Karen fue la primera en entrar al hospital Santa Joana, detrás de ella William, presa de la desesperación apenas podía atinar hacia dónde dirigirse. El flemático Georges Villers los esperaba a ambos para darles noticias.
—Oh, Georges, dime que ella está bien... —dijo visiblemente angustiada.
—Cálmese señora.
Cuando William estuvo con ellos, el fiel colaborador habló.
—Trajeron a la señorita hace algunas horas, ella tuvo un accidente, pero está estable. La mantienen sedada por un fuerte golpe que recibió en la cabeza. Es todo lo que pude averiguar. Lo esperan a usted señor —dijo refiriéndose a su patrón —para entregar un informe completo. Hay un oficial de policía que también desea hablar con usted.
—Por favor, Georges, llévame a verla —le pidió Karen.
—Pero no me digas que no hiciste tus propias averiguaciones, qué fue lo que pasó con ella —exigió William.
—Por supuesto señor. Un auto impactó el auto de la señorita Candy mientras ella esperaba en un pare, el hombre conducía ebrio, y huyó del lugar, dejándola allí. Todo ocurrió cuando ella se dirigía al club para la fiesta.
—¿Y por qué la policía no nos dio aviso antes? esto es inaudito, ¿cuántas horas han pasado desde el accidente? ¡¡Más de veinticuatro Georges!! —se respondió a sí mismo molesto.
—Lo que ocurre es que unos hombres en lugar de ayudarla entraron al auto y robaron su bolso, y sus joyas. Quizá unos pandilleros que se toparon con el accidente. La policía está investigando. Cuando la trajeron aquí ella no portaba ninguna identificación.
—Will —intervino Karen —dejemos que Georges se encargue de eso, vayamos a hablar con los médicos, quiero verla. Por favor, Georges, llévenos con ella.
Los Ardlay no pudieron ver a Candy esa noche más que a través de un cristal. La muchacha yacía como fuera de este mundo, sedada y conectada a aparatos, con moretones en el rostro, y un brazo cubierto por vendas. A su hermano se le partió el corazón de verla así, tan frágil y vulnerable. Karen que la amaba como a una verdadera hermana experimentó un profundo pesar por el estado de indefensión al que se enfrentó Candy durante el accidente, y luego allí en un cubículo de cuidados intensivos. Durante tres días y sus noches, Karen acompañó a su cuñada en un sillón fuera de esa sala fría, hasta que Candy fue llevada a una habitación privada, donde los médicos procedieron a traerla del sueño profundo donde la habían sumergido.
Candy despertó y observó por unos segundos el lugar en donde se hallaba, sin comprender en esos primeros instantes que estaba en una habitación de hospital. En verdad no sabía a donde se encontraba, al intentar reincorporarse se sintió mareada y una punzada en la cabeza. Se llevó las manos a las sienes y descubrió la vía intravenosa en uno de sus brazos. Cerró los ojos y trató de concentrarse, el olor de aquel lugar era uno que ella podía reconocer, altas concentraciones de desinfectante y antisépticos. Por qué estaba allí se preguntó. Giró el cuerpo y observó un rostro familiar y querido recostado en un sofá cubierto por una pequeña manta, era Karen. Una sensación de confort y alivio la hizo suspirar. La llamó quedamente. Apenas escuchó el suave susurro la pelirroja se levantó de súbito y corrió hasta la cama, acariciándole con delicadeza la mejilla. Candy le sonrió tímidamente, una vez más reconfortada.
—Iré a llamar al médico.
—Espera... —le dijo Candy. —A dónde estoy, quiero decir sé que estoy en un hospital, pero qué me pasó.
—Estas en el hospital Santa Joana, tuviste un accidente hace cuatro días —le aclaró acariciando el rostro pálido de la muchacha. —Pero estás bien, es decir, fueron unos golpes y estuviste dormida muchas horas, pero no sufriste heridas graves, el bebé también está bien, lo han estado monitoreando y él está perfecto. No tienes nada de qué preocuparte respecto a él. Es fuerte y está sano.
Candy abrió los labios por la sorpresa. Guardó silencio unos segundos. Vio como Karen se alejaba de la cama y salía de la habitación, casi de inmediato entraron William Ardlay y Georges Villers. El patriarca se acercó a ella y la besó en la frente, visiblemente feliz por verla despierta. Villers se quedó rezagado sólo observando, pero su rostro también mostraba satisfacción por verla.
—Estaba tan preocupado por ti —dijo emocionado William —todos en la familia estábamos muy angustiados por ti. Llamaré a la Tía Elroy de inmediato.
Ella sólo le sonrió y volvió a aceptar los arrumacos de su hermano. Karen y un médico entraron a continuación.
—Hola Candice —dijo el médico —soy el doctor Smith y voy a revisarte.
A la vista de todos, Candy fue examinada. Finalmente le preguntó cómo se sentía. Ella aclaró que mareada y algo confundida.
—Es normal, todo irá mejorando poco a poco. Debes mantenerte en reposo. Se ha recuperado favorablemente —continúo hablando el doctor —hemos estado también vigilando la salud del bebé y todo marcha bien con su embarazo señorita Ardlay.
Candy miró de un lado a otro recorriendo todos los rostros en la habitación.
—Perdone, de qué bebé habla... —preguntó ella desconcertada. —De qué embarazo está hablando, no estoy embarazada.
Karen experimentó como si un balde de agua fría cayera sobre ella. Atónita miró al médico y se acercó a Candy tomando su mano.
—Candy, cariño estás embarazada.
—Claro que no —contestó ella con seguridad.
—Señorita Ardlay —dijo el médico —usted tiene un embarazo de trece semanas. Diría que ya está de hecho en las catorce semanas de embarazo.
—¡Dios! No puede ser, supongo que no lo había descubierto. —Miró directamente a William avergonzada, con el rubor cubriendo sus mejillas. —¿Archie está aquí? tendrá que saberlo.
William, Karen y Georges se alarmaron. ¿De qué hablaba? Con la mirada William entonces le pidió al médico que salieran afuera a conversar. Georges abochornado, salió tras ellos, y Karen se acercó a la cama.
—Candy —comenzó a hablar con suavidad. —Sabías de tu embarazo, de hecho, me lo dijiste el mismo día en que lo descubriste. Te tiene muy feliz, por cierto.
—En verdad, no lo recuerdo. Entonces Archibald debe saberlo. Seguramente él si no esté muy feliz, no estaba en nuestros planes. Las cosas no están muy bien entre nosotros últimamente.
—Candy ¿recuerdas algo del accidente?
—No, nada.
—¿Recuerdas por qué estabas en Chicago?
—Porque vivo aquí... —dijo titubeante. Luego sonrió. —Karen por qué te comportas tan extraño.
—Bueno, debe ser que te sientes todavía aturdida. Pero en verdad ya no vives aquí con nosotros, te mudaste a Nueva York. Estas de visita, viniste al cumpleaños de Will. Tuviste el accidente mientras conducías al club, para asistir a la fiesta. Un hombre ebrio impactó tu auto. Luego huyó del lugar.
—De qué hablas... vivo en Chicago, en casa, con ustedes. ¿Qué haría en Nueva York? —Candy se llevó una mano al vientre, descuidadamente. —Oh ya se nota —dijo sorprendida.
—Me gustaría ver a Archie...saber qué opina de que vamos a tener un bebé.
—Cariño, no estas embarazada de Archibald.
Ahora Candy menos comprendía lo que estaba ocurriendo, repasando vagamente por sus recuerdos, Archibald Cornwell figuraba como su única pareja. Era con él con quien se recordaba haciendo el amor.
—¡¿Qué?! Eso es imposible...
—Fuiste a París... —comenzó a narrar Karen.
—¡Con Archie! ¡Iba a París con Archie, al congreso de farmacéutica de bajo costo, eso lo recuerdo!
—Espera... deja que te explique, escúchame. Deja que te explique por favor, cariño.
Candy asintió mientras se masajeaba las sienes.
—Fuiste a París sola, Archibald no fue, es decir si fue finalmente, pero eso no es lo importante. En ese viaje conociste a un hombre. Tú me contaste esto. Hubo una alarma de incendio en el hotel, todos los huéspedes tuvieron que ser desalojados, y mientras esperabas a que la emergencia fuera atendida por los bomberos, un hombre se acercó a ti, comenzaron a hablar y ya no se separaron esa noche. Dijiste que había sido mágico —Karen sonrió al recordar está expresión de la muchacha —tuviste... digamos que una aventura con él. Rompiste con Archibald... este hombre te invitó a Londres, y aceptaste su invitación. Luego llamaste un día y nos dijiste que no regresarías a Chicago, él te llevó con él a Nueva York y desde entonces viven juntos. Lo amas, estas locamente enamorada de él, y sospecho que él también de ti. Se llama Terence Granchester, pero tú le dices Terry. Él es el padre de tu hijo.
—Yo no pude hacer eso... es imposible... ¿engañé a Archie con ese hombre? —decía Candy comenzando a alterarse.
—Sí cariño.
—¡NO Karen! Eso es imposible, yo no soy así —insistía mientras sostenía la cabeza con ambas manos.
—Cálmate, no te alteres, no te hace bien ni a ti ni al bebé.
Candy se llevó las manos al vientre y lo acarició con instinto protector. No pronunció palabra por un buen rato, tratando de buscar hasta en los resquicios de su mente algún recuerdo, alguna señal, algo que le demostrara que lo dicho por Karen era cierto. Pero su cabeza daba vueltas, y comenzaba un dolor con intensidad.
—¿A dónde está mi teléfono? —preguntó desesperada.
Candy pensó que, si aquello era cierto, la respuesta podría estar en su teléfono celular. Allí habría mensajes, fotografías... a ella le encantaba hacer fotografías de momentos que consideraba únicos e importantes, si ese hombre en verdad existía y llevaba tres meses de relación con él, debía haber en su teléfono alguna fotografía que le hablara de esta relación.
—No sabemos a donde fueron a parar tus cosas. No encontraron ni tu bolso, ni tu teléfono celular. Creemos que fuiste víctima de un robo, luego del accidente. Georges y la policía siguen averiguando que pasó. ¿Para qué lo quieres?
—Necesito ver una fotografía de ese hombre... o alguna cosa que me confirme una relación con él. No sé algo que me haga recordar.
Karen encontró mucha lógica en aquello.
—Espera... —Karen revisó en su bolso y sacó su propio celular, se tardó unos segundos revisando, y volvió a acercarse a ella. —Mira —dijo colocando el aparato en manos de Candy. —Tú me enviaste esta fotografía. Ahí estás con él... él es Terry. —Karen además le mostró un chat con ella —Lee nuestros mensajes, me hablas mucho de él, y me has dicho en muchas ocasiones que lo amas, y todo lo que piensas de él. Pero, además, de que me lo has dicho, yo sé que lo que tienes con él es algo especial.
Candy abrió muchos los ojos y se llevó una de las manos a los labios, con una expresión de gran sorpresa, estaba totalmente impactada por todo lo que descubría.
—¡Me estás diciendo que yo me acuesto con este hombre!
—Eres su novia Candy —le confirmó Karen.
Candy estaba todavía más impactada. Este hombre al que ella acompañaba en la fotografía era el hombre más guapo que ella hubiese podido imaginar a su lado. Archie era un hombre muy atractivo, además de refinado y muy elegante. De modales cuidados, hermosos ojos marrones, bello rostro. Pero Terry Granchester, era en mucho superior. Sus grandes y hermosos ojos azules bajo espesas y delineadas cejas la impactaron, sus labios eran delgados, en un rostro angular, con mentón marcado y barbilla perfectamente definida con un hoyuelo.
—¿Es modelo? Porque parece uno.
Karen soltó una sonora carcajada.
—No, es marchante de arte, es dueño de una importante galería en Nueva York, y otras tantas en algunas ciudades del país. Es británico, y es hijo de un duque. Pero ya que lo dices, perfectamente pudiera ser modelo, o actor.
—¡¿Estás jugando conmigo?! ¿De dónde salió este hombre? ¿Y me dices qué es mi novio? ¿Y voy a tener a su hijo?
—Cariño, por qué lo dudas, tú eres una mujer muy hermosa, dulce, divertida y con muchas cualidades más. Cualquier hombre puede enamorarse de ti. Pero, sí, tienes razón es muy atractivo. ¿Y quieres saber otra cosa? Me has dicho que has tenido con él, el mejor sexo de tu vida.
—No pude decirte eso...
—Sí, estás loca por él.
De pronto, Candy se cubrió el rostro con las manos, y comenzó a quejarse de un fuerte dolor de cabeza, a la vez que comenzaba a sollozar. Karen se sintió abrumada, se acercó a ella para abrazarla dándole consuelo.
—No soporto mi cabeza Karen —se quejó Candy verdaderamente afectada por el dolor, desesperada y confusa no dejaba de quejarse y no dejaba de llorar.
En París, Terry vivía una verdadera pesadilla. Ignorando que la tormenta se desataba al otro lado del océano, él no encontraba explicación para el silencio de Candy. Ya no sabía cuántas llamadas le había hecho, ni la cantidad de mensajes dejados en el buzón de voz. Se encontraba en la habitación del hotel, recostado en la cama, con los pies cruzados, tomando un vaso de whisky. Ya le era difícil conciliar el sueño por el desfase horario. Ahora la angustiante espera de noticias de ella se sumaba a su desvelo. Se sentía confundido, y de alguna forma molesto consigo mismo, justo cuando él se había permitido transparentar sus sentimientos, exponerlos ante sus propios ojos para hacer reconocimiento de ellos, para aceptarlos, ella se alejaba. Él encontraba esa situación absurda, y su yo pragmático le decía que no pasaba nada, que quizá como en otras ocasiones ella de seguro había perdido el teléfono celular, siempre era lo mismo, lo dejaba olvidado en cualquier lugar. Le sucedía a menudo. En unas cuantas ocasiones ella lo descuidaba y terminaba por dejar el aparato en una cafetería, en un restaurant, en la lavandería. Incluso lo perdía en el departamento. Pero su lado más emocional le llenaba de temores, sus demonios internos le susurraban los panoramas más fatídicos para él. La rabia lo invadía como ráfagas, haciendo estragos en su amor propio, haciendo erupcionar su orgullo y el miedo al rechazo que escondía tras él, y que nunca había mostrado ante ella. Amaba a Candice Ardlay con ardor en la piel, con fuego en la sangre, con un corazón volcánico. La deseaba vehementemente con pasión irrefrenable.
—¡Maldita sea! —dijo al descubrir que no le quedaban cigarrillos.
Se masajeo el rostro, miró su celular y lo lanzó sobre el colchón. Bebió lo que quedaba de su whisky, y se levantó de la cama dispuesto a ir por una cajetilla de cigarros. Su celular sonó y sólo le llevó segundos para abalanzarse sobre él y contestar.
—¡Terry!
—Ah, eres tú —respondió con sequedad.
—Sí cariño soy yo —dijo Eleanor con resignación. —Por tu mal humor puedo deducir que todavía no hablas con ella.
—Qué quieres madre.
—Sólo quería saber cómo estabas y avisarte que ya estamos en Londres.
—Lo siento —dijo Terry después de mantenerse callado unos segundos.
—Terry, ella va a llamar de un momento a otro. Me dijiste que estaba con su familia, no deberías preocuparte tanto.
—Mamá estaba por salir. Me alegra que ya estén en casa.
—Está bien cariño. Ah, Terry no olvides empacar los regalos que compré para mi nieto... o nieta. Dale un beso a Candy de mi parte. Ella te estará esperando en Nueva York como lo acordaron, por favor no te atormentes con especulaciones. Te amo.
Terry quería creerle a su madre, sinceramente deseaba que ella como siempre tuviera razón. Pero no era optimista. Quizá tu hermano logró al fin convencerte y alejarte de mí. Pensó martirizándose.
Karen respondió saliendo a prisa de la habitación para buscar ayuda de las enfermeras. Casi de inmediato Candy estaba siendo atendida por un médico del piso, quien le indicó un sedante para que lograra dormir. William llegó unas horas más tarde, justo cuando el neuropsiquiatra había terminado su revisión a Candy. Antes de que se marchara, William salió al pasillo con el médico para pedir explicaciones sobre lo que estaba sucediendo con ella. Angustiada, Karen le había contado lo ocurrido.
—Yo soy su hermano, casi su padre. Por favor, puede explicarme qué está sucediendo con ella.
—Lo que está ocurriendo con la señorita Ardlay, es que el golpe causado por el impacto del choque en el accidente ha provocado amnesia postraumática, posiblemente haya ocurrido algo más en el incidente que provocó esta afectación.
—¿Cuánto tiempo estará así? ¿Será irreversible? ¿Hay algo que se pueda hacer? —le interrogó William.
—Todo depende del tipo de lesión, no lo sabemos todavía. La duración de un episodio de amnesia como esta puede durar unos pocos minutos, días, semanas, hasta meses. El dolor intenso de cabeza que sufre es producto de la lesión. Puede presentar también cambios bruscos de ánimo, confusión.
—¿No hay nada qué ustedes puedan hacer?
—Lo inmediato es practicarle un scanner para averiguar qué tipo de lesiones tiene. Pero debe tomar en cuenta que su hermana está embarazada y aunque la radiación no es tan alta, es mejor evitarla. Necesitamos del consentimiento de ella o del padre del bebé para hacerla. O podemos darle tiempo para ver cómo evoluciona.
—El bebé no tiene padre, yo soy el único responsable por ella. ¿Qué podría pasarle?
—Un feto expuesto a radiación puede sufrir daños cerebrales, atrofia en el crecimiento. Incluso puede provocar un aborto. Y la verdad no veo necesario que se exponga a tal riesgo, mi opinión es que le demos tiempo a su hermana y observar cómo evoluciona.
—William, creo que debemos dejar que sea Candy la que decida... o llamar a Terence —dijo Karen tímidamente. Había salido de la habitación para escuchar al médico y permanecía callada junto a su esposo.
El médico observando el comportamiento de Karen comprendió la tensión que existía entre la pareja. Notaba el control que deseaba ejercer William Arlday no solamente sobre ella, incluso sobre el equipo médico que atendía a su hermana. Así, que decidió retirarse y darles espacio.
—Debo retirarme, otros pacientes me esperan. Si toman una decisión, hágamela saber —dijo dirigiéndose a Karen.
Cuando se quedaron solos, ella finalmente se atrevió a confrontarlo.
—William, no puedes decidir por ellos, no sin consultarlo antes con Candy o con Terence, hay que llamarlo para que venga cuanto antes, él es el padre, debes de una vez por todas aceptarlo —le dijo en un ruego.
—¡Te dije que no! No seas ridícula, qué podría él hacer aquí —sentenció William.
—Es su hijo, y ella está muy confundida para poder decidir. Terence Granchester es el padre del bebé y es él quien debería tomar decisiones tan importantes —ella volvió a rogar.
—¿Lo ves aquí? No, verdad. Quieres que espere a que termine su paseo por París para averiguar qué sucede en la cabeza de mi hermana. No lo creo.
—Entonces dale tiempo a Candy para que sea ella quien decida.
William guardó silencio, reflexionando. Su mujer tenía razón en algo, era al final Candy quien debía decidir si se sometía al examen o no, si él ponía en riesgo la vida de su sobrino, nunca iba a tener su perdón y la perdería para siempre. Así que al menos en ese aspecto iba a concederle a su esposa la razón.
—Está bien, esperemos a que ella pueda decidirlo. Pero escúchame y escúchame muy bien Karen. Granchester está fuera de esto, vas a desistir en tus intenciones para que yo lo contacte. No lo voy a hacer, y tampoco lo harás tú. Te lo prohíbo. Si llego a descubrir cualquier intento tuyo por localizarlo, no podrás acercarte nuevamente a Candice.
—¡Tú no puedes hacerlo, yo también soy hermana de Candy, no puedes alejarme de ella en estos momentos!
—Sí, sí que puedo hacerlo.
—A veces te desconozco William. Te miro y me pregunto qué pasó con el hombre dulce, noble y amable del que me enamoré hace diez años.
—Sólo protejo a mi hermana, y si lo tengo que hacer incluso de ti, lo voy a hacer. Asegúrate de que aquí le den lo que necesita, iré a la oficina, vendré más tarde.
Karen miró a su esposo como si deseara romperle el cuello.
—No me mires así —le advirtió él —lo hago por su bien. Se acercó a ella y se despidió con un beso en la mejilla.
Karen no estaba dispuesta a seguirle el juego a su esposo, lo que ocurría con Candy era demasiado serio. Al verse de nuevo a solas en la habitación, comenzó a pensar de qué forma podría comunicarse con Terry. No sería tan sencillo, pero no imposible, después de todo él era muy conocido en un círculo social al que ella podía acceder, siendo un comerciante de arte en las grandes esferas ella llegaría hasta él. También, pensó, estaba la opción de comunicarse con la oficina de él en Nueva York. Era optimista, localizaría a Terry Granchester a como dé lugar.