia prudente.
- Señorita Candy – la llamó George.
- George, ¿por que lo dije? – la rubia derramó una lágrima.
- ¿Que cosa? Creo que tenemos una plática pendiente – aseguró él colocandose a la misma altura de ella.
- Lo sé George, ¿qué quieres saber? – se enjugó la lagrima con el dorso de su mano y trato de sonreír.
- ¿Es verdad que ustedes dos se casaron o es mentira? – preguntó calmo el castaño.
- ¿Tenemos que hablar de eso, en este momento? – cuestionó Candy.
- Debe saber que no encontramos acta de matrimonio en ningún lado – le informó a ella.
- ¡Pues no la encontraron porque no la hay! – Candy subió el tono exasperada.
- ¿Cómo dice? Si es una mentira señorita Candy, será mejor que me la diga – pidió George.
- No nos casamos por el civil, ni por la iglesia, ni por ninguna ley; porque sencillamente no nos casamos – confesó Candy.
- ¡Entonces, no están casados! ¡Gracias al cielo! Pero… él piensa que sí, ¿puede explícarmelo? – solicita él.
- Mentí…dije eso para que el Dr. Lenard dejara a Albert quedarse en el hospital, pero después, la prensa se enteró de todo y se fueron complicando las cosas – explicó ella tratando de no ser orgullosa por su mal hazaña.
- Entonces ¿el joven Grandchester, si es su novio? – cuestionó George risueño ante el notable sonrojo de la rubia.
- Sí, pero ahora tengo ese otro problema y luego Albert, que me reclama, otro problema, ¿qué voy hacer? – respondió ella dejándose caer sobre el barandal que estaba a sus espaldas.
- A decir verdad… - George estaba por decir algo cuando se interrumpió.
- ¡No puedo! – exclamó ella.
- ¿Por qué? ¡Nadie sufrirá! – rebatió el castaño, no debía de tener miedo.
- Sólo yo sufriré por mis arrebatos, si el Dr. Lenard me descubre, puedo perder mi trabajo, él no lo entenderá – explicó Candy mortificada.
- ¿Está segura? – quiso saber el castaño.
- ¡Sí, mentir en la hoja de ingreso es una cosa, mentir por ayudar a un amigo diciendo que estábamos casados, es otra cosa! Fue lo único que se me ocurrió, George, no pensé que daría tantos problemas – explicó lacónicamente la rubia.
- Ya veo, bueno tengo con que entretener a la abuela. Lo dificil será decírselo a Albert, pero veo que eso no le preocupa demasiado – le informó George.
- Pienso en Terry… ¿cómo desearía que estuviera aquí? Para poder explicarle – susurró, medio riendo medio triste.
- Bueno, será mejor que vayamos a descansar, buenas noches señorita – el castaño ya no sabe que más decir y decide ir a descansar para dejar a Candy sola con sus pensamientos.
- Buenas noches George y gracias, en un momento entro – respondió Candy somnolienta, por lo que cerró los ojos.
- ¡Aquí estoy Tarzán Pecoso, háblame! – susurró un avoz conocida para ella.
- ¡Terry! ¿Qué haces aquí? – cuestionó la rubia sorprendida.
Continuará…
- ¿Qué has dicho? ¡Tú no vas hacer nada de eso! En primera porque no hemos encontrado ningún acta de matrimonio y por Dios no la recuerdas, además ella no te ha defraudado ni nada por el estilo – le informó a un cambiado William.
- Entonces, ¿cual es la verdad Candy? – se acerca nuevamente, peligroso, la safa de la protección de George e intenta besarla, a la fuerza.
¡Plaf!
Se escucha un golpe sonoro, el rubio trastabilla sorprendido porque ha sido a él a quién han golpeado.
- ¡Sí me quieres creer bien! ¡Si no, francamente, es tu problema Albert! – le responde y comienza a alejarse.
- ¡Candy! ¡Te vas a ir, dejándome con la duda! – pregunta el rubio altanero.
- ¡Es tú duda, no la mía, idiota! ¡George, permiso! – la rubia ofuscada sale de ahí esperando que no sea seguida, le escocia la mano más de lo que esperaba, acababa de darle un golpe a su amigo Albert… a su tutor.
- ¿Cómo ves? ¡Ahora yo tengo la culpa! – exclama Albert molesto, pero no por el golpe, no porque no haya contestado la pregunta, está molesto por no poder darle el beso que tanto ansiaba.
- Jajajaja yo hubiese hecho lo mismo de poder hacerlo – confiesa sinceramente George, sacando ingenio.
- ¿Te vas a poner de su parte, George? – cuestiona Albert herido.
- Te lo tienes bien merecido William, pero… - se queda callado por un momento.
- ¿Que me tienes que decir, George…? – pregunta fastidiado.
- ¿La ibas a besar…? ¿A la fuerza? – cuestiona alarmado George.
- ¿Por supesto que no…! Sólo quería que me dijera la verdad, además, ella es mi esposa o no, no debe de darle vergüenza, ¡no se supone que me ama! – reprocha Albert disgustado.
- ¿Lo hace? – pregunta George en duda.
- Supongo, no lo recuerdo… - dice Albert bajando la cabeza, haciendo memoria y nada.
- Pues vas por muy mal camino entonces, espero que seas un poco más delicado a la hora de preguntarle la próxima vez y nada de besos – advierte George, dándose la vuelta.
- ¿Que no iba a besarla, George…! - sí, si quería besarla, aunque no sepa ¿por qué?
Mientras en otro lugar, muy lejos del enojo, de las lágrimas, Candy se encontraba pensando, dejándose arrastrar por el viento hacia el piso, se preguntaba el ¿por qué mintió? ¿Por qué lo hizo? Era por Albert, así lo había pensado, pero en tan solo unos dias, todo cambio para mal y había lastimado a Terry, Terry…¿que estaría pensando de ella ahora? Alguien la observaba desde una distancia prudente.
- Señorita Candy – la llamó George.
- George, ¿por que lo dije? – la rubia derramó una lágrima.
- ¿Que cosa? Creo que tenemos una plática pendiente – aseguró él colocandose a la misma altura de ella.
- Lo sé George, ¿qué quieres saber? – se enjugó la lagrima con el dorso de su mano y trato de sonreír.
- ¿Es verdad que ustedes dos se casaron o es mentira? – preguntó calmo el castaño.
- ¿Tenemos que hablar de eso, en este momento? – cuestionó Candy.
- Debe saber que no encontramos acta de matrimonio en ningún lado – le informó a ella.
- ¡Pues no la encontraron porque no la hay! – Candy subió el tono exasperada.
- ¿Cómo dice? Si es una mentira señorita Candy, será mejor que me la diga – pidió George.
- No nos casamos por el civil, ni por la iglesia, ni por ninguna ley; porque sencillamente no nos casamos – confesó Candy.
- ¡Entonces, no están casados! ¡Gracias al cielo! Pero… él piensa que sí, ¿puede explícarmelo? – solicita él.
- Mentí…dije eso para que el Dr. Lenard dejara a Albert quedarse en el hospital, pero después, la prensa se enteró de todo y se fueron complicando las cosas – explicó ella tratando de no ser orgullosa por su mal hazaña.
- Entonces ¿el joven Grandchester, si es su novio? – cuestionó George risueño ante el notable sonrojo de la rubia.
- Sí, pero ahora tengo ese otro problema y luego Albert, que me reclama, otro problema, ¿qué voy hacer? – respondió ella dejándose caer sobre el barandal que estaba a sus espaldas.
- A decir verdad… - George estaba por decir algo cuando se interrumpió.
- ¡No puedo! – exclamó ella.
- ¿Por qué? ¡Nadie sufrirá! – rebatió el castaño, no debía de tener miedo.
- Sólo yo sufriré por mis arrebatos, si el Dr. Lenard me descubre, puedo perder mi trabajo, él no lo entenderá – explicó Candy mortificada.
- ¿Está segura? – quiso saber el castaño.
- ¡Sí, mentir en la hoja de ingreso es una cosa, mentir por ayudar a un amigo diciendo que estábamos casados, es otra cosa! Fue lo único que se me ocurrió, George, no pensé que daría tantos problemas – explicó lacónicamente la rubia.
- Ya veo, bueno tengo con que entretener a la abuela. Lo dificil será decírselo a Albert, pero veo que eso no le preocupa demasiado – le informó George.
- Pienso en Terry… ¿cómo desearía que estuviera aquí? Para poder explicarle – susurró, medio riendo medio triste.
- Bueno, será mejor que vayamos a descansar, buenas noches señorita – el castaño ya no sabe que más decir y decide ir a descansar para dejar a Candy sola con sus pensamientos.
- Buenas noches George y gracias, en un momento entro – respondió Candy somnolienta, por lo que cerró los ojos.
- ¡Aquí estoy Tarzán Pecoso, háblame! – susurró un avoz conocida para ella.
- ¡Terry! ¿Qué haces aquí? – cuestionó la rubia sorprendida.
Continuará…
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¡¡¡¡¡Hurra!!!! 
