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Un recuerdo del 2010: TRÍPTICO ROMÁNTICO PARA ALBERT

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Wendolyn Leagan

Wendolyn Leagan
Niño/a del Hogar de Pony
Niño/a del Hogar de Pony

TRIPTICO ROMANTICO, PARA ALBERT

PRIMERA PARTE: OTRAS ARTES

¡Qué hermoso luce el lado izquierdo de mi cama cada vez que su cuerpo lo adorna!
No puedo evitar quedarme así, recostada de lado, con la cabeza apoyada en mi mano desde el codo; mirándolo, observándolo… Adorándolo.
A veces, cuando estamos enredados el uno sobre el otro, me gusta ver el contraste de mis rizos azabache y su cabello dorado; mezclándose, enredándose.
Como si se hicieran el amor también a su modo.

Es que imposible no verlo, tan bello, tan gallardo, tan angelical y no puedo evitar sonreír  pues viene a mi mente el momento en que lo conocí.
Cada vez que recuerdo como conocí a  Albert,   siempre sonrío.
En especial cuando recuerdo  que la primera vez que  despertamos juntos me preparó el desayuno mientras yo todavía dormía.

¡Fue increíble!  Nos conocimos en una exposición de fotografía  en una galería del centro.
Yo había estado esperando a mi amiga Eliza para que ella y su hermano pasaran por mí.
Yo tenía mi enredo con Neal, pero ambos sabíamos que no pasaba de allí, no soy mujer de compromisos así que conmigo jamás pasa de allí. Neal lo sabía y estábamos muy bien así.
No somos promiscuos… bueno, al menos yo no, o eso creo. Es solo que no me gustan las ataduras.

Eliza llegó sola, Neal había quedado de ultimo momento con no sé quién así que nos fuimos las dos a la exposición del fotógrafo William Andrey.
La exposición estaba aburrida, para qué negarlo, las fotos ¡nada que ver!
Eliza con su copa de vino en la mano miraba cada cuadro con la misma atención con la que miras un palo tirado.

En un momento me acerqué a mirar una fotografía grande en sepia de unos niños jugando entre un rosal, creo que fue la única que llamó mi atención; el rosal era hermoso y el portón de hierro al fondo forrado de follaje le daba un aire señorial y fantasioso y los tres niños que jugaban ahí le terminaban de dar la ilusión de estar viendo una ilustración de un cuento de hadas.

-¿Te gusta? – dijo una suave voz a mi lado

Un hombre muy alto y vestido de negro se situaba a mi costado mirando fijamente la fotografía. Tenía el cabello rubio y unos ojos celestes increíbles. Su belleza imposible aunada a su expresión pacífica y grave, me hizo pensar por un segundo si no se habría salido de la película “City of Angels” aunque en nada se pareciera a Nicholas Cage.

-¿Eh? Perdón… si, me gusta. Es una fotografía hermosa, de hecho la única que vale la pena en esta exposición.

- ¿No te gusta el trabajo del fotógrafo? – me preguntó sin mirarme.

- Honestamente… pienso que como fotógrafo, podría ser buen cantante.

El rubio rió ante mi comentario, su risa era hermosa y sosegada.
-Estoy de acuerdo contigo – me dijo en un suspiro – definitivamente esta foto es la única que vale la pena, tanto para la exposición como para el fotógrafo. Esta foto es muy importante para él.

-¿Conoce usted al artista Andrey?

- Algo… - contesto mirándome por fin con una suave sonrisa en sus labios.

- ¡Señor Andrey! – escuchamos de pronto y me volví porque él lo hizo, un hombre se acercaba a nosotros ansiosamente con una carpeta: yo miraba para todos lados pues al parecer buscaba al cuasi-artista y yo quería ver quién era. Cual no fue mi sorpresa cuando terminó acercándose a mi acompañante.

- Señor Andrey  ¡Mrs. Bracknell está interesada en comprar una de sus obras! Firme aquí por favor para la aprobación.

¡¡¡Trágame Tierra!!! No podía ni moverme, mientras él muy sencillamente firmaba lo que le pedían sin mirarme si quiera, y yo solo quería desaparecer.

- ¡Vámonos! – Escuché de pronto, era Eliza – Creo que aun estamos a tiempo de tener entrada en “Cinnamon`s” antes de que se llene ¡No sé a qué vinimos en verdad!

¡Salvada por la campana! Eliza me tomó de la mano y casi me arrastró a la salida.
Yo volteé una sola vez y logré verlo, aun firmando los papeles, pero levantó la vista apenas y me sonrió ligeramente mientras yo desaparecía por la entrada de la galería.

-¿Quién era esa bestia de hombre con quien hablabas? –me preguntó Eliza pícaramente una hora después en la barra de “Cinnamon`s” mientras bebíamos nuestros Black Martinis.

- ¡Eliza! No me lo recuerdes ¡Muérete que era el mismísimo William Andrey!

-Bah, y por qué me tendría que morir.

- Porque sin saber quién era él, le dije que… mejor dicho en pocas palabras le di a entender que su obra era un asco ¡Qué vergüenza!

-¡¡Ah me muero!! … bueno, pero tampoco es que le hayas mentido, lo que sí te digo es que si fuera archipiélago yo me pierdo un mes en cada una de sus islas ¡Un Adonis! Bueno levanta ese ánimo que no salimos a lamentar nuestros desaciertos verbales sino a cazar… ¡Y discúlpame que ya veo una presa!

Eliza se puso de pie, se acomodó los bucles, se alisó el vestido y se levantó la falda, de por sí, muy corta. Caminando felinamente a través del salón con su Black Martini en la mano.

-¡Suerte! – le dije mientras observaba a su prospecto ¡Muy guapo!  Pero ni modo, ella lo había visto primero.

Paseé mi vista por todo el pub a ver si me encontraba con algo similar… había varios en verdad, pero lo cierto es que después de haber visto a aquel sueño de hombre rubio, todos los especímenes de este zoológico me parecían poca cosa.
Eliza atacaba con fuerza, era de las que en medio minuto tiene a la presa rendida. De hecho cuando volví a mirar, la leona y el venado habían ya desaparecido.

-¿Está ocupado? – escuché, cuando levanté la vista me encontré con dos estrellas celestes que me miraban.

Era él, otra vez el ángel que parecía escapado de una película de Nicholas Cage, me sonreía dulcemente.

-¿Me puedo sentar? ¿O preferirías la compañía de algún cantante? ¡Te advierto que como fotógrafo, canto muy bien!

¡Ay no! De inmediato sentí que las mejillas se me encendían al recordar el incidente de la galería.
Se sentó a mi lado riendo por lo bajo, mostrándome sus dientes perlados y perfectos y sin dejar de mirarme.

-Lamento lo de la galería Sr. Andrey… - dije tímidamente mientras bebía de mi copa.

-Solo Albert… – me corrigió con una sonrisa desarmante - Ni si quiera me llames William, no me gusta. Comienzan con William, siguen con Will, en un momento soy Bill y cuando recuerdo soy Billy… detesto eso; Albert está bien. Ah y  no te preocupes, ya te lo he dicho, también creo que soy mejor cantante que fotógrafo. Y de hecho sí, canto. Tengo un grupo con unos amigos y nos presentamos en lugares como este muy de vez en cuando. Es solo un hobby.

-Es bueno saber que conoces otras artes.

-No tienes ni idea… - me dijo, con cierto tono pícaro en la voz.

-¿Acaso me estás presumiendo de multitalentoso?

-Multitalentoso… es interesante que uses esa palabra…

Y de pronto me miró así, fijamente, clavando en mí sus pupilas celestes y sonriéndome como si él supiera algo que yo no

- … En especial cuando aun no me has tenido en tu cama.

Me dejó de una sola pieza y bebí mi Black Martini como si fuera el último sobre la faz de la tierra.
No sé en qué momento ya estábamos en un taxi rumbo a mi casa.

Nos besábamos sin control, sin poder dejar de tocarnos  sin siquiera preocuparnos del conductor que estaba comiéndose toda la película.
Sus manos eran gaviotas sobre mi cuerpo, nunca antes agradecí que me gustaran los vestidos cortos de telas finas y entalladas como ahora, cuando sentía que la tela no existía bajo sus manos.

Una de ellas se metió por debajo de mi falda subiendo cada vez más y más y más, hasta que llegó a mi parte más íntima y la acarició con afán por encima del interior de randa que a estas alturas ya estaba empapada.
Y a mí, como nunca, me importó un  bledo los ojos del taxista pegados al retrovisor mirándolo todo; de hecho, creo que su voyeurismo me erotizó aun más.

Nunca había estado en una situación así; el tipo nos miraba, Albert lo sabía y parecía no importarle… y a mí menos.
Levanté los brazos para afianzarlas palmas de las manos en el techo del auto y separé ampliamente las rodillas,  mordiéndome los labios mientras él me masturbaba en el asiento trasero del taxi.

Llegamos a mi casa, él pagó la carrera y pude notar que el taxista sudaba profusamente.
Al entrar intenté encender la luz pero no me permitió, con la que se filtraba levemente por la ventana le bastaba.
Empezó a frotarme contra él, levantó mi precario vestido hasta liberarme, se quitó la chaqueta mientras yo casi le arrancaba la camisa.

Mientras su boca devoraba mis pechos, su mano amansaba al animal entre mis piernas; llegué a pensar que si no me apresuraba terminaríamos haciéndolo ahí en el piso.
Lo tomé de la mano y lo jalé por el pasillo, pero él me jaló con más fuerza y me colocó contra el respaldo del sofá de la sala, de espaldas a él.

Sus manos se enredaron en mis rizos oscuros, tirando de ellos con suavidad pero firmemente mientras atraía mi cabeza hacia atrás para torturar mi oreja y mi cuello con su lengua.
Luego retiró mi ropa interior que ya de nada servía, y  mientras besaba y mordía mi espalda, mi cadera, mis glúteos; sus manos empezaron a torturar mis pezones.

No sé en qué momento se liberó del pantalón, solo sé que cuando lo sentí entrar en mí firmemente, tomándome así, en esa posición casi salvaje, ya no supe de mí.

Al día siguiente, la mañana me encontró en mi cama y, pensé yo, sola.
Pero cuando me levanté y salí de la habitación;  un desayuno continental estaba esperándome.
Lo vi desde la puerta de la cocina mientras freía unos huevos.

Llevaba solo su boxer negro y un delantal con pechera… Se veía divino y no pude menos que sonreír al verlo así.
Me acerqué a él, me recibió con una sonrisa como si me conociera de toda la vida, como si llevara años despertando a mi lado.

-¿Cocinas? – dije divertida.

- Y bordo en punto cruz…– me respondió elevando una ceja con picardía mientras apretaba mi cintura.

“Qué suerte” pensé  El haberme encontrado con un hombre, no solo guapo y de excelente cama, sino que aparte de mal fotógrafo y cantante aficionado, también cocina  y … ¿¿borda?? Quizás, me quede a conocer un poco más acerca de sus “otras” artes… Después de todo, el fin de semana apenas ha comenzado”



SEGUNDA PARTE: AMIGOS CON DERECHOS

No sé cuantos años tiene Albert, no me he molestado en preguntárselo y él tampoco me lo ha preguntado a mí. Supongo que a la hora de calmarse las ganas con tremendo festín, la edad es lo que menos importa.
Dice ser soltero y no tener ningún tipo de compromiso… a excepción de mí.

Cuando me lo dijo lo he mirado extraño… No es que no le crea, pero tampoco tengo porque hacerle pensar que creo ciegamente en èl.
Por su puesto para mí él no es ningún compromiso, aunque llevamos viéndonos a diario, y saliendo, y cenando, y paseando bajo la luz de la luna tomados de la mano e inevitablemente terminamos en mi casa haciendo el amor como si no hubiera futuro,  desde que nos conocimos.
De eso ya un buen tiempo.

No. Para mí lo que llevo con Albert es cualquier cosa menos una relación ¡Y mucho menos un compromiso!  Y se lo dejé en claro desde el principio.
Era bienvenido a mi casa y mi cama siempre que él quisiera, pero que ni por un momento piense que le pertenezco.
Yo tengo derecho de hacer lo que me de la gana…

- Solo somos amigos Albert, no lo olvides por favor - él solamente lo aceptó con una sonrisa.

Y sin embargo…
Una vez que estábamos juntos en un pub del centro, vi al otro lado de la barra a aquel hombre maravilloso de ojos azul añil y cabello castaño algo largo que fumaba y me miraba como si estuviera penetrándome con la mirada.
Muy quitada de la pena abandoné la mesa donde estaba con Albert y me le acerqué; me invitó una copa, charlamos un poco.

Al poco tiempo tenía su número en una servilleta.
No sé qué me hizo volver a la mesa en lugar de haberme ido con él ahí mismo, pero estaba muy complacida por la nueva conquista.

Y sin embargo… cuando Albert me preguntó muy casualmente si me acostaría con aquel; lo miré durante un segundo eterno y le dije “no” mientras disimuladamente hacía un bulluco con la servilleta y me olvidaba de aquel extraño, para siempre.

Estuvimos toda la noche en el pub y salimos al amanecer; pero al llegar a mi casa en lugar de dormir, hicimos el amor hasta que la luna nos encontró abrazados y exhaustos en un extremo de la cama.
Creo que Albert estaba contento de que no me hubiera ido con aquel; y para qué negarlo, yo también lo estaba.

Si… yo tengo derecho a hacer lo que me de la gana.
Solo que esa noche, me dieron ganas de quedarme con él, y con él solamente.

Le gusta tomarme fotografías cuando está en casa conmigo.
Me las toma cocinando, haciendo yoga, mientras trabajo en la computadora con mis lentes y mi chongo desaliñado… Ya le he dicho que no me gustan sus fotos, él solo ríe y las sigue tomando.

Ya me he rendido, simplemente lo dejo hacer. En cuanto quiere toma la cámara y ¡zas! El flash de la cámara me ciega por un segundo.
Una vez, acabábamos de hacer el amor y de improviso se levantó, agarró su cámara, y empezó a fotografiarme de diversos ángulos.

Yo por seguirle el juego empecé  a posar, así desnuda como estaba.
Me cubría con la sábana como una Minerva, yacía entre cojines como una Venus.
Me sentaba con las rodillas pegadas al pecho sin mirarlo.

Me tomó una muy de cerca donde solo se veía mi perfil, mi suave sonrisa y mis rizos negros desordenados, sueltos por todas partes.
Cuando me dijo que armaría otra exposición con esas fotos casi le enseño otras maneras nada agradables de acordarse de su madre.

¿¿Yo?? ¡¡Desnuda en una galería para que todo el mundo me viera!! Y en sus fotografías que más malas no podían ser.
Insistió tanto que no sé cómo terminó convenciéndome.

Quizás fuera su sonrisa… no, fueron  sus ojos.
No, definitivamente fue la forma como me hizo el amor esa noche. Sí, eso fue… eso fue.

Lo cierto es que yo ni me había molestado en mirar las fotografías que me había tomado; Albert mismo me había dicho que no quería que las viera, que era una sorpresa. No le insistí demasiado pues la verdad, no me interesaba.
La noche de la exposición, yo asistí solo porque amenazó no dormir conmigo esa noche si no lo acompañaba… Ya sabe con qué chantajearme, eso no es bueno.

Cuando entramos yo no cabía en mi de la pena, y venia con la cabeza baja, mirando mis hermosos zapatos Manolo Blahnik que él mismo me había comprado para esa ocasión.
Solo levanté la mirada cuando, apenas entrar a la galería una batahola de aplausos nos dio la bienvenida.

Mis ojos recorrieron las paredes del gran salón y no podía creer tanta belleza.
Las fotos eran maravillosas, su trabajo era impresionante. No podía creer lo mucho que había mejorado su técnica en ese casi año que habíamos estado jugando a amarnos.
Una gran fotografía llamó mí atención en el sitio especial de la galería; siempre se colocaba en ese sector la pieza más representativa de la exposición… y generalmente la más cara.

Era aquella foto donde yo, en blanco y negro, mostraba solo mi perfil y parte de mi sonrisa, mientras mis rizos negros alborotados invadían el resto del cuadro.
“Muchacha de rizos” se titulaba.

Al final de la noche, las paredes de la galería quedaban vacías y decenas de copias de “Muchacha de Rizos” habían sido ordenadas acumulando con todo, miles de dólares que en seguida Albert donó a la Junta de Beneficencia.

-¿Te gustó la sorpresa? – me dijo abrazándome por la espalda.

- ¡Me encantó! Has mejorado muchísimo ¡Ahora eres un verdadero artista fotógrafo!

-No, nada de eso – me respondió colocándome de frente a él – eres tú, solo tú. Eres mi musa.
Desde esa exposición quedamos fichados como una pareja del jet set, puesto que habíamos salido en varios periódicos de la ciudad.

Ahora todo el mundo lo sabía, si de alguien había tratado yo de ocultar que estaba en algo ya no tan casual con alguien fijo; se había terminado, ahora no se podía ocultar.
Aún así, cuando nos preguntan si somos novios, seguimos contestando entre risas que no, que solamente somos amigos… solo amigos.

Un par de amigos que se devoran cada noche con apetito insaciable.
Que se dejan la piel en las uñas y que mueren y renacen con cada embestida cargada de placer.
Que beben sus sudores cada noche al recorrerse mutuamente con los labios.

Un par de amigos… con derechos.


SIN COMPROMISOS

¡Qué hermoso luce el lado izquierdo de mi cama cada vez que su cuerpo lo adorna!
No dejo de repetírmelo mientras lo miro y lo miro, y sigo adorándolo con la mirada.
Es que es tan bello; mi ángel, mi demonio...
Como lamento que no haya sido el primero pero secretamente estoy muy feliz de que sea el único.

Anoche me pidió matrimonio y le volví a decir que no.
Que nuestra vida es perfecta así como está ¿Para qué ponerle ataduras al amor?
Si… bueno ya lo dije: Amor. Es que ¿puede ser otra cosa?
¿Se puede poseer cada noche a este ser irreal y no terminar prendada de por vida?
Es por eso que ahora “mi” casa es “nuestra” casa de manera permanente; porque llegó un día que ya no pude soportar la sola idea de una noche sin su angelical silueta a mi lado.
Por eso y porque…

Cuando le dije aquella verdad  que estaba callando, Albert se desesperó, no supo si llorar de felicidad o salir corriendo. Conociéndolo como lo conozco ahora, creo que más bien fue lo primero.
Esa fue la primera vez que me pidió matrimonio… y la primera vez que le dije que no.
Le expliqué como soy yo, por si acaso no se ha dado cuenta en todo este tiempo, le dije que no me casaría ni con él ni con nadie, por absolutamente ningún motivo. Ni si quiera por esto…

Pero si quería, podía venir a vivir conmigo, que  era bienvenido y que de hecho… Ay la verdad es que de hecho, le estaba pidiendo ¡rogando!  que no se fuera más, que no me dejara ¡Pero no me casaría!
Lo entendió como siempre, con una de sus dulces sonrisas y con eso le bastó para estar conmigo.

De eso ya hace cuatro años.
Despierta; mi ángel comienza a despertar. Abre sus hermosos ojos celestes y me parece a mí que es recién ahora que ha amanecido el sol.

-Buenos días – me dice, y yo le contesto con un beso en la boca.
Me recibe sin prisa, con calma, lentamente, dulcemente.
Me abraza y me aprieta a él ¡Ah! Cómo es de maravilloso sentir sus caricias en todo mi ser.

Nunca pensé que yo podría llegar a no aburrirme jamás de un mismo hombre, de desearlo cada día, cada noche con el mismo ímpetu de la primera vez, con las misma ganas y quizás más cada día.
Cada vez que me besa, cada vez que me acaricia, que sus labios recorren mi garganta y mis pechos como ahora; no puedo evitar recordar el día que lo conocí y agradezco en silencio el haberme decidido a no volver a mirar a otro hombre después de él.

“Albert, mi Albert. No hace falta que te cases conmigo, no me interesa hacerlo.
No quiero que estés conmigo porque lo diga un papel o porque lo ordene un viejo con vestido.
No; quiero que estés conmigo de manera libre, como las tórtolas que deciden estar siempre con la misma pareja simplemente porque sí, porque fueron hechas la una para la otra.
Porque no existe otra tórtola igual a la que tienes, tanto que, si ella muere tu vida también termina.
No quieras encadenarte a mí, yo no deseo encadenarte a mí.
Te quiero libre; libre como el viento, libre como la naturaleza a la cual amas, libre para amar… libre para amarme mi Albert.
Quiero que hagas lo que te de la gana, así como yo que hago lo se me antoja, solo que cabe la coincidencia que lo que se me antoja es estar contigo y ser de ti.
Eso quiero, que desees estar conmigo, no porque nadie lo imponga sino porque me deseas a mi, a mi solamente y a nadie más. Eso basta.”


Le repito estas palabras mientras estamos ya  a punto de hacer el amor, ya siento su cuerpo tensándose sobre el mío y mi humedad llamando a aquello que le hace falta y que solo él me puede dar.
Mis muslos se aferran a él rogando que  hiera mi cuerpo de aquella manera divina que me mata y me devuelve cada vez que entra en mí con todo el ímpetu de su juventud, su amor y sus ganas.

Estamos en el momento cúspide cuando nuestros cuerpos están a punto de unirse una vez más en el acto sublime… cuando sentimos unos tímidos toques en la puerta.

“Mami… papi ¿puedo entrar?”

Juntamos nuestras frentes y reímos entre nosotros. Los leones se calman por ahora, ya habrá tiempo de devorar la presa en otro momento.
Ahora algo más importante que nada en el mundo llama nuestra completa atención.

Acomodamos las sábanas y me recuesto en su pecho, su brazo me rodea con ternura mientras la puerta se abre ligeramente y una pequeña figura se escabulle entre nuestras mantas.
Tiene los ojos celestes, rizos negros y se llama Pauna.

-¿Quieres más compromiso que este? – le pregunto mientras Pauna duerme nuevamente entre nosotros.

- No – me contesta – ella no es un compromiso, ella es nuestro milagro. Y sí, tienes razón… Eso basta.


Gracias por leer  EL RECUERDO DE ROSEMARY - Un recuerdo del 2010:  TRÍPTICO ROMÁNTICO PARA ALBERT 245289

A Selys20, Parisa21 y a Susana Ibarra les gusta esta publicaciòn

http://www.maldita-bruja.blogspot.com

ANJOU

ANJOU
Lakewood's Primrose
Lakewood's Primrose

¡Pero què belleza!

¡Es como contemplar un paisaje en donde cada aspecto se ve resaltado por la luz de un amanecer!

¡Magistral, precioso!



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Lady Berruti

Lady Berruti
Rosa Roja
Rosa Roja

que hermoso, me encantó que bello de verdad, plasmaste lo que en realidad debe ser el amor entre dos personas libre sin ataduras sin un papel, que belleza me encantó

https://studio.youtube.com/channel/UCoBO5mmy0M_m1HBXAUx4ulQ

Parisa21

Parisa21
Niño/a del Hogar de Pony
Niño/a del Hogar de Pony

Precioso relato !! Cuando hay amor de verdad no sé necesita un papel !!! 👏👏👏💓

Mi_aria

Mi_aria
Niño/a del Hogar de Pony
Niño/a del Hogar de Pony

Wonderful

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