Hola, hola. Un año más pasó y ya estamos otra vez aquí, en mi novena guerra florida como participante y la décima como espectadora. Creí que este año no participaría, pero al final ganó la nostalgia y aquí estoy.
Les cuento que tengo un defecto, me encanta "meterme en honduras", diría mi abuela. Con frecuencia hago actividades en mi grupo de facebook y doy más complacencias que locutora de radio .
La cuestión es que este pequeñísimo one shot es una petición de Saray, una de mis lectoras. Ella quería un escrito basado en la canción de Sin Bandera "En esta no" y bueno, aquí está.
Muchos saben que lo mío es la comedia, el drama y yo no nos llevamos muy bien, pero espero que a Saray le guste el resultado. Y a todos en general, pero me preocupa más Saray jajaja.
Les cuento que tengo un defecto, me encanta "meterme en honduras", diría mi abuela. Con frecuencia hago actividades en mi grupo de facebook y doy más complacencias que locutora de radio .
La cuestión es que este pequeñísimo one shot es una petición de Saray, una de mis lectoras. Ella quería un escrito basado en la canción de Sin Bandera "En esta no" y bueno, aquí está.
Muchos saben que lo mío es la comedia, el drama y yo no nos llevamos muy bien, pero espero que a Saray le guste el resultado. Y a todos en general, pero me preocupa más Saray jajaja.
Quizás en otra vida
En el aire, la nieve bailoteaba.
Fría. Silenciosa.
Copo a copo, el suelo cambió de color.
Inmaculado. Frío.
Blanco.
Todo era blanco ahora.
Y frío.
Como su interior.
—Me quedaré contigo… Susana.
Mientras decía esas palabras no la miré.
¿Cómo podría?
Mi corazón y mi alma estaban desgarrándose, la mujer que todo mi ser anhelaba estaba allá fuera, caminando bajo la nieve. Sin mí. Alejándose y alejándome de ese futuro con el que osé soñar.
No la miré.
¿Cómo podría?
¿Cómo podría mirarla y decirle esas palabras sin derrumbarme? ¿Sin sentir que ocupaba un lugar que no le correspondía?
La escuché pronunciar mi nombre, a ella, a la otra. Su suave susurro me hirió aún más. Ella me había salvado la vida y sin embargo sentía como si acabara de arrebatármela.
No la miré.
Mis ojos continuaron fijos en los copos de nieve que fuera danzaban. Mi mano derecha sostenía la cortina de la ventana, o quizá la cortina era la que me sostenía a mí; quién sabe.
—Voy a hacerte feliz, Terry —murmuró a mis espaldas.
Ella continuaba recostada en la estrecha cama de hospital, atenta a cualquier palabra que pudiera salir de mi boca. Y yo, yo solo quería salir de ahí. Correr tras mi felicidad. La verdadera.
—Sé feliz —le había dicho, a sabiendas de que para mí no sería posible.
—Tú también —respondió ella, sin mirarme.
«Tonta… ¿Acaso no sabes que mi felicidad eres tú?».
Apreté la cortina hasta que los dedos me dolieron, y ni siquiera en ese momento dejé de hacerlo por completo.
La nieve se volvió borrosa y con mi mano libre tallé el vidrio de la ventana, no obstante, el paisaje no cobró nitidez.
Y ahí, sobre el cristal empañado, vestigios de momentos felices del pasado desfilaron frente a mí, como en una obra de teatro.
Mientras nos veía envueltos en la bruma sobre la cubierta del barco, me pregunté: ¿por qué?
¿Por qué te conocí si no sería para siempre?
Tantos encuentros disfrazados de peleas… tantas veces correteamos por los bosques del colegio. Ella con el puño en alto, yo huyendo de él, pero deseando ser atrapado.
¿Para qué?, quería gritar.
Nuestro primer vals se proyectó en el cristal y me quedé sin respiración.
Volví a pasar la mano a la ventana, ya no para aclararla, sino para borrar esa escena que tanto me lastimaba. Sin embargo, el vals continuó y yo temblé. Sabía que lo venía y no quería verlo.
Cerré los ojos y un líquido caliente se deslizó por las esquinas de mis ojos y fue ahí que comprendí porqué el cristal, sin importar cuántas veces lo limpiara, continuaba empañado.
Y llegó. Y con él, todos los sentimientos que experimenté cuando por fin me atreví a mostrarle sin palabras cuánto me importaba.
Un beso. Ese contacto que no terminó cómo esperaba y que, sin embargo, atesoraría como el más puro y bello de mis recuerdos; con el que calmaría mis ansias y anhelos.
Y volví a preguntarme: ¿para qué?
Y entonces desee no haberla conocido.
Por un efímero instante coquetee con la idea, pero, así como llegó se fue. No, no me arrepentía de nada. Conocerla ha sido lo único bueno que me ha ocurrido y, aun si fue por un corto tiempo, con ella supe lo que era ser feliz.
No obstante, mi alma y corazón no se conformaban.
¿Para qué mostrarme la felicidad si me sería quitada?
«Pecosa… tal parece que en esta vida no caminaremos juntos por el mundo. Yo atado a ella y tú…», la sola suposición me robó las pocas fuerzas que tenía y recargué el peso de mi cuerpo sobre la ventana. La cortina a mi espalda cubría mi debilidad, pero tampoco me importaba si no lo hacía.
Mis ojos continuaban cerrados, no quería abrirlos y enfrentar la realidad que esperaba por mí.
«¿Por qué nuestra historia no pudo continuar?», pregunté en mi interior como si ella me escuchara.
¿Qué fue eso que hice tan mal que no puedo tener un poco de felicidad? ¿Para qué mostrarme el paraíso si no se me permitiría entrar?
«Ni siquiera pude decirte ‘te amo’», susurré en mis adentros, afligido.
Siempre buscaba el momento perfecto y cuando lo tenía, yo mismo lo arruinaba.
Idiota.
Momentos irrepetibles.
Oportunidades irremplazables.
«Tú también, Terry», sus últimas palabras de esta noche retumbaron en mi mente por segunda vez.
«Quizás en otra vida, pecosa, porque sin ti… en esta no».
Mientras decía esas palabras no la miré.
¿Cómo podría?
Mi corazón y mi alma estaban desgarrándose, la mujer que todo mi ser anhelaba estaba allá fuera, caminando bajo la nieve. Sin mí. Alejándose y alejándome de ese futuro con el que osé soñar.
No la miré.
¿Cómo podría?
¿Cómo podría mirarla y decirle esas palabras sin derrumbarme? ¿Sin sentir que ocupaba un lugar que no le correspondía?
La escuché pronunciar mi nombre, a ella, a la otra. Su suave susurro me hirió aún más. Ella me había salvado la vida y sin embargo sentía como si acabara de arrebatármela.
No la miré.
Mis ojos continuaron fijos en los copos de nieve que fuera danzaban. Mi mano derecha sostenía la cortina de la ventana, o quizá la cortina era la que me sostenía a mí; quién sabe.
—Voy a hacerte feliz, Terry —murmuró a mis espaldas.
Ella continuaba recostada en la estrecha cama de hospital, atenta a cualquier palabra que pudiera salir de mi boca. Y yo, yo solo quería salir de ahí. Correr tras mi felicidad. La verdadera.
—Sé feliz —le había dicho, a sabiendas de que para mí no sería posible.
—Tú también —respondió ella, sin mirarme.
«Tonta… ¿Acaso no sabes que mi felicidad eres tú?».
Apreté la cortina hasta que los dedos me dolieron, y ni siquiera en ese momento dejé de hacerlo por completo.
La nieve se volvió borrosa y con mi mano libre tallé el vidrio de la ventana, no obstante, el paisaje no cobró nitidez.
Y ahí, sobre el cristal empañado, vestigios de momentos felices del pasado desfilaron frente a mí, como en una obra de teatro.
Mientras nos veía envueltos en la bruma sobre la cubierta del barco, me pregunté: ¿por qué?
¿Por qué te conocí si no sería para siempre?
Tantos encuentros disfrazados de peleas… tantas veces correteamos por los bosques del colegio. Ella con el puño en alto, yo huyendo de él, pero deseando ser atrapado.
¿Para qué?, quería gritar.
Nuestro primer vals se proyectó en el cristal y me quedé sin respiración.
Volví a pasar la mano a la ventana, ya no para aclararla, sino para borrar esa escena que tanto me lastimaba. Sin embargo, el vals continuó y yo temblé. Sabía que lo venía y no quería verlo.
Cerré los ojos y un líquido caliente se deslizó por las esquinas de mis ojos y fue ahí que comprendí porqué el cristal, sin importar cuántas veces lo limpiara, continuaba empañado.
Y llegó. Y con él, todos los sentimientos que experimenté cuando por fin me atreví a mostrarle sin palabras cuánto me importaba.
Un beso. Ese contacto que no terminó cómo esperaba y que, sin embargo, atesoraría como el más puro y bello de mis recuerdos; con el que calmaría mis ansias y anhelos.
Y volví a preguntarme: ¿para qué?
Y entonces desee no haberla conocido.
Por un efímero instante coquetee con la idea, pero, así como llegó se fue. No, no me arrepentía de nada. Conocerla ha sido lo único bueno que me ha ocurrido y, aun si fue por un corto tiempo, con ella supe lo que era ser feliz.
No obstante, mi alma y corazón no se conformaban.
¿Para qué mostrarme la felicidad si me sería quitada?
«Pecosa… tal parece que en esta vida no caminaremos juntos por el mundo. Yo atado a ella y tú…», la sola suposición me robó las pocas fuerzas que tenía y recargué el peso de mi cuerpo sobre la ventana. La cortina a mi espalda cubría mi debilidad, pero tampoco me importaba si no lo hacía.
Mis ojos continuaban cerrados, no quería abrirlos y enfrentar la realidad que esperaba por mí.
«¿Por qué nuestra historia no pudo continuar?», pregunté en mi interior como si ella me escuchara.
¿Qué fue eso que hice tan mal que no puedo tener un poco de felicidad? ¿Para qué mostrarme el paraíso si no se me permitiría entrar?
«Ni siquiera pude decirte ‘te amo’», susurré en mis adentros, afligido.
Siempre buscaba el momento perfecto y cuando lo tenía, yo mismo lo arruinaba.
Idiota.
Momentos irrepetibles.
Oportunidades irremplazables.
«Tú también, Terry», sus últimas palabras de esta noche retumbaron en mi mente por segunda vez.
«Quizás en otra vida, pecosa, porque sin ti… en esta no».
Fin.
P.D. No me gusta Sin Bandera
En este link pueden leer el que sigue:
Si él es mío y yo suya
Última edición por Jari el Dom Abr 14, 2019 12:39 am, editado 2 veces