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GUERRERAS APASIONADAS DE TERRY PRESENTAN - QUÉDATE -IX PARTE- by LIZZI VILLERS

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LizziVillers

LizziVillers
Niño/a del Hogar de Pony
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GUERRERAS APASIONADAS DE TERRY PRESENTAN - QUÉDATE  -IX PARTE- by LIZZI VILLERS  Quzoda12

Quédate
Parte 9



Terry marcó por segunda vez el número de teléfono de Candy, cerró los ojos y frunció los labios. Ella no contestaba, volvió mirar su celular, la pantalla marcaba que aún no tenía roaming, lo lanzó sobre la cama, y seguía esperando a que ella atendiera, y nada. Colgó el auricular y respiró. Tras unos segundos de sosiego se dio cuenta de que estaba tan abrumado y ansioso que olvidó que la habitación podía disponer de wifi, y empezó a revisar todo con la mirada, caminó hasta el pequeño escritorio del cuarto, allí sobre hojas de papel membretadas con el logo del hotel, estaba una pequeña tarjeta con la clave del wifi. Regresó a la cama, tomó su celular y tratando de respirar hondo hizo el sencillo proceso, en breve alzó el aparato frente a su rostro, y sí, estaba nuevamente conectado con el mundo. De inmediato comenzaron a llegar notificaciones de correo, de mensajes y llamadas perdidas, todas sin importancia, sólo una relevante para él, una de su madre. Todo aquello lo dejó a un lado, su prioridad era comunicarse con ella, y volvió a intentarlo ahora por video llamada. Finalmente, su rostro apareció frente a él y su voz edulcoró sus oídos.  

—¡Candy! Qué sucede contigo, te he llamado unas tres veces y no contestabas —dijo abrumado sin ni siquiera saludar.  

—Hola Terry, yo estoy bien ¿y tú, ya estás en París?

Terry hizo una mueca con los labios.  

—Disculpa, es que... digamos que mi llegada ha sido algo atropellada. —Luego suavizando el tono de su voz le preguntó —¿cómo estás?

—Estamos bien —dijo ella.

Notando un instante después el rostro desencajado de Terry, justo como lucía cuando se sentía incómodo o molesto, y comenzó a explicarle que la razón por la que no le contestó antes, es que había dejado olvidado su celular en la habitación de Karen, y continuó relatándole que se preparaba para ir a la fiesta de su hermano. Él se recostó en la cama más tranquilo, escuchándola atento mientras la observaba. A diferencia de él, su rostro se mostraba más fresco, deslumbrante, con un brillo especial, se veía hermosa y él lo apreciaba. De pronto una inquietante duda lo invadió, su mente le advirtió algo en lo que él no se había detenido antes. El estúpido (ex) novio, él estaría en la fiesta, se preguntó. Claro, cómo no lo pensó antes, él idiota era un pariente lejano de los Ardlay, y contaba con la simpatía del cumpleañero.  

—Candy...

—Sí —contestó ella deteniendo su parloteo.  

—¿El imbécil de Cornwell está invitado a la fiesta de tu hermano? ¿lo veras hoy?

Ella se calló por unos segundos, pensando qué contestar, y ágilmente decidió decirle la verdad.  

—Sí, él y Stear, también sus padres. Karen me confirmó que los había invitado.  

Terry apretó los puños apenas escuchó aquello, sintiendo como una ola de furia invadía su cuerpo desde sus entrañas hasta nublar su mente. Maldijo internamente al hombre y todas sus generaciones pasadas y futuras. Frunció los labios de nuevo, se quedó callado por segundos. Candy entendiendo el efecto que su confirmación ejercía en él, suspiró profundo y trató de tranquilizarlo.  

—Terry es inevitable que lo vea, su familia y la mía están muy ligadas. Él estará allí probablemente, y me limitaré a socializar con él sólo lo necesario. No tienes porque ponerte así.  

—¿Qué es ponerse así Candy? únicamente te hice una pregunta, y tú has respondido a ella. Eres una adulta, puedes socializar con él tanto como quieras.  

Ella suavizó aún más el tono de su voz y cambió diametralmente la conversación.  

—¡¿Sabes algo?! —ella se levantó con entusiasmo y se alejó del lugar a donde reposaba el celular de modo que él pudiera verla de cuerpo entero.

Él pudo entonces apreciar lo bonita que se veía con el vestido de fiesta. Parecía despedir rayos de luz, se veía increíblemente hermosa ante sus ojos.  

—Mira —dijo ella ciñendo el vestido sobre su vientre —¿puedes verlo? —le preguntó mientras movía la mano sobre el contorno de su incipiente vientre. —Se nota ya, no mucho, pero ahí está... ¿lo ves?

Una sonrisa espontánea se dibujó en el rostro de Terry, una que él no pudo controlar. Asintió a la vez que le decía, que sí, que lo podía ver, al tiempo que se atormentaba con la idea de que lucía realmente bella y él no estaba allí en cambio, si estarían el estúpido ex, y quien sabe cuántos hombres más para apreciarla. Nuevamente las emociones lo paralizaron y no pudo decir nada más. Salvo una sensación que experimentó desde el momento en que puso un pie en París.  

—Candy...

—Sí —dijo ella acercándose de nuevo a la cámara del celular —ayer me dijiste que ya tenías ganas de regresar a Nueva York. ¿Lo recuerdas?  

Ella asintió.  

—Yo siento exactamente lo mismo. Desde que llegué todo parece un infierno, lo único en lo que pienso es en acabar todo aquí y regresar a Nueva York, a casa. Sólo allí me siento en paz.

—¿Y eso me incluye...?

—Te incluye completamente. Tú... tú eres la razón por la que quiero volver.  

En su forma lacónica de expresarse, lo que Terry quería decir es que ella, era no sólo responsable de una pasión que lo consumía, sino además de desaforados sentimientos. Ingobernables sentimientos que a veces le era difícil descifrar, y que lo hacían estremecer con sólo pensar en las consecuencias de aceptarlos.  

—Creo —continuó hablando —que voy a tratar de acelerar las cosas aquí y regresar lo antes posible. ¿Tú quieres hacer lo mismo? no sé, si te sientes muy presionada por tu hermano, puedes contemplar regresar antes a casa.  

Candy tomó su celular y se sentó en un sillón de la habitación. En silencio, únicamente escuchando, sorprendida, con su corazón latiendo tan rápido en desmedido ritmo. Él antes había sido tierno con ella en diferentes formas, sin verbalizarlo. Incluso en aquellas ocasiones en las que hacían el amor de forma lenta y suave a pesar de ser un hombre de ardientes pasiones. Ella también creía en la sensibilidad de su corazón, ella lo sentía en cada entrega desbordada, en sus gestos y maneras dulces de tratarla en la intimidad que compartían, por eso se había enamorado de él.

—¿Estás diciendo que en verdad quieres que regrese? —le preguntó ella.  

—Candy, qué dices, siempre he querido que regreses.  

—Pero es que tú...

—Yo aún me siento abrumado, pero no puedo ignorar que a ese bebé lo concebimos los dos. Tú tienes que disculparme si me comporto tan torpemente.  

Ella sonrió conmovida. Él finalmente comenzaba a abrirse de forma espontánea, ciertamente no era el más hábil para expresar sus sentimientos, pero era un notable avance. Candy estaba feliz, sabiendo además que no estaba equivocada con él.  

—Qué te parece si regreso a Nueva York cuando tu ya hayas terminado tu trabajo en París, volaré en mismo día que lo hagas tú. Te estaré esperando.

—Me parece una buena idea.  

—Terry y ¿qué harás hoy, te quedaras en el hotel?

—Ojalá pudiera, olvidé decirte que mis padres están aquí, iremos a cenar más tarde. El duque está empeñado en ir a ver una viña en Champaña, y arrastró a mi madre a acompañarlo y presiento que quiere arrastrarme a mí también para ir a verla. No estoy de acuerdo en que invierta en esa compra, es en las galerías en las que deberíamos concentrar todos nuestros esfuerzos, pero ya sabes que no me escucha hasta que otra persona le hace saber que tengo razón. Nunca me escucha. Así que ni siquiera sé para qué quiere que lo acompañe a ver esa viña. —Terry suspiró.

Candy comprendió porque él se sentía tan hastiado. Era el efecto que ejercía su padre sobre él. Cada vez que Terry tenía que lidiar con su padre se erguía entre ellos una especie de barrera infranqueable y ambos desde sus posiciones no hacían más que defender aquella barrera que terminaba sumiéndolo en un estado de agobio que, se manifestaba con mal humor, y fatiga. Terry había trabajado duro por varios años sólo con el propósito de ganarse la confianza y el respeto de su padre. Pesé a ello, él se sentía cada vez más lejos de obtener ambas cosas, porque el duque de Granchester era incapaz de reconocer que en verdad su hijo hacía un gran trabajo. Como resultado, con mucha frecuencia a Terry lo asaltaba un sentimiento de amargura.  

Charlaron por un rato más. Escuchar a Candy actuaba en él como un bálsamo, ella le proporcionaba un pequeño tramo de paz. Se despidieron acordando volver a hablar al día siguiente. Ella le recordó que lo amaba y él sentía que le acariciaba el alma con esas dos palabras. Después de cortar la comunicación ella lo extrañó más que nunca. Echaba de menos sus besos, sus caricias, sus fuertes brazos rodeándola, estremeciéndola. Sólo ansiaba volver con él. Se acarició el vientre. Ay, mi amor no sé si puedes escucharme, hablaba con tu papá, él es complicado, pero lo amo. Se levantó del sillón para acercarse de nuevo al tocador, repasar su lápiz labial y salir finalmente de la habitación para ir por su auto y dirigirse a la fiesta.  

Con semblante alegre, Candy se despidió de los miembros de la servidumbre de la casa que encontró a su paso hasta el garaje, y a pesar de la insistencia de unos de los choferes con los que contaba los Ardlay, ella decidió manejar hasta el club a donde se llevaba a cabo la celebración. Ella fue la última de la familia en salir de la casa. Su reciente conversación la había retrasado.  

Terry deseaba volver a los brazos de Candy con enfebrecida impaciencia. Se dedicó a dormir una siesta después de darse una ducha. Durmió por varias horas, se sentía agotado, el descanso le serviría para apaciguar su disgusto. En medio del sopor de la tarde, recibió una llamada, la que atendió con el aturdimiento de despertar de golpe. Era su madre para recordarle que debía llegar puntual a la cena que tendrían esa misma noche.  

—No lo olvidé, aunque ya sabes que preferiría no ir —dijo aún soñoliento.

—No digas eso mi vida, tengo muchos deseos de verte —le contestó Eleanor al otro lado.

—Mamá, si papá nos da tiempo, ¿quisieras salir a solas, no sé, ir a pasear, chocolate en Angelina?  

—¡Es exactamente lo que te iba a pedir!  

—Ja, ja, ja —soltó una carcajada con voz grave. —Creo que tengo mucho que contar.  

—¡Ay no! ¿tiene que ver con Candy? Por cierto, vino ella contigo ¿está ahí?

—No mamá, Candy está en Chicago con su familia. Es el cumpleaños de su hermano y ella fue a visitarlos — no quiso ahondar más y se despidió —Nos vemos en un rato.

Sonrió al colgar, adoraba a su madre. Era para él hasta ese punto de su vida la única persona que realmente le conocía, la única en la que confiaba y la única persona que creyó en él y le dio el impulso suficiente cuando creyó que su vida estaba perdida. Ella lo había apoyado cuando nadie lo hizo en su familia, ni siquiera Richard. Terry no era un débil hijo de mami que se esconde tras su falda, pero sí era un hijo amoroso. En él su madre ejercía una gran influencia, una que lograba persuadirlo incluso de sus propios demonios. La admiraba, respetaba y amaba en profundidad.  

Terry se estiró en la cama a todo lo que daba, luego lanzó su mano a la almohada a su lado, la tomó y apretó contra su cuerpo, deseando que no fuera una simple almohada sino el pequeño, delgado, pero cálido cuerpo de Candy. En ese mismo hotel, en esa misma ciudad le había hecho el amor por primera vez, y luego de forma incontable apenas meses antes.  

Horas después arribó elegantemente vestido al restaurant acordado con sus padres. Llegó con media hora de antelación, no le gustaba ser impuntual con su padre para evitarse cualquier tipo de roce con él por esta causa. Se quedó en la barra, y pidió un Chardonnay para esperar. Disfrutó de su copa hasta que vio la hermosa y espigada figura de su madre caminar por el pasillo central del salón inspirado en la época napoleónica, acompañada de un muy gallardo hombre de pelo cano siguiendo al maître, en seguida un acomodador se acercó a él para indicarle que los duques habían arribado y le pedía dejarse conducir hasta la mesa. Al verse, su padre y él se saludaron con cálida distancia, en cambio Eleanor lo besó en ambas mejillas y lo estrechó en sus brazos, fiel a su sanguíneo carácter. El sumiller se acercó a ellos casi de inmediato, Petrus o Château Lotour. Terry dejó que fuera su padre y su exquisito paladar el que decidiera qué vino tomarían. Se dedicó sonreírle a su madre, tomar su mano y besar su dorso para cuchichearle que tenía todo planeado para su paseo del día siguiente.  

—Quiero que me des un informe completo de cómo va la expansión de las galerías... —dijo el duque antes que cualquier cosa.  

Terry terminó su copa de un sorbo.  

—Richard, por qué no eximimos el tema trabajo de la cena, y dejemos que Terry nos cuente cómo está... —intervino Eleanor en su habitual tono dulce y sereno —cuéntanos mi amor, cómo está Candy, no te perdono que no la hayas traído.  

Eleanor sentía una honesta simpatía por la muchacha.  

—¿Quién es Candy? —preguntó con genuina sorpresa el duque.

—Mi novia papá.

—¡Richard! la llevó a Londres, almorzamos con ellos —exclamó Eleanor.  

—¿Sigues con ella?  

Terry entornó los ojos, frunció el ceño y lo miró con hastío.  

—Sí, vivimos juntos.  

En ese momento para alivio de Terry, el maître volvió a acercarse a ellos, tímidamente el hombre les dijo que el secretario de comercio, quien era un comensal más del restaurant quería saber si el duque sería tan amable de recibir su saludo.  

—Quieres hacer negocios en Francia, no veo más oportuno que saludes al hombre que podría ayudarte a conseguirlo —le dijo Terry en tono sardónico, deseando que su padre le diera un respiro.  

—Pero, quién molesta a un hombre y su familia que desean cenar —se quejó para sentenciar —franceses.  

Richard se levantó, ajustó su chaqueta y le sonrió al maître, pidiéndole que lo llevara con el funcionario francés. Terry y Eleanor rieron al ver la escena. Él aprovechó para acercarse a ella y tomarle la mano, dirigiendo su mirada a su padre para no perderlo de vista y cuidar de que lo que iba a decirle a su madre quedara como un secreto.  

—Tengo que decirte algo, pero debes prometerme que no se lo dirás a él, al menos no todavía, y que no vas a hacer un escándalo.  

—Hijo me pones nerviosa.  

Terry hizo una breve pausa.  

—Candy está embarazada, me lo dijo antes de que viniera a París.  

—¡Ay por Dios! ¡Terry un nieto! —dijo abalanzándose sobre él, tomando su rostro entre sus manos y besándolo en la mejilla.  

—¡Shhs mamá! Te dije que no hicieras un escándalo.  

—No es un escándalo, estoy muy feliz. ¿Van a casarse?... hay que celebrar.  

—Mamá... ey... no es tan sencillo. No lo planificamos, esto nos tomó por sorpresa. No es tan simple como lo ves.  

—Terry, vas a ser papá, que importa si lo planificaron o no. Hijo, cómo yo veo las cosas, la vida te está dando la oportunidad de formar una familia, con una muchacha que expide luz propia y que te hace mucho bien. No conozco tu relación puertas adentro, pero me atrevo a decir que tú eres feliz con ella, y que es la primera vez que te ves enamorado. Hasta un ciego podría verlo, ni tú lo ves. Tienes treinta años y eres incapaz de aceptar que finalmente has encontrado a una persona especial, que te hace feliz y que estoy segura te ama, y a la que tú amas también. Déjate atrapar por la dulce sorpresa que te ha dado la vida, serás papá Terry, a veces, los acontecimientos más importantes vienen así, de forma imprevista, para cambiarlo todo. —Eleanor se fijó en la figura de Richard que se acercaba y se detuvo —Ahí viene tu padre, seguiremos esta charla mañana.  

Eleanor hizo un gran esfuerzo para no gritar a los cuatro vientos que su hijo tan amado la iba a hacer abuela. Pero respetó su decisión de guardar el acontecimiento de Richard, hasta que Terry le permitiera lo contrario. Cenaron de forma amena, él y su madre intercambiaban miradas cómplices, alegres, y no era para menos, lo que compartían era lo más importante que hasta ahora habían compartido, el tierno secreto de su paternidad.  

Esa noche, en la habitación del hotel, él no hizo más que pensar en las palabras de su madre. Daba vueltas en la cama sólo reflexionando sobre ello, haciendo una especie de autoexamen.

Candy... Candy... se repetía en su mente. Todo con ella funcionada de forma distinta e impredecible, era la única relación que se había salido de su absoluto control, por primera vez se reconocía a si mismo enamorado. Estaba perdidamente enamorado de esa pequeña, dulce, atrevida e inflexiva chica americana. Ya lo estaba cuando la llevó a Londres, cuando le pidió la locura de no volver a Chicago y quedarse con él en NY. Por ella hizo lo impensable, llevar a una mujer a su departamento para vivir con él. Al hacerlo no sólo le otorgó parte del espacio físico de ese lugar, sino además espacio en su intimidad. Ninguna mujer antes había dejado si quiera un cepillo de dientes, un pijama para pasar la noche. Cuando Candy llegó a vivir con él, no existía en ese lugar un sólo objeto femenino, muy a pesar de que él había llevado a incontables mujeres para pasar una noche de sexo allí en repetidas ocasiones.  

Incluso modificó su rutina sin que ella se lo pidiera, iba al gimnasio muy temprano, luego iba a trabajar, almorzaba fuera, pero apenas terminaba el trabajo, salía corriendo al departamento, a veces compraba la cena, a veces la pedían a domicilio, o en muchas ocasiones se sometía al riesgo de comer lo que ella torpemente preparaba. No volvió a bares, ni a fiestas si no era en su compañía.  

En el círculo social que no era íntimo, pero si frecuente iniciaron un juego, ¿Cuánto duraría el nuevo enredo amoroso de Terence Granchester, con la millonaria de Chicago? Se abrieron apuestas. Todos perdieron, nadie le dio más de dos meses. Ni hablar del pequeño club de “viudas”, las bellas y sofisticadas mujeres que quedaron fuera de su atención. A las que no les dedicaba ni una mirada cuando se le veía en bares, cócteles o restaurantes de moda en NY.  

Tenía que reconocerlo, todo su mundo había cambiado con ella y por ella. La recordó con el bello vestido de fiesta, lo preciosa que lucía, y se llenó de celos casi de súbito. No importa Terry, ella te ama a ti, te lo ha dicho, además está embarazada, y ese bebé es tuyo, que la miren... sólo pueden hacer eso, mirarla... Idiota debiste quedarte con ella, acompañarla a Chicago... se reprochó.  



Karen no dejaba de insistir en llamar y llamar a Candy a su celular. Dejó un tercer mensaje en el buzón.  

—Candy, cariño por Dios, atiéndeme o envíame un mensaje... a dónde estás. Le provocarás un infarto a tu tía y a mí... llama.

La pelirroja volvió a caminar hasta donde William conversaba con el senador Lagan y el gobernador del estado. Georges estaba parado muy cerca, sin entrometerse en la conversación, pero tan cerca como para que su jefe dispusiera de él cuando quisiera. Atendió la seña que le hizo ella y caminó para tener suficiente privacidad. Él ya estaba al tanto de que Candy no había llegado a la fiesta hasta el momento, y que Karen empezaba a preocuparse seriamente.  

—¿Sigue sin contestar? —preguntó el hombre.  

—Georges esto no es normal. Llamé a la casa, ella salió hace tres horas y no le iba a tomar más de treinta minutos llegar aquí.  

—Esto es grave señora. Voy a hablar con el señor. Cálmese yo mismo saldré a buscar a la señorita Candy...  

—Sí, habla tú con William, está tan ocupado, regodeándose con las adulaciones de sus y que amigos que ni siquiera le ha tomado el pulso a la gravedad de esto.  

Karen vio como Georges caminaba en dirección al pequeño grupo y con fina discreción apartaba al magnate para susurrarle al oído. El semblante de William Ardlay cambió y debió ser tan notable que sus acompañantes lo disculparon para que este se acercara a su esposa. Bebió su whisky y le devolvió el vaso a un mesero que estaba también muy cerca de ellos.  

—¿No llegó? —preguntó secamente.  

—No, y creo que es hora de que empecemos a buscarla en los hospitales, ir a la policía, tuvo que ocurrirle algo William... esto no es un arranque caprichoso de Candy cómo crees. Tampoco fue que dejó su celular, ya revisaron su cuarto. Tengo mucho miedo, tu tía está muy nerviosa también —Karen comenzó a sollozar.  

—No hagas un escándalo, contrólate —le pidió William fríamente. —Hablare con el gobernador, le explicaré lo que ocurre.  —Georges —dijo llamando a su hombre de confianza. —¡Barran la ciudad ya! Encuentra a mi hermana —le ordenó.











A Dar042 y a ambar graham les gusta esta publicaciòn

Gisela ruht

Gisela ruht
Niño/a del Hogar de Pony
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Donde estará candy 🤔🤔🤔

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