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GUERRERAS APASIONADAS DE TERRY PRESENTAN: LA REINA CAPÍTULO 36 BY CARMÍN CASTLE Y LADY ARDLAY

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Lady Ardlay

Lady Ardlay
Niño/a del Hogar de Pony
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GUERRERAS APASIONADAS DE TERRY PRESENTAN: LA REINA CAPÍTULO 36 BY CARMÍN CASTLE Y LADY ARDLAY Portad36

CAPÍTULO 36: PLANES Y PROMESAS CUMPLIDAS


El banquete fue mandado a preparar por el rey, quién parecía más alegre, amable y jovial, al igual que Terry, el heredero al trono que constantemente sonreía y su mirada reflejaba un brillo especial, de la misma manera que Georges y Stear, que parecían estar completos con Candy a su lado. La joven rubia se veía radiante, tal vez por su estado de embarazo, o por la alegría de ser la esposa de Terry, su amor y futuro rey, o por tener a su padre y hermano a su lado, junto a su madre, aunque su mirada se volvía nostálgica al verla en el cuerpo de un ave y no como la bella mujer que fue hasta el día de su muerte. Sabía bien que era cuestión de tiempo para que su madre, Lane, como ella la conoció, o Circe para el mundo, dejaría el cuerpo de su amado halcón para partir al mundo de lo eterno, del infinito para ser parte de él.

Este pensamiento constante en la cabeza de Candy no la dejaba disfrutar de su nueva vida y realidad, trataba de ser amable con todos, que estaban admirados con nueva y muy joven princesa, algunos con gusto y admiración sincera; otros con envidia y molestia por interponerse en sus planes.

Mientras que las cortesanas veían con molestia lo enamorado que se mostraba el príncipe de su nueva esposa y esto las incomodaba de sobremanera, ya que pensaban que el futuro rey, harto de su esposa, las buscaría como amantes y así gozarían ellas de sus privilegios y el poder que les daría el rey al satisfacerlo. Incluso algunas mujeres, ya casadas, esperaban poder servir al rey en la intimidad, con un esposo que fingiría no darse cuenta con tal de gozar del favor del rey y obtener nuevos títulos, riquezas y propiedades.

Esto era habitual en reyes con matrimonios arreglados, fríos y frustrados, como el de Richard y su última esposa Isabel, incluso Terry recibía constantemente las visitas de estas damas en su estancia en el castillo durante los años de matrimonio con Eliza; así llegan a algunos lechos de estas “puritanas” mujeres, que no les niegan el acceso y esto les da estatus, poder y beneficios en la corte. Pero un rey enamorado no sería fácil de seducir, como lo estuvo Richard con Eleonor, que en su matrimonio con esta, por más invitaciones y descarados coqueteos, jamás dejó de pasar una noche al lado de su esposa y siempre ante todos mostró lo mucho que la amaba. Ahora ella estaba ahí de nuevo, tan bella como la recordaron muchos y con Richard tan enamorado como lo estuvo años atrás.

Esto tenía a Amelia llena de furia, con una mirada de odio contemplaba la pareja y sabía bien que tendría que valerse de una entidad de muerte para alejarlos, solo con la fría oscuridad de este ser podría continuar con sus planes, ya que el lazo entre ellos sería indestructible. Ella, que tenía un corazón oscuro por naturaleza, sabía bien que los lazos del destino se podían enredar, alargar, manipular, pero jamás romper, cosa que por decreto universal era ley.  Ella era una experta en manipular el destino de las personas en las que interfieren, pero que si no eran arrancadas o cortadas de la existencia, no le permitiría tener éxito, ya que siempre terminarían en el punto inicial y eso le pasó a Isabel, que no se percató de que la muerte si hubiese visitado a Eleonor, y ese fue su gran fracaso, sin embargo, ella sí lo lograría, tendría éxito en esta misión autoimpuesta. Miró a Circe, la cual no podía leer su mente, pero sabía que ella intentaría algo y hasta que ella y la sombra de muerte no se alejaran no se iría al lugar de donde ya era parte.

La corte, en especial, estaba dividida, entre los que estaban complacidos por los últimos acontecimientos y los que estaban en contra, ya que, ya fuera por algún interés oculto u otro, no les convenía tener a Eleonor de nuevo y a Candy en el castillo. En especial, no les convenía a Susana y a Eliza, quién ya tenía claro que Candy era la mujer que tuvo en el cuarto secreto, al ver que el ave le pertenecía. La odió más que nunca por ser burlada y engañada por esa desconocida.

La pelirroja no le quitaba los ojos de encima a Candy, miles de interrogantes pasaban por su cabeza, por su parte Candy evitaba en todo lo posible verla, y cuando lograba coincidir con la mirada furiosa de Eliza volteaba la cara apretando más el brazo de Terry.

<< ¿Cómo lo conoció?, ¿Y de qué treta se valió para atraparlo? Maldita, es claro que el hechizo que le pedí lo hizo, pero para ella.>>

Eliza estaba atrapada en un espiral de odio e insatisfacción, ya no tenía al hombre que debió amar y cuidar desde un principio por estar pensando en Anthony, su hermano, y ahora que lo tenía solo pensaba en Terry, el hombre que fue su esposo alguna vez, pero no podía evitarlo, los celos y el odio la consumían cada vez más al ver como Terry trataba a esa bruja, con delicadeza y amor como jamás lo hizo con ella. La mirada zafiro ya no era gélida, ahora resplandecía, era como el mar en calma.

Eliza se dio cuenta de que había algo más extraño, su esposo. Sabía bien del odio y la rivalidad que siempre hubo entre los hermanos, al principio pensó que era porque Anthony estaba enamorado en verdad de ella y a eso se debían sus altercados, pero el rubio le había dejado claro que no la amaba, y sin embargo, veía que tenía de nuevo la misma actitud al ver a Terry con su nueva esposa, incluso a un nivel más alto, ya que a ella cuando fue su cuñada le daba miradas furtivas e intentaba mirarla sin levantar muchas sospechas, pero ahora no importaba que lo vieran, su mirada estaba fija sobre la rubia sin el menor respeto por ella, ni por su hermano, mucho menos por su padre o la corte.

Eliza se sentía impotente, quería salir corriendo y gritar, no soportaba sentirse así vacía por dentro, sin el amor de ninguno de los dos príncipes, los tuvo a los dos y apostó sus sentimientos por Anthony, pero solo fue una bonita ilusión y ahora se repetía su historia, su esposo la ignoraba, por tener la atención de otra. Su ira fue creciendo hasta que no pudo callar.

—Qué, ¿ya te hechizó la bruja a ti también? —soltó Eliza, cerca al oído de Anthony como veneno.

—No tiene necesidad de hacer eso conmigo, pero a ti no debería importarte —le contestó Anthony sin dejar de mirar a Candy, aun sin importarle que a Terry, le estuviera incomodando, incluso Richard y varios presentes ya se habían percatado del interés del rubio por la nueva esposa del heredero —. Tú solo fuiste la imposición de mi hermano para sacarme del camino, pero yo la vi primero, ella debería ser mi esposa y no la de él —añadió Anthony, Eliza estaba a punto de perder el control, pero en contra de su sentir se quedó callada guardando la compostura.

Archie trataba de estar con un perfil bajo ante la situación. La esposa de Terry era una belleza y Eleonor con sus rasgos maduros era preciosa, pero tenía a Annie muy pendiente de él, de hecho, la veía diferente, la chica de mirada dulce e inocente que le inspiraba proteger, parecía haber partido de repente, dejando a una mujer desconocida para él.

Pensó que la joven princesa inglesa sería manipulable y tal vez al ser su esposo tendría más cercanía a la cuñada de su esposa y puede que llegara a tener algunos furtivos encuentros secretos. No podía decir lo mismo de la reina, Eleonor, fantaseaba con ella, pero reconocía que al ser una mujer mayor que él, sería más difícil de conquistar; aunque por instantes se atrevía a soñar con probar esa tentadora boca que a diferencia de Candy la de Eleonor sería más experimentada al beber de ella, sus ojos examinaban discretamente las partes expuestas de tan sensual mujer, como su cuello y sus manos blancas, subía de nuevo a su cara y se perdía en ese lunar provocador cerca de su boca, Archie bajaba la mirada y tomaba su copa de vino, solo para volver a subirla y ahora ver a la joven rubia, la idea de acercarse a la esposa de Terry, su futuro cuñado y rey de Inglaterra no le disgustaba, pero Annie estaba tras él como una sombra, esto lo inquietaba.

—Anthony, ¿podemos dar un paseo? —invitó Georges a su sobrino, colocando su mano en su hombro y saludando a Eliza con una sonrisa.

—Ahora no tío. No ves que estamos en familia, felices y festejando —ironizó Anthony y se tomó de un trago el vaso de vino completo, era el sexto que tomaba de golpe y ya se notaba un poco ebrio.

—Vamos, he dicho —Georges lo levantó de la mesa, Anthony se giró para protestar, pero al ver su semblante serio se contuvo. Por alguna razón, su tío le infundía más respeto que su padre.
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La tención en el bosque se sentía en el aire, una gota de sudor resbaló por la frente de Neil, le intimidaba la cercanía de Albert, pero recordando su trato le habló:

—Vine para llevar a cabo los planes de acabar con Terry y su padre —Neil se paró frente a Albert, el cual solo lo miró—. Mandaré a organizar una cacería en este bosque y tú te encargarás de matar a Richard y yo a Terry —reveló Neil a Albert, que solo se quedó de pie sin decir palabra. —Dime, ¿cuento contigo? Igualmente, no vendré solo, algunos de mis soldados de confianza me acompañarán y traeré a alguien que podrá ser muy útil para nuestros planes.

Albert, que planeaba marcharse rumbo a las tierras del norte, Escocia, al día siguiente con los documentos de su madre, su anillo y dispuesto a destronar a los que tomaron el reino de su progenitora, que no eran otros que el primo de Margaret, su madre y el padre de Isabel, que ya era muy anciano y sabía bien que había un verdadero nieto de su tío Williams, vivo, y para lo único que lo buscó fue para intentar eliminarlo, cosa que le salió muy mal, porque no imaginó encontrarse con un feroz lobo. Albert en la forma de Skrael los eliminó a todos.

Sabía que el reino de Escocia estaba en poder de Inglaterra y que solo tenían un representante, una marioneta del rey Richard. Era el padre de Isabel, un hombre que estaba viejo y cansado y dejó que Inglaterra tomara control absoluto del reino, pero Albert estaba dispuesto a ir y reclamar el trono como el hijo único de Margaret y nieto de Williams, el antiguo rey. Sabía que el pueblo y algunos nobles no estaban conformes con ser subyugados por el rey de Inglaterra y querían ser un pueblo independiente de nuevo y Albert sería ese libertador, pero todo lo hablado con Circe la noche anterior lo tenía confundido, sin saber cómo continuar.

—¿Me ayudarás? —inquirió Neil, lo que hizo que Albert dejara sus pensamientos—. Podrías, incluso, dejar estas frías tierras y hacerte uno de mis generales. Claro, solo si me ayudas. Dejarías de tomar el hacha entre tus manos para tomar una espada y viajar por tierras lejanas y tener poder, respeto y mujeres, entre más fuerte seas y tu fama más se extienda, tendrás más mujeres a tus pies, tantas como quieras y de lugares de los que ni te imaginas. Ayúdame a acabar con ellos y te pondré entre mis mejores y más cercanos generales—. Neil se montaba en su caballo mientras hablaba— ¿Aceptas? —cuestionó el español.

El rubio se limitaba a observar.

—¿Cuándo planeas la cacería? —preguntó el rubio.

—En una semana, al amanecer los traeré y podrás matar a los que gustes. Al rey Richard, al príncipe Anthony, si quieres puedes matar a Georges y luego alardear que mataste al viejo lobo de guerra… o el rey germánico, a quien también invitaré. Pero a Terry déjamelo, que él es mío y esto es personal, luego me iré, llevándome a su nueva esposa —Neil sonrió con sus ojos cargados de deseo, perdiéndose en el recuerdo del dulce rostro de la rubia—. Creo que disfrutaré mucho de su linda esposa, la tomaré una y otra vez hasta que me harte —expresó Neil mientras el rostro de Albert se transformaba en uno de molestia y apretó con fuerza su hacha, pero se contuvo.

—Bien, los esperaré. Sé muy bien a quien tengo que matar —Albert le dio una leve sonrisa y sus ojos azules como el cielo se tiñeron de rojo mirando a Neil, quién no sabía cómo sentirse ante el gesto del hombre que lograba asustarlo.
—Aquí, en una semana nos veremos —declaró esto jalando las riendas de su caballo y este partió de inmediato.
—Claro que los esperaré —Albert vio al hombre alejarse a toda prisa.
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—Annie, hermana ven, siéntate con mi esposa, no quiero dejarla sola mientras voy a tratar unos asuntos con nuestro padre. La verdad no quiero dejarla sola con las germánicas ni con Eliza. Sé que tú cuidarás de ella. Mi tío está con Anthony y mi primo parece haberse ausentado, solo estás tú.

—Pierde cuidado hermanito, yo cuidaré de tu linda y amada esposa. Tal vez lleguemos a ser grandes amigas —Annie le sonrió con dulzura, pero sus ojos reflejaron malicia.

—Eso espero hermana, me gustaría mucho que la hicieras sentir bienvenida a nuestra familia y que no se sienta sola —Terry besó la frente de su hermana mientras las Marlowe no le perdían la pista. Él llegó hasta donde estaba Candy y acariciando su cabello y mejilla le sonrió —. Amor, mi hermana Annie te hará compañía, mientras mis padres y yo tenemos una reunión con el obispo para ver qué futuro tendrán y si su unión se llevará a cabo de nuevo.
Annie que estaba junto a Terry, al enterarse de que Eleonor ocuparía de nuevo su lugar, con molestia miró a su padre y a Eleonor y luego miró a Amelia, que parecía decirle que debían impedirlo.

—Qué gusto, será un honor y placer conversar contigo, Annie. Espero que lleguemos hacer buenas amigas, aunque ya puedes considerarme como tu hermana —Candy le guiñó un ojo a Terry, ambos miraron a Annie que estaba distraída.
Annie volvió su atención a ellos y añadió con fingida alegría.

—Sí, claro que seremos grandes amigas, casi como hermanas —le dio una linda sonrisa, después de que Amelia le asintiera para que llevara a cabo sus planes.

Terry, un poco más tranquilo, se retiró. Circe miraba a la chica, que en apariencia se veía dulce, pero una sombra la cobijaba en su ser.

La música suave del arpa no solo amenizaba el interior del castillo, las notas débiles llegaban como brisa al jardín, la joven castaña solo necesitaba tomar un respiro para regresar al salón y sonreír como siempre lo hacía, pero con el insoportable humor de Eliza que la trataba con más indiferencia que antes, su labor no estaba resultando fácil y menos con él tan cerca.

—Paty, esperaba volverte a ver —mencionó Stear, que al ver que Paty se retiró a los jardines fue tras ella.
Los ojos de Paty se abrieron emocionados al ver a Stear allí en su búsqueda, su corazón saltaba de alegría con cada paso que el joven daba para llegar a ella.

—Tenemos que hablar —agregó el pelinegro acercándose un poco más— ¿Recuerdas el juramento que hicimos? —Paty recordaba uno, pero no estaba segura de que Stear se refiriera al mismo, entonces al ver que dudaba él le recordó— Ese que hicimos hace mucho, sobre que cuando crecieras nos casaríamos. ¿No lo recuerdas?, fue mientras nos escondíamos de Annie quién nos buscaba.

Claro que ella lo recordaba, por eso esas palabras llenaron de emoción el corazón de Paty.

—Pensé que solo era un juego para ti y que habías olvidado ese juramento. Yo era solo una niña y te pedí que me ayudaras a esconder de Annie, para que no me descubriera —habló Patty nerviosa.

—Y yo vi tu rostro de niña traviesa, estabas emocionada y sonriente de ver que Annie te buscaba sin éxito. Vi esa linda cara sonriente que me iluminó como el sol y deseé verla cada mañana al despertar, por eso me juré que te esperaría y no me casaría con nadie hasta que pudiera hacerlo contigo… Te di algo como símbolo de mi palabra, y tú juraste qué…
—Aún lo conservo —Paty lo interrumpió y sacó un broche que tenía colgando de una pequeña cadena escondida—. Me lo diste… —susurró.

Stear agarró las pequeñas manos que apretaban el broche y las besó.

—Como sello de mi promesa de matrimonio —Terminó él.

—Así que era verdad, no lo olvidaste —Paty retrocedió, tenía sus ojos brillando por las lágrimas.

—Lo es, ¿acaso lo dudaste? —Paty mordió su labio inferior tratando de ocultar su emoción. Stear rompió la distancia y tomando sus manos nuevamente las besó— Hoy mismo hablaré con mi hermano y mi tío y les pediré tu mano en matrimonio. No aceptaré un no como respuesta, ni otra esposa.

Paty venciéndose finalmente al llanto se abrazó al hombre que, tan sólo al ella llevar unos pocos meses allí y ser la compañera de juegos de Annie, le prometió aun siendo un adolescente, que cuando crecieran sería su esposa.

La reunión con el obispo se alargó más de lo esperado por Annie, que escuchaba a Candy con poco interés.

—Discúlpame, enseguida regresó —se disculpó Annie dejando a Candy sola en la mesa.

Mientras la pelinegra se alejaba, alguien más se acercaba. Al principio con una mirada de odio, que después cambio y acompañó con una sonrisa de burla.

Continuará…


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