LA REINA
CAPÍTULO 34: ADIÓS AL PASADO
—¡Espera! —Dijo Candy a espaldas de Albert, con la luna de fondo, la cual parecía ser testigo mudo de esa noche.
—Candy… creo que ya cumplí mi misión contigo. Espero haberte cuidado bien —pronunció Albert sin querer mirarla.
—Más que eso, Albert, fuiste como un hermano para mí, mi mejor amigo. Siempre me sentí segura bajo tu cuidado a pesar de tu poder —Candy dio un paso al frente para intentar tocar su brazo, pero Albert le hizo una negativa con su cabeza.
—No lo hagas, por favor, solo vine para despedirme —Albert giró y vio los verdes ojos de Candy cristalizados por las lágrimas, pero el reflejo de la vida gestante estaba en ellos. De inmediato a su mente llegaron visiones, vio a un niño muy parecido a Terry, que corría por los verdes pastos y Candy sonriendo tras él, a lo lejos Terry lo esperaba, el pequeño le estiraba los brazos y él lo tomaba.
—Skrael —oyó la voz de Terry en su visión— en mi ausencia cuida de mi familia. Daré fin a esta absurda guerra, sé que ahora que no está Circe, tú eres el más indicado para cuidar de mi esposa y mi hijo.
Esta imagen lo perturbó, dejó de observar a Candy y miró a lo alto, allí estaban los ojos de Circe, sabía bien que su fin en el plano material estaba cerca, que solo había vuelto para poner todo en su lugar.
—Tu destino será ser el protector de ellos. Terry es fuerte, pero con tu apoyo el reino de Escocia e Inglaterra serán una sola potencia de nuevo e invencibles. Será el reino más longevo de la tierra y tú debes sentarte en el trono de Escocia —expresó Circe, mirándolo fijamente, comunicándose mentalmente con él, Albert solo asintió.
—Skrael, lo lamento, jamás quise dañarte y engañarte, pero desde que vi a Terry supe que él era el hombre que debía acompañar mis noches y mis sueños —Candy que desconocía lo que su madre le dijo a Albert, se sinceró con él.
Temiendo que la presencia del rubio en la habitación fuese para matar a su amado.
Albert clavó sus celestes e incandescentes ojos en Terry, que estaba en un profundo sueño. Recordó su encuentro con el príncipe en el bosque muchos años atrás, cuando era Skrael y como quiso terminar con su vida, de no ser por la intervención de Circe la sangre de Terry hubiera cubierto su cuerpo esa noche, nuevamente observó al ave que aún estaba en la misma posición, mirándolo.
—Por favor, no le hagas daño, él no es culpable y no sabe que tú existes —Candy sacó a Albert de sus pensamientos—. Es un buen hombre, ha cuidado de mí desde que me encontró, y contra todo pronóstico me hizo su esposa y ahora espero su hijo —pedía Candy de rodillas ante un callado Albert.
—Levántate pequeña —Albert la tomó por los brazos y la puso en pie. Candy vio el rostro de Albert tranquilo, sereno y este le sonreía, dándole calidez al corazón asustadizo de la rubia. Albert acarició con suavidad la mejilla de Candy y esta le sonrió —. Es cierto, ahora te ves más linda —la observó de la cabeza a los pies— debe ser porque estas en cinta, ya no llores, estas lágrimas solo opacan tu belleza. —pronunció Albert con su rostro lleno de paz— Sé feliz Candy —Albert besó su frente, ante el desconcierto de esta. Sabía que no lo amaba como a su príncipe Terry, pero no quería que se alejara de su vida.
Albert se puso en pie en la baranda del balcón con la luna como una cómplice amiga iluminándolo.
—¿Te veré algún día? —inquirió Candy con su voz entrecortada y sus lágrimas amenazando por salir.
—Siempre que me necesites acudiré a tu ayuda. Siempre, Candy —Albert le dio una dulce sonrisa y dando un gran salto cayó en el pasto transformado en lobo, dando un aullido se alejó frente a la mirada de una triste Candy y una de nostalgia del ave.
—Adiós hermano, tal vez esta sea la última vez que nos veamos —dijo Circe en su mente.
Miró a su hija y su tristeza al separarse del que fue su único compañero a lo largo de su vida.
—Él jamás se irá, pero la separación era necesaria. Ahora todo está claro entre los dos —señaló Circe, Candy se volvió a ella observándola con la cara surcada de lágrimas.
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Neil miraba con molestia por la ventana.
—Ese aullido de nuevo —mencionó, se encontraba molesto y perdiendo la paciencia.
—Cálmate, ya solo queda esperar a mi madre —verbalizaba una derrotada Susana en su cama.
—¿Calmarme? No sé ni por qué acepté verla aquí. Era mejor en cualquier otro lugar —Neil miraba a todos lados buscando la forma de escapar, pero vio que los soldados de los alrededores con los fuertes aullidos se alejaron a mirar. Neil aprovechando el momento miró al piso de abajo que tenía un balcón igual al de Susana y se lanzó, cayendo al balcón, allí vio a Archie dormir tranquilo.
—Luego me encargo de ti —declaró mostrando una sonrisa de medio lado y mirando al hombre que dormía, con sus finos ropajes en su cama. Parecía que nada perturbaba su sueño.
Observó que aún no llegaban los soldados y trepando por un muro pasó al balcón siguiente, que era el de su cuarto. Dio gracias de tener su balcón abierto y se adentró.
Amelia, ante el extraño aullido, se estremeció. Sabía bien que era el rubio que le impidió llevar a cabo sus planes junto con Circe.
—Malditos. Debo de pensar en cómo terminar contigo —se decía una pensativa Amelia.
—Skrael, muchacho, espero que seas nuestro aliado y no un enemigo —pensaba Georges con una vela encendida mirando el documento que hacía oficial a Candy como su hija legítima.
Richard vio a través de las cortinas el extraño encuentro entre Candy y ese hombre y el cómo saltando se convirtió en lobo y corrió. Se alejó de la ventana con sorpresa y miedo después de ver tal escena y más aún al ver la extraña ave mirándolo fijamente.
—Hijo —pensó en Terry y esperaba que no estuviera en peligro. Pues Candy no solo era hija de Georges, su hermano, también era hija de Circe y sabía que ella quería venganza, por ser él quien mandó a un soldado a herirla usando una flecha con veneno para matarla. Al ver los ojos del halcón se sintió acusado y tuvo gran temor por él y sus hijos.
—Amor, ¿qué haces afuera? —Terry abrió los ojos al escuchar el aullido y vio a Candy que ingresaba al cuarto sonrojada por las lágrimas.
—Solo daba adiós a mi antigua vida para darte paso a ti y a mi futuro —Candy le sonrió.
—¿Te arrepientes? —el príncipe se vio confundido.
—¿De estar a tu lado? Jamás, tú y mi bebé son mi felicidad junto con mi madre. Pero dejar atrás lo que conozco deja un poco de nostalgia —Terry se puso en pie y la abrazó.
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—Señor, son órdenes —informaban los soldados en la puerta de Neil.
—No soy un prisionero para que me encierren como a un perro. Así que a un lado —manifestó Neil enfadado.
—Son mis órdenes, príncipe —indicó Georges que fue informado de la molestia de Neil— El castillo está en peligro y solo lo protejo a usted y a su familia —Georges trató de sonar tranquilo.
—Cuide de los suyos, yo me encargo de hacerlo con los míos. Ya que esa tarea no la han hecho muy bien. A un lado —espetó Neil con sus ojos inyectados de ira—Solo iré a cabalgar —concluyó.
-—Muy bien, entonces enviaré a unos soldados que lo custodien —indicó George.
—Haga lo que quiera, solo que no interfieran en mis actividades —expresó con brusquedad a Georges, saliendo de su alcoba ya listo para cabalgar. Neil salió de inmediato y tras él un par de guardias. El sol aún no salía, pero el amanecer no tardaría en aparecer.
—Hasta aquí, déjenme solo, si me siguen los mataré y los desapareceré en el bosque. —Neil los miró con furia, los hombres se quedaron inmóviles y viéndolo tomar un caballo y alejarse.
Al llegar hasta donde estaba la cabaña de Circe gritó:
—¡Leñador! ¡Leñador! —la voz de Neil se escuchaba como un eco en el bosque— Vine para llevar a cabo el trabajo que tenemos pendiente —volvió a gritar, los primeros rayos del sol ya se asomaban. Al no obtener respuesta se disgustó más—. Lo sabía, eres un mentiroso, cobarde. Tendré que hacerlo yo mismo —Neil se dispuso a tomar su caballo de nuevo.
—¿Quién es cobarde? —escuchó una voz a sus espaldas y sintió temor. No sabía que tenía este hombre que lograba atemorizarlo.
—Pensé que habías huido —Neil trató de sonar tranquilo, pero por dentro estaba temeroso. Decidió voltear y no darle la espalda, pero sus ojos se abrieron de golpe. El rubio era enorme, de un metro noventa como mínimo, con una maya que parecía estar hecha a jirones, su pecho y brazos eran solo músculos, parecía uno más de esos gigantescos árboles tomando vida.
La última vez que lo vio estaba vestido y con capa, pensó que por esa razón se veía tan enorme. Pero ahora frente a él, viendo que sus brazos parecían dos árboles, temió, sabía que con facilidad podría acabar con su vida. Tenía que convencerlo de ayudarlo, ya que él podría contener a Anthony y a Georges, incluso Richard si intervenía mientras él mataba a Terry, porque él era el único que tenía el derecho de matarlo.
—Bien, estoy aquí por el trato. Dime qué quieres, títulos, dinero, poder —Neil sonó conciliador, pero Albert no dejaba de mirarlo fijamente.
Los rayos del sol comenzaban a colarse por cada rincón del castillo, despertando a todos y con las campanadas de la eucaristía que pronto se realizaría. Eleanor se despertó más cansada de lo normal y con dolor de cabeza, sintiendo pocas fuerzas, aunque Circe había cuidado de ella toda la noche y mientras veía el cuarto de su hija, entró y puso su ala en la frente de la mujer, le quitó el dolor, pero a Eleanor le dio vómito de inmediato, soltando una bilis negra y sintiéndose mejor al instante.
Terry se preparaba para salir con su esposa, ambos se alistaron, Terry quedó maravillado por la imagen de su esposa, ataviada en un fino vestido azul marino brillante, con la parte delantera forrado de encajes dorados, era una autentica princesa le tendió la mano de la habitación.
Candy estaba nerviosa porque este sería su primer día en el castillo que se mostraría como lo que era, la esposa del príncipe heredero. Pasaron por Eleonor y Circe que estaba con ella, recorrieron el corredor que los llevaba a la iglesia y vieron venir tomados del brazo a Anthony y Eliza. Candy apretó el brazo de su esposo con fuerza, vio la mirada de Anthony sobre ella con intriga e interrogante y los ojos de Eliza fijos en ella con un brillo de odio.
A lo lejos Susana, que la veía con el mismo sentimiento mientras apretaba la mandíbula y la mirada escalofriante de Amelia, que susurró algo al oído de su hija y acariciando su cabello, sonrió arqueando una ceja. Su verde mirada se posó a lado de las germánicas y vio a un joven muy guapo con una corona y bellas vestiduras, el cual la miraba fijamente y le sonrió, pero una mirada más molesta la interrumpió, Annie la veía con desprecio mientras Amelia le susurraba cosas a su oído.
Continuará…
