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Dear Terry:
Nosotros en la tempestad
Capítulo 5
II Parte
Nosotros en la tempestad
Capítulo 5
II Parte
Cuando Evelyn estuvo sentada al lado de William, extendió su mano para tomar la de él, y se sonrieron mutuamente. Ella en verdad extrañaba mucho a su hermano mayor, a pesar de que este llevaba ya varios años fuera de casa, primero cuando se fue interno a Eton, y luego su inmediato ingreso a la Universidad de Oxford, una vez graduado en el prestigioso colegio. Tenerlo en casa ese fin de semana la hacia muy feliz, tanto como a sus padres.
—¿Cómo está Louisa?
—Hermosa, no veo la hora de casarme con ella. La visité el fin de semana pasado.
—Si papá se entera de que vas a Londres con tanta frecuencia pegará el grito en el cielo. Y se enojará con el abuelo por secundarte. Por qué no le dices la verdad, dile que vas a Londres cada que te provoca.
—Evelyn ya soy mayor, y no hago nada malo, voy a Londres a visitar a mi novia y duermo en casa del abuelo. Es todo. Además, Ev, el abuelo no es el mismo de siempre, está más cansado y el tema de la guerra lo tiene muy angustiado, vive pegado a la radio, cada que regresa de Westminster lo hace en un estado de mucha ansiedad. Se preocupa por el reino, por nosotros, por todo. ¿No te parece que es buena idea hacerle compañía de vez en cuando? El tío Phillip está con él en Londres, pero la duquesa se quedó en el campo.
—Claro que me parece bien que le hagas compañía al abuelo. Pero díselo a Papá. Sé que debe estar muy feliz con tus visitas, él te adora, eres su favorito...
—¡No soy su favorito! —la interrumpió.
—¡Claro que lo eres! te da más dinero que a cualquiera de nosotros, además del auto que te regaló. Pero lejos de eso, me alegra que vayas a visitarlo, yo lo extraño mucho.
—Y él nos extraña también, siempre está hablando de ti, de Albert, de Oliver, de Anne, de Duncan, de Richard, le duele mucho tenerlos lejos. Siempre está recordando algo particular de cada uno de nosotros.
Pasaron unos minutos, y Madelaine anunció que debía marcharse. Ninguno se había dado cuenta de que la tarde había pasado y estaba atardeciendo. Henry cayó en cuenta de que permaneció por mucho más tiempo en casa de los Granchester de lo que había previsto, su plan ese sábado era realizar la entrevista al actor y regresar si le era posible esa misma tarde a Londres. Pero estaba visto que ya no era posible. Anunció que ya se marchaba también, y se ofreció de forma amable a escoltar a Madelaine hasta el otro lado del pueblo, a donde la muchacha vivía y a donde él también se dirigía. Oliver los acompañó para que ambos se despidieran del resto de la familia, Henry tenía además especial interés de despedirse de los esposos Granchester, agradecer la amabilidad que habían tenido de invitarlo a almorzar, los jóvenes se despidieron.
—Fue un gusto conocerlo William —dijo Henry con honestidad.
—El gusto fue mío, diga cosas buenas de mi padre —el muchacho le sonrió.
Henry también sonrió ampliamente y alargó el estrechón de manos de ambos.
—No se preocupe, así lo haré. Le di mi palabra a Evelyn, y soy un hombre de palabra.
Mientras tanto las amigas también se despedían, un poco apartadas de los muchachos. Luego de cuchichearse volvieron a unirse a ellos, Dedlock aprovechó que Madelaine intercambiaba algunas palabras con William y se acercó a Evelyn.
—Me encantó pasar la tarde aquí —en realidad quería decirle que había sido adorable conocerla más y pasar la tarde junto a ella. Pero debía conservar la compostura y sólo hizo uso de lugares comunes para despedirse y agradecer su deliciosa compañía.
Evelyn no supo qué decir, permaneció mirándolo por unos segundos, tratando de decidir si tratarlo con indiferencia o permitirse ser amable con él, como en verdad sentía que debía comportarse después de conocerle un poco más. Le era un poco incomprensible aquella sensación que experimentaba, había disfrutado de su compañía y de la conversación, debía admitirlo al menos para sí, Henry le había resultado muy agradable, pero ella no estaba dispuesta a demostrarlo.
—Gracias —dijo lacónica.
—No, el que debe estar agradecido soy yo. Adiós Evelyn.
—Adiós señor Dedlock.
Evelyn se apresuró para volver a sentarse al lado de William, se tomó de la mano de él buscando aplacar sus emociones, sonrió para disimular su desazón por la partida de Dedlock, que consideraba muy apresurada, siendo que habían pasado toda la tarde junto al río y conversado de forma extensa, y sintió verdadero placer con dicha conversación porque se podía hablar con Henry de casi todo, además la escuchaba con tal atención que parecía verdaderamente importarle todo cuanto ella decía. Lo observó caminar hasta la casa, seguramente para despedirse de sus padres. Volvió a concentrarse en su hermano segundos después.
—¿Te iras mañana? —preguntó para distraerse de la tensión que le produjo la partida de Henry.
—Sí, en la tarde, después del almuerzo.
Oliver regresó y ahora la charla era entre los tres hermanos, Albert tomó la silla en la que estaba sentado y se fue hasta la orilla con un libro que había llevado y un crucigrama, era poco conversador, apenas intercambió unos minutos con William, y regresaba a su mundo. De vez en vez se levantaba, le daba un descanso a la lectura y lanzaba piedras que veía rebotar en las apacibles aguas del Avon. Observándolo Evelyn vio oportuno abordar el tema del “audaz” plan de los hermanos mayores.
—Ya Oliver me contó lo que piensan hacer...
William miró fijamente a Oliver como buscando respuestas.
—No lo mires así, ya ves que nos contamos todo ¿William en verdad lo harán?
—Sí Ev. Mientras no nos llamen, yo seguiré en Oxford y Oliver aquí con papá, pero llegado el momento nos presentaremos al servicio.
—Ollie quiere irse antes. ¿No se lo has dicho? —espetó Evelyn clavando sus profundos ojos oceánicos en Oliver.
—En verdad no puedes guardarte nada —Oliver la miró entrecerrando los ojos —Will he estado pensando en adelantarme. Presentarme en la RAF este mismo año —dijo Ollie dirigiéndose a su hermano.
—Por qué no me lo dijiste —preguntó un sorprendido William.
—Pensaba decírtelo está noche. ¡A solas en nuestra habitación! —recalcó mirando directamente a Evelyn.
—Ev tarde o temprano seremos requeridos, está guerra no terminará pronto. Sólo que nuestro plan es evitar que llamen a Albert.
—Y para eso tenemos un poco más de un año... —remató Oliver.
—Ev dime algo, míralo, crees que el muchacho más noble de nosotros este preparado para una guerra. No es capaz de matar a una mosca —recalcó ahora William quien conocía muy bien la naturaleza de cada uno de los hermanos.
—Albert es mucho más valiente de lo que ustedes creen.
—¿Pero lo ves con un arma en la mano? Crees que sea capaz de soportarlo —dijo vehemente Oliver —es más bueno que mamá, ¿conoces a una persona más buena que mamá? Te la presento: Albert Georges Granchester, ahí lo tienes, no es capaz de hacer daño a nada ni a nadie. El otro día venía del teatro, y lo encontré al otro lado del puente peleándose con Richard y Duncan que molestaban a una lagartija con piedras, sabes qué hizo, tomó a la lagartija y la llevó hasta un árbol lejos de los chicos, para ponerla a salvo. Ese es nuestro hermano Ev, incapaz de apedrear a una lagartija —terminó de decir mientras lo señalaba con la mano —tienes idea de lo qué es una trinchera, deberías hablar con Mike sobre eso, él estuvo en la Gran Guerra, en una inmunda trinchera tres años de su vida, está vivo de milagro.
—¿¡Y acaso tú los sabes!? —se defendió la muchacha.
—No, pero estoy dispuesto a averiguarlo, sé a lo que nos enfrentamos y estoy dispuesto a defender a esta familia, a este país con mi vida si es necesario.
—Por favor no se peleen —intervino William —Ev debes entendernos, además de querer protegerlos, es una cuestión de honor, debemos servir a nuestra nación, y estamos dispuestos a hacerlo.
Evelyn alzó su mirada hasta donde estaba Albert sentado, era cierto no podía imaginarlo empuñando un arma, asesinando aún si esto era para preservar su propia vida. William tenía razón, siempre era odioso tener que admitirlo, su hermano tan querido no estaba preparado para el horror de la guerra, en realidad nadie en esa casa, ningún miembro de esa familia lo estaba. Y no se trataba de cobardía, habían sido criados en un ambiente de calidez y amor infinitos. Su madre les había enseñado lo que significaba amar al prójimo, el valor de la compasión y la solidaridad con ellos mismos y con el resto a su alrededor. Del padre habían aprendido lo que era la generosidad, el amor por el arte y el poder de la belleza y las palabras. Aun así, dos de ellos estaban dispuestos a enfrentar el peor de los males humanos, pero en resumidas cuentas lo hacían por un bien superior, y poniendo en práctica lo que aquellos padres amorosos habían cultivado en ellos. Evelyn lo comprendía mejor, era un acto de extremo amor y de extrema nobleza.
Ella también era capaz de dar la vida por sus hermanos. Había aplazado su deseo de ir a Nueva York para retomar su carrera en el ballet, primero porque aquello era una situación peligrosa y no le daría ese disgusto a su padre y estaba Anne que la necesitaba. No quería abandonarla. Cómo podría además alejarse de sus seres tan queridos, le era muy doloroso al menos pensar en la posibilidad de dejarlos. Sabía que, en Estados Unidos, tenía un abanico de posibilidades para retomar su truncada carrera, podía comenzar una nueva vida, había personas también muy queridas para ella dispuestas a apoyarla. Estaba Albert, además de su abuela que la recibiría con todo su amor, incluso Archibald y Annie Cornwell, sus primos. Pero, cómo vivir su sueño sabiendo que el resto seguía en un país en guerra, y aquel sueño parecía inalcanzable por las circunstancias. Así que sus anhelos quedaban aplazados en el fondo de su corazón. Era no más que eso, anhelos. Suspiró, y las notas de una melodía que ella conocía muy bien llegaron hasta sus oídos traídos por la brisa como una caricia.
—Iré adentro —dijo a sus hermanos que seguían muy concentrados en su conversación.
William se detuvo y convino que era mejor continuar con la discusión después de la cena cuando estuviesen a solas de nuevo.
—Entremos —dijo conminando a Oliver a seguirles.
Evelyn caminó hasta Albert que continuaba leyendo con la poca luz del atardecer. Lo tomó por los hombros agachándose hacia él y dándole un beso en la mejilla.
—Entremos que se hace de noche.
Los cuatro hermanos recogieron las sillas y las llevaron consigo, dejándolas enfiladas sobre una pared en el jardín. Cuando entraron la escena no podría ser más tierna, sus padres sentados uno muy junto al otro en el sofá simplemente escuchando la música que salía desde el tocadiscos, tomados de la mano, acurrucados uno al otro. El resto de sus hermanos estaban sobre la alfombra, armando un rompecabezas que ocupaba un buen espacio de la sala. Evelyn sintió ganas de acompañarlos y se sentó al lado de su madre recostando su cabeza al hombro maternalmente Candy, le extendió una caricia en la mejilla.
—Me encanta esta canción me recuerda a Londres, a nuestra casa —dijo en voz baja la chica. Como se lo había dicho antes a Henry, sus padres escuchaban a Ella Fitzgerald.
—Sí, también me trae buenos recuerdos. Cuando eras tan pequeña que apenas alcanzabas la cintura de tu padre. Te abrazabas a él para bailar, y colocabas tus pequeños pies sobre los pies de él. Te gustaba tanto hacerlo.
—Me gusta que estemos todos juntos —dijo en un suspiro Ev.
—A mí también... pero no nos pongamos melancólicas vayamos a preparar chocolate caliente y servir los sándwiches que Martha les dejó para la cena.
Tan pronto como el chocolate estuvo listo y Evelyn llevó los emparedados a la mesa comenzó el tintineo de las tazas sobre los platillos y el rumor de las voces entremezcladas. Eran esos momentos que ni la guerra, ni el mismísimo Hitler podía robarle. Ya les había arrebatado muchos sueños, la tranquilidad, una vida normal para sus pequeños hermanos, a veces la sonrisa, pero el amor fraternal, ni mil guerras podría arrebatarle lo que la hacía sentir tan unida a los suyos.
