Hola mis bellas chicas foristas, divinas y lectoras. No quise dejar inconclusa esta historia, a algunas les gustó, a otras no tanto. Lo cierto es que mi imaginación a veces es muy oscura y loca, no puedo detenerla cuando una historia me pide que la escriba.
Agradecimientos
Agradezco a las divinas místicas por dejarme formar parte de su equipo una vez más, en especial a Elby Ochoa por la invitación y el libre albedrío. Me encantó darle rienda suelta a mi imaginación en esta Fiesta florida. Mil gracias a Lizzi Villers por su valiosa ayuda en las correcciones y sugerencias para esta historia, y a mi querida Astrid Graham por ser cómplice de mis locuras y por apoyarme siempre.
Gracias a las chicas que siempre me comentan dentro y fuera del foro, a las porristas que se tomaron el tiempo para leer y comentar ¡muchas gracias! fue un placer estar presente en esta FF2022.
Créditos del bello fanart de portada a la multitalentosa Astrid Graham
—¿Quieres que te traiga algo de afuera, Annie? ¿Algún caramelo, botanas o un refresco? —preguntó la inquieta chica a su compañera de trabajo.
—Candy, has estado entrando y saliendo cada veinte minutos, tranquila amiga. Todo va a salir bien, mejor retoca tu maquillaje y peinado a Terry le gustará verte con más color en las mejillas.
En ese momento Terry entró, Candy escuchó sus propios latidos cuando lo vio, pero la cara relajada de él le devolvió la tranquilidad. Corrió a abrazarlo, él la llenó de besos, no pudieron evitar la humedad de sus ojos, Annie salió con sigilo cerrando la puerta con seguro para que nadie los molestara.
—Todo salió bien, por fin soy un hombre libre — le afirmó con un brillo especial en sus ojos, absolutamente complacido y contento.
—No sabes lo feliz que me hace escuchar esa noticia, pensé que las cosas se complicarían, temí que ella supiera de lo nuestro —le contestó ella aliviada.
—Lo nuestro es reciente, jamás te expondría. Hubieras visto cómo se las ingenió la hija de George para hacer que… ella firmará. No tiene caso entrar en detalles, lo importante es que todo terminó.
Él pegó su cuerpo al de ella, rozando sus labios con delicadeza, olvidándose de todo. Cada poro de su cuerpo despertaba con los suaves movimientos de los pequeños dedos de Candy, lo tocaba con miedo y deseo, él podía sentirlo. Estaban parados en medio de la oficina, en completo silencio, en donde solo el retumbar de sus corazones eran los protagonistas. No tenían prisa de terminar el beso y tampoco ganas de alejarse, el escritorio se interpuso en el baile inconsciente que habían empezado, lo que sirvió para que Terry la recibiera entre sus piernas, sentándose en su regazo y siguió besándola, le gustaba el aroma natural de su piel, lo volvía loco, su cuello era una tentación con el que había fantaseado muchas veces, ahora era posible, bajó muy despacio hasta llegar al nacarado cuello, lo probó con su lengua y veneró con sus labios.
—Terry —la voz de Candy era una suave nota que lo llevaba a perderse más en su piel— Terry -volvió a llamarle.
Lo separó un poco colocando las palmas de sus manos en su pecho, él la miró despertando de su ensoñación en el que se había sumido, Candy tenía la cara sonrojada y una bella sonrisa en sus labios rojos por los besos que comenzaron dulces y sutiles y fueron subiendo de intensidad.
Le rodeó el cuello y le dio un beso en los labios, Terry no pudo devolver el beso porque Candy se puso de pie, acomodó su cabello y el vestido que misteriosamente se subió casi una cuarta parte de su largo normal.
—Es tarde, tenemos que irnos antes de que regresé Annie y nos encuentre aquí.
—Está bien. Candy olvidé darte las flores que te compré —el bello ramo, había quedado olvidado en una pequeña mesa de centro.
—Son hermosas, gracias —las llevó a su nariz y aspiró su olor.
La tarjetita que había en el ramo cayó al suelo, Terry la recogió y se la entregó en sus manos. Los verdes ojos se llenaron de lágrimas al leer:
Era un ave prisionera en una jaula sin dueña, hoy obtuve mi libertad, muero por quedar preso para siempre entre tus brazos. Señorita pecas, me atreví a soñar con robar tu corazón, si tú no decides entregármelo.
¿Qué dices, quieres ser mi novia?
Con esa pregunta concluía la nota.
—Quería hacer formal nuestra relación —volvió abrazarla y le dio un beso en la frente— aún no me has dado una respuesta —dijo seductoramente.
—Ya sabes que diré que sí —esta vez ella lo jaló por la corbata y lo besó.
Esa misma noche Karen supo del noviazgo de su amiga, llegó al departamento y los encontró en el comedor, tomados de las manos. No dijo nada, pero el semblante de seriedad no era propio de ella.
—Hola Karen —saludo Terry sin soltar la mano de Candy.
—Qué tal —respondió, cruzando a un lado de ellos. Abrió la nevera y sacó una botella de agua y se fue a su recamara.
—¿Qué le pasa? La noto rara.
Candy no le dijo a Terry la discusión que tuvo con Karen por él, vio a su amiga alejarse y cerrar la puerta sin siquiera saludarla.
—Cuando tiene días malos en su trabajo no habla con nadie. ¿Te gustó la cena? —desvió la plática, le dolía la actitud de Karen, tenía la esperanza de que ahora que la situación de Terry había cambiado, su amiga la aprobaría de lo contrario tendría que tomar distancia. Aunque le doliera.
—Nunca había probado nada tan delicioso.
Candy no era la mejor chef que existía, pero esa noche preparó el platillo que sabía siempre era un éxito entre sus amistades, pasta con salmón y tomate Cherry.
—Soy una excelente cocinera, cuando me lo propongo.
Después de despedir a Terry, Candy golpeó la puerta de Karen. Quería que la relación entre ellas volviera a ser como antes.
—¿Se puede? —preguntó, tuvo que gritar pues la música en el interior de la habitación era muy alta.
Giró el picaporte y vio a su amiga pintándose las uñas de los pies, Karen hizo una mueca cuando vio a Candy, apagó la música y espero a que dijera algo.
—Estuve tocando, pero creo que no me escuchaste —se sentó en la cama, cerca de los pies de Karen, tomó el esmalte y comenzó a pintar las uñas que faltaban— Terry y yo, ya somos novios —vio de reojo a Karen, quien la observaba sin expresión.
Hoy firmó el divorcio —continuó
—¿En serio? Me alegra Candy —Karen detuvo la mano de su amiga y la apretó, le sonrió y Candy pudo ver el arrepentimiento de su amiga — perdóname, por ser tan entrometida, pero ya sabes que te quiero mucho. Ven acá loquita.
—Karen, yo no sabía que te gustaba Terry —dijo Candy asombrada.
—Es muy guapo, pero ustedes dos hacen una pareja muy bonita. Terry y yo no somos compatibles.
—¿Lo dices en serio?
—Nunca había estado más segura de algo.
Eran pocos los lugares que podían frecuentar como pareja, aunque George le dijo a Terence que no había vuelta atrás en los trámites, le recomendó ser prudente y no exhibir su relación abiertamente todavía, que dejara pasar por lo menos un mes.
A Terry eso no le gustaba, él quería caminar y presumir por todo San Francisco a la mujer que le robó el corazón desde que la vio.
La enorme mansión de la familia Granchester era magnífica, elegante y bellamente decorada, la engalanaba un precioso retrato de sus padres pintado al óleo por el esposo de Astrid. Ese día era el cumpleaños de la sobrina de Terry, la casa de los Granchester abrió sus puertas a los familiares más cercanos. Jacob, el hermano de Terence era el único que vivía en la casa de sus padres, vivía con su esposa, no tenían hijos, pero la hija de su hermana era la adoración de todos. A Terry le daba mucha nostalgia estar en la mansión, superar la muerte de sus padres había sido muy difícil para él, por eso prefiero mudarse a su propia residencia.
—¡Tío greñas! —Un pequeño torbellino vestida de la princesita Sofía, se arrojó a los brazos del castaño. Lo llenó de dulces y pegajosos besos por toda la cara. La rubia desconocida la hizo dejar de embarrar a su tío con su pegajosa boquita. La miró con curiosidad.
—Hola —saludó Candy
—Dulce, ella es Candy, mi novia. Candy ella es Dulce, mi sobrina.
—¡Tú también eres caramelo! —exclamó la niña con una sonrisa.
—¿Caramelo? —repitió Candy
—Sí, caramelito, mi novia también es un caramelo. —ambos rieron y dejaron a Candy sin entender el chiste.
—Tío Terry dice que soy su caramelo, porque me llamó Dulce y tú te llamas Candy, que significa dulce así que eres un caramelo.
Desde ese día Candy se hizo acreedora a ese sobrenombre. Candice conoció al resto de los familiares de Terry, era la primera vez que se presentaban a un evento tan concurrido.
Los días siguientes esperaban ansiosos las tardes para verse, algunas veces iban a cenar a lugares pequeños y recónditos para no llamar la atención de los conocidos de Terry, pero la mayoría de las veces preferían ir a la playa, ahí nadie los molestaba, podían abrazarse y besarse sin esconderse de nadie. Los fines de semana visitaban el club nocturno de Karaoke, no iban solos y ante la vista de cualquiera parecían solo amigos.
Candice estaba feliz, se sentía como una adolescente pensando todo el tiempo en él. Con las mariposas revoloteando en su estómago, estaba ilusionada. No quería pensar que lo que sentía por él era algo más que un simple gusto, pero ella ya lo consideraba suyo.
Tenían poco de haber iniciado su relación sentimental, los besos que se daban eran dulces e inocentes, era virgen, pero conocía el deseo que Terry despertaba en ella, cuando estaba con él sentía perder la razón entre sus brazos, quería que la tocara en lugares donde nunca nadie lo había hecho. Quería sentir sus labios por toda su piel, recorriendo cada espacio de su cuerpo.
Transcurrieron seis meses desde que Terry obtuvo el divorcio, la relación con Candy era cada día más sólida.
El sol de mediodía brillaba en lo alto del cielo de San Francisco, una nevera llena de sodas, y cervezas era el complemento ideal para un fin de semana en la playa. El matrimonio Cornwell O’Brien tenían un fuerte motivo para celebrar ese día, hicieron la invitación a sus amigos, Terry había adquirido recientemente una pequeña casa en la playa, en donde se hospedaría esos días.
Stear vigilaba que no se quemará la parrillada, Patty no dejaba de preparar litros y litros de limonada, aunque los chicos preferían tomar cerveza, ambos estaban nerviosos. Emocionado, Stear golpeó la botella de cerveza con un tenedor, las risas cesaron y dirigieron la atención a Alistear. Él se aclaró la garganta antes de hablar.
—Antes que nada, quiero agradecerte, Terry. Por permitirnos hacer este pequeño convivio en tu casa, que aún no habías estrenado.
—No te preocupes, más tarde descorcharemos el champagne o una cerveza y la verteré por toda la casa —dijo Terry y lo invitó a continuar alzando su cerveza despreocupadamente.
—Estás lista cariño —Stear colocó su mano en el vientre de su esposa— hace unos días recibimos una maravillosa noticia, hoy queremos compartirla con ustedes “seremos padres” dijeron al unísono.
Archie fue el primero en felicitarlo de un brinco bajó de su silla y abrazó a su hermano, algunas lagrimillas escaparon de los ojos de los hermanos, luego felicitó a Patty, tras él le siguieron Terry, Candy, Annie, Karen y su novio (un chico tranquilo que cantaba en el bar).
Después de las felicitaciones y jugar futbol, Terry tomó la mano de su novia, ambos escogieron la casa de la playa, Candy jamás preguntaba ni presionaba a Terry en nada, su relación simplemente fluía como el agua de un manantial. A pesar de que Candy ahora vivía sola, puesto que Karen se había ido a vivir con su novio, Terence jamás le había propuesto nada, iban conociéndose y avanzando despacio.
Los últimos rayos del sol se debilitaban en el mar, dando paso a la luna resplandeciente que se asomaba dando paso a la noche.
Terence observó a Candy, su piel brillaba bajo la luz de la luna llena, la música que les regalaban las olas del mar era lo único que escuchaban. Estaban muy lejos de sus amigos, la casa se divisaba pequeña desde donde se encontraban. Observó por un momento las luces lejanas de su casa, abrazo a Candy y comenzó besando su boca de princesa, despacio sin prisas, ella lleva puesto un traje de baño de dos piezas en color rojo, él solo un short, su traje de baño.
Las caricias y besos tomaron fuerza, él la veía luchar contra su voluntad, la voz contrariada de Candy le pedía que se detuviera, pero sus manos decían lo contrario, exploraba la espalda de Terry y besaba sus hombros. Pronto se encontraron recostados en la arena él, encima de ella, la rubia cabellera de Candy estaba esparcida sobre la arena, la blanca espuma que las olas dejaban al romperse la humedecían, dándole un tono oscuro. Ella tenía sus labios entreabiertos y los ojos cerrados, las pulsaciones de Terence se elevaban con cada caricia que ella le daba, con suavidad alzó las manos de Candy y con firmeza sostuvo sus muñecas a un costado de su cabeza, buscando probar más de su dulce piel, se detuvo al sentirse culpable de robar en ese instante y lugar a la inocente niña de mirada tierna y en su lugar devolver a una mujer que reflejaba el deseo en su mirada ardiente, sintió su cuerpo temblar debajo de él, estaba a punto de perder el control, pero mantuvo la calma cuando la escuchó gemir, retiro poco a poco las delicadas tiras de su brasier y besó con fervor desde su cuello hasta el nacimiento de sus blancos y pecosos senos.
La pureza que ella emanaba, le provocaba una calidez en su alma, no quería hacerle daño, pero ella era su perdición, las tímidas caricias que Candy le daba eran una invitación para algo más. Candy le dio acceso a su delirante cuerpo, sus besos embriagaban más que el alcohol. Le dio un último beso y la abrazo, con manos temblorosas amarró las delgadas tiras del brassier, besó su cabello y le pidió disculpas antes de invitarla a ponerse de pie.
—Perdón mi amor, será mejor que regresemos a la casa —volvió a besarla.
Confundida por el repentino cambio de Terence, Candy preguntó:
—¿Por qué pasa algo?
—Si seguimos así, no podré cumplir mi promesa —acarició la frente de ella, sus labios lucían el rojo más hermoso e intenso que haya visto en su vida.
—¿Cuál promesa? —cuestiono agarrando sus hombros y dándole un beso en su cuello
—La que me hice cuando aceptaste salir conmigo —la besó —me prometí que te respetaría siempre —tomó sus manos y besó cada uno de sus dedos— no quiero que pienses que solo quiero tener sexo contigo.
Candy se ruborizó, su corazón comenzó a latir muy rápido. Estaba feliz de escuchar esa promesa, pero a la vez, no sabía qué hacer con el cúmulo de emociones que la recorrían cada vez se besaban como lo acababan de hacer.
—Yo no pienso eso… —musitó, sus ojos bajaron a la boca de él, eran tentadores, la atraían demasiado, ella no quería dejar de besarlos y así lo hizo.
Los besos y caricias fueron tomando fuerzas, bajo sus pies Terry sintió la suave toalla en donde estuvieron sentados antes de meterse al agua. Poco a poco se fueron bajando hasta quedar sentados en ella.
—¿No estás de acuerdo? —cuestionó Terry con la respiración agitada. Su autocontrol se estaba esfumando.
—Me parece muy lindo de tu parte, pero ¿qué pasa si yo no cumplo la promesa? ¿Me dejarás entonces?
—Jamás, te quiero para toda la vida, no solo para una noche. Quiero amarte sin medidas, para siempre, Candy.
Entonces Candice se le fue encima, ahora era ella la que estaba encima de él. Le acaricio su cara y cabello. Terence rompió su promesa después de eso, la colocó ahorcajas y desató su sostén quitándoselo por completo, el lindo bikini desapareció sin que ella se diera cuenta, Terry la giró y se colocó sobre ella. Se amaron lentamente y de una manera tan sublime como él jamás pensó que pudiera hacerlo. Era suya y él le pertenecía, nadie podría cambiar eso.
Al regresar a la casa, el matrimonio Cornwell Obrien ya dormía, Annie y Archie se despidieron y ocuparon una habitación, la pequeña casa solo contaba con tres y solo quedaba una disponible.
—Muy bien, escuchen todos —gritó Karen, con algunas cervezas encima, su voz era graciosa— parece que todas las habitaciones están ocupadas, porque seguramente ustedes dos, tortolitos —señaló con el índice a Candy y Terry, pero la verdad es que apuntaba hacia un costado— supongo que dormirán juntos y yo y mi amorcito, dormiremos aquí, en el sofá del amor. Pero, pero… —alzo la voz— no quiero a nadie husmeando, dormiré desnuda así que, shu, shu, a dormir todos, lleven su agua y comida, aquí no quiero a... nadie... a nadie.
Dijo antes de quedarse dormida.
A pesar de haber hecho el amor en la playa, Candy aún se sentía extraña de compartir la habitación con Terry. Lo vio entrar a la ducha.
—¿No vienes? —le pregunto, estaba completamente desnudo, con su imperiosa virilidad pidiéndole que se uniera a la ducha. Con las mejillas teñidas de rojo le siguió sin apartar la mirada de los intensos zafiros que la hipnotizaban.
Un año después…
Los reflectores los iluminaban, estaban en el escenario del club nocturno a punto de cantar, ambos se miraban y sonreían, Terry le dio un beso antes de entonar una canción en español, Candy no habla español, pero amaba esa canción desde que el novio de Karen la cantó una noche. Terry se encargó de traducirla y al comprender lo que decía, supo que era para ellos. Candy quedó sorprendida cuando las primeras notas se escucharon, al reconocer la melodía le parecía aún más hermosa en la voz de Terry.
Eres todo lo que pedía
Lo que mi alma vacía
Quería sentir
Eres lo que tanto esperaba
Lo que en sueños buscaba
Y que en ti descubrí
Tú has llegado a encender
Cada parte de mi alma
Cada espacio de mi ser
Ya no tengo corazón
Ni ojos para nadie
Solo para ti
Eres el amor de mi vida
El destino lo sabía
Y hoy te puso ante mí
Y cada vez que miro al pasado
Es que entiendo que a tu lado
Siempre pertenecí
Tú has llegado a encender
Cada parte de mi alma
Cada espacio en mi ser
Ya no tengo corazón
Ni ojos para nadie
Solo para ti
(Solo para ti by Camila)
Antes de que la música terminara, Terry apretó la mano de Candy y le dijo que la amaba, después continuó:
Hoy quiero escribir una nueva historia en nuestras vidas, espero algún día poder llenar cada hoja blanca con tinta de mi sangre. Sé que en el pasado hice mal las cosas, pero bastó besar tus labios para saber que quiero estar en tu vida siempre. Dicen que las segundas oportunidades no son tan emocionantes como la primera, pero sabes, para mí esta es la primera vez que siento mi corazón desbocado, saltando de emoción cada vez que te veo.
Yo pienso que, aunque te pediría mil veces esto, mi corazón seguirá saltando de emoción. Esta mañana descubrí que soy un hombre cautivo de tu amor y así quiero seguir.
Este hombre enamorado te pide que te cases con él…
¿Dime Candy, quieres casarte conmigo?
El nudo en la garganta le impidió responder, las lágrimas se deslizaban como manantial por sus mejillas, no podía hablar de la emoción. Solo pudo decirle que sí con un movimiento de su cabeza, Terry la besó y todos los que estaban presentes estallaron en aplausos.
Cuando pudo emitir sonido, le dijo al oído a Terence que lo amaba y que sí quería ser su esposa.
Uno de los presentes se acercó a ellos, Candy no lo reconocía por la intensa luz que no dejaba ver quién era.
—Felicidades, pequeña.
Era Albert, su tío. Bert la abrazó y ella lloró entre sus brazos, tenía mucho tiempo que no lo veía, él ahora residía en Illinois. Terry, quien sabía del cariño que su novia le tenía, se puso en contacto con él, Albert se lamentó del distanciamiento entre ellos, le había perdido la huella, pero ahí estaba de nuevo en su vida, para tratar de recuperar el vínculo que alguna vez tuvieron.
FIN