Quédate
Capítulo VII
Cuando Terry despertó a la mañana siguiente Candy no estaba a su lado en la cama. Por un momento pensó que ella se había ido, pero la luz que se colaba desde el baño y el ruido de arcadas le advirtió que no era así. Se levantó sin pensarlo más y fue tras ella, la encontró sentada en el suelo al lado del WC, él se agachó a su lado sin decir nada, al verla tan pálida se le encogió el corazón. Se levantó brevemente para tomar una toalla, mojarla y volvió con ella para limpiarle el rostro. Cuando Candy volvió su cara de nuevo al excusado, le sostuvo el cabello en una cola de caballo hecha con las manos, y se quedó allí acariciando su espalda hasta que el ataque de náuseas cesó.
—Quieres que te prepare un té —le preguntó con dulzura, mientras le arreglaba el cabello con las manos.
—Sí, gracias. Iré a la cama de nuevo.
Él la ayudó a ponerse en pie y la llevó hasta la habitación, ella se metió en la cama y él fue hasta la cocina para hacerle el té. Se quedó en blanco mientras el agua hervía, luego reaccionó y se preparó un café para él. Un expreso que bebió de dos sorbos. Regresó a la habitación minutos después, y se sentó junto a ella.
—Lo siento.
Candy lo miró extrañada, mientras soplaba la infusión en la taza.
—Lamento, que te sientas así... por mi causa —continuó hablando.
—No tienes la culpa, son malestares normales del embarazo, el doctor dijo que pronto terminarán.
Terry suspiró, no sabía que más decir. Acarició una de las piernas de Candy bajo las sábanas y se levantó, antes le dijo que iría al gimnasio y luego al trabajo. No hubo más contacto entre ellos esa mañana que ese. Cerca del mediodía él texteo para preguntarle cómo se sentía y luego no volvieron a hablar hasta la mañana siguiente porque él regresó esa noche muy tarde, cuando ella ya estaba dormida. La encontró en el sofá de la sala de televisión, presintió que ella quizá lo esperó allí hasta que el sueño la venció. Le dio mucha ternura verla hecha un ovillo arropada con la manta que usaban ambos cuando se tumbaban por horas en ese mueble para ver series o películas. Se acercó a su rostro y la llamó dos veces, en un tono cálido y suave, ella apenas reaccionó. Entonces él la levantó en brazos y la llevó a la cama, la metió en las sábanas y se fue a dar una ducha. Apenas se miraron y apenas sonrieron uno con el otro, más unas muecas que unas sonrisas. Ella esperaba de él además de sus gestos, que eran dulces y corteses algo más, pero él era incapaz de hablar, no terminaba de descifrar lo que sentía por ella, y mucho menos por su condición. Su instinto le exigía cuidarla y eso trataba, también se lo mandaba el corazón, pero verbalizar todos esos sentimientos le resultaba bochornoso. Cuando volvió de la ducha, se metió a la cama y se acomodó en su lugar dándole la espalda, como habían dormido la noche anterior. Sin embargo, no soportó estar en esa posición por mucho tiempo, y se dio vuelta acercándose a ella, que también le daba la espalda, se pegó a su cuerpo y la abrazó, como lo hacía cada noche, se llenó de su olor también como todas las noches. Candy no lo rechazó, sin decir palabras le tomó la mano que él posó por encima de ella, y se la llevó al vientre, Terry sintió un estremecimiento paralizante, pero ocultó una vez más sus emociones, se limitó a cerrar los ojos, y no apartarse de ella, hasta quedarse dormido.
Cuando despertó, nuevamente ella no estaba en la cama, él se levantó y fue hasta el baño, pero antes de entrar escuchó la ducha, seguro de que ella no lo necesitaba fue hasta el vestier y mientras se vestía con ropa deportiva, se fijó en un detalle en el que no había reparado la noche anterior, la maleta de Candy y un bolso de mano listos, entonces recordó que ella se iría esa misma mañana a Chicago. Un impulso latiendo en su pecho le decía que era mejor quedarse, no ir a París e ir con ella, o mejor rogarle que se quedaran en NY, pero su orgullo se impuso nuevamente sobre su confusa corazonada y después de reflexionarlo concluyó que aquello resultaría muy infantil. Desechó la idea tan rápido como se produjo aquel impulso y se fue a la cocina. Preparó un jugo de naranja para ella, y un batido proteico para él. Se quedó sentado en la isla esperándola, y mientras lo hacía en medio de sus cavilaciones matutinas observaba la puerta del refrigerador, se levantó de pronto ante lo que parecía una novedad entre las fotografías de los dos. Candy había pegado allí la imagen del ecograma, y con su letra escribió: te amamos. Apretó los labios, y se masajeo el puente de la nariz, reprochándose internamente su apatía o su falta de valor, o la resistencia que solía experimentar ante los grandes cambios en su vida.
—Hola, buenos días —escuchó la voz de Candy tras él.
Su corazón dio un salto, y sobresaltado como respuesta rápida abrió el refrigerador para fingir buscar algo, sacó un envase de yogurt, y se dio vuelta para hacerle frente.
—Hola, te hice jugo de naranja —dijo nervioso y se acercó al procesador para servirlo en un vaso.
Ella se lo agradeció y se sentó en la isla para beberlo.
—¿Quieres que prepare algo para que desayunes?
—No, no es necesario, debo irme enseguida, el jugo es suficiente, me ayudará con las náuseas, gracias.
—¿Quieres que te lleve al aeropuerto? —Terry miró su reloj para comprobar la hora —tengo tiempo suficiente.
—No, pedí un traslado, de hecho, termino mi jugo y debo bajar a esperarlo.
Terry interpretó la negativa como indiferencia de parte de ella. Pero decidió contener sus emociones, reprimir la vorágine de intensos sentimientos que le invadían, y sólo se atrevió a acercarse a ella y tomarla de la muñeca cuando ella se levantó para dirigirse de nuevo a la habitación.
—¿Volverás? —le preguntó con voz trémula.
—Te dije que regresaría en una semana.
Terry respiraba con dificultad mientras observaba a Candy, conteniendo la conmoción que le provocaba que ella estuviera a punto de partir.
—Terry anoche lo estuve pensando mucho, y quiero que sepas que tienes la libertad de escoger de estar o no estar en nuestras vidas si es lo que deseas. No quiero decir que no te necesite en nuestras vidas, sólo que no te voy a obligar a hacer algo que no deseas.
—¿De qué hablas? —ahora Terry comenzaba a experimentar temor, y en su mente sólo podía escuchar que ella lo dejaría, que lo abandonaba. El miedo y el rechazo obnubilando su razón hasta paralizarlo y enmudecerlo, convirtiéndose en un hombre incapaz de actuar.
Ante su silencio Candy continuó su camino a la habitación y regresó empujando su maleta. Él simplemente se quedó allí sin decir y sin hacer. Antes de salir, ella se acercó y le dio un beso en la mejilla.
—Adiós Terry —le dijo antes de cerrar la puerta, dejándolo allí en medio de la sala de su departamento a merced de sus demonios y los juegos mentales que le imponían.
El resto de la mañana Terry trató de conjurar estos demonios en el gimnasio frente a un saco de boxeo sin podérsela sacar de su mente, sin dejar de mirar el reloj calculando el tiempo que le tomaría a Candy aterrizar en Chicago, ansioso por llamarla y escuchar su voz, esperanzado en el hecho de que ella le hablaría con su dulzura habitual y esto terminaría por exorcizar su sentimiento de abandono.
En Chicago, ella que ignoraba el efecto de sus acciones en Terry, era recibida en el aeropuerto por una feliz Karen.
—¡Ay no puedo creer que finalmente hayas vuelto! —dijo la mujer al abrazarla.
—Que exagerada eres, cómo no iba a venir ¡me compraste un boleto! —le respondió Candy con el abrazo.
Ambas se separaron y Karen la observó algo alarmada.
—Cariño estás demacrada, y muy pálida...
—Es por el embarazo, no dejo de vomitar y me siento muy cansada. No te preocupes, estos síntomas sólo persisten durante el primer trimestre, y ya estoy al final del tercer trimestre.
Karen sonrió y la tomó por el brazo.
—Bien, entonces qué quieres hacer. Tenemos una reservación para almorzar con William, pero antes tenemos tiempo para una conversación de chicas —Karen le guiño el ojo.
—Pues necesitó ir al centro comercial, a una tienda de maternidad. Mira lo que llevo puesto, un pantalón de gimnasia, no me queda ninguno de mis jeans, nada de lo que traigo en mi maleta me sirve. Puedes creerlo, de pronto esta mañana apareció esta tripa de embarazada —Candy se levantó el sweater y le señalaba a Karen la incipiente pancita que demostraba su estado.
Karen tocó el vientre de Candy conmovida. Pero un pensamiento nubló su alegría. La posible reacción de William Ardlay.
—¿Se lo dirás hoy?
—¿A Will?
Karen asintió con la cabeza.
— Sí, debo decírselo lo antes posible.
Y con un suspiro de resignación Karen acarició la mejilla de Candy con la palma de su mano y le aseguró que la apoyaría en todo momento, y continuaron charlando hasta ubicar la camioneta y al chofer que la manejaba a quien Candy saludó con afecto.
—Hola James.
—Señorita Candice, bienvenida a Chicago.
Ambas mujeres abordaron el auto, y Karen ordenó enseguida ir hasta un centro comercial que frecuentaba, a donde estaba segura hallarían lo que Candy necesitaba. Seguían en medio de una conversación sobre Nueva York y la excitante vida en la ciudad cuando el móvil de Candy comenzó a sonar. Torpemente ella lo sacó de su bolso, miró a la pantalla y sonrió, indicándole a Karen que se trataba de Terry.
—¡Candy! —se escuchó la voz del angustiado hombre cuando ella contestó.
—Hola Terry.
—¿Ya estás en Chicago?
—Sí, aterricé hace como media hora, estoy en el auto con Karen, iremos a hacer unas compras...
Terry guardó silencio mientras descifraba el tono que usaba ella. Se sintió aliviado, Candy actuaba de forma habitual, contenta y parlanchina. No atendió a nada de lo que le dijo, pero fue un respiro para él que no lo tratara con indiferencia.
—Por favor, mantente en contacto... —le rogó él antes de colgar, y a pesar de que se demostraron más cortesía que cariño en esa llamada, para ambos fue un consuelo oírse.
—Cómo están las cosas con él —preguntó Karen de inmediato.
—Bien, él es atento y cariñoso, es un caballero, aunque si lo preguntas por el bebé, no asimila todavía la noticia —Candy no perdió de vista el gesto de incredulidad de su cuñada y agregó —él sólo necesita tiempo, y yo no voy a presionarlo.
—Me lo temía —declaró Karen tomándole la mano.
—Lo he pensado mucho, tendré a mi hijo con él o sin él. Lo amo, y me dolerá perderlo si es que decide no estar conmigo en esto, puedo tenerlo sin él, es mi bebé, y será solo mío. Otras mujeres lo han hecho, millones de mujeres en el mundo son madre soltera.
—Pero no una Ardlay, y es exactamente lo que dirá tu hermano, quien tampoco lo asimilará muy rápido. Pero no quiero preocuparte, él tendrá que aceptarlo tarde o temprano. Aunque no es lo que deseaba para ti, él va a apoyarte pase lo que pase.
Una hora más tarde, Candy vestida con su primera ropa de maternidad (unos skinny jeans muy cómodos y que le servirían para todo el embarazo, de los que compró varios pares) salía del centro comercial cargada de bolsas y paquetes para reencontrarse con su hermano William después de tres meses.
A pesar de estar en un lugar público no hubo distancia entre ellos, se abrazaron de forma entrañable, ella especialmente se aferró a él y le dijo cuanto lo extrañaba. Él la acogió en sus brazos de forma paternal y no se separaron en largos segundos. Se sentaron uno junto al otro, ella no dejaba de sonreírle y se recostó a su hombro tomada de su brazo mientras ordenaban. Después de unos minutos de conversación, William notó el rostro algo cansado de Candy.
—Te ves cansada Candy ¿estás bien?
Karen y ella se miraron, habían acordado a que la noticia se le daría a William después del postre. Pero ambas ignoraban el rumbo que le daría el patriarca a la conversación en ese momento.
—Sí, es sólo que no me he sentido muy bien estos días.
William que estaba predispuesto a lo peor no confió mucho en esta explicación y siguió indagando ahora en dirección a Terry.
—¿Granchester, él te trata bien?
—William por favor... —intervino Karen.
—Sí, Will, Terry me trata muy bien. Aunque no sé qué quieres decir con tu preocupación, acaso quieres insinuar algo.
—No pretendo insinuar nada, pero te veías mejor antes de conocerlo.
Todos hicieron una pausa cuando un mesero se acercó para servir el vino que William había escogido. Candy se apresuró a tapar su copa con la mano para rechazar que le sirvieran a ella, y le pidió al hombre agua con gas y una rodaja de limón. Eso la ayudaba con las náuseas. Apenas el mesero se retiró ella se giró para ver a su hermano y sin más le dejó saber qué ocurría.
—Estoy embarazada, y tengo mucho malestar por las mañanas, náuseas, vómitos y a veces me descompenso un poco, me siento cansada y comienzo a inflarme como globo, tuve que comprar estos pantalones apenas bajé del avión —todo en una sola frase sin respirar.
William no tuvo tiempo de decir nada, se limitó a ver de forma inquisitoria a Karen sospechando sin estar equivocado que ella lo sabía y se lo había ocultado. Candy no lo perdió de vista y continuó hablando.
—Ella no podía decírtelo, yo le pedí dejar que yo lo hiciera.
En ese instante William tiró la servilleta sobre la mesa e hizo el intento de levantarse, pero Candy lo sujetó por el brazo y no se lo permitió.
—Por favor, siéntate... Will, por favor.
Candy volvió a mirarlo, y apreció como los hermosos ojos azules de su hermano estaban inyectados de ira. Se atrevió a tomarle la mano, pero él la rechazó.
—Esto no es lo que quería para ti.
—Lo sé, y te pido que me perdones por haberte fallado. Pero... esta es la realidad, Will, y nada puede cambiarlo, tendré un bebé en seis meses y en verdad espero que lo ames tanto como me amas a mí.
—Un bebé de ese tipo... ni siquiera lo conoces.
—Lo conozco lo suficiente.
—No Candice, no lo conoces. Apuesto a que no sabes todo lo que sé de él. Investigué todo sobre Terence Granchester y no es simplemente el hombre elegante, marchante de arte que se pavonea en Nueva York.
—¿¡Investigaste a Terry!? ¿por qué lo odias tanto, qué te ha hecho para que lo odies así?
—A mi nada —dijo William con frialdad —pero si temo lo que te puede hacer a ti. No conoces su pasado de niño rico, escándalos, drogas, alcohol y lleno de excesos. Crees que sólo me molesta que es un mujeriego, un inestable, no, temo que pueda lastimarte. Siempre he querido lo mejor para ti, eres muy joven y siempre has sido muy ingenua, sólo ves lo mejor de las personas. Quise darte el mundo, apenas te graduaste hace un año, tienes 24 años, y esperas un hijo. No es lo que deseaba para mi hermana, para una Ardlay. Hubiese preferido que te quedaras con el idiota de Archibald, al menos con él se trataba de que habías escogido al menos inteligente de los hermanos Cornwell.
—¿Ahora si quieres a Archibald?
—Archibald Cornwell es un petulante engreído, Terence Granchester es un peligro.
—William, por favor. Es suficiente —volvió a rogar Karen.
Candy permaneció en silencio únicamente escuchando a su hermano mientras jugaba con la botella de agua que le habían traído, y luchaba para mantener la calma. No tenía argumentos para rebatirlo, Terry nunca le había hablado ni bien ni mal de su pasado, salvo lo que supo de él en la reunión familiar a la que asistió en Londres. La comida llegó y ella apenas probó bocado. No soporto un minuto más los cuestionamientos de su hermano que no paraban, y decidió marcharse. Se levantó y se dirigió a él antes de despedirse.
—Tendrás por sobrino al hijo de Terry Granchester te guste o no. Karen, le pediré a James que me lleve a casa.
—Sí cariño, no te preocupes por mí, regresaré con tu hermano.
Karen esperó a que Candy se alejara suficientemente de ellos para criticar el comportamiento de su esposo.
—Fuiste muy duro con ella, cómo pudiste decirle todas esas cosas. Está embarazada, las mujeres en su estado son muy sensibles. ¿De verdad investigaste a Terence o sólo mentiste?
—Claro que lo investigué. Georges lo hizo por mí, se cada uno de los secretos de Granchester. Sabes que casi mata a su primo por conducir ebrio, es un desastre.
—Pero es su pasado William. Las personas cambian.
—Los tipos como Terence Granchester no cambian. Y tú vas a convencer a Candy para que se quede en Chicago, que tenga a su hijo aquí, lo criaremos en casa como un Ardlay, lejos de la mala influencia de su nefasto padre.
—No puedes obligarla.
—No la voy a obligar, tú vas a convencerla. Es lo mejor para ella y para esa criatura. Después de que nazca, le pagaré un viaje, un postgrado en Europa o a donde ella quiera. Tú y yo nos encargaremos de ese niño.
—William parece que no conoces a Candy, ella no dejará a su hijo por nada en el mundo, está muy ilusionada con ese bebé.
—Hay tiempo suficiente para convencerla.
Viene de parte VI
Última edición por LizziVillers el Mar Mayo 16, 2023 7:18 pm, editado 1 vez