Hola, queridas amigas. Les dejo un nuevo capítulo.
Candy era amante de la cafeína y no había mañana que no pasará a la cafetería que se encontraba a la vuelta de la oficina en la que trabajaba. Nada mejor para despertar que el maravilloso olor y sabor del café americano, sin azúcar.
Esa mañana como siempre, la pequeña cafetería estaba a reventar. La ventaja de ser una adicta al café es que los empleados ya la conocían y apenas la veían entrar le sonreían, sin importar cuan larga fuese la fila su café estaba listo para que ella lo pagará justo al llegar a la barra. La suerte no la acompañaba ese día, se durmió y se retrasó para llegar a tiempo a su trabajo, tardó una eternidad para tomar un taxi y por si fuera poco…
—Ahggg —sintió el ardor del caliente líquido quemando su pecho, la humedad en su inmaculada blusa blanca que ahora se transparentaba. Un grito que se escuchó por todo el lugar y un apenado joven que no dejaba de pedir disculpas, él intentaba desesperadamente ayudar a Candy con la única servilleta de papel que tenía en sus manos.
—Lo siento, lo siento, señorita, ¿se encuentra bien? —ella levantó su rostro lloroso y él reconoció los verdes ojos y las pequeñas manchas que tenían la blanca piel de su rostro.
Una de las empleadas se acercó a auxiliarla, la invitó a que la siguiera al interior de la cocineta. Su piel estaba enrojecida y le ardía. Ariana le colocó un paño húmedo debajo de su cuello, justo en el nacimiento de sus senos. Eso le ayudó a disminuir el dolor.
—Lo que me faltaba, no puedo presentarme así en mi trabajo. —expresó Candy, limpiándose las lágrimas de la impotencia que sentía. La puerta se abrió y el causante de su desgracia entró en contra de las protestas del empleado que le impedía pasar, su rostro le era familiar, no recordaba dónde lo había visto. Antes de que Terry entrará, Candy deseó hacer lo mismo con él, derramarle café caliente. Sin embargo, cuando lo vio, todo rastro de enojo se desvaneció, la alta figura del joven, los ojos tan bonitos y esa cara tan atractiva la obligó a sonreír a pesar de su condición.
—Yo, quiero disculparme. ¿Estás bien? ¿necesitas ir a un hospital? Si hay algo que pueda hacer por ti, lo que sea, solo pídelo.
Ella lo pensó, tenía programada una cita con un posible cliente a las 10 am. Candy y su amiga Annie, rentaban una pequeña oficina cerca de la cafetería. Ambas eran diseñadoras gráficas, tenían poco tiempo de haberse instalado en aquel lugar, estaban iniciando desde cero y no podían darse el lujo de perder los pocos prospectos de clientes que tenían.
—Bueno, no quisiera abusar de tu amabilidad, pero ¿tienes auto? —aunque no acostumbraba a ir por la vida viajando en auto de desconocidos, necesitaba un cambio de ropa, ir a una tienda de ropa o a su casa. La idea de que un extraño conociera su dirección le causó escalofríos, así que ir de compras era la mejor opción.
—Si, claro. ¿Necesitas que te llevé a tu casa? —vio la desconfianza reflejada en Candy, era normal, como pretendía que ella le mostrará su hogar si ni siquiera lo recordaba —O algún otro lugar, solo dime como puedo ayudarte.
Eran las 9 am. la mayoría de las tiendas de ropas estaban cerradas a esa hora, Terry le sugirió una que de hecho abría a las 8 de la mañana. Era de su hermana Astrid, el lugar estaba bellamente decorado, la elegancia reinaba allí, los colores vivos jamás se habían visto tan lindos. Hermosas prendas colgadas en los aparadores, Candy había pasado muchas veces por ahí y desviaba la mirada de las prendas cuando alcanzaba a ver el precio en las etiquetas.
Tendría que perderle el amor a una suma fuerte ese día, estaba segura, pero no podía decirle a Terry que sus tarjetas estaban casi vacías, esperaba con ansias firmar el contrato con la persona que atendería en su oficina. Terence le paso unas blusa blancas muy bonitas y una en color palo de rosa.
—El blanco se ve muy bien, pero estoy seguro de que con esta lucirás impresionante —dijo con una enorme sonrisa tendiéndole la prenda que ella tomó con escepticismo. Quedó fascinada con la blusa, mas no con el precio tan alto. Si no convencía a su cliente, sufriría los estragos de esa compra por un mes— ¿y bien? ¿Cuál te llevarás?
—Bueno, creo que no se nota mucho la mancha después de todo.
Él la miró como si estuviera loca, Candy se arrepintió de sus palabras después del escrutinio que Terry le hizo, Terence hizo una negación con su cabeza.
—Estás equivocada, se nota mucho. ¿No te gustaron las blusas que elegí? Por qué no eliges una que sea de tu agrado.
La cara de Annie aparecía en su cabeza, reprobando su presentación si llegaba vestida así. Suspiro antes de sacar su monedero, la mano de Terry la detuvo antes de sacar la tarjeta.
—No. Yo pagó —otra vez le mostró esa deslumbrante sonrisa— llevaremos las tres prendas Sofí.
—No, de ninguna manera. No tienes que hacerlo, no puedo permitirlo.
—Lo siento, ya pagué —le guiño un ojo a la empleada, la cual tenía cara de enamorada cuando veía a Terry —No me equivoqué, ese color te queda perfecto —el rosa contrastaba muy bien con su falda negra—. No sé si me recuerdas, nos conocimos en el bar de Karaoke hace dos semanas, compartimos la mesa gracias a un amigo.
Candy lo volteó a ver, Terence se tensó al darse cuenta de que ella no lo recordaba, pero se relajó cuando Candice sonrió.
—Sabía que te había visto antes, pero no recordaba en dónde —observó su reloj de pulsera y regresó su mirada a la ventanilla, el tráfico hacía más lento el camino a la oficina. Faltaban sólo quince minutos para las 10, no estaba segura de llegar a tiempo. Le avisó a Annie antes de salir de la tienda, no lo tomó muy bien, si Candy no llegaba a tiempo ella tendría que convencer sola a las personas con la que tenían la reunión.
—Estabas con tu novio esa noche —continuó Terry, vio de reojo como la sonrisa de ella se desvaneció, reemplazando su radiante rostro por un semblante triste.
—Si — No hubo más conversación, el ambiente se tornó incómodo, Candy solo quería salir del auto.
Le pidió a Terence que la dejará una cuadra antes, si no lo hacía Annie no se lo perdonaría jamás. Llegó puntual, tres elegantes personas la esperaban. Annie le dio una sonrisa que en realidad era un reclamo, esa sonrisa fingida y mirada suave de su amiga las conocía muy bien. Afortunadamente todo salió bien, ahora tendrían mucho trabajo, pero estaban felices de que poco a poco se estaban dando a conocer con clientes reconocidos que las recomendaban. A la hora del almuerzo Britter indagó a profundidad el motivo de su retraso, a Candy no le quedó más remedio que contar su terrible encuentro con el chico del Karaoke.
—Y eso es todo. Esa es la razón de llegar corriendo, pero nos fue muy bien tenías todo bajo control.
—Ujum. No recuerdo con claridad al tal Terence, los tres chicos eran muy guapos, pero Archibald era el más apuesto —suspiró, Candy hizo una negación con la cabeza, sabía que su amiga mantenía contacto con Cornwell desde ese día. Annie estaba ilusionada con Archie, habían salido en repetidas ocasiones.
Los siguientes días Candy y Terry se vieron por casualidad en la cafetería, sin embargo, al coincidir casi todos los días, ahora se sentaban a tomar su café y conversar un rato antes de ir a sus respectivos trabajos. Terence se sorprendió de lo cerca que estaba el edificio en donde él trabajaba y la oficina de ella, visitaba la misma cafetería todos los días y jamás la había visto. Cómo era eso posible, se preguntaba, ella era una persona que poseía el carácter más dulce que hubiese conocido. Sus charlas eran muy elocuentes y podía pasar horas conversando con ella y no se aburriría de escucharla, era simplemente encantadora y muy bonita.
Por otra parte, había intentado comunicarse con Sandra, necesitaba hablar con ella y ponerle un fin a su matrimonio. Estaba seguro de que ella estaría de acuerdo, no lo quería ni un poco, de lo contrario no estaría ahora mismo en Las Vegas. No lo supo por ella si no por la notificación que recibió en su correo del último boleto de avión que su esposa había pagado. Los estados de cuentas indicaban los excesivos gastos de Sandy. Cada vez era mayor la cantidad de dinero que tenía que desembolsar por las vacaciones de su esposa.
Sandra ni siquiera se molestaba en llamarle, un mes había transcurrido desde que ella se fue a Miami, ahora se encontraba en la ciudad del pecado. Una cosa era que ebrio lo comprometió, a tal grado de cometer la locura de casarse y otra era que en sus cincos sentidos quisiera que él cayera en lo mismo, haciéndole creer que estaba con su familia. Todo estaba preparado por el señor George Villers ahora solo faltaba la firma de su adorada esposa.
Candy notaba el distanciamiento de Michael y no solo por el hecho de que los separaban varios kilómetros. Pasaban días sin que él se acordara de ella, pensaba que su trabajo lo absorbía mucho y por eso no tenía tiempo para responder sus mensajes. En todo ese tiempo tampoco había ido a verla, en sus días de descanso a Michael le preocupaba más socializar con sus nuevos compañeros, que visitarla. Y no es que ella no entendiera que era normal, el problema es que habían pasado casi dos meses desde que se despidieron en el aeropuerto con la promesa de que nada cambiaría entre ellos. Se encontró con Taylor, un amigo de Mike que igual trabajaba en los Ángeles.
—Hola, Candy. Te ves muy bien, me da gusto ver que ya superaste a Michael —a ella ese comentario la desconcertó, aun así, le regaló una sutil sonrisa a su amigo. Confundida preguntó.
—¿Superar a Michael?
—Si. Es un cabeza dura, no puedo creer que regresara con Diane. Mira que seguirla hasta los Ángeles, no cabe duda de que haga lo que haga, Mike siempre la perdonará.
Escuchar esas palabras fue como si alguien la hubiera sacudido violentamente, sus ojos se cubrieron de lágrimas. Taylor la vio con tristeza. Sintiéndose culpable de hacer llorar a su amiga.
—Entonces él fue quien la siguió, por eso se fue a los Ángeles —musitó, Taylor sólo asintió, se sentía mal por ver el estado en el que su amiga se encontraba, él creyó que Candy estaba enterada de todo y sobre todo que había terminado y superado hace mucho a Michael.
—Lo siento, Candy. Me doy cuenta de que aún no lo superas, que tonto soy. Si te sirve de algo, tú eres mil veces mejor que Diane, Mike comete un gran error al elegir a ella —le dio un beso en la mejilla y se despidió de Candice, dejándola quebrada por dentro.
Al llegar a su casa el dolor de cabeza era insoportable, su llanto más abundante y el dolor en el estómago más molesto. Se metió en la ducha y dejó que el agua fría aliviaría un poco su tensión, luego le marcó a Michael dejándole múltiples mensajes en el buzón de voz. No hubo respuesta, entró a Instagram y con rabia vio la foto en la que Diane etiquetó a su ex. Ambos estaban en pijamas sentados en una enorme cama, él la tenía sobre sus piernas, Candy dejó caer su celular en la cama, se sentó en el taburete y la ola de llanto y rabia la sacudió. Le dolía ser tan estúpida, cómo pudo creer que ella por fin lograría echar del obstinado corazón de Mike a esa mala mujer. Cuando él le propuso iniciar una relación ella de verdad creyó que la historia con Diane era pasado. Sentía su orgullo herido, jamás había experimentado el sentimiento de odio, pero presentía que ahora mismo odiaba a Michael.
Durante la preparatoria y gran parte de su carrera esos dos habían roto mil veces por motivos como: celos tontos, triángulos amorosos (por parte de ella), excusándose que se dieran tiempo, que no lo amaba, que era muy posesivo, en fin, ese tipo de peleas y al final regresaban. En el tiempo que “terminaron” a Diane se le vio con un desfile de hombres, en lugares poco respetables, incluso se supo que vivía con alguien. Candy no les daría el gusto de verla llorar, por eso ese sería el único día que tenía derecho a desahogarse y derramar sus lágrimas por ese cobarde que ni siquiera tuvo el valor de terminar con ella.
Esa mañana como siempre, la pequeña cafetería estaba a reventar. La ventaja de ser una adicta al café es que los empleados ya la conocían y apenas la veían entrar le sonreían, sin importar cuan larga fuese la fila su café estaba listo para que ella lo pagará justo al llegar a la barra. La suerte no la acompañaba ese día, se durmió y se retrasó para llegar a tiempo a su trabajo, tardó una eternidad para tomar un taxi y por si fuera poco…
—Ahggg —sintió el ardor del caliente líquido quemando su pecho, la humedad en su inmaculada blusa blanca que ahora se transparentaba. Un grito que se escuchó por todo el lugar y un apenado joven que no dejaba de pedir disculpas, él intentaba desesperadamente ayudar a Candy con la única servilleta de papel que tenía en sus manos.
—Lo siento, lo siento, señorita, ¿se encuentra bien? —ella levantó su rostro lloroso y él reconoció los verdes ojos y las pequeñas manchas que tenían la blanca piel de su rostro.
Una de las empleadas se acercó a auxiliarla, la invitó a que la siguiera al interior de la cocineta. Su piel estaba enrojecida y le ardía. Ariana le colocó un paño húmedo debajo de su cuello, justo en el nacimiento de sus senos. Eso le ayudó a disminuir el dolor.
—Lo que me faltaba, no puedo presentarme así en mi trabajo. —expresó Candy, limpiándose las lágrimas de la impotencia que sentía. La puerta se abrió y el causante de su desgracia entró en contra de las protestas del empleado que le impedía pasar, su rostro le era familiar, no recordaba dónde lo había visto. Antes de que Terry entrará, Candy deseó hacer lo mismo con él, derramarle café caliente. Sin embargo, cuando lo vio, todo rastro de enojo se desvaneció, la alta figura del joven, los ojos tan bonitos y esa cara tan atractiva la obligó a sonreír a pesar de su condición.
—Yo, quiero disculparme. ¿Estás bien? ¿necesitas ir a un hospital? Si hay algo que pueda hacer por ti, lo que sea, solo pídelo.
Ella lo pensó, tenía programada una cita con un posible cliente a las 10 am. Candy y su amiga Annie, rentaban una pequeña oficina cerca de la cafetería. Ambas eran diseñadoras gráficas, tenían poco tiempo de haberse instalado en aquel lugar, estaban iniciando desde cero y no podían darse el lujo de perder los pocos prospectos de clientes que tenían.
—Bueno, no quisiera abusar de tu amabilidad, pero ¿tienes auto? —aunque no acostumbraba a ir por la vida viajando en auto de desconocidos, necesitaba un cambio de ropa, ir a una tienda de ropa o a su casa. La idea de que un extraño conociera su dirección le causó escalofríos, así que ir de compras era la mejor opción.
—Si, claro. ¿Necesitas que te llevé a tu casa? —vio la desconfianza reflejada en Candy, era normal, como pretendía que ella le mostrará su hogar si ni siquiera lo recordaba —O algún otro lugar, solo dime como puedo ayudarte.
Eran las 9 am. la mayoría de las tiendas de ropas estaban cerradas a esa hora, Terry le sugirió una que de hecho abría a las 8 de la mañana. Era de su hermana Astrid, el lugar estaba bellamente decorado, la elegancia reinaba allí, los colores vivos jamás se habían visto tan lindos. Hermosas prendas colgadas en los aparadores, Candy había pasado muchas veces por ahí y desviaba la mirada de las prendas cuando alcanzaba a ver el precio en las etiquetas.
Tendría que perderle el amor a una suma fuerte ese día, estaba segura, pero no podía decirle a Terry que sus tarjetas estaban casi vacías, esperaba con ansias firmar el contrato con la persona que atendería en su oficina. Terence le paso unas blusa blancas muy bonitas y una en color palo de rosa.
—El blanco se ve muy bien, pero estoy seguro de que con esta lucirás impresionante —dijo con una enorme sonrisa tendiéndole la prenda que ella tomó con escepticismo. Quedó fascinada con la blusa, mas no con el precio tan alto. Si no convencía a su cliente, sufriría los estragos de esa compra por un mes— ¿y bien? ¿Cuál te llevarás?
—Bueno, creo que no se nota mucho la mancha después de todo.
Él la miró como si estuviera loca, Candy se arrepintió de sus palabras después del escrutinio que Terry le hizo, Terence hizo una negación con su cabeza.
—Estás equivocada, se nota mucho. ¿No te gustaron las blusas que elegí? Por qué no eliges una que sea de tu agrado.
La cara de Annie aparecía en su cabeza, reprobando su presentación si llegaba vestida así. Suspiro antes de sacar su monedero, la mano de Terry la detuvo antes de sacar la tarjeta.
—No. Yo pagó —otra vez le mostró esa deslumbrante sonrisa— llevaremos las tres prendas Sofí.
—No, de ninguna manera. No tienes que hacerlo, no puedo permitirlo.
—Lo siento, ya pagué —le guiño un ojo a la empleada, la cual tenía cara de enamorada cuando veía a Terry —No me equivoqué, ese color te queda perfecto —el rosa contrastaba muy bien con su falda negra—. No sé si me recuerdas, nos conocimos en el bar de Karaoke hace dos semanas, compartimos la mesa gracias a un amigo.
Candy lo volteó a ver, Terence se tensó al darse cuenta de que ella no lo recordaba, pero se relajó cuando Candice sonrió.
—Sabía que te había visto antes, pero no recordaba en dónde —observó su reloj de pulsera y regresó su mirada a la ventanilla, el tráfico hacía más lento el camino a la oficina. Faltaban sólo quince minutos para las 10, no estaba segura de llegar a tiempo. Le avisó a Annie antes de salir de la tienda, no lo tomó muy bien, si Candy no llegaba a tiempo ella tendría que convencer sola a las personas con la que tenían la reunión.
—Estabas con tu novio esa noche —continuó Terry, vio de reojo como la sonrisa de ella se desvaneció, reemplazando su radiante rostro por un semblante triste.
—Si — No hubo más conversación, el ambiente se tornó incómodo, Candy solo quería salir del auto.
Le pidió a Terence que la dejará una cuadra antes, si no lo hacía Annie no se lo perdonaría jamás. Llegó puntual, tres elegantes personas la esperaban. Annie le dio una sonrisa que en realidad era un reclamo, esa sonrisa fingida y mirada suave de su amiga las conocía muy bien. Afortunadamente todo salió bien, ahora tendrían mucho trabajo, pero estaban felices de que poco a poco se estaban dando a conocer con clientes reconocidos que las recomendaban. A la hora del almuerzo Britter indagó a profundidad el motivo de su retraso, a Candy no le quedó más remedio que contar su terrible encuentro con el chico del Karaoke.
—Y eso es todo. Esa es la razón de llegar corriendo, pero nos fue muy bien tenías todo bajo control.
—Ujum. No recuerdo con claridad al tal Terence, los tres chicos eran muy guapos, pero Archibald era el más apuesto —suspiró, Candy hizo una negación con la cabeza, sabía que su amiga mantenía contacto con Cornwell desde ese día. Annie estaba ilusionada con Archie, habían salido en repetidas ocasiones.
Los siguientes días Candy y Terry se vieron por casualidad en la cafetería, sin embargo, al coincidir casi todos los días, ahora se sentaban a tomar su café y conversar un rato antes de ir a sus respectivos trabajos. Terence se sorprendió de lo cerca que estaba el edificio en donde él trabajaba y la oficina de ella, visitaba la misma cafetería todos los días y jamás la había visto. Cómo era eso posible, se preguntaba, ella era una persona que poseía el carácter más dulce que hubiese conocido. Sus charlas eran muy elocuentes y podía pasar horas conversando con ella y no se aburriría de escucharla, era simplemente encantadora y muy bonita.
Por otra parte, había intentado comunicarse con Sandra, necesitaba hablar con ella y ponerle un fin a su matrimonio. Estaba seguro de que ella estaría de acuerdo, no lo quería ni un poco, de lo contrario no estaría ahora mismo en Las Vegas. No lo supo por ella si no por la notificación que recibió en su correo del último boleto de avión que su esposa había pagado. Los estados de cuentas indicaban los excesivos gastos de Sandy. Cada vez era mayor la cantidad de dinero que tenía que desembolsar por las vacaciones de su esposa.
Sandra ni siquiera se molestaba en llamarle, un mes había transcurrido desde que ella se fue a Miami, ahora se encontraba en la ciudad del pecado. Una cosa era que ebrio lo comprometió, a tal grado de cometer la locura de casarse y otra era que en sus cincos sentidos quisiera que él cayera en lo mismo, haciéndole creer que estaba con su familia. Todo estaba preparado por el señor George Villers ahora solo faltaba la firma de su adorada esposa.
Candy notaba el distanciamiento de Michael y no solo por el hecho de que los separaban varios kilómetros. Pasaban días sin que él se acordara de ella, pensaba que su trabajo lo absorbía mucho y por eso no tenía tiempo para responder sus mensajes. En todo ese tiempo tampoco había ido a verla, en sus días de descanso a Michael le preocupaba más socializar con sus nuevos compañeros, que visitarla. Y no es que ella no entendiera que era normal, el problema es que habían pasado casi dos meses desde que se despidieron en el aeropuerto con la promesa de que nada cambiaría entre ellos. Se encontró con Taylor, un amigo de Mike que igual trabajaba en los Ángeles.
—Hola, Candy. Te ves muy bien, me da gusto ver que ya superaste a Michael —a ella ese comentario la desconcertó, aun así, le regaló una sutil sonrisa a su amigo. Confundida preguntó.
—¿Superar a Michael?
—Si. Es un cabeza dura, no puedo creer que regresara con Diane. Mira que seguirla hasta los Ángeles, no cabe duda de que haga lo que haga, Mike siempre la perdonará.
Escuchar esas palabras fue como si alguien la hubiera sacudido violentamente, sus ojos se cubrieron de lágrimas. Taylor la vio con tristeza. Sintiéndose culpable de hacer llorar a su amiga.
—Entonces él fue quien la siguió, por eso se fue a los Ángeles —musitó, Taylor sólo asintió, se sentía mal por ver el estado en el que su amiga se encontraba, él creyó que Candy estaba enterada de todo y sobre todo que había terminado y superado hace mucho a Michael.
—Lo siento, Candy. Me doy cuenta de que aún no lo superas, que tonto soy. Si te sirve de algo, tú eres mil veces mejor que Diane, Mike comete un gran error al elegir a ella —le dio un beso en la mejilla y se despidió de Candice, dejándola quebrada por dentro.
Al llegar a su casa el dolor de cabeza era insoportable, su llanto más abundante y el dolor en el estómago más molesto. Se metió en la ducha y dejó que el agua fría aliviaría un poco su tensión, luego le marcó a Michael dejándole múltiples mensajes en el buzón de voz. No hubo respuesta, entró a Instagram y con rabia vio la foto en la que Diane etiquetó a su ex. Ambos estaban en pijamas sentados en una enorme cama, él la tenía sobre sus piernas, Candy dejó caer su celular en la cama, se sentó en el taburete y la ola de llanto y rabia la sacudió. Le dolía ser tan estúpida, cómo pudo creer que ella por fin lograría echar del obstinado corazón de Mike a esa mala mujer. Cuando él le propuso iniciar una relación ella de verdad creyó que la historia con Diane era pasado. Sentía su orgullo herido, jamás había experimentado el sentimiento de odio, pero presentía que ahora mismo odiaba a Michael.
Durante la preparatoria y gran parte de su carrera esos dos habían roto mil veces por motivos como: celos tontos, triángulos amorosos (por parte de ella), excusándose que se dieran tiempo, que no lo amaba, que era muy posesivo, en fin, ese tipo de peleas y al final regresaban. En el tiempo que “terminaron” a Diane se le vio con un desfile de hombres, en lugares poco respetables, incluso se supo que vivía con alguien. Candy no les daría el gusto de verla llorar, por eso ese sería el único día que tenía derecho a desahogarse y derramar sus lágrimas por ese cobarde que ni siquiera tuvo el valor de terminar con ella.
CAPITULO 2
Última edición por Lady Ardlay el Vie Abr 22, 2022 8:34 pm, editado 1 vez (Razón : Agregué el capítulo anterior)