Aunque este año el Clan Alba Highlands Andrew está un poco ausente, quise venir a compartirles un pequeño escrito a nombre de las Scot´s, y quien sabe, tal vez pueda venir mas adelante con algo más.
De antemano, muchas gracias por leer .
De antemano, muchas gracias por leer .
~~DADDY~~
Los golpes hacían eco en las altas paredes del desvencijado taller, hacía días que desde muy tempranas horas se escuchaban ruidos en ese sitio, hacía tanto que no se utilizaba. Todas las herramientas, las piezas, los motores a medio construir o tal vez a medio desarmar, estaban empolvados, incluso el candado que resguardaba esos extraños tesoros estaba un tanto enmohecido; pero el nuevo propietario estaba decidido a entrar y tomar posesión de ese sitio y no hubo poder humano que lo detuviera. Sin duda había heredado la destreza e inventiva de su antecesor.
Sus manos, aunque jóvenes, se movían con exactitud y gracia al aferrar cada llave, cada pieza. En su mirada no había más que determinación.
- Debo terminarlo… debo terminarlo…
Debía terminar ese proyecto sin importar qué y debía hacerlo hoy, debía hacerlo, se lo había prometido a sí mismo y a fuerza de repetirlo se había convertido en su mantra durante todas esas semanas. Todos lo miraban preocupados, apenas si comía, apenas si dormía y se negó rotundamente a la reunión que su madre estaba organizando, él no quería nada, solo estar ahí, trabajando, concentrado en lo que tenía que hacer, incluso se negó al viaje al que su tío lo quería llevar.
Era casi el medio día cuando finalmente terminó, echó un rápido vistazo a su obra y se sintió satisfecho, no era perfecto, ni siquiera estaba seguro de que el sonido sería el adecuado, pero desde el momento en el que encontró los planos supo que tenía que construirlo sin importar qué. No le costó mucho percatarse de las notas que para muchos hubieran pasado desapercibidas en el reverso del descolorido plano, con una letra descuidada se leía con total claridad “Cuando regrese se lo construiré y será su regalo de bodas… de nuestra boda… cuando todo el dolor pase volveré y seremos felices por siempre…”.
Tomó un profundo respiro y salió de ahí. En cuestión de minutos regresó con una vieja fotografía, unas gafas y una chaqueta con varias insignias, con sumo cuidado colocó todo sobre su “obra de arte” y él se colocó sobre el taburete que también había construido con sus propias manos.
Sus manos temblorosas se posaron sobre el marfil que él mismo había colocado, acarició un poco las teclas, y como por instinto una de sus manos viajó hacia la chaqueta, las yemas de sus dedos apenas si rosaron el metal de las medallas que estaban fijamente puestas sobre la tela verde. Un nudo amenazó con formarse en su garganta, pero se obligó a reprimirlo, aún no era tiempo para eso.
Sacudió su cabeza para despejar sus ideas logrando que su cabellera negro azabache se desordenara un poco más de lo habitual, ajustó sus lentes y finalmente sus dedos arrancaron las primeras notas del instrumento que hacía tan solo unos minutos terminara de construir.
Con voz temblorosa inició un canto, o mejor dicho, una súplica. Era una súplica que pugnaba por salir desde hacía años, justo en el momento en el que fue consciente de la gran ausencia que había en su vida.
Fijó su mirada en la fotografía que estaba frente a él, el hombre de anteojos ataviado con el uniforme de aviador le sonreía. Y entonces su voz se oyó con claridad envuelta por las notas de su rústico piano.
“Papi, ¿estás ahí afuera?, papi, ¿no quieres venir a jugar? Como quisiera saber si hay algo que quisieras decirme, como desearía al menos conocer tu voz, desearía conocer cada uno de los callos que estaban en tus manos, las cicatrices… todo. Pero estás tan lejos, no puedo alcanzarte, tu voz no logra llegar a mí y me duele pensar que tal vez la mía tampoco llegue hasta a ti, pero debía intentarlo, sí, debía intentarlo y construir el regalo que habías soñado darle a mamá. Entiendo por qué lo deseabas, tú mejor que nadie sabías lo mucho que ella ama la música.
¿Por qué te fuiste? ¿Por qué no esperaste aunque sea un poco?, tal vez así te hubieras enterado de que yo venía en camino, tal vez así no te hubieras ido… tal vez.
Pero estás tan lejos ahora que ni siquiera puedo ver el brillo de tus ojos. No puedo escucharte, no puedo alcanzarte. La guerra te arrancó de mi lado incluso antes de que yo viera por primera vez la luz del día.
¿Has visto? Tenemos el mismo cabello y hasta el mismo defecto en los ojos, aunque mamá dice que mi mirada es igual de profunda que la tuya, dice que jamás había visto unos ojos tan negros como los nuestros y para su desgracia, creo que también soy igual de terco y lo que construyo no siempre resulta tan bien. Aun así, tal vez algún día logre construir un avión como tú lo hiciste, para estar un poco más cerca de ti. Tal vez así logre finalmente conocerte.
Papi, ¿estás ahí afuera?, ¿no tienes nada que decirme? Porque yo tengo tanto que decir, sin embargo ahorita me faltan las palabras...
Mira papá, mamá dice que tenemos el mismo lunar en el hombro izquierdo y sí, hoy es mi cumpleaños… sí, lo sé, hoy también sería el tuyo.
Por favor papi, si estás ahí afuera, ven, ven hoy, y quédate, quédate al menos por un día. Solo un día… Por favor… solo un día.”
Mientras las últimas notas del piano sonaban aún en el oído del joven Alistear, unos brazos etéricos lo rodearon con amor y una voz que le calentó el corazón le susurró al oído
- Aquí estoy… mi pequeño… aquí estoy.
Una fina lágrima recorrió su mejilla al sentir el calor de su padre rodearlo por primera vez en su vida, mientras sus oídos se llenaban con el sonido de la tan anhelada voz. Sus ojos se negaban a abrirse, pues sabía que al hacerlo no podría verlo, pero su padre estaba ahí y tal vez, al menos por hoy, se quedaría con él.
Sus manos, aunque jóvenes, se movían con exactitud y gracia al aferrar cada llave, cada pieza. En su mirada no había más que determinación.
- Debo terminarlo… debo terminarlo…
Debía terminar ese proyecto sin importar qué y debía hacerlo hoy, debía hacerlo, se lo había prometido a sí mismo y a fuerza de repetirlo se había convertido en su mantra durante todas esas semanas. Todos lo miraban preocupados, apenas si comía, apenas si dormía y se negó rotundamente a la reunión que su madre estaba organizando, él no quería nada, solo estar ahí, trabajando, concentrado en lo que tenía que hacer, incluso se negó al viaje al que su tío lo quería llevar.
Era casi el medio día cuando finalmente terminó, echó un rápido vistazo a su obra y se sintió satisfecho, no era perfecto, ni siquiera estaba seguro de que el sonido sería el adecuado, pero desde el momento en el que encontró los planos supo que tenía que construirlo sin importar qué. No le costó mucho percatarse de las notas que para muchos hubieran pasado desapercibidas en el reverso del descolorido plano, con una letra descuidada se leía con total claridad “Cuando regrese se lo construiré y será su regalo de bodas… de nuestra boda… cuando todo el dolor pase volveré y seremos felices por siempre…”.
Tomó un profundo respiro y salió de ahí. En cuestión de minutos regresó con una vieja fotografía, unas gafas y una chaqueta con varias insignias, con sumo cuidado colocó todo sobre su “obra de arte” y él se colocó sobre el taburete que también había construido con sus propias manos.
Sus manos temblorosas se posaron sobre el marfil que él mismo había colocado, acarició un poco las teclas, y como por instinto una de sus manos viajó hacia la chaqueta, las yemas de sus dedos apenas si rosaron el metal de las medallas que estaban fijamente puestas sobre la tela verde. Un nudo amenazó con formarse en su garganta, pero se obligó a reprimirlo, aún no era tiempo para eso.
Sacudió su cabeza para despejar sus ideas logrando que su cabellera negro azabache se desordenara un poco más de lo habitual, ajustó sus lentes y finalmente sus dedos arrancaron las primeras notas del instrumento que hacía tan solo unos minutos terminara de construir.
Con voz temblorosa inició un canto, o mejor dicho, una súplica. Era una súplica que pugnaba por salir desde hacía años, justo en el momento en el que fue consciente de la gran ausencia que había en su vida.
Fijó su mirada en la fotografía que estaba frente a él, el hombre de anteojos ataviado con el uniforme de aviador le sonreía. Y entonces su voz se oyó con claridad envuelta por las notas de su rústico piano.
“Papi, ¿estás ahí afuera?, papi, ¿no quieres venir a jugar? Como quisiera saber si hay algo que quisieras decirme, como desearía al menos conocer tu voz, desearía conocer cada uno de los callos que estaban en tus manos, las cicatrices… todo. Pero estás tan lejos, no puedo alcanzarte, tu voz no logra llegar a mí y me duele pensar que tal vez la mía tampoco llegue hasta a ti, pero debía intentarlo, sí, debía intentarlo y construir el regalo que habías soñado darle a mamá. Entiendo por qué lo deseabas, tú mejor que nadie sabías lo mucho que ella ama la música.
¿Por qué te fuiste? ¿Por qué no esperaste aunque sea un poco?, tal vez así te hubieras enterado de que yo venía en camino, tal vez así no te hubieras ido… tal vez.
Pero estás tan lejos ahora que ni siquiera puedo ver el brillo de tus ojos. No puedo escucharte, no puedo alcanzarte. La guerra te arrancó de mi lado incluso antes de que yo viera por primera vez la luz del día.
¿Has visto? Tenemos el mismo cabello y hasta el mismo defecto en los ojos, aunque mamá dice que mi mirada es igual de profunda que la tuya, dice que jamás había visto unos ojos tan negros como los nuestros y para su desgracia, creo que también soy igual de terco y lo que construyo no siempre resulta tan bien. Aun así, tal vez algún día logre construir un avión como tú lo hiciste, para estar un poco más cerca de ti. Tal vez así logre finalmente conocerte.
Papi, ¿estás ahí afuera?, ¿no tienes nada que decirme? Porque yo tengo tanto que decir, sin embargo ahorita me faltan las palabras...
Mira papá, mamá dice que tenemos el mismo lunar en el hombro izquierdo y sí, hoy es mi cumpleaños… sí, lo sé, hoy también sería el tuyo.
Por favor papi, si estás ahí afuera, ven, ven hoy, y quédate, quédate al menos por un día. Solo un día… Por favor… solo un día.”
Mientras las últimas notas del piano sonaban aún en el oído del joven Alistear, unos brazos etéricos lo rodearon con amor y una voz que le calentó el corazón le susurró al oído
- Aquí estoy… mi pequeño… aquí estoy.
Una fina lágrima recorrió su mejilla al sentir el calor de su padre rodearlo por primera vez en su vida, mientras sus oídos se llenaban con el sonido de la tan anhelada voz. Sus ojos se negaban a abrirse, pues sabía que al hacerlo no podría verlo, pero su padre estaba ahí y tal vez, al menos por hoy, se quedaría con él.