CAPÍTULO 28, FATALIDAD
La tarde comenzaba perezosa para Jonathan, quien a pesar del cansancio se mantenía al pendiente de que no le subiera la temperatura a Margaret, aunque la chica no recobraba el conocimiento, ya era un buen indicio de que la fiebre no apareciera en su maltrecho cuerpo. El remordimiento por la decisión tomada le roía las entrañas cada vez que veía a su novia en tan mal estado, oraba para que se recuperara, prometiéndole al creador retomar el buen camino, sin embargo, la realidad se estrellaba en sus plegarias al recordar que, pasó de ser un hombre libre, con un buen trabajo y muchas ilusiones, a ser un fugitivo de la guardia ducal. Sus pensamientos se aglomeraban en su cerebro sesgando con ello sus intentos por dormir un poco; aunado a la desesperación que le causaban los fuertes ronquidos provenientes del otro lado de la habitación, donde la duquesa dormía profundamente a consecuencia del analgésico que le hubiese dado el médico para el dolor de su muñeca fracturada, misma que al estar entablillada, le impedía a la regordeta mujer adoptar una posición cómoda yaciendo desparramada boca arriba en un desvencijado sofá.
Los sonidos profundos y graves que emanaban de la garganta de Lucrecia le recordaban a Jonathan la semejanza entre la mujer y los cerdos, aunque los animales eran más agradables se decía. Un retortijón de su estómago le recordó que desde la noche anterior no habían comido nada, se levantó del asiento que ocupaba al lado de la cama de su novia acercándose a la duquesa para moverla con brusquedad. — ¡Despierte señora! — La mujer despertó sobresaltada. — ¿Qué pasa? — ¡Voy a comprar algo para comer, necesito dinero y que cuide a Margaret en tanto regreso! — ¡Podrías no haberme espantado!, ¡Te estás tomando muchas libertades, jovencito! — ¡No estoy para sus sermones, aquí ya no es nadie importante, somos fugitivos!, ¡Recuérdelo! — ¡Bah, no voy a discutir contigo! — Respondió sin querer dar importancia a las palabras del joven, sabía que dependía de él para conseguir sus objetivos. De su bolso sacó unos billetes, mismos que le entregó. — ¡Toma, trae lo necesario para que no salgas tanto! — El muchacho arrebató el dinero y salió. La duquesa intentó levantarse por un momento iba a obedecer y cuidar a su mucama, no obstante, desistió ante la fuerte punzada que sintió en su mano al moverse, buscó una posición lo más cómoda posible, cerró los ojos e intentó conciliar el sueño de nuevo.
Jonathan recorría las calles lo más tranquilo que podía, tenía que hacer varias compras, entre ellas ropa para los tres, víveres, pero, sobre todo, encontrar un lugar para comprar un auto, era necesario salir de la ciudad, estaba seguro que no podrían usar las terminales de autobuses, mucho menos la de tren; mientras caminaba miraba para todas direcciones esperando no encontrarse con los guardias, que seguramente no habían cesado en su empeño por localizarlos. El haber trabajado con ellos, le servía para estar un paso adelante; paró en varios establecimientos, donde compró lo previsto, quiso visitar al médico para saber a qué hora iría a revisar a su novia, ya que dependía de su estado de salud el poder abandonar lo más pronto posible Manhattan. Al llegar al consultorio, observó como la esposa del galeno había cambiado totalmente su aspecto, estaba maquillada, peinada, usaba un vestido que parecía ser nuevo; incuso pudo advertir que su fisonomía no era tan obesa como le pareció la primera vez que la vio. — ¡Buenas tardes señora!, ¿Se encuentra el doctor? — ¡Muchacho!, ¡Es bueno verte por aquí! — ¡Le agradezco, pero necesito hablar con el médico! — ¡Mi esposo no está, pero despreocúpate yo estoy detrás de él para que vaya a revisar a su paciente!, ¡Antes de que caiga la noche estará ahí! — ¡Siendo así, me retiro! — ¡Ve, anda ve, no olvides tener a la mano los quinientos dólares que costará la revisión! — Jonathan ya no dijo más, entendía que se estaban extralimitando en el cobro de los honorarios, pero no tenía otra opción. Al cruzar la calle se detuvo abruptamente, al ver circular un vehículo con hombres de Douglas, entró a un bar de mala muerte para esconderse. Se acercó a la barra, pidió una cerveza, miró a su alrededor y reconoció al galeno, que departía con otros hombres mal encarados; no le dio importancia, aguardó unos minutos y retomó su camino.
En esos momentos, Douglas Kent se reunía con dos de los hombres que recién había contratado, quienes le informaron que ya tenían noticias de las personas que buscaba, habían indagado entre los médicos poco éticos que se dedicaban a atender a pacientes regularmente heridos en riñas o balaceras en el bajo mundo neoyorquino; indicándole que uno de ellos había atendido a una chica lesionada con arma de fuego, pero lo importante, era que el acompañante de dicha muchacha había pagado por la atención quinientos dólares. Kent rápidamente ató cabos, seguro se trataba de ellos, no solo por el capital con el que contaba la duquesa, sino por el dinero que había desaparecido de su oficina, que justamente era un fajo de billetes con esa denominación. Finalmente, le comentaron que estaban alojados en un hotel barato no muy lejos del centro de la ciudad, pero aún no sabían en cuál. Con esa información, el jefe de seguridad mandó llamar a todos sus hombres, a quienes dividió en cuadrillas para buscar en todos y cada uno de los hoteles de la zona y una vez localizados, se le informara para acudir personalmente por los prófugos, esa misma noche quería darle buenas noticias al duque.
Con la desesperación pintada en su rostro Terry llegó a la mansión, sin estacionar el vehículo saltó de él para entrar gritando. — ¡Candy, Candy! — Dorothy salió a su encuentro. — ¡Dorothy!, ¿Dónde está Candy? — ¡No lo sé señor, no hay nadie en la casa! — ¿Cómo que no hay nadie? — ¡Si, yo estaba en la cocina, ahí fue a verme Candy para disponer la comida, fue la última vez que la vi! — ¿Dime alguien más ha venido? — ¡No, solo usted! — ¡Maldita sea!, ¡Iré a buscar en los jardines, tú busca en su habitación! — La doncella sin mediar palabra obedeció, mientras que el inglés seguía llamando a Candice. Eleanor y Karen, que llegaban se sobresaltaron al escuchar los gritos de Terrence, de inmediato se dirigieron al jardín para saber lo que sucedía, Dorothy les dio alcance. — ¿Qué pasa Dorothy? — Le preguntó Karen. — ¡No lo sé, el señor Terrence llegó preguntando por la señorita Candy, pero ya la busqué en su recámara y no está!, — ¿Y Archie? — La mucama negó con un movimiento de cabeza y levantó sus brazos aludiendo a que tampoco sabía dónde estaba. — ¡Dios mío, hay que hablar con Terry! — Angustiada comentó Eleanor. — ¡Sí, trataré de alcanzarlo! — Respondió Kleiss que tomando su largo vestido entre sus manos comenzó a correr en busca de su amigo.
Terry recorría los extensos jardines de la mansión, llamando incesantemente a Candy, pero era en vano, nadie respondía a su llamado; los fuertes latidos de su corazón, no solo se debían a la prisa que imprimía en cada zancada que daba, sino por un interno temor de que su pecosa podría estar en peligro, la sentencia en las palabras de Susana martillaba su cabeza. — ¡Qué estúpido he sido!, ¡No debí dejarla sola! — Se decía, mientras exasperado regresaba para dirigirse a los establos, si quería abarcar mayor terreno en la búsqueda era mejor hacerlo a caballo; en su camino se encontró con una acalorada Karen, que al verlo le preguntó. — ¿Qué pasa?, ¿Encontraste a Candy? — ¡No, iré por un caballo, ya recorrí los jardines y no está, iré a recorrer el bosque! — ¡Yo iré contigo! — Terrence no dijo nada, simplemente siguió su camino, al llegar a la casa vio a su madre, que angustiada lo esperaba. — ¡Hijo!, ¿Qué ha sucedido? — ¡Que caí en una trampa de Susana, Eleanor! — ¿Cómo? — ¡Alguien llamó para decirme que el duque me esperaba en el hotel, al llegar estaba Susana, quien me dijo no sé qué tantas tonterías sobre Candy!, ¡En ese momento me di cuenta de que se trataba de una treta para que la dejara sola! — Pero, ¿Dónde están los demás? — ¡No lo sé, seguiré buscando! — ¡Creo que debemos esperar a los demás, posiblemente ellos tengan noticias! — ¡No, tengo que encontrarla! — Con el semblante desencajado Terry se fue para los establos, ya no quería pensar, solo recorrer los caminos y encontrarla, sentía que la vida se le iba en ello. Montado en un corcel blanco Terrence cabalgaba el extenso bosque, las sombras que formaban los árboles le parecían como un denso manto que cubría el paradero de Candy, no quería ofuscarse, pero la impotencia de no poder llegar junto a ella, le hacían ver más grande el terreno para localizarla él solo. Decidió adentrarse, pero no tenía una dirección fija, el follaje raspaba sus brazos, mientras el caballo obedecía tenaz cada vez que él lo espoleaba para que fuera más a prisa; a lo lejos vio el río que indicaba uno de los linderos de los Ardlay, recordó que Candy iba ahí con frecuencia, se trataba del portal de agua. Se dirigió ahí, pero antes de llegar vio una silueta tirada en el frondoso pasto, de un salto bajó del caballo, pensando que se trataba de Candy corrió hacía ella, pero al estar cerca notó que se trataba de Mely, quien sangraba profusamente de la cabeza; la levantó colocándola en su regazo, golpeando levemente las mejillas de la chica para que despertara. — ¡Mely, Mely!, ¡Despierta!, ¡Demonios!, ¿Qué te ha pasado? — La chica abrió leventemente sus ojos, pero el dolor provocado por el fuerte golpe que le diera Neil le hacía titubear al intentar hablar. — ¡Te…rry! — Él intentó sentarla, sin embargo, al despegar su brazo notó que el sangrado era considerable. — ¡No hables, te llevaré a la casa! — Cargó a la joven para acomodarla en el caballo y subió detrás, ella, que no opuso resistencia, intentaba hablar, pero había estado mucho tiempo inconsciente. — ¡Terry… la tía abuela! — Él no hizo caso, tenía que dejarla para continuar buscando a Candy. — ¡Calma, pronto te atenderán! — Quería llevarla a galope, pero entendía que eso podría lastimar más a la muchacha, era indudable, no podía dejarla ahí, aun cuando su corazón le pedía seguir buscando a Candy, tardó unos minutos en llegar a la mansión, justo en el momento que llegaban Albert, George y el duque. William, que en un inicio no distinguió la silueta de Mely, al tenerlos de cerca corrió al ver que se trataba de su novia. — ¡Mely, Dios Santo!, ¿Qué le pasó? — ¡No lo sé, la encontré tirada en el bosque, cerca del portal de agua! — Respondió el actor, entrando con la chica en brazos para después recostarla en el sofá. — ¡Dorothy llama al médico! — Ordenó Albert. Mely al ver a su novio, quiso levantarse, pero un fuerte mareo se lo impidió. — ¡Amor, tú tía! — ¿Qué le ha pasado a mi tía? — ¡Ella, ella…! — La muchacha no alcanzó a decir nada porque volvió a perder el conocimiento. El duque miraba azorado la escena, ¿Qué demonios sucedía?, le parecía que toda la situación había tomado un tono surrealista, una pesadilla que los involucraba a todos. — ¿Qué andaba haciendo en el bosque?, ¡El portal de agua limita la mansión! — Cuestionó William. — ¡Eso te lo dirá ella cuando despierte, ahora tengo que seguir buscando a Candy! — Respondió Terrence que se disponía a salir de nuevo. — ¿Candy?, ¿Qué está sucediendo? — ¡Nadie lo sabe, discúlpame, pero tengo que seguir! — ¡Espera!, ¿A dónde vas? — Lo detuvo Richard. — ¡Sí Mely estaba ahí, tal vez siguió a Candy! — ¡Espera tenemos que ir varios a ayudarte! — ¡No puedo esperar! — ¡Tú padre tiene razón, Terry!, George trae unos caballos! — Ordenaba Albert, al tiempo que no sabía qué hacer, su querida novia no se encontraba bien y no quería dejarla, pero le preocupaba también Candy. Se acercó a ella, quién abrió los ojos para musitar. — ¡Cariño, estoy bien!, solo me duele la cabeza. — ¿Qué sucedió? — Melanie quería hablar, pero un fuerte vértigo se lo impedía. — ¡Dios! — Exclamó William levantándose impetuosamente. — ¿Albert? — Le llamó Eleanor. — ¡Entiendo cómo te sientes!, ¡En cuanto la revise el médico nos confirmará que solo fue el golpe!, si quieres yo puedo hacerme cargo en lo que ustedes buscan a Candy. — ¡No sé!, ¡Quisiera por lo menos esperar al doctor!, pero ¡Candy! — ¡Ve cariño, es necesario que vayas tú tía está cerca del río! — Dijo Melanie con un hilo de voz. — ¡¿Qué?!, pero ¿Cómo? — La tensión se reflejó en el rostro del magnate, que apresuradamente accedió a la propuesta de la actriz. — ¡Ocúpate de ella, por favor! — ¡Por supuesto, yo me encargo! — Respondió la diva que acomodaba la cabeza de la chica en una mejor posición para después ordenar a Dorothy que trajera paños y agua para limpiar la sangre que emanaba detrás de las orejas. Los hombres salieron para dar alcance a George en los establos, no obstante, Terrence subió a su caballo de nuevo y apresurado dijo. — ¡Seguiré buscando en el bosque, ustedes pueden dispersarse! — Con el caballo relinchando y parado en sus patas traseras iba a iniciar la carrera, pero observó la llegada del señor Britter, Stear y Patty, se detuvo para saber si ellos tenían más información. Patricia bajó del auto pesadamente, sus piernas no le respondían en su totalidad, al igual que Stear. — ¡Candy!, ¿Dónde está Candy? — Preguntaron atropelladamente Alistear y su novia. El nerviosismo que consumía las entrañas de Terry lo estaba rebasando, tanto que el animal contagiado por su jinete no paraba de moverse. — ¡No lo sabemos!, todos vamos llegando, ¿Ustedes pudieron hablar con Annie?, ¿Les dijo algo? — ¡No! — Contestó Patty que tan rápido como pudo narró lo que les había hecho. — ¡No estoy equivocado, Candy está en peligro! — Vociferó Terrence. — ¡Esto es muy extraño! — Exclamó el duque. — ¿Hay algún punto cercano donde pudieran haberse dirigido?, ¡Es demasiada coincidencia que la señorita Melanie se encontrara en el bosque! — ¡Lo único que está cerca es la vieja cabaña! — Contestó George, que llegaba junto con los caballos. — ¡Vamos para allá! — Ordenó Albert, que junto el duque y su fiel asistente montaron resueltos. Por su parte, el señor Britter se dirigió a su vehículo para seguir a los jinetes. — ¿Sabes dónde está esa cabaña Stear? — ¡Sí, pero no llegaremos por el bosque tendremos que rodear los límites! — ¡Guíame por favor! — Los dos se fueron en el auto, dejando a Patty totalmente angustiada, que, cuando quiso dar el paso para ir con ellos, cayó al suelo, sentía una gran debilidad en las piernas y en los brazos, pero de eso no se dio cuenta Stear, el auto había avanzado rápidamente.
El inspector de policía observaba a lo lejos, no quería intervenir. — ¡Van saliendo todos, jefe!, ¿Los seguimos? — ¡Sí, pero a distancia!, algo me dice que se trata de un rapto, estos millonarios hacen todo por evitar un escándalo. ¡Nuestro deber es atrapar a los maleantes! — ¿Está seguro, jefe? — ¡Sí, sin querer nos han ayudado a realizar la investigación, así que adelante, procura que no nos vean! — ¡El sendero que tomaron es boscoso, no podremos entrar ahí con la patrulla! — ¡Rodea el camino, vamos al río de ahí cruzaremos los linderos de la propiedad!, ¡Date prisa, con suerte llegaremos antes que ellos y ahí aguardaremos! — El oficial al volante obedeció.
Annie y Candy se acercaban a la cabaña, Elisa al verlas sintió como su corazón se arrebolaba confiado en terminar con la que ella consideraba su peor enemiga. La tía abuela también se encontraban en el auto, a unos metros de distancia, en tanto que Neil vigilaba la hora en la que tendrían que hacerse presentes. La espesura de bosque poco a poco fue dejando ver un cielo azul y despejado; fue en ese momento que la carrera de las chicas terminó, estaban acaloradas, pero reían como cuando eran niñas, Candy se sentía inmensamente feliz, pensaba que la vida le sonreía al tener en su vida a su hermana y al hombre que amaba. El verdor y espesura del prado se antojaba para acomodarse en cualquier lugar, incluso quedarse cerca de un gran árbol para que su sombra les protegiera de los rayos del sol. — ¡Mira Annie, aquí podemos hacer nuestro picnic! — ¡Sí está perfecto, pero temo que estoy demasiado abochornada para quedarnos aquí, entremos un rato a la cabaña, nos refrescamos y salimos! — Pero, ¡Annie, no hace falta, este es el lugar perfecto! — ¡Candy, ya no somos unas chiquillas, que se pueden revolcar y ensuciar, debemos cuidar nuestro aspecto, anda no reclames! — Comentó Annie entrando directamente a la cabaña, Candy la siguió resignada, confiada en que saldrían a disfrutar de su picnic. Al entrar notó que todo estaba muy limpio, incluso había flores en la mesa de centro, comedor y alguna que otra repisa. — ¡Creo que Albert va a ocupar la cabaña! — Comentó Candy con picardía. — ¿Por qué lo dices? — ¡Por las flores, parece que estaba planeando traer a Mely aquí! — ¡Ohh si me enteré que tiene novia! — ¡Tenemos que apresurarnos, no nos vaya a encontrar aquí! — ¡Tranquila es temprano!, ¡Tengo sed!, ¡Voy a descorchar el vino!, ¡Eso nos refrescará! — ¿No lo haremos afuera? — ¡Candy es una botella completa por una copa que tomemos no se acabará! — ¡Esta bien señorita Britter, lo que usted diga! — Annie se dirigió a la cocina, sacó unas copas del estante y sin que su amiga la viera vertió unas gotas del frasco que le hubiera dado Elisa, iba a servir el vino, sin embargo, pensó que era una dosis mínima la que hubo puesto, así que vació un poco más, sirvió las dos copas y las llevó consigo para sentarse en un sillón. — ¡Ven Candy, brindemos! — Le llamó a la rubia mostrando con su mano el asiento al lado de ella. Candice no esperó más, feliz se sentó en el lugar señalado. — ¡Toma! — Dijo Annie entregándole la copa. Candy con una mueca que simulaba tener asco la agarró. — ¡Es momento de hacer un brindis por nosotras!, ¡Por nuestra amistad y nuestra felicidad!, ¡Salud! — ¡Salud Annie por la maravillosa oportunidad que me das para seguir juntas! — Brindó Candice bebiendo un poco del vino. — ¡Casi no tomaste!, ¿No te gustó? — ¡No es eso!, es que ¡No quiero beber mucho! — ¡No pasará nada, es solo una copa!, ¡Bébela para ir a comer los bocadillos debajo de la sombra de aquél árbol! — Expresó sutilmente la perversa chica señalando un frondoso roble. — ¡Candy, quiero pedirte perdón por lo mala que he sido contigo!, ¡Ahora que pronto te casarás con Terrence quiero, deseo que seas inmensamente feliz!, ¡Brindo por ello! — Pronunció bebiendo el total de su copa. — ¡Salud por ti también Annie, porque sé que el amor está muy cerca de ti! — Exclamó Candy imitando la acción de su amiga.
Karen, al ver cómo Terry salía en busca de su prometida, ensilló una yegua, la cual montó resuelta a apoyarlo. No conocía bien la zona, tampoco estaba segura en dónde buscar, se dejó llevar por su instinto y avanzó primero por el frente de la propiedad, escudriñando con la mirada alguna cabellera rubia, había recorrido un buen tramo sin resultados, prosiguió por una vereda, ella no cabalgaba, quería mirar a detalle intentando encontrar algún indició, algo que le dijera a dónde dirigirse; hasta ese momento, la mansedumbre del animal que montaba se lo permitía, no obstante, un vehículo se acercaba velozmente sin que Karen pudiera controlar a la potra, que emprendió la carrera ante el fuerte ruido del auto, metros más adelante por fin pudo calmar al animal; iba a soltar una serie de improperios, pero se detuvo al ver que al volante se encontraba Archie, espoleó a la alazana para darle alcance al tiempo que le gritaba al menor de los Cornwell para que se detuviera. Archibald por el contrario, quería que el automóvil tuviera alas para llegar a la cabaña; lo cual deducía por el trayecto que iban tomando de acuerdo a las instrucciones de Susana, quien se negaba a dar detalles de lo que estaba por acontecer aun con la presión que su acompañante ejercía sobre ella, esperaba que, cuando llegasen todo hubiera ocurrido y pudiera burlarse de la enfermera para después llevarse a Terry, su corazón no solamente latía más rápido por la taquicardia que no había cesado desde que se despertó en el hotel, sino por la morbosa ansiedad de ver a su rival desecha y por qué no, a Terry totalmente decepcionado de su dulce Candy. Anhelaba ver como la despreciara delante de todos para coronarse como la vencedora de lo que pensaba era su más gloriosa batalla. Archie percibió que alguien lo seguía, por lo que aceleró el vehículo, pensó que se trataba de Neil, quien intentaría detenerlo, sin embargo, un grito de Karen llamó su atención disminuyendo la velocidad. — ¡Por fin me escuchaste!, ¡Detén el carro! — El chico frenó en seco provocando que Susana se golpeara la frente con el parabrisas, pero Archie no hizo caso. — ¡Karen, dime que Candy está en la casa! — ¡No, Terry y yo la andamos buscando!, ¿Qué hace Susana contigo?, ¿Dónde la encontraste? — ¡Es muy largo de explicar, Karen, debo llegar a la cabaña de Albert!, ¡Por las palabras de Susana le han tendido una trampa a Candy! — ¡Lo sabía, de esta mujer no se puede esperar nada bueno, la cara de mosquita muerta! — Decía Kleiss al tiempo que se acercaba a Susana con intención de golpearla, Archie la detuvo. — ¡Vamos, no hay tiempo para eso, hay que llegar a la cabaña! — ¡Tienes razón, pero después nadie me detendrá, ha hecho mucho daño ya! — Antes de subir al coche ató a la yegua a uno de los matorrales. Archie quiso poner en marcha el carro, pero no encendió. — ¡Demonios! — Exclamó él metiendo sus dedos entre su melena totalmente frustrado. — ¿Qué pasa? — Cuestionó Karen. — ¡No arranca! — ¡Debemos irnos, déjalo, vamos en la yegua! — ¡Tienes razón! — ¡Esperen, no me dejarán aquí! — Soltó Susana con un hilo de voz. — ¡Lo siento querida para brujas como tú no hay espacio! — Le señaló Kleiss con una sonrisa burlona. — ¡En cuanto estemos en la mansión mandaré por ti! — Finalizó Archie que ya estaba montado tendiendo la mano a Karen para que subiera detrás de él emprendiendo de nuevo el camino. Al sentir los brazos de la chica abrazando su cintura Archibald se sintió extraño, al igual que ella, que no pudo evitar sentir el firme abdomen de él. — ¿Qué sensación es está? — Se dijo para sí, en tanto movía la cabeza negativamente. — ¡Déjate de tonterías concéntrate! — ¡Esta familia es creadora de puro hombre hermoso, todos los Ardlay son guapos!, ¡Cálmate Karen, no viniste a buscar novio! — Entregados a esos nuevos pensamientos los chicos iban a todo galope. Susana, estaba furiosa. — ¿Cómo es posible que me traten así!, ¡No, yo no me quedaré aquí!, pero ¿Qué hago, no sé cuánto falta para llegar a la dichosa cabaña? — La imposibilidad que le representaba caminar, le provocaba a la vez una fuerte impotencia, volviendo a maldecir a Terry, culpándolo de su condición. Miró a todos lados a ver si encontraba a alguna persona que la pudiera llevar, pero nada, no había nadie, observó detalladamente el auto, aunque no sabía conducir, giró la llave del motor, el cual encendió. Se acomodó frente al volante movió la palanca para que arrancara, pero no lo logró hizo memoria de cómo lo hacía Terry, lo había visto muchas veces, presionó con su única pierna el acelerador, tampoco, con la otra que tenía la prótesis apretó el clutch junto con la palanca logrando que el vehículo avanzara. — ¡Nada me impedirá llegar, Terry, tú vendrás conmigo, quieras o no! — Con jaloneos el carro fue avanzando lentamente, Susana no sabía cuánto tiempo tardaría, sin embargo, la decisión se veía reflejada en su cara.
En Nueva York el personal de Douglas Kent revisaba uno por uno los hoteles de la zona, faltaba poco para llegar al de mala muerte donde se encontraba la duquesa, apesadumbrada por los analgésicos, le costaba trabajo levantarse sentía que la cabeza le iba a estallar, volteó a ver a Margaret, que dormía, al tiempo que se quejaba, respiró hondo, por unos instantes pensó en levantarse para ver a la chica, pero no, ella no se levantaría para atender a su mucama, ¿Desde cuándo una duquesa haría algo así?, se dijo, mientras volvía a su posición original, intentaba dormir cuando escuchó un fuerte estruendo, quiso levantarse, pero su peso y el dolor de su muñeca se lo impidieron, con la mano sana se empujaba para levantarse, a la vez que con sus piernas se impulsaba, sin embargo, volvía a caer en el viejo sofá, cuando por fin pudo sentarse vio como el doctor entraba acompañado de otros dos sujetos. — ¡¿Usted?!, ¿Qué hace aquí?, ¿Por qué ha entrado así?, ¿Quiénes son esos hombres? — Vociferaba Lucrecia, sin obtener alguna respuesta del medicucho que prontamente se le acercaba, instintivamente ella se aferró a su bolso, abrazándolo contra su pecho con ambos brazos, aunque la mano entablillada le dolía no le importó, ahí traía todo su dinero, joyas y su pasaporte. Era indudable que el doctor estaba bajo los influjos del alcohol, la duquesa se pudo dar cuenta por sus ojos enrojecidos y vidriosos. — ¿Qué hace?, ¡Aléjese de mí! — Sin decir palabra el hombre ya muy cerca de ella levantó su mano para arrancarle el bolso. — ¡Le he dicho que se aleje, no sabe quién soy yo, lo refundiré en la cárcel! — ¡Cállese señora!, ¡Deme el bolso o aquí mismo la mataré! — ¡Soy una duquesa de la corte inglesa, no puede…! — Un fuerte puñetazo se estrelló contra su cara, misma que rebotó contra el asiento del sofá, el líquido caliente, ferroso y espeso emanó de sus fosas nasales, incluso de su boca, sin soltar el bolso quería ponerse de pie, ya que el borbotón de sangre fluía imparable a su garganta ahogándola. El galeno forcejeó, un poco, pero finalmente se lo arrancó. — ¡Busquen por la habitación, debe haber más cosas que podamos llevar! — Ordenó el doctor. Margaret abrió los párpados sobresaltada por el ruido, vio a los hombres que escudriñaban el cuarto, aventando todo, no obstante, solo encontraron las bolsas de ropa que Jonathan hubo traído. — ¡Aquí no hay nada! — Reclamó uno de los delincuentes. — ¡La cama, quiten a la muchacha y revisen debajo del colchón, debe haber más dinero! — Margaret apretó sus párpados e intentó no gemir cuando uno de ellos sin delicadeza la cargaba lastimando el costado recién operado; sin miramientos arrojó a la chica al lado de la duquesa, que alzaba las manos con desespero pidiendo ayuda, gorgoreaba borbollones de sangre; la chica como pudo la jaló para que se sentara golpeando su espalda para que tosiera y arrojase el ferroso líquido. Lucrecia hacía fuertes espasmos para llevar aire a sus pulmones, a la par que escupía, aún tenía la sensación de estarse ahogando. Margaret aterrada tocó su costado, percibía humedad, al ver su mano advirtió que estaba sangrando de nuevo, su herida se había abierto. — ¡Vámonos, ya no hay nada!, ¡Nos dijiste que tendríamos mucho dinero! — Vociferó uno de los malhechores. — ¡Y es verdad, mira! — Respondió el doctorcillo mostrando el fajo de billetes que sacó del bolso de la duquesa. — ¡Huyamos, ya! — Increpó el otro sujeto nervioso de que los fueran a descubrir. Ya iban de salida, pero el galeno regresó a las mujeres para jalar las manos de Lucrecia y sacarle los anillos que traía puestos, así como la gargantilla que manchada de sangre pendía de su cuello. El hombrecillo metió las joyas a su bolsa del pantalón para después emprender la huida junto con sus cómplices.
A dos cuadras del hotel, Jonathan estacionaba el automóvil usado que había comprado, quiso evitar que los vieran subir en él, cerciorándose de no ser visto caminó, justo daba vuelta a la esquina para llegar a ver a su novia, se quedó inmóvil al ver que varios hombres salían de un hotel cercano. De inmediato recorrió el tramo faltante, al entrar a la recepción el encargado molesto le reclamó por el escándalo señalándole que tendría que pagar por los desperfectos en su habitación. Él no se detuvo, corrió escaleras arriba, cuando entró azorado vio el desastre, al igual que a las dos mujeres. — ¡Margaret!, ¿Estás bien?, ¿Quién hizo esto? — La chica con voz entrecortada respondió. — ¡Fue el doctor, le robó a la duquesa su bolso y sus joyas! — ¡Tienes que alcanzarlos! — Le ordenó Lucrecia. — ¡No, eso no puede ser, los guardias ducales están revisando todos los hoteles de la zona, no tardarán en llegar a éste!, ¡Debemos escapar antes de que lleguen aquí! — ¿Dónde están?, ¿Estás seguro de lo que dices? — ¡A una cuadra! — Respondió. — ¡Vamos amor!, ¿Puedes levantarte? — ¡Sí! — Contestó la muchacha, sin mencionar lo de su herida. — ¡Podría cargarte, pero eso llamaría la atención! — ¡Esta bien, andemos! — Con paso lento, pero firme los chicos se dirigían a la puerta, no obstante, la voz áspera y ronca de Lucrecia los detuvo. — ¿A dónde van?, ¡Ayúdenme, no puedo caminar todo me da vueltas! — ¡Lo siento señora, no puedo con las dos, así que apresúrese! — ¡Mal nacido, yo soy más importante que esa mucama!, ¡Si me dejan, no les daré nada! — Les gritaba, pero ellos ya iban rumbo a las escaleras, antes de bajar, Jonathan vio como entraban los hombres de Douglas Kent, cargó a su novia para alejarse por el pasillo. La duquesa lo vio con la joven en brazos regresar al otro lado del corredor, un temor le recorrió su adolorido cuerpo al escuchar la voz del jefe de la guardia ducal.
Jonathan seguía con su novia en brazos subiendo las gradas, pensando que en el piso siguiente habría un sitio para refugiarse, Lucrecia no alcanzó a seguirlos, ya que los guardias a grandes zancadas iban en su dirección; ella miró a todas partes, no había ningún lugar donde pudiera resguardarse, desesperadamente iba tomando picaporte por picaporte de las puertas contiguas con la esperanza que alguna abriera, hasta que la última del pasillo se abrió con un solo envite entró de inmediato. Se quedó estática, parada frente al umbral, orando a todos los santos porque no fuera encontrada. Una densa penumbra reinaba en el cuarto, tal como se sentía ella, por un momento, los golpes, el susto y el robo fueron sustituidos por temor de ser atrapada, en milésimas de segundos la sensación de desamparo, de soledad le permitieron verse como una niña indefensa que con urgencia necesitaba la ayuda, la protección de sus padres, pero no, no era una niña más, era una mujer adulta que convencida había tomado sus propias decisiones, que ahora se estrellaban en su cara con una realidad, cruel, tan cruel como podría llegar a ser su esposo si la encontraba. El constante palpitar de su corazón, solo se vería rebasado por el de sus sienes, que golpeaban su cabeza por dentro; los rasguños de su cara se habían desdibujado ante el brutal golpe que le hubo roto la nariz; la mano fracturada también punzaba de dolor ya que el palo que había servido para mantenerla quieta había desaparecido con el ajetreo. Aunque quería reaccionar, se mantuvo frente a la puerta, esperando su posible destino. Como alguien condenado a muerte vio pasar su vida con recuerdos intermitentes que, como un vendaval le reclamaban sus malas acciones, su soberbia, su desmedida ambición, pero sobre todo su falta de amor a los demás; Sí había querido cobrarse en las personas que la rodeaban de todas las afrentas sufridas por Richard, más fue en un inocente niño donde desquitó todo el rechazo y desamor, que nunca descansó hasta alejarlo de su padre; ni con sus hijos hizo un buen trabajo, los había formado igual que ella, soberbios, tozudos e insensibles. No supo cuánto tiempo estuvo ahí de pie, fue el silencio que se tornó en zumbidos en los oídos lo que hizo volver a la realidad.
Douglas Kent junto con sus hombres se hubieron retirado de la habitación al comprobar que los prófugos no estaban, sin embargo, algo le decía que seguían ahí, con la sorpresa que trató de ocultar en su rostro al ver la gran cantidad de sangre, tanto en el sofá como en la única cama que tenía el cuarto, le permitió sacar conjeturas que apremiaban la localización por lo menos de la duquesa. Al revisar el maloliente baño pudo observar los residuos de instrumental médico que suponían que en el lugar se había realizado una operación, pero ¿De quién?, ¡Podría ser de cualquiera de los tres!, sin dudarlo dejó a varios hombres vigilando el hotel, una vez reunido con los demás les dio las nuevas instrucciones. — Como pudieron darse cuenta los fugitivos se lograron escabullir, aunque creo que aún están cerca es necesario encontrar al médico que los atendió. Algo no cuadra con la escena de la habitación, al parecer alguien ha causado destrozos y pudiera ser que los prófugos hayan sido víctimas de la delincuencia del lugar. — El personal escuchaba atento a su jefe, ellos también se habían percatado de lo mismo. — ¡Jefe deberíamos revisar todos los cuartos! — ¡No, en caso de que todavía se encuentren aquí, tarde o temprano tendrán que salir, ya sea por comida o por insumos a la farmacia, la sangre es bastante necesitarán medicamentos, vendajes, y demás! — ¿Seguiremos buscando en los hoteles restantes? — ¡Sí, ustedes cinco recorrerán las demás posadas, incluso volverán a los ya revisados, es posible que busquen alojamiento cercano para atender las heridas! — ¡Ustedes tres investigarán la ubicación del doctor que los atendió! — Esto último se lo instruyó a los sujetos que hubo contratado de la zona. — ¡En cuanto tengan al galeno llévenlo a la casa, ahí lo interrogaré yo! — Cada uno de los equipos se dispersó para llevar a cabo lo indicado por Kent, mientras él iría a llamar al duque e informarle lo sucedido, no podría ocultarlo, ya que la posibilidad de que la duquesa estuviera herida era enorme, peor, si había caído en manos de algunos delincuentes sin escrúpulos.
Sigue en parte dos...
Última edición por Adry Grandchester el Sáb Oct 14, 2023 3:11 am, editado 1 vez