CAPÍTULO 30: EL GRAN DÍA
Los últimos dos días antes del matrimonio de Anthony, fueron acaparados por la llegada de los reyes de España. Terry viajó con Eleanor, Candy y Circe a la villa de Georges y Stear para esperarlo, la felicidad los acompañaba a donde quiera que iban, el calor de hogar y de una verdadera familia abrazaba a Terry, la vida le devolvía la felicidad que le quitó años atrás y se la regresaba al doble recompensándolo con una mujer que lo amaba tanto como él a ella, y pronto sería bendecido con un hijo. Estar rodeado de tanto amor, era algo nuevo para él, que nunca gozó del cariño de su familia y mucho menos disfrutó de ella, pero con Candy y Eleanor, se sentía pleno, ellas le demostraban que lo amaban de corazón por quien era y no porque sería el próximo rey. Dorothy los recibió con gran cariño y al saber que Candy era la hija de Circe se sorprendió, ya que ella sabía muy bien quien era Circe y qué lugar ocupó en la vida del que ahora era su esposo y protector. Lo que ignoraba, al igual que Stear, es que Candy era su hija. George le había confesado a su joven esposa la relación que llevaba con Lane, Dorothy en ningún momento le reprochó nada, al contrario, lo quería como a un padre, le alegraba que encontrara consuelo en los brazos de Lane.
Circe acordó con Candy y Terry que el secreto de George que tenía una hija debería revelarlo el mismo a su hijo y esposa. La alegría de los invitados invadió el ambiente, pronto el laúd y la cítara se empezaron a escuchar, la música llenó el salón comedor y las risas y el amor en aquella villa se incrementó, Terry deseó que todos los días fuesen así, pero sabía que dentro de los muros del castillo de su padre todo sería diferente. Absorbió cada momento atesorándolo en su mente y corazón, y bailó, como nunca antes, con su esposa y Eleanor.
—Me permite esta pieza, Su Alteza Real —Stear le tendió la mano a Candy, ella lo miró temerosa, era su hermano, pero él aún no lo sabía.
Buscó con la mirada a su esposo y él asintió con una mirada enternecida porque pensaba lo mismo que ella. Extrañamente, Candy disfrutaba mucho de la compañía de su hermano, Stear era un joven adorable, de sonrisa dulce y una mirada que transmitía tranquilidad, de carácter agradable y muy risueño. Él la hacía reír contándole las aventuras que vivió con Terry de pequeño, y las nuevas que experimentaban ahora de adultos; en los días que pasó encerrada en el castillo usurpando a Circe, ella conversó varias veces con Patty, y descubrió que a la muchacha se le iluminaban los ojos cada vez que mencionaba al sobrino del rey. Ahora entendía por qué la que fue su amiga tiempo atrás, tenía sentimientos por el pelinegro.
Candy estaba fascinada con el hecho de tener un hermano, uno real, uno mayor que cuidara de ella. Siempre soñó con que Skrael o Albert fuera su hermano, pero ahora era real. A pesar de saber que ella y Skrael eran familia, la idea de un hermano la hacía inmensamente feliz, sentía que Stear también la protegería y cuidaría de ella. Cuando Circe murió, después de largos días de agonía tras ser herida por una flecha envenenada, se sintió completamente sola, Skrael era el único que la protegería, luego su madre a través del halcón la siguió cuidando y después llego Terry. Eleonor, también se sumó a las personas que cuidaban de Candy, al igual que el padre García y Mary Jane, que le puso el convento a su servicio y ahora su padre y hermano llegan a su vida, justo en el momento en el que lleva el fruto de su amor en su vientre, el apoyo de todos ellos la fortalecía y alejaba el miedo que produjo el horrible sueño de los cuervos dañando a su hijo. Sabía que no estaba sola, incluso Dorothy le ofreció su casa, así el corazón de Candy se llenó de alegría y tranquilidad, el amor de su esposo era lo más bello que había sentido y él la amaba cada día más.
Finalmente, el día antes de la boda, Georges llegó y tras ver con gusto y sorpresa a sus visitantes, descubrió con emoción que Eleanor no estaba muerta, pero principalmente estaba feliz al ver a Candy ahí, su rostro se bañó de lágrimas, controló sus impulsos de correr a abrazar a su hija, ya que siempre la veía de lejos nunca la había tenido tan cerca.
Circe antes de morir fue y habló con él, le dijo que el plan del destino estaba en marcha y que uno de sus hijos sería rey. Esto estremeció y preocupó a Georges, porque eso solo significaba que Stear sería el nuevo rey, pero para que eso pasara debían morir Richard, Terry, Anthony, incluso él. Este hecho lo llenó de temor, el saber que una gran guerra se avecinaba y todos morirían. Quiso que en esta ocasión Circe o Lane, como él la conoció, se equivocara. Luego de verla morir, con gran pena por la mujer que se ganó un lugar en su corazón, partió de prisa a la guerra, con miedo por dejar a su hija sola, pero Circe le dijo que fuera en paz, que ella cuidaría de Candy hasta que él volviera y todo estuviera como estaba escrito.
Circe y Georges se retiraron a hablar por largo rato, ella le contó todo lo ocurrido después de su partida, de la boda en secreto de Terry y Candy y que ahora esperaba un hijo de él, además del peligro que corrían. Lo puso al tanto de lo que le había dicho a Candy, Terry y a Eleanor acerca del origen de Candy, le contó también de las visitas de las Germánicas y la presencia de Neil, de la sombra de muerte que cubría el castillo y que incluso su propio hermano no estaba a salvo. Luego Georges habló con Stear y Dorothy, les confesó que Candy era su hija y ellos lo entendieron y apoyaron, el más sorprendido era Stear, pero al salir abrazó a su hermana con fuerza. Fue una noche de festejo y de lágrimas de alegría en la villa.
Mientras que en el castillo se vivían las pasiones bajas y odio esa misma noche.
El revuelo en el castillo al día siguiente era un caos, Sara llegó con su imponente figura llena de orgullo a dar órdenes de cómo debía ser la nueva boda de su hija. Reprochando con molestia el cuestionable comportamiento de Terry y cómo dañó a la intachable Eliza, pero Neil y Amelia la calmaron. El rey español estaba muy apenado por la conducta de su esposa, con una falsa sonrisa saludaba a Richard, Terry y a los germánicos.
Amelia y Sara se entendieron de maravillas, la verdad, Amelia estaba encantada con la alianza de Neil y lograr su cometido, tanto que estaba dispuesta a mostrar su mejor cara con los españoles. Amelia ya se sentía la nueva reina, dando las bienvenidas y órdenes, opacando a Richard, que parecía ausente y consumido. Terry, se mantenía ajeno al alboroto de la monarca española, tenía la mirada perdida, muchos aseguraban que estaba triste por la fuerte afrenta de su esposa y que no quería ver el enlace de la mujer que amó y su hermano, pero que su padre lo había obligado a que presenciara la ceremonia, todos eran ignorantes de la verdad.
En un lugar apartado se encontraba un derrotado Anthony, viendo la movilización de toda la servidumbre del castillo y la altanera madre de Eliza. Desde donde estaba observaba los rostros de alegría de las germánicas, las caras molestas de los españoles, la de aflicción de Eliza y la de Terry le parecía indescifrable, se le veía diferente, como si no estuviera ahí. Se hundió más en la silla y sorbió más rápido su vino, se dio por vencido en ese momento, pero juró que a pesar de casarse no dejaría de buscar a su verdadero amor, así fuera como su amante la quería consigo, o con algo de suerte pasaría algo que lo liberara de ese tormento. Deseó morir si ese sería su destino el resto de su vida, ya no odiaba a Terry, se odiaba a él y su triste futuro, las gotas amargas que expulsaban sus ojos nublaban su vista, toda su vida se dedicó a guardar rencor a su hermano, ahora lo veía con ese semblante de paz y misterio, pero ya no encontraba motivos para odiarlo.
Sara se trasladó a los aposentos de una opaca Eliza, sin importarle lo que le pasara a su hija, ella daba órdenes a Luisa y a Paty, quienes sabían bien de la tristeza de Eliza, de la cual no se percató de Sara.
"Que poco conoce a su hija la reina española" pensó Paty.
La iglesia estaba elegantemente adornada, lucía majestuosa con los enormes arreglos florales y todas las velas de las lámparas colgantes encendidas, el camino al altar estaba alfombrado con pétalos de rosas, ya que Amelia puso empeño en esta boda para seguir con la de su hija, que sería más hermosa. Por otro lado, la suya sería discreta, solo quería un título más y así tener más poder y acceso a su joven y vigoroso amante.
Anthony pasó con su cabeza baja junto al obispo Martín, el joven príncipe tenía cara de resignación y el rey solo observaba la tristeza de su hijo, sin poder hacer nada, parecía que alguna extraña fuerza lo había llevado hasta allí. Annie no entendía qué pasaba en verdad, su hermano y su padre no se veían felices, temió por su destino, quiso ser una niña de algún campo sin obligaciones, sin tener que cumplir con las imposiciones que ser la hija de un rey conlleva y más aún al ver ingresar a Eliza, puso especial atención en ella, su cuñada entró con su cabeza baja, parecía querer retrasar el momento de llegar hasta el que sería su nuevo esposo. Juraría que vio rodar una lágrima por su mejilla, se veía más como una tortura o que iba a su muerte y no a su boda. Le aterró la idea de terminar en tierras extrañas en poder de sus captores, sin nadie que la ayude, miró la cruz, cerró sus ojos y deseó ser invisible y no tener que cargar con el peso de un reino.
La boda transcurrió en una triste solemnidad por los novios, obispo y rey.
—Si alguien tiene algo en contra de esta unión que hable ahora o calle para siempre. —El obispo Martín dijo esto con más fuerza de lo normal.
Anthony y Eliza miraron esperando que alguien los salvara de esa absurda unión.
—¿Nadie? —cuestionó el obispo derrotado y tras un suspiro continuó— Yo los declaro marido y mujer —Anthony cerro los párpados, para retener las lágrimas, y Eliza ni siquiera se esforzó por ocultar su desdicha dejando que sus lágrimas rodaran por sus mejillas.
—Lo que Dios unió, que no lo separe el hombre— finalizó el obispo mirando al rey con molestia y luego les dio su bendición a los recién casados.
Al fondo de la iglesia se veían unas siluetas, pero los rayos del sol no dejaban distinguir a las personas que llegaban. Los ojos dorados del halcón brillaron con intensidad al entrar a la iglesia.
—¿Georges? —pronunció Richard con sus ojos entre cerrados.
—¿Terry? —mencionó Anthony intentando ver a su hermano y a sus acompañantes.
Continuará…
