UN POCO DE RELAJACION
Minific
Género: Romance/Lemmon.
Autora: MaxineWinters19
Capítulo 2
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Género: Romance/Lemmon.
Autora: MaxineWinters19
Capítulo 2
Candy volvía a su estación con una sonrisa que solo ella podía percibir, pero el brillo de sus ojos era delator, Flammy la esperaba con una sonrisa tonta, quería absorber quizás un poco de chisme para emocionar aquella larga jornada que en cualquier instante iba a entorpecerse como ya era costumbre.
—Bien, esta vez fueron blocks y marcadores ¿La próxima serán fuegos artificiales?
—¡Ay, no tengo idea! –Dijo la chica entre risas divertidas.
—Cariño, estas perdidamente enamorada de ese hombre –Menciona la joven rodando los ojos –Y lo demostraste el día que te escapaste de la guardia solo para verlo en una obra de teatro.
—Lo sé, fue poco ético. Acepte mi castigo con todo gusto –Bromeo la joven sin dejar de sentirse tan contenta.
—Bien, ahora cuida a tu Romeo Pandémico de virus peores a los que nos enfrentamos —Aquella contundente respuesta de Flammy alerto a Candy.
—No me digas que lo hizo de nuevo.
—Bien, no te lo diré –Responde Flammy hundiéndose de hombros –Solo te digo que antes de que pase lo mismo que Karen le claves un lápiz en un ojo a esa suripanta.
—No querida, no usaré esos métodos –La rubia se yergue con toda confianza a pesar de estar dentro de un traje que resonaba por todos lados y le daba calor –Candice White tiene honor y defiende a los suyos de forma civilizada.
En medio hospital ya sabían lo manosuelta que podía ser la recepcionista del turno diurno, Susana Marlowe, y no era que fuera una experta, sino que al no tener personal suficiente hubo que contratarla. Y para terrible suerte de Candy, andaba picándole el ojo a su esposo. Agradeciendo la decencia de los ingleses para saber rechazar sin ofender, y en seguida recordar los tratos de Terry le sacaron nuevamente una sonrisa.
En verdad adoraba a su esposo por ser como era, era tan listo, tan comprensivo, a veces se le salía lo bruto y peleaban sin más, pero dichos problemas terminaban con los dos desnudos y entre risas. Era como si lo de ambos viniera de muchos años atrás, y que justo en plena cuarentena mundial, lo de ambos se fungía como el acero.
—Candy ¿Estas bien?
—¿Qué? –Pregunto Candy al mismo tiempo que recibía un golpe en la cara con algo azul y suave.
—Después sigues pensando en cómo arrancarle las piernas a la Gusana de la recepción y de que formas amarraras a la cama a tu esposo. Hora del baño y percusión –Es la respuesta de Flammy reajustándose el traje y rociándose nuevamente de alcohol.
—Descuida, que pensar en él hace que todas las guardias estén tranquilas.
—¡Por San Pedro, mujer! Definitivamente, el amor es la enfermedad mas fuerte que le puede dar a alguien –Es la respuesta de Flammy a su enamoradiza compañera.
Ambas se dirigen con sus pacientes, quedaba mucho trabajo por delante, y solo Dios sabría lo que les esperaba a cada uno.
36 Horas Después.
Algo que ninguno tuvo en cuenta, era que la jornada de Candy se iba a extender, la Terapia Intensiva colapsó y el personal a esas alturas prestaba toda la colaboración necesaria. De todas las lecturas de pandemias y películas que la joven había visto, ninguna de ellas se comparaba a vivirla en carne propia, el hambre y el cansancio eran monumentales.
Ni siquiera quiso llamar a Terry para que la recogiera, se dio un baño antes de salir del hospital y sin embargo sentía que tenía toda clase de microorganismos encima de ella. Se colocó su máscara y mantuvo su cabello resguardado dentro de su grueso gorro para salir por la recepción con el ánimo por el suelo.
Hasta que se topa con Susana quien no dejaba de mirarla con molestia, no estaba usando la mascarilla que era una obligación para todo el personal. Era el colmo, sabía ahora que esa mujer le coqueteaba a su esposo y aunque sus compañeras le recomendaban que le diera una paliza que le hiciera recordar hasta el día que nació, ella tenía sus propias armas.
—Vaya, enfermera White, ese aspecto no es nada agradable para atraer la atención de un hombre —Es la respuesta mordaz de Susana.
La rubia se da la vuelta y extrae de su bolsa su aerosol con alcohol y rocía la cara de la mujer, provocando que le pique en los ojos y se le corriera todo el maquillaje.
—¡Ay, ay! ¿Por qué hiciste eso?
—¡Perdón! Pero debe usted recordar que estamos en una pandemia. El virus se aloja incluso en el maquillaje y está vez, Susana, te has convertido en un transporte fácil.
—¡Eres una bruja!
—No tanto como tú qué osas coquetearle a mi esposo —Dice Candy sonriendo, y aquella declaración le levantaba el ánimo —Ahora, me entero que siquiera le dices una sola palabra, te juro que te mandaré a la sala de aislamiento.
—No puedes hacer eso.
—¡Claro que sí! —Sonrio con malicia la joven —Solo porque las perreras siguen siendo decentes para ti.
Candy la volvió a rociar de alcohol isopropilico en la cara para así poder salir del hospital, la espalda le dolía y el estómago le gruñía, tenía de verdad hambre y solo quería llegar a su casa y debatirse entre comer o dormir. Quería llamar a Terry para que la recogiera, pero quizás esté en el teatro practicando algún monólogo para sus presentaciones por internet.
Se sonrojo al imaginárselo en su mejor faceta, quizás esta vez quiera hacer a Romeo, y esta vez, ella se cuele en su presentación para hacer a Julieta, habían leído y ensayado tantas veces la misma obra que no era necesario siquiera ver el libreto. Sólo si él cansancio y el sueño no le ganaban.
—¡Candy! —Llamo alguien detrás suyo, era Stear, un ex compañero de universidad de Terry que acababa de visitar a su novia Patty, que era una de las enfermeras que había sucedido el turno de la rubia.
Candy sonrió debajo de su mascarilla, en efecto, el amor en tiempos de pandemia era más que real.
—¡Diablos! Que mal aspecto, matarás a Grandchester del susto.
—¡Al grano! —Dice Candy malencarada.
—¡Perdón! Creo que a todos los que trabajan en área Covid deberían meterlos a una exprimidora para drenar el estrés.
—O darte una patada en la cara, Alistear, no ando de humor para tus malos chistes.
—¡Uy, perdón! —Dice el joven preparándose para correr si seguía haciendo bromas a Candy —¿Necesitas un aventón?
—¡Eso no se pregunta, criatura! —Sentencia Candy, Stear la lleva al estacionamiento hasta toparse con su vehículo, la rubia se apoya del mismo solo para colocarse aerosol en la suela de sus zapatos y así poder entrar.
No tardaron en arrancar por la amplia ciudad, no había ni un alma en el trayecto, unos cuantos servicios de delivery y los servicios de emergencias que andaban por doquier. Candy cabeceaba en el respaldo del asiento, y Stear pensaba que esa pobre joven solo necesitaba relajarse.
—¿Estas bien, Candy?
—Si... sólo quiero llegar a casa y dormir.
—¿Y Terry? —Pregunto el joven sin quitar su vista del camino —Apenas si te ve.
—Él... —Se estruja los ojos y trata de mantenerse despierta —Es un Santo que me ve dormir y no sé queja cuando ronco. En verdad lo adoro.
—¡Wow! Si te escucha roncar y no huye es porque de verdad está enamorado de ti —Se burla el joven observando como la esposa de su amigo pestañeaba entre el cansancio hasta llegar a casa.
Stear no tardó mucho en dejarla en un complejo departamental de Broadway, donde ambos vivían desde hace un año aproximadamente, ya todos sabían que entre sus inquilinos habían varios doctores y una enfermera, y todos les dejaban en la entrada siempre un tapete con agua y jabón para que se limpiará al entrar y una taza con café y galletas, era de un modo agradecimiento por el trabajo que hacían en plena pandemia.
La puerta rechina con fuerza, y en efecto, el tapete estaba ahí, se sacudió los zapatos y los rocío nuevamente con alcohol isopropilico, para quitárselos y guardarlos en una bolsa de plástico, se lavó las manos y entro en la recepción estaba el café y las galletas con una pequeña tarjeta que escribían los niños. Aquello le dejaba una sensación placentera, el cansancio y sentir que la espalda le crujía ante cada movimiento.
—¡Son para usted, joven Candy! —Grito un hombre de intendencia limpiando con cuidado el ascensor.
—¡Muchas gracias, señor Carter! No olvide darle un escobazo a todo el que no use mascarilla.
Siguió descalza hasta las escaleras, desde que inicio la pandemia, sólo usaba el ascensor en caso de emergencia para evitar las aglomeraciones, le esperaban centenares de escalones hasta el séptimo piso, donde vivía con su esposo. Casi que escupía los pulmones en el cuarto piso, pero vio la luz cuando llegó al fin a su casa, busco las llaves entre sus cosas pero se llevó la sorpresa de que la puerta estaba abierta.
—¡Dios Santo! —La joven abrió la boca cuando descubre un camino de pétalos amarillos y rojos desde la entrada y que seguia por todo el pasillo —¿Qué es todo esto?
Candy entró con calma, dejó su bolso y se quitó su mascarilla para dejarlos en lo que ella denominaba su área de zona cero, fue entrando y olía a panqueques y a café, había música suave.
—¡Hola! —Exclamo con sorpresa al descubrir la mesa con narcisos y rosas adornando su desayuno... o en este caso su almuerzo, dada la hora —Esto es vida y obra de Terrence Grandchester.
Si, aquello era de los actos de su esposo, pero no había una fecha especial ni nada que ella recordará. El camino de pétalos seguía por el pasillo que la llevaba al baño, camino lentamente y el aroma a rosas era penetrante. Lo que vio le saco sonrisas, su esposo estaba ahí encendiendo velas aromáticas para ella, la tina estaba llena y con los petalos rojos y amarillos flotando.
—Bienvenida, adorada enfermera pecas —Es la respuesta de su esposo —¿Lista para la descontaminación?
—¡Oh Terry! —Dijo entre risas —Que es esto.
—Bueno, al ver que el coronavirus te secuestro de mi lado diez horas más de las estipuladas, pensé en darle una sorpresa a mi amada enfermera —Se fue acercando a ella para agarrarla por la cintura y acariciarle la espalda.
—Debo... debo darme un baño primero.
—Bueno, esa será la tarea que más me agrade el día de hoy —Fue ayudándola a desvestirla con cuidado, ese uniforme ocultaba las formas delicadas de su esposa y no fue cuando la tuvo en ropa interior que supo como hacer que su esposa se relajara de verdad.
—Terry... de verdad, necesito el baño.
—Entonces prepárate, mi amor. Esta vez, el enfermero Grandchester hará el trabajo completo —Le dio un beso en los labios suave y largo, Candy apenas si podía mantenerse firme.
Cada vez que ese hombre la besaba las piernas se le hacían gelatina, sintió las manos de Terry dirigirse a su espalda para desabrochar el brassier, y con delicadeza fue deslizandolo por su piel hasta dejarla sin esa pieza, sus pequeños pezones estaban erizados ante el contacto de los dedos de Terry, Candy hiperventila ante las artes de seducción de su esposo.
—Creo que no ha terminado, señor Grandchester... —Dijo la joven cerrando los ojos ante el contacto de los dedos de Terry —Dijo que haría el trabajo completo.
—¡Y que razón tiene, señora Grandchester! —Responde el joven agachándose con cuidado para quitarle las bragas, deslizandolas hasta sus pies —Es hora de irnos a la tina.
Con un movimiento ágil, la toma entre sus brazos y la lleva a la tina, el agua estaba cálida y se sentía divina, el aroma a rosas y con los pétalos adornandola, era un baño era perfecto en ese instante para ella. Terry se sienta a un lado de ella para verla, se toma el tiempo para lavarle el cabello con su shampoo favorito, sus dedos eran divinos y Candy bien podía dormirse en ese glorioso momento.
—Amor ¿Ya te he dicho que tienes dedos mágicos?
—Mmmm, no, pero es el mejor cumplido que puedo recibir de tu parte —Responde el joven sin dejar su labor —Y ya que estos dedos son mágicos, pueden trabajar en otros lugares.
Una de sus manos se dirige a con lentitud por su cuello, entre sus pechos agitados y húmedos, se sumerge debajo del agua, tocando su abdomen y prosigue su camino hasta el botón del placer de Candy, dando pequeños toques que provocan corrientazos en Candy, ella abre las piernas debajo del agua para permitir que el siga con su trabajo.
—¡Ooohh, Terry! Dios Santísimo.
—¿Tengo aprobación de usar mis manos en usted? —Dos de sus dedos trabajan en la intimidad de Candy, provocando jadeos desprevenidos en ella, recuesta la cabeza aún llena de shampoo con aroma a camomila en el hombro de Terry.
—Si... si... puedes seguir —Responde entre jadeos de placer.
Terry atrapa los labios de Candy con delicadeza mientras continúa con su labor en su esposa, su interior palpita ante la suavidad y destreza de esos dedos, siente que el mundo explota como un fuego artificial y se llena todo de colores, hasta que ella lo atrae hasta la tina, el agua se desborda por todo el baño.
—¡Oh pecosa atolondrada! —Se ríe el joven al verse todo empapado dentro de la tina —Eres una tramposa experta.
—Bueno, estimado enfermero Grandchester. Puede continuar la sesión sin ropa ahora.
—¡Y que placer será cumplir con sus órdenes! —El joven se coloca encima de ella para quitarse la ropa, y al encontrarse en las mismas condiciones que su esposa, viéndose mutuamente a los ojos, no puede evitar sonreír, esa mirada de Candy expresaba cansancio cuando llegó y en tan solo un momento el había cambiado el panorama.
—¿Que te pasa?
—Nada... solo que apenas inicia la fase uno de mi plan.
—¿Cuál plan?
—Consentir a mi esposa de forma incandescente —Se acerca a besarla con toda pasión y deseo puro.
Continuará...