CAPÍTULO XXVI DESCONTROL
En la obscuridad del bosque en las inmediaciones de la mansión de los Ardlay, Susana caminaba con dificultad tratando de seguir las grandes zancadas que daba Neil, quien había dejado su auto en las afueras de la propiedad, a la chica le costaba trabajo respirar, con cada paso que daba, las fuerzas le faltaban y un sofoco hacía presa de ella, pero ante la insistencia de su acompañante por salir lo más pronto posible, no protestaba; no quería que el duque se la llevara sin antes hablar con Terry. Una vez llegaron al auto, Neil manejó a toda prisa rumbo a su residencia, en su loca carrera no prestaba atención a Susana, quien se había desvanecido, solo se dio cuenta del estado de ella, cuando frenó bruscamente al ver toda la movilización que se registraba en el exterior de su casa. — ¡Demonios!, ¡Ya se dieron cuenta de tu escape! — Dijo volteando a ver a la joven que no respondía. — ¡¿Susana?!, ¿Qué te pasa?, ¿Por qué no me contestas? — Continuaba llamándola, pero ella no reaccionaba. — ¡Maldita sea!, ¡Solo me faltaba esto! — En su descuido no apagó las luces de su vehículo, lo que llamó la atención de los hombres que se mantenían atentos ante la posible llegada de alguno de los hermanos Leagan. El chico se inclinó para verificar que estuviera respirando, al comprobarlo levantó su cabeza y observó que varios jinetes se acercaban a ellos. Sin perder tiempo, echó el auto en reversa, lo giró totalmente y metiendo el acelerador a fondo inició un veloz recorrido levantando a su paso una polvareda que impedía a los hombres ver la dirección que tomaba; a pesar de presionar el galope de los caballos, fue imposible alcanzarlos.
El joven Leagan continuaba su marcha, no sabía a dónde ir, dónde localizar a su hermana para informarle el revuelo que se había armado por la huida de Susana, eso no lo habían previsto, lo más seguro es que para esos momentos, sus padres ya hubiesen sido informados, era urgente hablar con ella y con la tía abuela, su apoyo era indispensable en esos momentos. Susana fue recobrando poco a poco el conocimiento, extrañada miraba a su alrededor intentando reconocer dónde se encontraba, lentamente se incorporó en el asiento del copiloto y miró a Neil, recordando que momentos antes, hubo llegado a la cabaña para sacarla de ahí, ya que el duque de Grandchester se hubo presentado junto con su madre para llevarla a quién sabe dónde. — ¿A dónde vamos? — Preguntó. — ¡Ahh ya despertaste!, ¡Bonita la hora de desmayarte!, ¡No, sé, no sé a dónde vamos! — Respondió él visiblemente molesto. — ¿Me quieres decir por qué te desmayaste? — ¡No lo sé, tal vez fue la impresión! — ¡Querida, no creo que con tan poca fuerza logres que Grandchester te haga caso y regrese contigo! — Ella no hizo ningún comentario, se sentía débil, buscó su bolso para sacar sus pastillas, desde que había visto a Terry por la ventana en paños menores, su ansiedad fue en incremento, habiendo consumido en repetidas veces las píldoras. — ¿Qué buscas? — ¡Mi bolso, necesito tomar mis medicamentos! — Al encontrar su pequeña bolsa, sacó dos tabletas, tragándoselas. — Neil, no prestó atención a ello, ya que las luces del pueblo se veían a lo lejos, no le quedaría otra, más que hospedarse en un hotel, en lo que buscaba a su hermana y acordar lo que harían.
En esos momentos, en la habitación del hotel, donde se hospedaba Christian, Elisa no daba crédito a la presencia de Oliver Lennox frente a ella. — ¿Tú?, ¿Qué diablos haces aquí? — Cuestionó la chica. — ¡Hola, Elisa!, ¡Vengo a realizar el trabajito que le encargaste a Connor, él no pudo venir! — Expresó Oliver, lo más sereno que pudo; ya que de repente sintió la necesidad de tomar a esa mujer y estrujarla contra su cuerpo, para después tomarle el cuello y apretarlo hasta que dejara de respirar, era una ambigüedad de sensaciones lo que le causaba ella, quien había sido capaz de subirlo al cielo, para después sumirlo en el más espantoso de los infiernos. — ¿Sabías esto? — Inquirió Elisa a Christian, que rápidamente respondió. — ¡No, pero la verdad no le veo problema! — ¿Cómo que no hay problema, no confío en él! — Protestó, ella. — ¡No, no le veo inconveniente!, ¡Oliver no está aquí por ti!, ¡Vino porque necesita el dinero! — Esa contestación no le agradó a Elisa, no estaba acostumbrada a dejar de ser importante para nadie; era ella quien decidía qué o quiénes dejaban de ser significativos en su vida. — ¿Es verdad eso, Oliver? — Se dirigió a su examante con una mirada cargada de intenciones, ¿Cuáles?, no lo supo descifrar el joven. — ¡Así es, Elisa!, ¡Al dejarme dejaste muy en claro que yo no te importaba, pero en mis circunstancias, tú dinero si me importa!, ¡Necesito recobrar mi status y para eso necesito liquidez! — La suspicacia era parte de la personalidad de Elisa, que escudriñó. — ¿Cómo me puedo fiar de alguien tan débil como tú?, ¿Qué no soportó mi rechazo?, ¡Para este trabajo necesito alguien con carácter y creo que tú no lo tienes! — Esas palabras lograron lo que años de dolor y tristeza no habían conseguido, que Oliver borrara el amor que sintió por esa cruel mujer para dar paso a la firme convicción de hundirla. — ¡No me subestimes, Elisa!, ¡Todos cambiamos para bien o para mal, creo que, en mi caso, esta es la oportunidad para recobrar mi solvencia económica, si Connor tiene razón, la mujercita en cuestión es millonaria y tal vez yo pueda aprovechar para sacar algo más que una cuantiosa suma de dinero! — Al expresar esto, el joven mostró un rostro desconocido para Elisa, ahora veía a Oliver como un hombre decidido y lo suficientemente audaz para lograr su objetivo, mancillar a Candy. — ¡Escuchas, querida, nuestro buen amigo ya no es el niñito que dejaste!, ¡Ahora tiene más agallas que yo… jajaja…! — Intervino Christian, que prosiguió hablando. — ¡Ya hemos hablado de lo que haremos, nos hemos puesto de acuerdo, será como la representación de una gran obra de teatro!, además si lo piensas bien, ¡No tenemos tiempo para que llegue alguien más! — Aunque, ella no quería aceptarlo, su amante en turno tenía razón, no podía llamar a otro amigo para que participara en la intriga, así que terminó diciendo. — ¡Esta bien, pero les advierto a los dos, que un error y les costará demasiado caro! — ¡Descuida Elisa!, ¡Yo soy el más interesado de que esto salga bien!, ¡Ya te dije, necesito el dinero!, que, por cierto, ¡Requiero la mitad por adelantado, la otra me la darás una vez terminado el trabajo! — Expresó Oliver. — ¡No traigo esa cantidad conmigo! — Oliver chasqueo los labios y amenazó. — ¡Si no hay dinero, no hay trabajo!, ¡Consíguete a otro! — ¿Qué? — Reparó la joven. — ¡No estoy dispuesto a trabajar de a gratis!, ¡Tengo demasiados gastos, hospedaje, alimentos, transportes…!, ¡No chiquita, bastante hice para venir, es mejor que me vaya! — Pero, ¡No me puedes hacer esto!, ¿Para qué viniste, entonces? — ¡Yo vine por el dinero, muñeca, no por tu linda cara! — La pelirroja azorada por los comentarios de ese muchacho al que creía apocado y sin chiste, le sorprendió que le hablara de esa manera. Haría uso de sus artes seductoras, segura de que doblaría el orgullo de él. — ¿Y ese es el amor qué decías tenerme? — Comentaba a la vez que se iba acercando, con su mano rozó los cabellos de Oliver, pero él la rechazó contundentemente. — ¡No, chiquita!, ¡Eso no funciona más conmigo!, ¡No me interesas como mujer, lo único que necesito de ti es el dinero contante y sonante! — Ella, dio un paso atrás, molesta por la reacción de él. — ¡Esta bien, mañana por la mañana tendrás tu maldito dinero!, ¡Ahora lárgate! — ¡Tendrás que pagarme la habitación porque no traigo efectivo!, ¡Podríamos tomarlo como gastos de viaje! — Viendo el cinismo del chico, Elisa ordenó — ¡Christian, alquílale una habitación, haz que se vaya!, ¡Tú me respondes por sus resultados! — Los dos hombres salieron del cuarto. A su regreso Christian encontró furiosa a la mujer, pero él sabía cómo tranquilizarla, sin decir nada le rodeó por la cintura y comenzó a besarle el cuello, ella no se perdería ese momento, aunque un tanto caprichosa y haciendo mohines, sucumbió en los brazos del apuesto sujeto. En cuanto entró en la alcoba, Oliver se dejó caer en la cama, no sabía cómo fue capaz de reaccionar así ante los encantos de la hermosa mujer, nunca pensó en resistirse a ellos, se sentía tranquilo, la despectiva reacción de ella había contribuido a derribar el último peldaño de amor que le quedaba. Cuando se dio cuenta pensaba en la joven, objetivo de la trampa, era obvio que él tendría que hacer la parte que le correspondía, pero vería la forma de ayudarla para después desenmascarar a la pérfida Elisa.
Pasaba más de la media noche, pero ninguno de los habitantes de la mansión Ardlay lo resentía, a excepción de la tía abuela, que a pesar de su molestia por la inminente entrada de Candy a la realeza dormía en sus aposentos, ni todo el ruido derivado de la movilización que se llevaba a cabo la habían hecho levantarse, estaba harta, fastidiada de que todo girara en torno a la protegida de Albert. Bastante había hecho horas antes, al estar pendiente del posible hallazgo de la joven recomendada por los Leagan, al comprobar que no la encontraron, rio para sus adentros pensando en la astucia de sus sobrinos consentidos y que la treta planeada diera como resultado el desprestigio total de Candice, ante los ojos de todos aquellos que la idolatraban.
Los hombres de William habían revisado toda la propiedad y hablado con todos los sirvientes, quienes comentaron que Neil andaba por la zona de las cabañas, pero ninguno lo vio salir, ante ello dedujeron que él se llevó a Susana, la madre de ésta no dejaba de llorar, después de su exabrupto con Terrence el duque la mandó a encerrar en la misma cabaña, donde estuvo su hija. Cuando Archie y Karen llegaron revisaron cada uno de los chalets, fue justo en el ubicado detrás de la cabaña ocupada por Terry que encontraron sus pertenencias, solo faltaba su bolso. El duque y Albert hablaban en el despacho en tanto que continuaba la búsqueda en los alrededores, incluyendo el bosque, sin que hasta el momento tuvieran noticias favorables. En el salón, los chicos y Eleanor conversaban de lo sucedido, Candy no quería decir nada, estaba inquieta, un presentimiento la sobresaltaba, no era normal que Susana y Neil estuvieran juntos, se preguntaba qué estarían planeando. — ¿Candy? — Le llamó Patty. — Dime. — ¡Estás muy callada! — ¡Es que todo esto me tiene intranquila!, ¡No sé qué pretende Susana! — Lo que pretende ya lo sabemos!, ¡Lo que ella ignora, es que no están solos y que no son los mismos chiquillos que pudo manipular a su antojo! — ¡Tienes razón, pero…! — Pero ¡Nada, pecosa! — Habló Terry. — ¡Debemos estar tranquilos, debes pensar solo en nosotros en tener fe en nuestra relación!, ¡Patty tiene razón!, no dudo, ni por un momento que los encontrarán y terminará todo esto. — ¡Tiene razón mi hijo Candy, el duque y tu padre deben estar planeando lo que se hará! — Comentó Eleanor. En ese momento entró Dorothy con una charola con té caliente. Stear le agradeció y comenzó a servir la bebida. — ¡Candy! — Le llamó la mucama, la rubia se levantó acercándose a ella. — ¿Qué pasa Dorothy! — ¡Me siento culpable! — ¿Culpable de qué? — ¡El señor Grandchester me pidió que estuviera pendiente y no lo hice! — ¡Calma Dorothy no es así!, ¡Ve a descansar, ya es demasiado tarde! — ¡No te preocupes, no podría dormir!, ¡Algo me dice que Neil quiere hacerte daño, ten mucho cuidado por favor! — ¡Lo haré!, ¡Todos debemos de cuidarnos! — La doncella se retiró, al ver que entraba George con el matrimonio Leagan.
Los Leagan ingresaron al salón apresurados, no saludaron a nadie, ya que Villers los encaminó directamente al despacho de Albert, quien al escuchar el llamado a la puerta dio el pase. — William, aquí están los señores Leagan. — ¡Pasen y cierra al salir, por favor, George! — ¡Antes de irme te comento que el señorito Neil estuvo cerca de su domicilio, pero al ver que se le estaba buscando huyó, creemos que está en el pueblo, me dirijo allá para buscar en todos los hoteles! — ¡Busque hasta debajo de la tierra, mi estimado George, esa muchacha debe aparecer!, ¡No seré la burla de ella, ni de nadie!, ¡Todo el peso de mi ducado y de la monarquía inglesa caerán sobre los responsables! — ¡Así lo haré su gracia! — El eficiente George salió dejando boquiabiertos a los Leagan. — ¡Antes que nada, quiero presentarles al duque de Grandchester!, quién estuvo ayer en su residencia en busca de una joven que hospedaron sus hijos. — ¡Estás hablando de Elisa y Neil? — Exclamó Sara, que no consideró la presencia de Richard. — ¿Acaso tienes otros hijos Sara? — Respondió sin cortesía Albert. — ¡No, pero…! — ¡Sus hijos, señora han ayudado a escapar a una mujer requerida por mí!, ¡No sabemos qué pretenden con ello!, pero de una cosa deben estar seguros, los encontraré y les haré pagar por su osadía. — Sara palideció, fue Raymond, quién un poco más sereno habló. — ¡Lamento conocerlo en estas circunstancias su excelencia!, ¿William estás seguro de la participación de mis hijos en este asunto? — ¡Sí, absolutamente!, justamente hablaba con el duque de lo que haré con ustedes. — Pero, Albert, ¡Tú no puedes actuar así, debe haber una explicación! — Volvió a intervenir Sara. William ignoró su comentario y se dirigió al señor Leagan. — ¡Raymond, sabes lo que significa todo esto!, ¿Verdad?, ¡La ayuda que me solicitaste para iniciar la construcción de tu cadena de hoteles queda cancelada! — ¡Albert por favor!, ¡No me digas eso, ya inicié los primeros trabajos! — ¡Lo siento, a partir de este momento, dejan de pertenecer a los Ardlay! — ¡¿Cómo?! — Gritó Sara. — ¡Tal cual lo escuchaste Sara!, ¡No voy a entrar en una contienda con mi próximo consuegro por culpa de tus hijos! — ¿Consuegro? — ¡Así es, Candy contraerá matrimonio con su hijo, el marqués de Grandchester! — La cara de sorpresa se observó en Sara, que no salía de su asombro, pero tampoco estaba dispuesta a permitir que se les tratara así, con la altivez idéntica a la de Elisa comentó. — ¡Tú no puedes hacernos esto, la tía abuela no lo permitirá! — ¡La tía abuela se irá a Escocia y no estará por mucho tiempo! — ¡Voy a hablar con ella, esto debe terminarse ahora mismo, no estoy dispuesta a que se nos trate de esta manera! — ¡Señora, es mejor que se calme u olvidaré la clemencia que el señor Ardlay me ha pedido para su familia! — Ordenó Richard. La mujer que ya había tomado el pomo de la puerta se detuvo, la voz demandante del duque la paralizó, no era tonta, sabía que no podría enfrentarse al poder de un noble inglés. Raymond que conocía perfectamente a su progenie llamó a su esposa. — ¡Por favor Sara, no compliques más las cosas! — ¡Es que necesito saber la opinión de la tía abuela! — ¡Guarda silencio he dicho! — Vociferó Raymond ya molesto por la actitud de su cónyuge, de nuevo ella se quedó callada, pero un color rojo granate se había acumulado en sus mejillas. — ¡Su gracia, Albert!, ¡Les pido por favor que reconsideren su decisión, yo tomaré cartas en el asunto y castigaré severamente a mis hijos! — Richard y William se miraron a los ojos, pero fue el duque, quien planteo. — ¡Señor Leagan, por el momento no le prometo nada, porque no sabemos lo que harán sus hijos!, pero si los encuentra antes que nosotros y los trae aquí junto con la muchacha que estoy esperando reconsideraré mi posición. Albert asintió y reafirmó. — ¡Coincido con el duque, traigan a Elisa y Neil con la chica y reflexionaré lo dicho!, ¡Vayan a buscarlos! — Concluyó William señalando la puerta para que se fueran.
El matrimonio pasó en silencio por la sala, tampoco se despidieron, solo Sara dirigió una feroz mirada a Candy, quien prefirió voltear en dirección al pasillo al ver que Richard y Albert se dirigían a la estancia. Archie fue el primero en levantarse para preguntar a qué se debía la presencia de los Leagan. — ¡Tío, duque!, ¿A qué vinieron Raymond y Sara? — ¡Los mandé traer para que se responsabilicen por las acciones de sus hijos! — Respondió William. — Por el momento, he retirado la ayuda económica para la construcción de la cadena de hoteles en Florida. — Pero, tío, Sara acudirá a la tía abuela. — Reparó Stear. — ¡Les he dicho que no podrán verla, porque se irá de viaje!, por otra parte, Richard les ha dejado claro que será implacable con sus hijos si hacen algo en contra de cualquiera de nosotros, más si no aparece Susana. — ¡Exactamente! — Confirmó Richard, que prosiguió. — ¡No puedo creer que esos jovencitos pretendan hacer cualquier fechoría y que sus padres lo permitan!, pero les parece si lo platicamos mañana, ¡Es demasiado tarde!, ¡Debemos irnos, por lo menos las damas! — ¡No es necesario Richard!, ¡Por favor, háganme el honor de hospedarse aquí!, ¡Hay suficientes alcobas, incluso un ala de la mansión puedo mandar a acondicionarla para uso exclusivo de ustedes! — ¡Albert tiene razón, padre!, el que estemos todos en el mismo lugar nos permitirá tener información de primera mano!, considera que la búsqueda sigue y el traslado al hotel implica que haya demora para acordar lo que se debe hacer. — ¡Es verdad, siendo así, agradezco tú hospitalidad, William! — ¡No se hable más, Dorothy, que se prepare el lado derecho para el duque y sus acompañantes!, que se les proporcione todo lo necesario para pasar la noche, pijamas, enseres, en fin, ya tu sabes. — La mucama rápidamente se dirigió a cumplir con la instrucción de Albert. Uno a uno se fueron despidiendo, acordando verse a las ocho de la mañana en el desayunador. Candy no quería irse, sentía que de hacerlo no vería más a Terry, quien al verla dubitativa se acercó para acompañarla a su habitación. — ¡Trata de descansar pecosa, mañana nos espera un día muy ajetreado! — ¡No es eso, cariño, es que…! — ¿Qué pasa? — ¡No sé, no me hagas caso! — ¡Dime, pecosa, no debes ocultarme nada! — ¡Es que pienso que, si me duermo, ya no te veré! — Terrence soltó una carcajada y exclamó. — ¡Ni, muerto, escúchalo bien, ni muerto me volverán a alejar de ti!, ¡No temas, debes ser fuerte por nosotros! — ¡Está bien, solo prométeme que, si te vas y no me he levantado, harás que me llamen para despedirme de ti! — ¡Prometido, ahora a la cama señorita pecosa! — Al decir esto, tocó la punta de la nariz de la chica con su dedo índice y le dio un tierno beso, que no le bastó a ella y tomándolo de las solapas del saco lo acercó para darle un apasionado beso, que no fue rechazado por él, al contrario, lo profundizó, pero haciendo acopio de sus fuerzas poco a poco se fue separando de su novia para irse, no quería que sus familiares los vieran así.
En la casa de los Leagan, Sara estaba más que furiosa, no podía creer que hubiesen sido tratados de esa manera por el patriarca de la familia, peor aún, que los haya excluido del clan, eso sin contar con toda la vigilancia que se mantenía en el exterior de su residencia, como si se tratara de una horda de vulgares criminales. Decía una y cien mil cosas que su esposo no atendía, preocupado se encontraba sentado en uno de los sillones de la sala, con las manos presionaba su rostro, no sabía qué hacer, ya que no tenía la menor idea de dónde se podrían encontrar sus hijos, más a esas horas, pensando en ir a buscar en los hoteles del pueblo se levantó, tomó su saco. — ¿A dónde vas? — Le preguntó la mujer. — ¡A buscar a tus hijos! — ¡Mis hijos!, ¡Son tuyos también! — ¡Fuiste tú la que los educó!, ¡Ese fue el peor error que cometí, dejarlos bajo tu custodia! — ¿Qué dices?, ¿Qué queja puedes tener de mí, he sido una esposa modelo, dedicada a mis niños, a ti, a la casa! — ¡A los lujos, joyas, dinero, pomposidad, opulencia, apariencias!, ¡A eso te has dedicado, sin educar con principios y moral a los niños, como tú les llamas!, pero de una vez te digo, ¡Sí los encuentro, serán castigados con severidad y no permitiré que intervengas en su defensa, incluso tú tendrás un merecido escarmiento! — ¡¿Yo?! — ¡Sí, tú porque si Albert cancela la suma que necesito perderemos todo!, ¡Sí querida perderás toda la riqueza que posees y saldrás de tú predilecta clase social! — ¡No estás hablando en serio! — ¡Demasiado en serio, así que reza para que aparezcan tus hijos con esa joven! — Concluyó el señor Leagan que determinado salió en busca de Elisa y Neil.
La noche prosiguió su marcha para algunos fue en total tensión, para otros, no se sintió, cuando se dieron cuenta ya había amanecido. Ese era el caso de Douglas Kent, quién no hubo pegado el ojo en esa madrugada, que no auguraba nada bueno. Los eventos suscitados descontrolaron al personal, que en esos momentos hacía hasta lo imposible por limpiar aquella terrible escena de cualquier elemento que involucrara el apellido Grandchester. El jefe de seguridad, en diferentes ocasiones llamó al hotel donde se hospedaba el duque, sin embargo, todos sus intentos fueron inútiles, su señor no se encontraba; acostumbrado estaba a cualquier tipo de situación para eso fue entrenado, por lo que no esperó más ordenó a los guardias movilizarse, sabía lo que tenía que hacer, no obstante, eran pocos los hombres con los que contaba, lo que le dificultaba un accionar con prontitud. En ese momento quería tener a Jonathan frente a él para hacerle pagar su osadía. Sus cavilaciones fueron interrumpidas por uno de los escoltas. — ¡Jefe!, ¡Tiene que leer esto! — Exclamó el joven entregándole diferentes diarios de la ciudad, él los tomó y comenzó a leer:
“…Aparatoso accidente automovilístico en Broadway, un lujoso Rolls Royce Phantom I se estrelló contra un centro comercial, atropellando a dos vigilantes, que se encuentran gravemente heridos en el hospital público New Amsterdam. El siniestro llama la atención de las autoridades, ya que en el lugar no se encontró al conductor, que al parecer viajaba solo. El vehículo fue retirado del lugar en tanto se realizan las indagatorias correspondientes. No es frecuente este tipo de incidentes en Broadway, uno de los lugares más emblemáticos de la Gran Manzana, sobre todo por sus teatros y los famosos musicales…”
Douglas, apretó el periódico y se dirigió al joven. — ¿No quedó rastro que involucre a los Grandchester? — ¡No!, ¡Aunque en el auto había mucha sangre, que no pudimos limpiar ante la llegada de la policía, fue necesario irnos para no ser interrogados! — ¡Bien, ya hicieron la denuncia del robo del automóvil? — ¡Sí, Harry se ha encargado de eso! — ¡Esta bien!, ¿Los demás ya se han recuperado? — ¡Si, hemos tomado mucha agua!, ¡Estábamos un poco atontados, pero ya pasó! — ¡Perfecto, en cuanto llegue Harry, me avisan, para decirles lo que se tiene que hacer! — ¡A la orden, jefe! — El chico salió, dejando a Douglas de nuevo con sus pensamientos, recordó cómo le había disparado al vehículo en diversas ocasiones, pero la somnolencia le impidió mejorar los tiros para ponchar las llantas, solo dos disparos dieron en el blanco, aunque, la obscuridad no le permitió ver a quién había herido. Ahora lo más importante era encontrar a los fugitivos, ya que al llegar al lugar no había rastro de ellos.
En esos momentos, en un hotel de poca monta en las inmediaciones de Manhattan, se encontraban Lucrecia, Jonathan y Margaret, quien estaba inconsciente, debido a la pérdida de sangre, su novio quería llevarla a un hospital, pero la duquesa se lo impidió argumentando que sería arrestado por haber atropellado a los vigilantes de aquél centro comercial. El muchacho tomaba la mano de la inerte mujer, las heridas no dejaban de sangrar y él desesperado dijo. — ¡No me importa si voy a la cárcel, la llevaré al hospital! — ¡No digas estupideces!, ¡Nos atraparán a todos, no solo irás a la cárcel, sino que te enfrentarás a la furia del duque! — ¡Cómo sea, pero no la voy a dejar sin atención médica!, — ¡Sí ella muere, ya no tengo nada que perder! — ¡Tú no saldrás de aquí!, ¡Piensa no seas estúpido, si la llevas al hospital, ella también quedará detenida hasta que diga, quien le disparó!, ¡Eso no lo permitirá Douglas, nunca dejará que declare que fue la guardia ducal la que la hirió, antes la matarán! — Esas palabras resonaron en la cabeza del joven, ahora menos sabía qué hacer, la disyuntiva de llevar a Margaret a ser atendida por los médicos y la certeza de que eran buscados por su anterior jefe, lo descontrolaban. — Entonces ¿Qué haremos? — ¡Lo mejor es buscar a un doctor que venga a atenderla aquí! — Pero, ¡No sé dónde encontrarlo! — ¡Pues sales y lo buscas, además compras los diarios en ellos podremos encontrar información! — ¡No esperaré a que pierda más sangre, saldré ahora mismo! — Jonathan salió diciendo en voz baja para que la duquesa no lo escuchara. — ¡Ruéguele a Dios, señora que lo encuentre, porque si no, yo mismo iré con el duque para contarle todo! — Sus pasos eran vacilantes, todavía no se reponía del choque, como relámpagos una, a una se iban sucediendo las imágenes de las últimas horas, recordaba angustiosamente. — ¡Dios mío, nos han descubierto! — Fue la voz de Margaret. — ¡Jonathan, nos atraparán! — ¡Cállate, tonta! — Gritó la duquesa, que bruscamente aventó a la chica contra la ventana del auto en lo que ella giraba su cabeza hacia atrás para ver como Douglas a pesar de tambalearse comenzaba a disparar, el estruendo de las detonaciones atravesaba el aire dejando un silbido a su paso, ante ello, el joven aceleró la marcha del vehículo, esperando que los demás guardias estuvieran bajo los efectos de los somníferos y no los siguieran, sin embargo, el jefe de seguridad entró lo más rápido que el aturdimiento de su sentidos se lo permitieron, al ver que sus subalternos dormían pesadamente, tomó varios cubos de agua helada para lanzarla en sus rostros, entre gritos logró que despertaran, pero solo dos se despabilaron más pronto, lo que le permitió ordenarles que se apresuraran a subir al automóvil y seguir a la duquesa que había escapado. Haciendo enormes esfuerzos, los guardias obedecieron, Douglas al ver la pesadumbre en sus hombres decidió tomar el volante para conducir él mismo, en tanto los escoltas se frotaban los ojos, golpeaban sus mejillas y sacudían la cabeza para quitar el letargo de sus facultades; a toda velocidad recorrían el camino que hubiesen tomado los prófugos, Kent no estaba dispuesto a dejarlos escapar, no, él no podría entregar malos resultados al duque.
Después de un breve recorrido lograron ver el auto tripulado por Jonathan. — ¡Ahí están!, ¡Preparen sus armas!, ¡Me acercaré para que puedan disparar a los neumáticos, no debemos lastimar a la duquesa! — Los hombres, más lúcidos por la adrenalina, cada uno sacó medio cuerpo del coche y apuntando en dirección al mismo comenzaron a disparar, sin que Douglas disminuyera la velocidad. Estaban a pocos metros de alcanzarlos, Lucrecia que veía como se acercaban comenzó a gritar. — ¡Acelera, acelera!, ¡Nos alcanzarán! — El joven por más que presionaba el pedal del acelerador el auto no alcanzaba su máxima potencia, Margaret, lloraba copiosamente, mientras le decía a su novio. — ¡Es mejor detenernos!, ¡Jonathan, para, ya no hay nada que hacer! — ¡Te dije que te callaras, estúpida! — Vociferó la duquesa, que al aventar a la chica por su costado izquierdo sintió como su mano se humedecía, dándose cuenta de que sangraba, no dijo nada, de hacerlo, el guardia se detendría y eso no podía ser. Las detonaciones continuaban, un grito ahogado de Margaret fue escuchado por Jonathan. — ¿Margaret?, ¿Margaret, estás bien?, ¡Cariño!, ¿Por qué no me respondes?, ¡Contéstame! — El silencio de la muchacha solo era roto por los estruendos de los disparos, que cada vez pasaban más cerca. — ¡Señora!, ¿Qué tiene Margaret? — ¡No te distraigas, conduce! — Lucrecia iba aferrada al asiento del conductor, sus nervios estaban a flor de piel, veía como gruesas gotas de sudor resbalaban por las sienes de su escolta, que de momentos volteaba para ver a su novia, al tiempo que le llamaba. — ¡Seguro se ha desmayado por la impresión, conduce, pon atención! — Decía la regordeta mujer, que abrió grandemente sus ojos al sentir la pistola que Jonathan traía en su cintura, sin esperar más la arrancó, bajó el vidrió de su ventana y comenzó a rebatir los disparos, aunque nunca hubo utilizado un arma, no le importó, ella, sin reparo presionaba una y otra vez el gatillo, sintiendo el impacto en sus brazos cada vez que salía una bala, estaba desquiciada, reía a carcajadas, gritaba. — ¡No me atraparan, malditos!, ¡Díganle al duque que nunca se librará de mí! — Sin saber cómo, uno de los proyectiles dio justo en el motor del carro manejado por Douglas, el cual con un fuerte rechinido de llantas frenó su veloz marcha, mientras que un denso humo salía del cofre del vehículo. Lucrecia envalentonada por su maravillosa obra, no cabía de júbilo al haberse deshecho de sus perseguidores. — ¡La suerte está de mi lado… Jajaja…! — La cara de la mujer desfigurada por la euforia se tensó al ver que Jonathan disminuía la marcha. — ¿Qué te pasa?, ¿Por qué bajas la velocidad? — ¡Me detendré! — ¡Tú no harás eso! — Vociferó la duquesa, que, obligando a su rollizo cuerpo a obedecerle, consiguió pasarse al frente, de copiloto; Jonathan al verla le advirtió. — ¡Lo siento, me detendré! — ¡No, no lo harás! — Dijo la duquesa que, abalanzándose sobre el perturbado chico, tomó el volante, dejando caer todo su peso en el cuerpo del muchacho, provocando que por inercia la pierna que se mantenía en el acelerador lo presionara con mayor fuerza, hundiendo el pedal hasta el fondo, Jonathan forcejeaba con la mujer para controlar el volante, pero la fuerza de ella y su cabello taparon su visión, encolerizado aventó con todas sus fuerzas a la duquesa, perdiendo por milésimas de segundos el control del auto, estampándose contra un centro comercial, llevándose en el camino a dos guardias que al escuchar el escándalo salieron a ver lo que ocurría.
La duquesa se estrelló contra el parabrisas, mismo que se rompió con el impacto, Jonathan contra el volante, sin embargo, no perdió el conocimiento, como pudo bajó del carro para ver a su novia, que yacía en el piso del automóvil sin sentido, la consternación se veía en su rostro, el cual sangraba, pero no reparó en ello, se avocó a sacar a Margaret, hincado la tenía entre sus brazos, golpeaba sus mejillas para que la joven reaccionara, ella abrió lentamente sus ojos iba a decirle algo, pero Lucrecia, ya estaba a su lado, las astillas de los vidrios, que al romperse se incrustaron en su cara le causaron severos rasguños, se dolía de un brazo, que se hubo fracturado, no obstante, se apresuró a gritarles a los enamorados. — ¡No es tiempo para mimos!, ¡Debemos irnos, antes de que lleguen los guardias!, ¡O peor aún la policía! — ¡Tenemos que ir a un hospital!, ¡Margaret está sangrando! — Se apresuraba a decir Jonathan, visiblemente abatido por el estado en que se encontraba su novia, quien había recibido uno de los primeros balazos que hubo hecho Douglas, el cual atravesó la parte trasera del auto alojándose en la parte izquierda de su tórax, mientras que, al caer al piso del coche su cabeza golpeo con el asiento delantero, el cual se zafó dejando al descubierto los fierros del bastidor desgarrando la piel de su frente. — ¡Debemos irnos! — Reclamó de nuevo Lucrecia. El joven levantó a Margaret en sus brazos y comenzó a andar, siguiendo a la duquesa, quien lo apresuraba, sabía que en cualquier momento llegarían los guardias de seguridad del duque. Se metieron entre las calles, alejándose lo más posible del centro de la ciudad, fue en esos obscuros callejones que encontraron un viejo hotel. Cuando entraron, un viejo de corta vista los atendió, aunque en primera instancia le llamó la atención lo maltrecho de ellos, no le dio importancia, era común tener huéspedes poco decentes en el lugar. Sin mirar entregó la llave de la habitación una vez que Lucrecia pagó con un billete de cien dólares, sin esperar el cambio se dirigieron a la pocilga según las propias palabras de la duquesa.
Sigue en parte dos...