Va para ti, querida Doctora CFRìostein. Nunca te dije cuànto te apreciaba pero sè que donde estàs, lo sabes.
Song for a New Beginning
Song for a New Beginning
La Doctora abriò los ojos. Mirò extrañada las paredes blancas que la rodeaban. Estaba en una cama mullida, cubierta con sàbanas suaves y càlidas de color blanco. ¡Y la luz! La luz era magnìfica; tan clara, tan brillante pero tan limpia y gentil.
Se levantò de la cama, sorprendentemente àgil. Era como si su cuerpo pesara un poco menos. Hacìa tiempo que la Doctora no se sentìa muy bien y los dìas eran como pètalos de una margarita que se pregunta en silencio si la quieren o no...
Caminò con sus ojos muy abiertos. No conocìa nada, pero todo se le hacìa familiar... Su corazòn latìa fuerte, sentìa còmo golpeaba su pecho y, estirando sus brazos al cielo, inspirò profundo el diàfano aire que la rodeaba fragante.
La Doctora sabìa que algo no cuadraba por allì. Se sentìa tan ligera... ¡Un espejo! En esa preciosa habitaciòn, ¡habìa un espejo! La Doctora se alisò el pelo y se detuvo a unos pasos de èl. Sintiò temor. Se estrujò las manos. ¿Y si no le gustaba lo que la imagen le mostraba?
¡Pero su corazòn se sentìa tan contento! Decidiò no tener miedo y se acercò para estudiarse. La Doctora siempre habìa tenido una mente muy analìtica y le gustaba ver las cosas con objetividad cientìfica y un poco de esceptisismo.
¿Pero què era lo que veìa? ¿Esa era ella? ¿La de ojos radiantes, rubor en las mejillas y una media sonrisa socarrona?
Se alejò del espejò y se pegò de espaldas a la pared. La sintiò tibia, suave, aterciopelada. Su mente trabajaba a mil por hora. ¿Dònde estaba? ¿Què ocurrìa?
Decidiò abrir la puerta y la luz la cegò momentàneamente. Todo era tan vivo, tan claro. Sus ojos lo veìan todo con tanta certeza... El cielo tan azul. El cèsped tan verde. Los àrboles... a los àrboles los mecìa una suave brisa, llena de un perfume familiar. De repente, escuchò un sonido conocido. Vio hacia abajo y sus ojos se encontraron. Frunciò el entrecejo y creyò recordar que los gatos no le gustaban y no sabìa el por què de ese sentimiento desconocido de querer acariciarlo.
Encogiò los hombros y se inclinò. El animalito buscò la tibieza de su mano y ella se sintiò feliz.
-¡Ya era hora! -dijo èl. Y su voz venìa cargada de tanta ternura y alegrìa que ella se sintiò congelada en el tiempo. Su corazòn dio un vuelco. Su mente quedò en blanco.
-¡Arriba, doctora! ¡Te he estado esperando por mucho tiempo!
Y mientras con una mano, Albert llevaba al gatito a su pecho, con la otra, rodeaba la cintura de una enamorada Doctora CFRìostein... que habìa que reconocerlo, no cabìa en sì de la alegrìa.
Se levantò de la cama, sorprendentemente àgil. Era como si su cuerpo pesara un poco menos. Hacìa tiempo que la Doctora no se sentìa muy bien y los dìas eran como pètalos de una margarita que se pregunta en silencio si la quieren o no...
Caminò con sus ojos muy abiertos. No conocìa nada, pero todo se le hacìa familiar... Su corazòn latìa fuerte, sentìa còmo golpeaba su pecho y, estirando sus brazos al cielo, inspirò profundo el diàfano aire que la rodeaba fragante.
La Doctora sabìa que algo no cuadraba por allì. Se sentìa tan ligera... ¡Un espejo! En esa preciosa habitaciòn, ¡habìa un espejo! La Doctora se alisò el pelo y se detuvo a unos pasos de èl. Sintiò temor. Se estrujò las manos. ¿Y si no le gustaba lo que la imagen le mostraba?
¡Pero su corazòn se sentìa tan contento! Decidiò no tener miedo y se acercò para estudiarse. La Doctora siempre habìa tenido una mente muy analìtica y le gustaba ver las cosas con objetividad cientìfica y un poco de esceptisismo.
¿Pero què era lo que veìa? ¿Esa era ella? ¿La de ojos radiantes, rubor en las mejillas y una media sonrisa socarrona?
Se alejò del espejò y se pegò de espaldas a la pared. La sintiò tibia, suave, aterciopelada. Su mente trabajaba a mil por hora. ¿Dònde estaba? ¿Què ocurrìa?
Decidiò abrir la puerta y la luz la cegò momentàneamente. Todo era tan vivo, tan claro. Sus ojos lo veìan todo con tanta certeza... El cielo tan azul. El cèsped tan verde. Los àrboles... a los àrboles los mecìa una suave brisa, llena de un perfume familiar. De repente, escuchò un sonido conocido. Vio hacia abajo y sus ojos se encontraron. Frunciò el entrecejo y creyò recordar que los gatos no le gustaban y no sabìa el por què de ese sentimiento desconocido de querer acariciarlo.
Encogiò los hombros y se inclinò. El animalito buscò la tibieza de su mano y ella se sintiò feliz.
-¡Ya era hora! -dijo èl. Y su voz venìa cargada de tanta ternura y alegrìa que ella se sintiò congelada en el tiempo. Su corazòn dio un vuelco. Su mente quedò en blanco.
-¡Arriba, doctora! ¡Te he estado esperando por mucho tiempo!
Y mientras con una mano, Albert llevaba al gatito a su pecho, con la otra, rodeaba la cintura de una enamorada Doctora CFRìostein... que habìa que reconocerlo, no cabìa en sì de la alegrìa.